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sábado, 11 de abril de 2009

Ha resucitado… va delante de vosotros a Galilea


VIGILIA PASCUAL DE LA RESURRECIÓN

Rom. 6, 3-11; Mc. 16, 1-7


Con la esperanza por los suelos muy preocupadas iban las mujeres al sepulcro en aquel amanecer del primer día de la semana que tan importante y trascendental iba a ser. Su primera preocupación era ‘¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?’ Pero ‘la piedra estaba corrida , y eso que era muy grande’.
‘¿A quién buscáis?’
les pregunta el joven que ven ‘sentado a la derecha vestido de blanco’, como Jesús había preguntado a los que venían a prenderle en la noche del jueves. ‘No os asustéis. - ¡Cómo no iban a asustarse por la sorpresa de lo que encontraban! - ¿Buscáis a Jesús, el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron’.
Se preocupaban de un cuerpo muerto que había que embalsamar debidamente porque en la tarde del viernes con las prisas de la pascua que comenzaba no lo hicieron como correspondía. Pero no estaba allí. Quienes iban sin esperanza ven renacer una luz en su corazón y su vida. ‘Ha resucitado’. Han de anunciarlo y ellas y los discípulos han de ponerse en camino. ‘Id a decir a sus discípulos y a Pedro: El va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo’, es el anuncio y encargo que les hace el ángel.
¿A quién buscamos? ¿A quién hemos esperando en esta noche, en esta vigilia orante? ¿A un crucificado? A un crucificado que ahora vive. Ha resucitado y es el Señor. Ya de ahora en adelante no será simplemente el Maestro sino que ya para siempre lo proclamaremos el Señor. ‘Dios lo constituyó Señor y Mesías resucitándolo de entre los muerto por la gloria del Padre’, dirá Pedro en su primer discurso después de Pentecostés. Es el Señor queremos proclamar esta noche y para siempre con toda nuestra vida muy alto dando testimonio delante de los hombres. Es el Señor. Ha resucitado el Señor.
También nos ponemos en camino, porque queremos seguirle. Somos los discípulos que queremos correr a su encuentro. Tantas veces nos hemos llenado de dudas y nuestra esperanza también ha estado por los suelos. Pero queremos gritar bien fuerte esta noche. Que todo el mundo se entera de esta verdad para nosotros incuestionable. Ha resucitado el Señor y queremos resucitar con El.
Nos lo ha repetido san Pablo. Cristo ha resucitado y nosotros hemos de resucitar con El. Nuestra fe vuelve a llenarnos de vida, a hacerse viva, en la contemplación de Cristo resucitado. Nuestra esperanza renace de nuevo y pareciera que nuestra vida reverdece y se llena de flores en una nueva primavera. Que hermosos son los campos en la primavera cuando todo se llena de flores y de color. Ya no tiene que haber muerte en nosotros. Tenemos que llenarnos de vida y de vida para siempre con Cristo resucitado.
San Pablo nos ha hablado de que ‘si con Cristo hemos sido sepultados en su muerte, como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria de Dios Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva’. Si en la tarde del viernes al contemplar a Cristo crucificado allí estábamos nosotros con nuestra muerte, con nuestra vida llena de muerte en nuestros sufrimientos, en nuestras angustias, en nuestro pecado, todo eso ‘ha quedado sepultado con Cristo para con Cristo renacer a una vida nueva.’
Nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores… libres de la esclavitud del pecado… absueltos del pecado’. Somos el hombre nuevo de la gracia. Somos los resucitados con Cristo. Lejos de nosotros ya para siempre el pecado. Todo tiene que ser vida.
Por eso nuestra alegría esta noche. Todo tiene que ser fiesta. ¿No estará lleno de alegría y hará fiesta el esclavo que ve caer las cadenas de su esclavitud para ser libre para siempre? Así nosotros. Así tenemos que cantar nuestra alegría – y no me canso de repetirlo – porque Cristo ha resucitado y nos lleva con El también a la resurrección.
Nos ponemos nuevamente en camino – ese camino que habíamos dejado a causa de nuestro pecado – porque queremos seguirle y vivirle pero también queremos anunciarle a los hermanos. El ángel les encomienda a las mujeres que vayan a llevarle la noticia al grupo de los discípulos que aún se sienten en las tinieblas de la muerte porque no saben que Cristo ha resucitado.’Id y decir a Pedro y los discípulos…’ Han de ir a Galilea, aquella Galilea donde habían hecho la vida hasta entonces, y Jesús irá delante de ellos y allí se les dejará ver.
También nosotros tenemos que hacer el camino, ir a la Galilea donde hacemos nuestra vida y a la Galilea de nuestro mundo, para que todos los vean, lo reconozcan y crean en El. Esa humanidad que contemplábamos junto a la cruz de Jesús tan llena de muerte ha de conocer a Cristo resucitado. Hay esperanza para todos.
Nuestro mundo necesita esperanza y necesita vida. Muchos signos de muerte vemos a nuestro alrededor en una humanidad desorientada, llena de dolor y sufrimiento, agobiada por las angustias de cada día en las crisis y los problemas que padecemos, llena de muerte porque ha perdido la fe y en consecuencia la esperanza.
Y tenemos que decirle que sí, que hay esperanza, que es posible un mundo nuevo y distinto. Que Cristo está con nosotros vivo y quiere llenarnos de vida. Que le contemplábamos en la cruz solidario con nuestros sufrimientos y nuestros males y El quiere levantarnos de ese sepulcro de muerte en el que hemos metido nuestra vida. Que está señalándonos el camino. Un camino que no puede ser otro que el de el amor y la solidaridad. El amor nos redimió y el amor nos hace vencer toda esa muerte que amenaza a nuestro mundo.
Pero tenemos que ser nosotros, los que creemos en Cristo, los que esta noche cantamos a Cristo resucitado los primeros que vayamos dando ejemplo de amor y solidaridad. Si nos amamos es que resucitó, como decimos en un canto pascual. Es nuestro compromiso en esta fiesta grande de Cristo resucitado que estamos celebrando. Porque queremos que todos participen de esta fiesta y de esta alegría, nuestro anuncio tiene que ir desde el amor y con amor.
‘¿Buscáis a Jesús el crucificado?’ No está aquí en el sepulcro. Ha resucitado. Allí donde hay amor de verdad lo vamos a encontrar. Resucitemos con El. Hagamos resucitar a nuestro mundo. Aleluya.

viernes, 10 de abril de 2009

Se convirtió en causa de salvación eterna para todos


Is. 52, 13-53, 12;

Sal. 30;

Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9;

Jn. 18, 1-19,42



‘¿A quien buscáis?’ Fue la pregunta con que Jesús les salió al paso en el huerto de los Olivos a quienes venían a prenderle.
‘¿A quién buscáis?’ Puede ser la pregunta que se nos haga, que nos hagamos, a los que venimos en esta tarde a esta celebración. ¿Qué es lo que buscamos o a quién buscamos?
La Iglesia hoy en su liturgia nos invita y nos dice: ‘Mirad el árbol de la cruz…’ La Cruz está hoy en el centro de toda nuestra celebración litúrgica. Hacia la cruz tenemos mirar sin miedo ni temor. Con todo lo que significa de pasión y de muerte. Pero con todo lo que significa para nosotros de vida y salvación.
Mirad el árbol de la cruz donde estuvo colgada la salvación del mundo’, termina diciéndonos la invitación litúrgica. Miramos a la cruz porque miramos al que en ella estuvo clavado. No nos quedamos simplemente en el madero. Miramos a la cruz porque miramos a quien es nuestra salvación. Eso lo sabemos ya por nuestra fe.
Pero con lo primero que tropiezan nuestros ojos cuando miramos a la cruz es con dolor y muerte. ‘Muchos se espantarán de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano… lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres… como un hombre de dolores ante el cual se vuelven los rostros…’ No puede tener otro aspecto quien ha pasado por todo el tormento de lo que fue la pasión que sufrió Jesús en su camino hasta llegar a ser clavado en la cruz. ‘Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos: me ven por la calle y escapan de mí…’ que rezamos en el salmo.
Hay gente que no le gusta mirar a la cruz. ¿Le repugna o le tienen miedo? Recuerdo en una ocasión que una madre quería evitar hablar a su niño pequeño del dolor de Cristo crucificado porque decía que eran imágenes crueles que podían herir la sensibilidad de su hijo. No entro ni salgo en los criterios de aquella madre en la educación de su hijo. Pero ¿no será el reflejo de lo que en el fondo nos sucede a nosotros porque no queremos reconocer la parte que tenemos o podemos tener en esos sufrimientos de Jesús en la cruz?
El profeta nos ha dicho en el cántico del Siervo de Yavé: ‘El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes… el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes…’
Allí en la cruz de Jesús está nuestra vida: la vida, el dolor, el sufrimiento de toda la humanidad. Está nuestro pecado que El quiere expiar y del que quiere liberarnos. Pero está el dolor y el sufrimiento de todos los hombres, del que El quiere hacerse solidario. ‘Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, y él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores’.
Pero, ¿en la raíz de todo ese dolor y sufrimiento de toda la humanidad no estará también nuestro pecado? Es nuestra maldad, nuestra injusticia o nuestra insolidaridad, nuestros egoísmos y nuestros orgullos que discriminan, que nos hacen insensibles, que nos aíslan porque no queremos saber del dolor de los otros.
Pero Cristo se hace solidarios con todos. Cristo quiere que cuando le miremos a El traspasado en la Cruz por el sufrimiento aprendamos a mirar el sufrimiento, la soledad, la angustia de los demás para que también los hagamos nuestros. Cristo solo, clavado en lo alto de la cruz entre el cielo y la tierra quiere tenernos junto a sí con nuestros dolores, sufrimientos, soledades, angustias pero también con nuestro pecado. Ahí quiere El salvarnos, liberarnos de todo ese mal que llevamos dentro de nosotros, hacernos un hombre nuevo lleno de vida y llenos de un amor nuevo porque nos dignifica, porque dignifica también a toda la humanidad con su salvación ganada en la cruz. ‘Llevado a la consumación se ha convertido en autor de salvación eterna’.
Miramos el árbol de la cruz y ya no nos repugna tanto porque al mirar a Cristo nos vemos a nosotros, nos reconocemos a nosotros.
Miramos el árbol de la cruz y ya vislumbramos vida y salvación que es lo que Cristo nos ganó, nos regaló al derramar su sangre, al dar su vida por nosotros.
Miramos al árbol de la cruz y a su sombra queremos acogernos para que su sangre caiga sobre nosotros, cure nuestras heridas, lave nuestras manchas, nos redima de nuestros pecados, siembre en nosotros la vida nueva de la gracia.
Quedémonos hoy contemplando en silencio la Cruz y a Cristo clavado en ella. Veamos en su muerte la semilla de la vida y de la resurrección. Es el grano de trigo que cae en tierra y muere, pero muere para que resurja la vida. Muere Cristo para danos vida, para darnos su salvación.
Es un día hoy para quedarnos a la sombra de la cruz, sentados junto a la entrada del sepulcro en la espera de la resurrección. Es lo que la iglesia quiere que hagamos desde que termina esta tarde la celebración de la muerte de Cristo hasta que en la madrugada del día primero resucite la vida, resucite Cristo glorioso saliendo victorioso del sepulcro. Es la esperanza que queda en nuestro corazón tras la contemplación de la cruz de cristo y de la celebración de su muerte.
‘¿A quién buscáis?’ ¿A quién buscamos? ‘A Jesús Nazareno’, el crucificado, el que en la mañana del domingo ya no encontraremos en el sepulcro porque ha resucitado, como le dirán los ángeles a las mujeres que irán muy de mañana al sepulcro. Porque es el Señor. Porque es el Hijo de Dios . Porque es nuestra vida y salvación.

jueves, 9 de abril de 2009

El signo (sacramento) del amor más grande


Ex. 12, 1-8.11-14; Sal. 115; 1Cor. 11, 23-26; Jn. 13, 1-15

Hay momentos que se viven con una especial intensidad, en los que se manifiestan los sentimientos más profundos del corazón y donde sale a flote aquello que llevamos en lo más profundo de nuestra vida y que ha sido como el motor, la motivación más honda de nuestro actuar y nuestro existir. Son momentos de entrega sin límites, donde nada se reserva uno para sí mismo, sino que todo es la donación más grande e intensa de nuestro ser.
Así podemos ver y palpar hoy lo que sucedía en aquella especial cena pascual en aquella memorable tarde de Jerusalén. Momentos de mucha intensidad, de mucho amor. ‘He deseado enormemente comer esta pascua con vosotros’, les dice Jesús según nos cuenta san Lucas, ‘porque les aseguro que ya no la volveré a celebrar hasta que sea la nueva y eterna Pascua en el Reino de Dios’.
Y así era. Comenzaba una nueva Pascua. La definitiva y eterna. El Reino nuevo anunciado por Jesús llegaba a su momento culminante con la entrega de Jesús. Por eso sucedieron tantas cosas en aquella cena pascual. No era ya la celebración de la pascua de la salida y liberación de Egipto, aunque ese era el rito en medio del cual se estaba celebrando aquella cena. Algo nuevo estaba comenzando. Había llegado la Hora. La hora del amor, la hora de la entrega sin límites. ‘Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…’
Era el día del amor y parecía que había prisa para manifestar todo lo que era ese amor. Los gestos y los signos se van sucediendo. Todo era una manifestación de amor. Un amor que quedaba allí palpable y visible de muchas formas para que nosotros aprendiéramos a amar, para que nosotros comenzáramos a amar de la misma manera. Será el amor que es nuestro distintivo: ‘en eso conocerán que sois discípulos míos’, había dicho Jesús. Será el amor nuevo que tiene que expresar nuestra fe y nuestra entrega. Será el amor nuevo que manifiesta que nosotros hemos entrado ya de una vez para siempre en la órbita del Reino eterno de Dios. Es el amor de la Alianza nueva y eterna del Cuerpo entregado y de la Sangre derramada.
Se quita el manto y se ciñe la toalla, Jesús comienza a lavar los pies de los discípulos. Asombro, sorpresa. El Maestro está a los pies de los discípulos en el oficio de los esclavos, lavar los pies a los huéspedes e invitados que se sientan a la mesa. ‘No me lavarás los pies tú a mí’ porque tú no eres mi esclavo sino el Maestro y el Señor, se atreve a oponerse Pedro. ‘No tendrás parte conmigo… ya lo entenderás más tarde’, le dice Jesús.
‘¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?’ ¿recordáis lo que os decía cuando os peleabais por los primeros puestos? ‘Si yo el Maestro y el Señor – así me llamáis, ¿no? – os he lavado los pies…’ ya sabéis lo que tenéis que hacer, ‘tambien vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros’.
Es una forma concreta y hasta plástica de decirnos y enseñarnos cuál sería su principal mandamiento, tan principal que sería nuestro distintivo: ‘Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado’.
Es el día del amor. Esto no ha hecho sino comenzar. Llegará a su plenitud cuando mañana le veamos en lo alto de la cruz. Pero antes quiere dejarnos el gran signo de su entrega, sacramento de su presencia y de su redención para siempre, sacramento que es vida para nosotros y que alimentará nuestra fe, y que tenemos que repetir en memoria suya a través de los siglos, que será el memorial permanente de su pasión, muerte y resurrección.
Nos lo cuenta hoy san Pablo como una tradición que él a su vez también ha recibido. ‘En la noche en que lo iban a entregar…' Dentro de poco en Getssemaní se iba a consumar esa entrega. Pero El quiere decirnos que no lo entregan sino que El se entrega. Nos dará su Pan que es su Cuerpo entregado. Nos dará la Copa que será la Copa de la Alianza nueva y eterna en su Sangre derramada. ‘Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros… éste es el Cáliz de la Nueva Alianza sellada con mi Sangre… cada vez que lo comáis… cada vez que lo bebáis, hacedlo en memoria mía’. Por eso, cada vez que comemos de este Pan y bebemos de este Cáliz anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva.
Es el día del amor, de la entrega, de la Eucaristía, del Sacerdocio de la Nueva Alianza. Son momentos de especial intensidad para nosotros también. Cristo está aquí en medio nuestro en su entrega y en su amor. Es el memorial de nuestra redención. Aquí se está actualizando, haciendo presente en esta tarde todo el Misterio de la Redención de Cristo.
Aquí estamos sintiéndonos nosotros también rebosantes de amor. Nos contagiamos de su amor. Nos dejamos empapar e inundar por su amor. Queremos también nosotros comenzar a amar con un amor nuevo. No perdamos la intensidad de lo que estamos viviendo y que crezca más y más nuestro amor.
El Sacerdote se postrará en el suelo para repetir el gesto de Jesús de lavar los pies. Es Cristo mismo que está entre nosotros. No es sólo el sacerdote, somos nosotros, todos, los que tenemos también que abajarnos, postrarnos para comenzar a amar con un amor como el de Jesús. Es nuestro compromiso de amor nuevo. Es lo que tiene que ser nuestra vida de ahora en adelante. Tenemos tanta oportunidad de hacerlo cada día. No nos quedemos sentados e insensibles ante el hermano que pasa a nuestro lado. Ciñámonos también la toalla del servicio y del amor. Jesús nos ha dado ejemplo. ¿Qué vamos a hacer nosotros?

miércoles, 8 de abril de 2009

Decir al abatido una palabra de aliento

Is. 50, 4-9
Sal. 68
Mt. 26, 14-25
‘El Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decirle al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados…’
Dios capacita al siervo de Yavé para su misión de consolador de los afligidos. Saber escuchar y saber decir una palabra de aliento. Una hermosa sabiduría. Repartir esperanza, ser consuelo para los que sufren, tener la palabra de ánimo oportuna, saber hacernos todo oídos para el que sufre… hermosa tarea. Hermoso corazón.
No es fácil a veces aprender esta sabiduría. Por eso habla de iniciado, de los que están entrenados para saber escuchar, para saber decir la palabra sabia, consoladora y oportuna en cada momento. Decíamos antes hermoso corazón el de quien sabe hacerlo. Sólo sabrán hacerlo los que tienen un gran corazón, un corazón compasivo y misericordioso, un corazón hecho de amor.
¿Quién mejor puede consolar al afligido que aquel que ha padecido en su carne esos mismos sufrimientos? El que sabe lo que es el dolor y el sufrimiento, porque lo ha pasado en su carne, en su vida es el que mejor preparado está para consolar, para escuchar, para dar esperanza. Quien en su sufrimiento se ha visto consolado, ha aprendido también la lección para aprender a su vez a consolar al otro.
Cristo es el Pontífice compasivo y fiel, porque, dice la Escritura, aprendió, sufriendo, a obedecer. Cargó sobre sí nuestros crímenes y pecados que lo hicieron pasar por el sufrimiento de la pasión, de la cruz y de la muerte. Es el que mejor puede consolarnos, animarnos, decirnos una palabra de vida y llenarnos de vida.
Nos lo dice el cántico del siervo de Yavé proclamado hoy que es una hermosa descripción de la pasión de Cristo. ‘El Señor Dios me ha abierto el oído y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos…’ ¿No es eso una descripción de la pasión tal como luego nos la narrarían los evangelistas?
Lo anunciado por el profeta refiriéndose al siervo de Yavé lo vemos totalmente realizado y cumplido en Cristo. También nos lo describe el salmo 68 y otros salmos. Es el maldito que nadie quiere reconocer. ‘Soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre… las afrentas con te afrentan caen sobre mí… me destroza el corazón y desfallezco… en mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre…’
Es lo que contemplamos en la pasión de Cristo. El que mojaba en el mismo plato con El sería quien le traicionaría por treinta monedas; más tarde los discípulos lo abandonaron y huyeron; Pedro le niega en el patio del pontífice; los que le habían aclamado con hosannas, ahora gritarán crucifícale; se reparten y echan a suerte su túnica los soldados que le crucifican; ante sus gritos en la cruz le acercaron un hisopo empapado en vinagre… Podríamos seguir recogiendo y recordando distintos momentos de su pasión.
Pero vuelve a aparecer la confianza en el Señor. ‘Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado… tengo cerca de mi abogado… mi Señor me ayuda ¿quién probará que soy culpable?...’ decía el profeta. ‘El Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos…’, rezamos también con el salmo.
Le contemplamos en la cruz, en su pasión, pero le veremos triunfa y vencedor en la resurrección. Es el Señor.

martes, 7 de abril de 2009

Mi salario lo tenía mi Dios

Is. 49, 1-6
Sal. 70
Jn. 13, 211-33.36-38

La profecía de Isaías que sigue presentando al Siervo de Yavé nos habla de la misión del propio profeta, mientras nos hace al mismo tiempo el anuncio mesiánico de Jesús como nuestro Salvador, pero nos señala también la misión que Dios nos ha encomendado.
Estaba en el vientre materno y el Señor me llamó en las entrañas maternas y pronunció mi nombre…’, hemos escuchado. Es el Señor el que llama. La misión del profeta no la asume por sí mismo sino por esa llamada del Señor. Algo que vemos repetido en los profetas y muchas veces casi con estas mismas palabras.
Recordamos la respuesta del profeta Amós cuando era rechazado por el sacerdote del santuario real de Betel y le mandaba que fuera a profetizar a otro sitio porque no le agradaba lo que le decía el profeta. ‘Yo solamente era pastor de vacas y cultivador de higos pero el Señor me llamó y me encargó que hablara a Israel’.
No siempre le fue fácil el cumplimiento de su misión al profeta y hay momentos en que siente la soledad en el cumplimiento de su misión. ‘En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas, pero en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios’.
Por encima de todo desaliento está la confianza en el Señor. El es nuestra fortaleza. Por eso seguirá siendo fiel a su misión. ‘Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo para que le trajera a Jacob, para que le reuniera a Israel; tanto me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza…’
Pero decíamos que la profecía es anuncio mesiánico que vemos realizado y cumplido en Cristo. Así lo anunció el ángel a María antes de su concepción dándole el nombre de ‘Jesús, porque el salvará al pueblo de sus pecados’. Es la misión y la obra de Jesús. Es la redención que le estamos contemplando realizar en las celebraciones de estos días. Fue todo su camino en el evangelio y es por lo que ahora le vemos en lo más alto de la cruz.
También dirá, en el mismo sentido del profeta que hemos comentado, ‘Padre que pase de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya… que para esto he venido, para hacer tu voluntad…’ Pero no faltará también el grito desgarrador de la Cruz: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ Pero bien sabemos que terminará poniendo su vida en las manos del Padre. ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’.
Pero decíamos también que es la misión que Dios nos ha encomendado. Todos tenemos una vocación. Todos hemos sido llamados ya desde el seno de nuestra madre, como decía el profeta, a una vocación y a una misión. Y allí donde estamos nos toca también dar nuestro testimonio. Claro que sentimos igualmente la tentación del cansancio y del desánimo, como le sucedía al profeta, como la pasó Jesús en Getsemaní, y muchas veces queremos tirar la toalla para abandonar, porque nos supera muchas veces la misión y nos falta la fuerza. Pero el Señor es nuestra fuerza y nuestro premio, como decía el profeta.

lunes, 6 de abril de 2009

Sobre El he puesto mi Espíritu para que traiga el derecho a las naciones

Is. 42, 1-7
Sal. 26
Jn. 12, 1-11

En esta semana se pasión en las diversas celebraciones escuchamos los llamados cantos del Siervo de Yavé. Así fue la primera lectura del domingo que se repetirá en parte el miércoles santo, y también la primera del lunes y martes santo, como la que vamos a escuchar el viernes santo. Nos vamos a referir en el comentario de manera especial en estos días a estos cánticos del siervo de Yavé.
Esa expresión del siervo de Yavé que puede referirse en una primera lectura al propio pueblo de Dios escogido y amado de Dios, pero que tiene connotaciones mesiánicas y sobre todo en referencia en muchos de sus textos con la pasión de Jesús.
‘Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero… sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones…’ hemos escuchado hoy. Si recordamos bien hay una referencia clara al texto también de Isaías que Jesús leyó en su aparición pública en la sinagoga de Nazaret. ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque El me ha ungido y me ha enviado…’ escuchamos en aquella ocasión. El ungido del Señor, Mesías de Dios, que estaba lleno del Espíritu del Señor.
Pero también podemos recordar por una parte la teofanía del Bautismo de Jesús en el Jordán, de la misma manera que la del Tabor. En una y otra se escuchó la voz del Padre que desde el cielo le señalaba: ‘Este es mi Hijo amado, mi predilecto…’
Es el Ungido del Espíritu – el evangelio nos ha hablado también de la unción de Betania, que como dice Jesús se ha adelantado a la unción para la sepultura – que es enviado como mensajero de paz y de justicia. ‘Sobre él he puesto mi espíritu para que traiga el derecho a las naciones…’ Pero también anunciaba el profeta: ‘No gritará, no clamará, no voceará por las calles… hará implantar el derecho en la tierra y sus leyes que esperan las islas…’ Clara referencia a su mensaje de paz y de justicia.
Traer el derecho significa también traernos la revelación de Dios y la salvación. El viene a anunciarnos el camino del amor como la única ley para nuestra vida. ‘Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado…’ nos dejará dicho Jesús en la última cena.
Es el siervo de Yavé que se presenta humilde y pobre, lleno de mansedumbre y de humildad. Por eso nos dirá Jesús en el evangelio: ‘Venid a mí todos los cansados y agobiados y encontraréis vuestro descanso; aprended de mí que soy manso y humilde de corazón…’ Viene en la mansedumbre y en la humildad pero viene con la firmeza del que se sabe enviado del Padre para señalarnos el único camino que nos lleva a la vida y a la salvación.
Se manifiesta en el amor y es una alianza de amor la que quiere establecer. ‘Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado y te he hecho, alianza de un pueblo, luz de las naciones…’¿No ha venido El ha establecer la nueva y definitiva Alianza en su sangre? ‘Esta es mi sangre derramada por vosotros’, nos dirá en la institución de la Eucaristía. ‘Sangre de la Alianza nueva y eterna…’
Es así como lo vamos a contemplar en estos días de pasión. Lo contemplaremos en su pasión y en su muerte en la cruz, en su entrega hasta derramar su sangre, hasta darnos vida, para hacer la alianza nueva, para establecer el nuevo pueblo de Dios, el pueblo de la Nueva Alianza.
Muchas son las señales que hemos ido descubriendo a través de todo el evangelio de ese nuevo pueblo liberado y lleno de luz que quiere constituir. Los milagros que hace son signos y señales de lo que en verdad quiere hacer con nosotros como son señales que nos da de que El es nuestro único Salvador, el único Mesías que habíamos de esperar. ‘Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, a los pobres se les anuncia la Buena Noticia…’ les dice a los enviados de Juan. ‘Te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones… para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas…’ Que tendríamos que recordar el año de gracia del Señor, que El anuncia en la sinagoga de Nazaret.
Ese siervo de Yavé es Jesús nuestro salvador, a quien vamos a contemplar derramando su sangre, entregando su vida, amándonos hasta el final.

domingo, 5 de abril de 2009

Ha llegado la hora, celebremos nuestra redención


Mc. 11, 1-10;

Is. 50, 4-7;

Sal. 21;

Fil. 2, 6-11;

Mc. 26, 14-27, 66

‘Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Hosanna en el cielo!’
Con esas aclamaciones comenzamos hoy la celebración y todos terminaremos proclamando ‘Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre’. Creo que este pensamiento bien podría ayudarnos a centrar el verdadero sentido de todas las celebraciones que vamos a tener estos días.
Pero ¿cuándo vamos a proclamar que Jesús es el Señor? Cuando lo hayamos visto pasar por su pasión y muerte y contemplemos la gloria de la resurrección.
Lo que estamos haciendo podemos decir que es como un anticipo si no fuera porque nuestra fe nos dice que cada vez que celebramos la Eucaristía anunciamos la muerte y proclamamos la resurrección del Señor, porque en ella siempre hacemos memorial de la Pascua del Señor. Y ya sabemos que cuando decimos memorial no decimos simple memoria, porque es algo mucho más hondo. Es memoria y es presencia. Es el actuar de Dios aquí y ahora en nuestra vida, porque en la celebración se hace presente todo el misterio de Cristo, toda su salvación.
Pero, aún así, podemos decir que en cierto modo es anticipo porque la celebración del domingo de Ramos, con la que iniciamos todas las celebraciones de la Semana Santa y del Triduo Pascual sobre todo, une la entrada triunfal y mesiánica de Jesús en Jerusalén aclamado por el pueblo, con la pasión del Señor que hemos escuchada proclamada en el Evangelio y celebrado en la Eucaristía.
Están los hosannas y las aclamaciones, con ese sentido mesiánico que en aquella entrada de Jesús en Jerusalén, montado en un borrico, alfombrado el suelo con los mantos y de las ramas de los árboles – lo había anunciado el profeta –; ahí están los gritos de los niños y de los grandes reconociéndolo como el que venía en nombre del Señor a instaurar el Reino nuevo de Dios y a realizar plenamente su obra redentora.
El reino de Dios anunciado por Jesús desde el principio de su actuación apostólica – convertíos, se acerca el Reino de Dios, creed en la Buena Noticia del Evangelio – explicado y significado en la predicación y en el actuar de Jesús a través de todo el evangelio, y ahora instaurado e inaugurado en la pasión y la muerte de Jesús. ‘Bendito el Reino que llega’, gritaban a su entrada en Jerusalén. No eran quizá conscientes del todo de lo que estaban expresando pero sí era algo que se estaba haciendo palpable en la pasión y la muerte de Jesús. Y ya lo hemos repetido la mayor manifestación de la gloria de Dios la tenemos en la pasión y la muerte de Jesús.
Hemos contemplado en la proclamación de la pasión, al que se rebaja, toma la condición de esclavo, se hace el último porque El es en verdad el Señor. Como nos lo había enseñado. Lo contemplamos en su pasión y su muerte, lo contemplamos en su entrega de amor. Es lo que día a día iremos contemplando en esta semana de pasión. Es el Misterio de amor del que vamos a irnos empapando en la vivencia de nuestras celebraciones.
Será necesario, sí, que nos detengamos a contemplar y meditar la pasión del Señor en momentos de oración personal, en la participación en las celebraciones, en las imágenes sagradas que contemplaremos en las procesiones de cada día, donde no podemos sentirnos nunca como meros espectadores sino que sean siempre un medio para contemplar y meditar el misterio del amor de Dios que se nos manifiesta.
Todo tiene que hacernos crecer en el amor. Estas celebraciones alimentan nuestra fe para que sea cada día más viva en nuestra vida. Todo nos conduce a vivir ese camino de santidad que Dios nos pide. Por eso, tenemos que arrancar de una auténtica conversión del corazón; vaciarnos de nosotros mismos y de nuestro pecado para dejarnos inundar de la gracia del Señor. Cristo llega con su salvación, su perdón, su gracia, su vida. Cristo nos quiere santos y es a lo que tenemos que sentirnos comprometidos cada vez más. Cuando lleguemos a celebrar y cantar a Cristo resucitado en el día de la Pascua, lo hagamos porque nos sintamos cada vez más impulsados a seguir ese camino de gracia y santidad.
Vamos, pues, a meternos de lleno en la celebración de la Pascua, de todo el misterio Pascual de Cristo.
‘Ha llegado la hora, ya está aquí’, dijo Jesús en Getsemaní cuando comenzaba la pasión con el prendimiento. Ha llegado la hora tenemos que decir nosotros y no podemos desaprovechar esta hora de gracia que el Señor nos concede cuando un año más celebramos la Semana Santa. Entremos de lleno en la celebración del Misterio de Cristo.