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sábado, 14 de febrero de 2009

Pobres pero enviados a anunciar la Buena Noticia a los pobres

Hechos, 13, 46-49

Sal. 116

Lc. 10, 1-9

‘El Señor me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres y a los cautivos la libertad’. Es la antífona de la aclamación del aleluya antes del Evangelio en la fiesta de este día. Un texto tomado de la profecía de Isaías que Jesús proclamó al principio de su vida pública en Nazaret.

Al mismo tiempo hemos repetido como responsorio del salmo: ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio’. Jesús ha sido enviado por el Padre para la proclamación de la Buena Noticia a los pobres y ahora Jesús nos envío por todo el mundo para seguir haciendo ese mismo anuncio de salvación. Recordaríamos lo que en otro lugar del Evangelio Jesús nos dice: ‘Como el Padre me ha enviado, así os envío yo’.

Precisamente en el texto del evangelio hoy proclamado Jesús ‘designó otros setenta y dos, y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir El’. Había escogido a los Doce Apóstoles. Ahora designa otros setenta y dos entre los discípulos y también los envía a hacer el anuncio del Reino de Dios. ‘Decid: está cerca de vosotros el Reino de Dios’. Es el anuncio del Reino de Dios llevando la paz y llevando el amor. ‘Cuando entréis en una casa decid primero: Paz a esta casa….comed lo que os pongan y curad a los enfermos que haya…’

Van con la misma misión de Jesús. Y van realizando la misma obra de Jesús. ‘No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias, y no os detengáis a saludar a nadie por el camino’. Han de anunciar el evangelio a los pobres y pobres han de ir ellos también. Como Jesús. Nació pobre en un establo de Belén. Pobre como vivió. Cuando uno dice que quiere seguirle adonde quiera que vaya Jesús le dice: ‘Las aves del cielo tienen nido, las zorras madriguera, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’.

No le conocemos a Jesús una casa donde vivir. Una vez iniciada su vida pública a lo más podemos pensar que la casa de Pedro en Cafarnaún sería su alojamiento cuando estaba en Galilea, de resto los caminos y los lugares por donde iba. En Jerusalén sabemos que en alguna ocasión fue a casa de sus amigos de Betania, a la casa de Marta, María y Lázaro, pero probablemente si Judas sabía que encontraría a Jesús en Getsemaní, sería porque al pie del monte de los Olivos no sólo sería su lugar escogido para orar, sino también para pasar la noche en aquellas ocasiones.

Ahora sus discípulos han de ir con esa misma pobreza a hacer el anuncio del Evangelio. Sin nada en el bolsillo, sin medios humanos, porque sólo en la Providencia de Dios habían de confiar. Cuanto tendríamos que aprender para que seamos en verdad una Iglesia pobre que sólo se confía en el Señor. Algunas veces parecería que no somos capaces de hacer el anuncio del evangelio si no disponemos de recursos y apoyos humanos. Es cierto que utilizaremos los medios humanos a nuestro alcance, pero de algo tenemos que estar seguros y es que ahí no está la fuerza del Evangelio.

Hay un detalle. Nos dice: ‘No os detengáis a saludar a nadie por el camino’. Pudiera parecer un contrasentido si lo que se ha de llevar es el mensaje de la paz, el no saludar a nadie. Pero tiene su significado. Los orientales son muy dados a los largos e interminables saludos, con un lenguaje muy lleno de imágenes y hasta poético deseando los mas hermosos parabienes para todos. Ahí se les iba el tiempo. Jesús no quiere que se entretengan por el camino sino que vayan a hacer el anuncio del Reino de Dios. No nos podemos quedar en lo innecesario o lo superfluo sino ir a lo verdaderamente importante.

Se nos está describiendo aquí lo que es la misión de la Iglesia y lo que es la acción de los pastores dentro de la Iglesia. Cómo entonces una comunidad cristiana ha de comprender y de apoyar y ayudar dicha acción. Siempre ha de estar al lado de sus pastores. Y para eso algo importante es la oración. Oración para que haya pastores santos y entregados. Oración por las vocaciones sacerdotales o a la vida religiosa. Jesús nos lo ha dicho también hoy: ‘La mies es mucho y los operarios son pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande operarios a su mies’.

En nuestra diócesis dentro de nuestro plan pastoral este año es el de la acción especial con la juventud y por las vocaciones. Así diversas iniciativas que se están llevando a cabo en distintos lugares para la oración y la promoción de las vocaciones. Nos queda rezar pues, para que ‘el dueño de la mies mande operarios a su mies’.

viernes, 13 de febrero de 2009

Seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal…

Gén. 3, 1-8

Sal. 31

Mc. 7, 31-37

‘No es verdad que tengáis que morir. Bien sabe Dios que cuando comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal’. La tentación de Adán y Eva, la tentación de todo ser humano, nuestra propia tentación.

Cuántas veces de una forma o de otra pensamos lo mismo. ¿Quién tiene que decirme a mí lo que es malo y lo que es bueno…? Nadie tiene por qué imponerme nada… Yo sé lo que está bien… Además eso es bueno… es natural… es lo que hace todo el mundo… Queremos ser Dios que decida lo que es bueno y lo que es malo. No aceptamos una voluntad superior porque nos creemos tan autosuficientes por nosotros mismos.

Las imágenes que nos ofrece el texto sagrado son bien significativas. ‘La serpiente era la más astuta de todos los animales…’ Cómo sutilmente se nos mete la tentación. Cómo se nos hacen apetitosas las cosas. ‘La mujer se dio cuenta de que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable…’ Así nos parecen las cosas que no podemos hacer. Es la tentación.

Eva cayó. Adán mordió la fruta. Todos caemos tantas veces. Y cómo se nos destroza la vida. Cuando el mal se mete en nuestro corazón, con la insinuación, con la tentación, con la caída, todo se nos desordena en la vida. Todo se nos vuelve turbio y ya no distinguimos lo bueno de lo malo. Se nos despiertan las pasiones y se nos vuelven incontrolables. Nos sentimos atados y esclavizados. Cuánto cuesta arrancarnos de esa muerte que dejamos meter dentro de nosotros. ‘Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos, entrelazaron ojos de higuera y se las ciñeron…’ Buscamos sustitutivos, disculpas, camuflajes…

Pero la ruptura nos aleja de Dios. Cuánto nos cuesta ya rezar. Cómo abandonamos pronto la práctica religiosa. Cómo se nos va enfriando nuestro espíritu. Al final terminamos alejándonos de la Iglesia. ‘Oyeron al Señor que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa; el hombre y la mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín’.

Como nos enseña san Pablo por un hombre entró el pecado en el mundo, pero por Cristo vino la vida, la gracia y el perdón. El amor de Dios es más poderoso que nuestro pecado y nuestra muerte. Tenemos quien nos limpie y nos purifique, nos restaure y nos llene de nueva vida. Cristo Jesús ha dado su vida por nosotros para arrancarnos del pecado, para ser nuestra fortaleza en la tentación. Tenemos que reconocer nuestro pecado para acudir al Señor. ‘Confesaré al Señor mi culpa, dijimos en el salmo’. Así lo hacemos cada vez que comenzamos la celebración de la Eucaristía, pero también sobre todo cuando acudimos al Sacramento de la Reconciliación y la Penitencia.

Como pedíamos en la antífona del Aleluya ‘ábrenos el corazón, Señor, para que aceptemos la palabra de tu Hijo’. Para que aceptemos tu voluntad; para que caminemos por tus sendas, para que cumplamos tus mandatos. Que el Señor nos abra nuestros oídos como al sordo del Evangelio: ‘effetá’. Que siempre escuchemos su Palabra y que la plantemos en nuestro ccarherorazón.

jueves, 12 de febrero de 2009

¿Soledad o comunión? ¿Orgullo o humildad?

Gen. 2, 18-25

Sal.127

Mc. 7, 24-30

‘No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude’. Así escuchamos en el Génesis en el segundo relato de la creación. Y Dios pone en las manos del hombre todas las criaturas que ha creado para que el hombre les pusiera nombre.

Poner nombre en el sentido bíblico y semita era algo así como tomar posesión, ser el dueño. Era el padre el que ponía nombre a su hijo, como señal de su autoridad y dominio.

‘Pero no encontraba nadie como él que le ayudase’, dice el texto sagrado. Ninguna de todas las criaturas era igual. Por eso Dios crea a la mujer. Tenemos que entender que todo son imágenes que quieren expresarnos algo. ‘¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será mujer, porque ha salido del hombre’.

Este texto nos sirve como fundamento para el sentido del matrimonio, porque Dios los creó hombre y mujer. Y cuando a Jesús precisamente le plantean el tema del divorcio que había permitido Moisés, como les dice Jesús ‘por su terquedad’, para hablarnos de la indisolubilidad del matrimonio Jesús se apoya en las palabras que nos trae el Génesis. ‘Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una cosa carne’.

Pero yendo más allá con este texto de la creación del hombre y de la mujer podemos hablar de cómo el ser humano está hecho para la relación, para la comunicación y la comunión con el otro. El hombre no es un ser solitario, es un ser social. Con lo que podríamos sacar muchas conclusiones de cada a nuestra convivencia de cada día, a nuestra relación con los demás, para el sentido humano que tenemos que darle a todo lo que signifique esa relación y comunicación con los otros.

Por amor a la brevedad en el comentario, vamos a fijarnos también en el texto del evangelio que nos habla de la mujer cananea. Y no sé que valorar más si la fe de aquella mujer o su humildad. Ya nos resalta el evangelista que estaban fuera del territorio propiamente judío y que aquella mujer era gentil, no judía.

Aquella mujer acude a Jesús llena de fe. Tiene la seguridad y la certeza, tiene la fe de que Jesús podrá curar a su hija liberándola de aquel espíritu maligno que la poseía. Peo tenemos que destacar también su humildad grande. Ante el aparente rechazo de Jesús que emplea palabras que eran la forma de tratar los judíos a los no judíos, aquella mujer sigue confianza y sigue confiando desde la humildad. ‘Tienes razón, Señor; pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños… Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija’.

Es de notar que en dos ocasiones en que se quiere resaltar la fe y la humildad de quien acude a pedir a Jesús, sean precisamente dos personas, no judías, las que reciban la alabanza de Jesús. ‘No soy digno de que entres en mi casa…’ había dicho el centurión romano, también un pagano. Ahora una mujer pagana insiste con humildad ante Jesús para la curación de su hija.

Hermoso ejemplo y testimonio. Cuando somos capaces de vaciarnos de nuestro yo egoísta, despojarnos de nuestro orgullo o nuestra soberbia es cuando sentiremos que Dios está en nosotros. No podemos aislarnos en nuestra falta de humildad. Recordemos lo que decíamos al comentar el texto del Génesis, estamos hechos para la relación, para la comunión con los demás. Y ya sabemos cómo el orgullo y la soberbia nos aíslan de los demás. Nos apartan de Dios, podemos decir como en la continuación del texto del Génesis vemos que le sucede al hombre cuando quiere hacerse como Dios.

Superó la mujer cananea lo que podría haber sido para ella una humillación, y el espíritu maligno dejó de estar en su vida, en la vida de su hija. ‘Al llegar a su casa, se encontró a la niña sentada en la cama; el demonio se había marchado’.

miércoles, 11 de febrero de 2009

El sentido del sufrimiento y el valor de toda vida huaman

(Jornada Mundial del Enfermo)

Hoy día once de febrero en que hacemos la memoria litúrgica de la Virgen de Lourdes desde hace 17 años el Papa instituyó la Jornada Mundial del Enfermo. Con este motivo el Papa Benedicto XVI dirigió un mensaje del que en esta reflexión quiero entresacar algunos párrafos.

Una jornada propicia ‘para reflexionar y decidir iniciativas de sensibilización sobre la realidad del sufrimiento’. Y recordando que nos encontramos en el año Paulino nos recuerda que nos ofrece la ocasión propicia para detenernos a meditar con el apóstol Pablo sobre el hecho de que, “así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación” (2 Cor 1,5)’. Y nos da también la motivación de que se celebre en esta fiesta de la Virgen: ‘La unión espiritual con Lourdes nos trae además a la mente la maternal solicitud de la Madre de Jesús por los hermanos de su Hijo “aún peregrinos y puestos en medio de peligros y afanes, hasta que no seamos conducidos a la patria bendita” (Lumen gentium, 62)’.

Este año dedica el centro de su mensaje a los niños enfermos en las diversas situaciones de sufrimiento por el que pueden atravesar, haciéndonos una detallada descripción. Y a este respecto nos dice: La comunidad cristiana, que no puede permanecer indiferente ante tan dramáticas situaciones, advierte el imperioso deber de intervenir. La Iglesia, de hecho, como he escrito en la encíclica Deus caritas est, “es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario” (25, b). Auguro por tanto, que también la Jornada Mundial del Enfermo ofrezca la oportunidad a las comunidades parroquiales y diocesanas de tomar cada vez más conciencia de ser “familia de Dios”, y las anime a hacer perceptible en los pueblos, en los barrios y en las ciudades el amor del Señor, que pide “que en la misma Iglesia, en cuanto familia, ningún miembro sufra porque pasa necesidad” (ibid.). El testimonio de la caridad formar parte de la vida misma de cada comunidad cristiana. Y desde el principio la Iglesia ha traducido en gestos concretos los principios evangélicos, como leemos en los Hechos de los Apóstoles’.

Por eso nos recuerda cuál es la tarea de la Iglesia. ‘A ejemplo del “Buen Samaritano” es necesario que se incline hacia las personas tan duramente probadas y les ofrezca el apoyo de una solidaridad concreta… La compasión de Jesús por el llanto de la viuda de Naím (cfr Lc 7,12-17) y por la implorante súplica de Jairo (cfr Lc 8,41-56) constituyen, entre otros, algunos puntos de referencia para aprender a compartir los momentos de pena física y moral de tantas familias probadas’. Unas actitudes que tienen que verse reflejadas en la vida de los cristianos y que tanta seguridad y confianza nos dan cuando sentimos todo lo que es el amor infinito del Señor que está a nuestro lado. Todo esto presupone un amor desinteresado y generoso, reflejo y signo del amor misericordioso de Dios, que nunca abandona a sus hijos en la prueba, sino que siempre les proporciona admirables recursos de corazón y de inteligencia para ser capaces de afrontar adecuadamente las dificultades de la vida’.

A continuación nos recuerda algo que es importante para nosotros y que tenemos que proclamar y defender en todo momento: Es necesario afirmar con vigor la absoluta y suprema dignidad de toda vida humana. No cambia, con el transcurso del tiempo, la enseñanza que la Iglesia proclama incesantemente: la vida humana es bella y debe vivirse en plenitud también cuando es débil y está envuelta en el misterio del sufrimiento’.

Nos invita entonces a mirar a Cristo y a Cristo en la Cruz. Es a Jesús crucificado a quien debemos dirigir nuestra mirada: muriendo en la cruz Él ha querido compartir el dolor de toda la humanidad’. Ahí vamos a encontrar, en el amor, todo el sentido del sufrimiento de Cristo en la Cruz y en consecuencia todo el valor de nuestro propio sufrimiento.

Nos recuerda a continuación las palabras y el ejemplo viviente que fue Juan Pablo II en su enfermedad. Mi venerado Predecesor Juan Pablo II, que desde la aceptación paciente del sufrimiento ha ofrecido un ejemplo luminoso especialmente en el ocaso de su vida, escribió: “Sobre la cruz está el 'Redentor del hombre', el Varón de dolores, que ha asumido en sí mismo los sufrimientos físicos y morales de los hombres de todos los tiempos, para que en el amor podamos encontrar el sentido salvífico de su dolor y respuestas válidas a todos sus interrogantes” (Salvifici doloris, 31)’.

Expresa su aprecio a cuantos trabajan en este campo y una vez más ofrece la aportación de la Iglesia siempre dispuesta a ofrecer su cordial colaboración en el intento de transformar toda la civilización humana en “civilización del amor” (cfr Salvifici doloris, 30)’. Termina el mensaje invitándonos a confiar en la ayuda maternal de la Inmaculada Virgen María, que en la pasada Navidad hemos contemplado una vez más mientras abraza con alegría entre los brazos al Hijo de Dios hecho niño’.

martes, 10 de febrero de 2009

Dignidad del hombre creado por Dios y rectitud y pureza de corazón

Gén. 1, 28-2, 4

Sal. 8

Mc. 7, 1-13

Dos comentarios quiero hacer sobre la Palabra de Dios proclamada hoy, intentando ser breve, tanto de la lectura del Génesis como del Evangelio.

Concluye el primer relato de la creación que nos ofrece el Génesis, como ayer comentamos. Y al terminar de describirnos en ese lenguaje lleno de imágenes que nos ofrece el Génesis la creación nos presenta la aparición de la vida humana en la creación del hombre. Es el rey de la creación. No es una criatura más como todas las que había hecho el Creador. Al crear al hombre dirá: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y los reptiles de la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó’.

Está hablándonos el autor sagrado de la dignidad sagrada de la persona humana. No es una criatura más irracional como el resto de los animales, sino que lo ha dotado de unas características superior al mero instinto animal para dotarlo de inteligencia y voluntad. El hombre será capaz de conocer y de adquirir sabiduría; el ser humano será un ser libre con capaz de decisión sobre su vida y sobre las cosas. Es la dignidad de toda persona humana que ya desde el momento de la creación podemos vislumbrar y ya para siempre hemos de respetar. Dignidad que se verá ensalzada y sublimada cuando en Cristo nos llenemos por la fuerza del Espíritu de la vida de Dios para ser también hijos de Dios.

El otro comentario que queremos hacer es sobre el evangelio. ¿Qué es lo que quiere Dios de nosotros? ¿La mera realización formal y ritual de lo externo, contentándonos con sólo su cumplimiento, o quedándonos en la sola apariencia, o la pureza y la rectitud interior?

La ocasión para escuchar el mensaje de Jesús nos la da el comentario o crítica de los fariseos porque los discípulos de Jesús no se lavaban las manos antes de comer. Eso era una impureza ritual. Ya el evangelista nos aclara lo que eran las costumbres judíos pero sobre todo de los fariseos. ‘Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen si lavarse antes y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas’.

Jesús duramente los llama hipócritas, hombres de dos caras. Una apariencia externa pero un interior distinto y corrompido. ‘Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos’. Y Jesús les recuerda algunas de esas tradiciones convertidas en leyes para ellos que muchas veces les hacen olvidar del verdadero sentido de la Palabra del Señor.

Por eso me preguntaba, ¿qué es lo que nos pide el Señor? Un corazón de rectitud, un corazón puro y limpio, un corazón lleno de amor, un corazón en el que queremos plantar de verdad lo que es la voluntad del Señor. Nos puede suceder muchas veces que nos contentemos con el cumplimiento formal de las cosas, de las normas o leyes del Señor, pero nuestro corazón esté lejos del Señor.

Tenemos el peligro de querer tapar quizá con unas limosnas que no siempre damos con espíritu generoso, con unos ramos de flores que ofrezcamos a la Virgen o en nuestras Iglesias, con unos rezos repetidos incansablemente pero muchas veces de forma rutinaria, con unos hábitos externos que prometemos llevar toda la vida, con unas medallas o escapularios que llevamos colgados al cuello, lo que quizá con el corazón no hacemos. Busca al Señor en tu corazón, busca sinceramente lo que es su voluntad, imprégnate del espíritu del Evangelio de Jesús, vive con corazón sincero, limpio de maldad y generoso en el amor, que es lo que de verdad agrada al Señor.

lunes, 9 de febrero de 2009

¡Cuántas son tus obras, Señor...!

Gén. 1, 1-19

Sal. 103

Mc. 6, 53-56

‘Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría. La tierra está llena de tus criaturas. Bendice alma mía, al Señor’. Así queremos bendecir y alabar al Señor cuando contemplamos la obra de su creación. Miramos la naturaleza que nos rodea, nos sumergimos en la inmensidad del universo, y no podemos hacer otra cosa que cantar al Señor, bendecir a Dios sabio y poderoso, creador de todas las cosas.

Hoy en la primera lectura hemos comenzado el libro del Génesis. Primer libro de la Biblia y primero de esos cinco libros que componen el Pentateuco. La Torá para los judíos, la ley del Señor. Fundamentaban su fe en la Ley y los Profetas. Cuando decían la Ley estaban refiriéndose a estos cinco libros del Pentateuco cuyo primero es el Génesis.

Génesis, el origen, el principio. Se nos narra la obra de la creación como hoy y en los próximos días escucharemos. Estaremos leyendo el Génesis en las próximas dos semanas hasta que comencemos la Cuaresma. Hoy hemos escuchado el relato de la creación que se completará con la lectura de mañana, mientras pasado mañana escucharemos un segundo relato de la Creación. No es momento de extendernos en la formación de los libros bíblicos, pero decir brevemente que el autor sagrado recogió dos tradiciones de la creación proponiéndolas en el texto sagrado.

Hay una palabra que decir que leemos estas páginas que nos narran la creación, el pecado del hombre y la promesa salvadora de Dios. ¿Qué es lo que allí vamos buscar? ¿Con qué tipo de libro nos estamos encontrando? ¿Ciencia, historia, mito, leyenda…?

Nada de eso pretende ofrecernos el autor sagrado. Es la lectura creyente de la vida del hombre y del universo creado. Allí sólo vamos a buscar un mensaje de revelación que nos habla del misterio de Dios y que en consecuencia quiere abrirnos a entender el misterio del hombre y de todo el universo. No quiere contarnos una historia, no se queda en un mito o una leyenda, no pretende ofrecernos datos científicos. Desde una cosmovisión del hombre antiguo se acerca al misterio de Dios. Y descubrimos que detrás de toda ese universo inmenso y por encima del hombre que lo habita está el Dios creador que es el que ha dado vida y existencia a todo el universo y en consecuencia al hombre.

La ciencia seguirá su camino para investigar y hablarnos del origen del universo y de la vida. Pero sólo la fe podrá descubrirnos al Dios Creador que está en el origen de todo. Y es lo que viene a decirnos el libro del Génesis. Revelación que nos hablará de la grandeza del ser humano al que Dios ha creado a su imagen y semejanza, como mañana escucharemos, para hablarnos así de la dignidad del hombre creado por Dios y puesto en el centro de la creación. Como rezaremos mañana con el salmo. ‘Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies’.

Nos queda a nosotros reconocer la grandeza y el poder del Señor para adorarle y para alabarle. ‘Tú sólo eres bueno y fuente de vida, hiciste todas las cosas, para colmarlas de tus bendiciones, y alegrar su multitud con la claridad de tu gloria… Te alabamos, Padre santo, porque eres grande, porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su creador, dominara todo lo creado…’

Que así siempre reconozcamos la grandeza del Señor y cantemos su alabanza.

domingo, 8 de febrero de 2009

Vámonos a otra parte que allí también tengo que predicar....



Job, 7, 1-4.6-7;

Sal. 146;

1Cor. 9. 16-19.22-23;

Mc. 1, 29-39

En este texto del evangelio que nos narra casi el inicio de la vida pública de Jesús, podemos descubrir cuál era la misión de Jesús, que es contemplar también cuál es nuestra misión y cuál la misión de la Iglesia.

¿Qué es lo que vemos hacer a Jesús? Enseña en la sinagoga – fue lo que escuchamos el pasado domingo –, cura a los enfermos y endemoniados, acoge a todos y marcha por distintos lugares para anunciar la Buena Noticia. En medio de todo eso lo veremos irse al descampado a orar a solas.

Cuando venimos nosotros aquí cada domingo a la celebración de la Eucaristía venimos al encuentro de Jesús, como hacían aquellas gentes, hoy en el evangelio de Cafarnaún y en otros momentos de otros distintos lugares. Pero podemos decir que nos dejamos encontrar por El porque realmente Jesús es el que nos llama y es Jesús quien viene a nuestro encuentro.

¿Por qué acudían todas aquellas personas a ese encuentro con Jesús, escuchándole o trayéndole a los enfermos y a todo el que padeciera de cualquier mal? La presencia de Jesús, su Palabra iba despertando la esperanza en sus corazones, no ya sólo para que les curara de sus enfermedades y dolencias, sino porque en El descubrían una Buena Noticia de Salvación. Ese era el anuncio de Jesús. Y eso venía a colmar los deseos de sus corazones en búsqueda de algo nuevo.

En Jesús encontramos también nosotros esa salud y esa salvación que El nos ofrece. Curaba a los enfermos y expulsaba los demonios, nos dice el evangelista. ‘Le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos y expulsó muchos demonios…’ Jesús es nuestro Redentor y nuestro Salvador. Nos libera del mal, nos pone en camino de vida nueva, transforma nuestro corazón. La imagen de Jesús curando a los enfermos y expulsando a los demonios está diciéndonos todo lo que El quiere realizar en nosotros al darnos su salvación.

Pero sanados y salvador por Jesús tenemos que convertirnos nosotros igualmente en servidores y en misioneros de esa Buena Nueva de Jesús. Vemos, por ejemplo, hoy en el evangelio que una vez que la suegra de Pedro ha sido curada, se ha puesto a servirles. ‘Jesús la cogió de la mano y la levantó. A ella se le pasó la fiebre y se puso a servirles…’

Pero tendríamos que preguntarnos ¿cómo es que tan pronto al caer la tarde se agolpa tanta gente a la puerta de Jesús que como dirá en otro lugar no había sitio ni para entrar? Podíamos decir sencillamente, el boca a boca. Se corrió pronto la noticia de Jesús por todas partes y en la medida en que lo iban conociendo todos querían venir hasta Jesús para estar con El, escucharle y verse libre de sus males.

Finalmente veremos que cuando los discípulos le dicen ‘todo el mundo te busca’, Jesús dirá ‘vamonos a otras partes, a las aldeas cercanas, porque allí también tengo que predicar que para eso he venido’. Son muy significativos los dos detalles. El anuncio de la Buena Noticia tiene que llegar a todos; para todos es esa esperanza de Salvación que nos ofrece Jesús.

Y hay otro detalle en el que Jesús nos enseña algo importante. De El aprendemos dónde está la fuerza que necesitamos en el camino de nuestra vida y que solo podemos encontrar en Dios. ‘Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar’. Qué importante que aprendamos eso de Jesús. Buscar a Dios en nuestra oración. Alejarnos también del barullo en que andamos metidos en la vida, para hacer ese silencio y esa soledad en nuestro corazón para encontrarnos con el Señor.

Pero a raíz de todo estoy que hemos venido reflexionando de la actividad de Jesús muchas otras reflexiones podemos hacernos en orden a la misión que nosotros también tenemos que realizar, la misión de la Iglesia.

¿Estará inquieto nuestro mundo y también deseará venir al encuentro con Jesús? ¿Inquietud, desorientación, falta de esperanza honda…? Pero ¿quién despertará esa esperanza? La pregunta sería si sabremos nosotros también traer a este mundo hasta Jesús. ¿No hará falta también que por un boca a boca o empleando los medios de los que hoy dispongamos se haga que esa Buena Noticia de Salvación llegue a ese mundo que nos rodea? Tenemos y tiene la Iglesia que saber encontrar los medios para hacer ese anuncio de salvación al mundo de hoy. ¿Sabremos en verdad despertar esa esperanza de salvación?

Claro que también tendríamos que preguntarnos si nosotros los cristianos tenemos esa inquietud de que todos encuentren esa salvación que nos ofrece Jesús. En la oración litúrgica de uno de estos días pasados pedíamos unirnos a Cristo para trabajar en la Iglesia por la salvación de todos los hombres. Pero sigo preguntándome si será esa la preocupación de todos los cristianos.

Nos hace falta una inquietud misionera. ‘¡Ay de mí si no evangelizara!’, decía hoy san Pablo en la carta a los Corintios. En este año paulino ese creo que tendría que ser uno de sus frutos. Que se despierte ese ardor misionero en la Iglesia, en todos los cristianos.