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sábado, 16 de mayo de 2009

Miramos a lo alto y no nos importan las piedras del camino

Hechos, 16, 1-10
Sal. 99
Jn. 15, 18-21


Cuando miramos a lo alto, porque allí tenemos la meta, no nos importan las piedras que encontremos en el camino. La meta nos eleva y nos da alas para superar todas las dificultades.
En la antífona del Aleluya al evangelio hemos escuchado palabras de san Pablo que nos decían: ‘buscad los bienes de allá arriba…’ Es que ya nosotros somos distintos, porque ‘hemos resucitado con Cristo’. No nos podemos quedar a ras de tierra, aunque caminemos con los pies sobre la tierra. Nuestro corazón y nuestra mente están puestos en lo alto. Allí ‘donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios’.
Habrá piedras en el camino, como habrá dificultades, trabajos, o incluso odio en contra nuestra. Pero nos sentimos seguros. Con nosotros está Cristo. El nos ha dejado su Espíritu. Y el Espíritu de Jesús nos guía, nos da fuerza, está a nuestro lado como luz en nuestro camino.
En la Palabra proclamada en este sábado vemos en la primera lectura cómo Pablo se deja conducir por el Espíritu allí donde el Señor quiere llevarle. Estamos escuchando ya el relato de su segundo viaje apostólico. Vuelva Pablo por algunas de aquellas comunidades que había dejado constituidas en su primer viaje, Iconio, Derbe, Listra. Pero será el Espíritu el que le vaya guiando, unas veces incluso impidiéndole que vaya a algunos lugares donde pesaba ir y otra señalándole nuevos caminos. ‘Como el Espíritu Santo les impidió anunciar la palabra en la provincia de Asia, atravesaron Frigia y Galacia… intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu no se los consintió… bajaron a Troas’. Allí Pablo tendrá una visión invitándole a ir a Macedonia, salta de Asia a Europa. Lo seguiremos escuchando en los próximos días.
En el evangelio está el anuncio que Jesús les hace a los discípulos de esas dificultades con las que se van a encontrar. Pero el ejemplo de Jesús nos estimula y nos da fuerza. ‘Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros…’ Jesús ha sido signo de contradicción, como anunciara el anciano Simeón en la presentación de Jesús en el Templo, y nosotros igualmente hemos de ser signos de contradicción en medio del mundo.
No nos van a entender. Querrán acallar nuestra voz. Nos rechazarán o querrán incluso ridiculizarnos. Ha sido lo que la Iglesia, los cristianos hemos vivido a través de todos los tiempos y también vivimos hoy. Y es que nosotros no nos podemos dejar arrastrar por la corriente del mundo. Tenemos una fe y esa fe hemos de proclamar. Creemos en Jesús y no nos podemos avergonzar. Hay unos principios para nuestra vida que dimanan del evangelio y a ello hemos de ser fieles. Nadaremos a contracorriente porque el mundo piensa de otra manera, pero nos hemos de sentir seguros en nuestro caminar.
Cuantos nos dicen que la iglesia tiene que adaptarse a los tiempos modernos, pero lo que nos están queriendo decir es que tendríamos que renunciar a cosas que son fundamentales en nuestra fe y en el espíritu del Evangelio. Y en eso no nos podemos adaptar. Seremos una voz discordante y por eso querrán quitarnos el derecho a que podamos hablar y expresar lo que es nuestro sentido de la vida. Hoy todos se creen con derecho a trazar las líneas de la moralidad de la vida y a la Iglesia no se le quiere permitir que proclame sus principios. Cosas así escuchamos cada día en los noticieros de televisión o de la radio.
‘Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándonos del mundo, por eso el mundo os odia’, nos dice hoy Jesús en el evangelio. Caminamos en este mundo, pero nuestras metas, nuestros ideales, nuestros principios, nuestro sentido de la vida y el estilo de caminar no es el del mundo, sino el de Jesús. Y a eso tenemos que ser fieles.
No importan las piedras que nos pongan para hacernos tropezar, porque nuestra meta esta alta y no nos arrastramos a ras del suelo. Y con nosotros está el Espíritu del Señor que es nuestra fuerza y nuestra vida.

viernes, 15 de mayo de 2009

Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…

Hechos, 15, 22-31
Sal. 56
Jn. 15, 12-17

Una cosa hermosa que vamos viendo en el libro de los Hechos de los Apóstoles que vamos leyendo en este tiempo de Pascua es que vamos conociendo cómo es la vida de las primeras comunidades cristianas con sus logros y con sus problemas y cómo iban viviendo y expresando su fe en toda situación. Nos vale como un estímulo para nuestro caminar cristiano, además del ejemplo que podemos tomar para nuestra propia vida.
La Iglesia había ido creciendo y extendiéndose por todas partes y con la predicación de los Apóstoles el Evangelio se había ido anunciando también a los pueblos gentiles que habían abrazado así la fe. Surgen problemas que poco a poco se van solucionando, por ejemplo, de cómo acoger a los que provenían del mundo pagano y si era necesario hacerles pasar previamente por los ritos de incorporación y pertenencia al judaísmo.
Ante esos problemas Pablo y Bernabé suben de Antioquia a Jerusalén y allí la comunidad se reúne. Es el texto que hubiéramos leído ayer y que no hicimos al celebrar la fiesta del apóstol san Matías. Esa reunión de la comunidad, los apóstoles y los miembros de la comunidad de Jerusalén es lo que solemos llamar el primer concilio de Jerusalén. Se dialoga y se discute algunas veces incluso de forma apasionada porque hay distintas posturas, pero sienten la fuerza y la presencia del Espíritu Santo que les llena de paz, incluso esos momentos difíciles y de tensión y les conduce a una solución.
Es hermoso el mensaje que terminada la reunión envían a las otras comunidades. ‘Los apóstoles y presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir a algunos de ellos y mandarlos a Antioquia con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barsabá y a Silas, miembros eminentes de la comunidad…
Y hermosa es la fórmula empleada para señalar las decisiones tomadas: ‘Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…’ Los hombres discuten y tratan de llegar a un acuerdo de solución, pero el Espíritu Santo que está dentro de nosotros, en nuestro corazón, decide. Y se dejan conducir por el Espíritu Santo. De manera que las decisiones sienten que son obra del Espíritu Santo que obra en ellos.
Ojalá nosotros hoy tuviéramos tan clara la presencia del Espíritu Santo en el actuar en nuestra vida personal, en nuestros grupos, en nuestras comunidades y en lo que es la vida de toda la Iglesia.
Pareciera algunas veces que no creyéramos en la acción del Espíritu Santo que está guiando y fortaleciendo tanto nuestra vida como a la Iglesia. No sabemos a veces aceptar las decisiones de la Iglesia. Algunas veces la miramos como si se tratara de un simple organismo humano que se rige solo por leyes humanas y hablamos de nuestros pastores viendo en ellos más tendencias de uno u otro bando como si fueran simplemente seguidores de ideologías políticas o a la manera de cómo se actúa en el ámbito civil y político.
Tenemos que aceptar un sano pluralismo en la forma de ver las cosas, pero sabiendo descubrir que detrás de todo está el Espíritu Santo que es el que en verdad nos guía, contando sí con esos medios humanos que somos nosotros también con sus limitaciones y debilidades. Creo que nos da una hermosa lección este texto del libro de los Hechos que estamos escuchando en estos días.

jueves, 14 de mayo de 2009

Pequeñas y humildes semillas testigos de fe y de amor

fiesta de san Matías
Hechos, 1, 15-17.20-26
Sal. 112
Jn. Jn. 15, 9-17


‘No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure…’ Ya no nos llama siervos sino que nos llama amigos porque nos lo ha dado todo a conocer. Somos sus amigos elegidos y amados del Señor. Y se espera de nosotros fruto y fruto abundante, fruto que dure para siempre.
Este texto que por diversas circunstancias este año vamos a escuchar varias veces, porque lo escucharemos mañana viernes y será de nuevo proclamado el sexto domingo de Pascua, la liturgia nos lo presenta en este día de la fiesta del apóstol San Matías, por referencia a su elección.
El colegio apostólico estaba formado por los doce apóstoles que el Señor escogió y envió. Había fallado Judas en su traición y ahora es necesario por así decirlo cubrir el hueco. La pequeña comunidad de los discípulos está reunida. En el Cenáculo están los once apóstoles y muchos discípulos con María, la Madre de Jesús y otras mujeres en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús. Lucas nos dice que serían unas ciento veinte personas.
Pedro, a quien Jesús había confiado el primado en el colegio apostólico, toma la Palabra para proceder a la elección. Y les da lo que serían las pautas para su elección. Primero está la actitud de oración y escucha al Señor en la que se encuentran reunidos. ‘Señor, tú penetras el corazón de todos; muéstranos a cual de los dos has elegido para que, en este servicio apostólico, ocupe el puesteo que dejó Judas…’
Pero será necesario algo más y es la fidelidad y el testimonio. ‘Hace falta, por tanto, que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús…’ Ha de ser un testigo, uno que haya conocido a Jesús, que pueda vivir la fidelidad a la palabra de Jesús y pueda proclamarse como testigo de la resurrección del Señor.
Habían sido propuestos dos. ‘José, apellidado Barsabá, de sobrenombre Justo,y Matías’. Fue elegido Matías y entró en el grupo de los Doce, del Colegio Apostólico. No vuelve a nombrarse a Matías en todo el Nuevo Testamento, y las historia prácticamente lo desconoce en sus tradiciones. Recogía las características necesarias y fue un testigo que dio testimonio de Jesús hasta su muerte. Ese silencio de su vida también es una lección para nosotros.
En la oración litúrgica de este día hemos pedido al Señor ‘que podamos alegrarnos de tu predilección al ser contados entre tus elegidos’. Somos elegidos y amados del Señor con un amor de predilección. Esto siempre tiene que producir en nosotros un gozo y una alegría honda. Hemos de saber agradecerlo al Señor y vivir en correspondencia a ese amor y a esa predilección.
Somos quizá unas personas anónimas y que no sobresalimos por nada en especial. Pero tenemos aún así que sentirnos privilegiados con ese amor del Señor. También somos amados de Dios y sin especiales resplandores en nuestra vida, pero también tenemos que dar nuestro testimonio, el testimonio de nuestra fe. Pasamos desapercibidos, no destacamos por especiales cosas, el lugar que ocupamos en la vida quizá sea gris y oscuro, pero aún así tenemos que manifestarnos como testigos.
No todos en la vida hacemos cosas extraordinarias, pero todos contamos con el amor del Señor. Hoy celebramos a Matías, del que la historia incluso nada nos dice, pero era un Apóstol del Señor, elegido y amado de Dios para formar parte del grupo de los Doce. No nos pedirá el Señor cosas extraordinarias ni seremos recordados por la historia, pero sí que en esas pequeñas cosas de todos los días manifestemos nuestra fe, nos presentemos como testigos, las vivamos con el más profundo amor. Somos pequeñas semillas que hemos de ir sembrando por la vida la fe y el amor del Señor, pero de esas pequeñas semillas Dios hará brotar cosas grandes. Demos ese testimonio pequeño, humilde, sencillo de nuestra fe y de nuestro amor.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Viña del Señor, Reino de Dios y Vid verdadera

Viña del Señor, Reino de Dios y Vid verdadera
Hechos, 15, 1-6
Sal. 121
Jn. 15, 1-8

La imagen de la viña es una imagen repetida que nos aparece tanto en el Antiguo Testamento, en los profetas, como en los Evangelios. Es una imagen del pueblo de Israel, del Reino de Dios, y de Cristo mismo que hoy se proclama ‘yo soy la vid, vosotros los sarmientos…’ texto que escuchamos también el pasado quinto domingo de Pascua.
El profeta Isaías nos hablará del canto de amor a su viña. Una viña cuidada de la que se esperaba buenas uvas pero que dio agrazones. ‘Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado…’ y nos describe el profeta todo lo que hizo Dios por su viña. ‘¿Qué más podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?’ se preguntaba el profeta en el nombre del Señor que tanto había cuidado a su pueblo.
En el mismo sentido habla el profeta Jeremías diciendo: ‘Yo te había plantado como una cepa fina…’ O el profeta que habla de ‘la parra plantada en tierra fértil que hundió sus raíces en canales de agua abundante y podía echar pámpanos, dar frutos y hacerse una parra hermosa’. Mientras en los salmos se habla de la viña traída de Egipto haciendo referencia como en todos los textos al pueblo de Israel.
Sin embargo en los evangelios sinópticos la comparación de la viña es con el Reino de Dios. Viña a la que están invitados a trabajar los obreros en las distintas horas del día, o viña preparada y cuidada, arrendada a unos labradores que han de rendir sus frutos pero que no lo hacen.
Sin embargo en el Evangelio de Juan, que hemos escuchado hoy, la imagen de la vid es para hacer referencia a Cristo. ‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos…’ Sarmientos que han de estar unidos a la vid, a la cepa, que es Cristo, para que podamos dar fruto y fruto abundante. En todos los textos de una forma o de otra está ese llamamiento a dar fruto, teniendo en cuenta sobre todo cuánto ha hecho el Señor por nosotros. Ahora en san Juan se insiste en la necesidad de nuestra unión total y profunda con Cristo para no ser sarmientos que se secan y no sirven sino para ser arrojados al fuego.
Sea en referencia a nuestra unión personal con Cristo, como sarmiento unido a la vid, o sea en referencia a ese pueblo de Dios o a ese Reino de Dios, se nos está pidiendo también nuestra unión y comunión con Cristo pero también con los demás que formamos ese pueblo de Dios, esa viña del Señor. No nos faltará nunca la gracia del Señor, la savia de la gracia que corra por las venas de nuestra vida, porque el Señor es fiel y siempre nos acompaña con su gracia, sea cual sea la respuesta que nosotros demos. Siempre hay una llamada y una invitación del Señor. ‘¿Qué más podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?’ Es lo que nos hará preguntarnos por cuánto estamos haciendo nosotros para mantener esa unión con el Señor, como los sarmientos a la vid.
Somos esa viña del Señor en donde Cristo será siempre nuestro centro. Sin El nada podemos hacer. Es la razón de nuestro vivir y por quien todo lo queremos hacer. Por eso de El nos alimentamos que se hace alimento y Pan de vida para nosotros, a El como Buen Pastor que nos guía le seguimos, a El como Palabra viva de Dios escuchamos, y en El nos sentimos todos unidos formando un solo cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, del que nos hablará san Pablo.

martes, 12 de mayo de 2009

La paz os dejo, mi paz os doy

Hechos, 14, 18-27
Sal. 144
Jn. 14, 27-31


Venir al encuentro con el Señor es venir a llenarnos de su paz. Jesús nos da la paz, su paz. ¡Cuántas veces lo escuchamos en el evangelio! Y nos da una paz que no tiene ninguna comparación con nada de lo que nosotros podamos imaginar o desear. Tenemos que descubrirla, sentirla y vivirla en lo más hondo de nuestro corazón, saborearla.
¡Cómo lo sentiría la mujer pecadora cuando Jesús le perdona sus muchos pecados y le dice ‘vete en paz, no peques más’!
O la mujer adúltera a la que todos condenan, pero a la que Jesús devuelve la dignidad perdida.
O Zaqueo cuando recibió a Jesús en su casa y en el descargó su conciencia que le abrumaba, renovó su vida para empezar un nuevo vivir y fue capaz de compartir todo lo que tenía con los demás.
¿No sentiría paz Nicodemo cuando habla aquella noche con Jesús, vislumbra la vida nueva que en Jesús comienza – Jesús le habla de un nuevo nacimiento -, y descubre todo lo que es el amor inmenso de Dios que nos entrega a su Hijo?
Por algo los ángeles cantaron la gloria para Dios, la paz para los hombres con el nacimiento de Jesús, porque comenzaba un mundo nuevo donde sería posible la paz. Será el saludo pascual de Cristo resucitado una y otra vez cuando viene al encuentro con los discípulos pero a los que confía el don de perdonar para sanar el corazón herido y muerto de los hombres. Y es la promesa que Jesús hace ahora cuando va a comenzar la pasión y los discípulos se sienten tan turbados.
‘Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde…’ que no os falte la paz en el corazón aunque sean duros los momentos que van a venir, les dice a los discípulos en la última cena, como acabamos de escuchar. ‘La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo’. Es la paz que sabe darnos Jesús.
Cuando ahora en la mañana estamos iniciando el día, en nuestra mente están cuántas cosas tenemos que hacer hoy, preocupaciones, trabajos, problemas, tareas de todo tipo que en este ritmo vertiginoso de la vida que vivimos, parece que se nos hiciera corto el tiempo para tantas cosas que tenemos que hacer. Es hermoso este momento de paz que tenemos en nuestra oración de la mañana, nuestro cántico de la alabanza del Señor y nuestra celebración de la Eucaristía. Muchas veces decimos que es un cargar las baterías. Cómo nos sentimos reconfortados en el Señor.
Llenémonos de la paz del Señor. Que no nos sintamos agobiados por nuestra tarea. El Señor está con nosotros ahora y en cada momento de nuestro día. Que tampoco perdamos la paz por lo que es nuestra vida, tantas son nuestras limitaciones, nuestras debilidades, y tantos pecados, porque en la presencia del Señor nos sentimos siempre manchados, y pecadores. Se nos regala su gracia, su vida, su perdón. En El nos sentimos amados y perdonas; en El sentimos ese ánimo para nuestra tarea diaria, para nuestro caminar.
Es un gozo creer en el Señor que tan cerca quiere estar de nuestra vida, y de qué manera nos llena de su amor. Alabemos al Señor. Bendigamos al Señor. Sepamos dar gracias por el regalo de su paz.

lunes, 11 de mayo de 2009

No a nosotros, Señor, sino a tu nombre da la gloria

Hechos, 14, 5-17
Sal. 113
Jn. 14, 21-26


Es totalmente humano y justo que seamos reconocidos e incluso que se nos pueda mostrar agradecimiento por aquello bueno que hacemos. Todo ser humano necesita ser valorado y tenido en cuenta. Y es la actitud que a la recíproca uno ha de saber tener siempre para con los demás. Valorar lo que hacen, reconocer lo bueno que tienen en su vida, tener en cuentas sus cualidades y valores.
No es que en ese reconociendo vayamos buscando medallas y aplausos, porque eso sería vanagloria. Pero sí hemos de pensar en la responsabilidad que significa para uno esos valores que Dios ha puesto en nuestra vida. Y como nos enseña Jesús en tantos lugares del evangelio, no pueden ser enterrados, sino todo lo contrario ponerlos en juego, desarrollarlos, porque además son siempre en beneficio de los demás y no sólo de aquel que posee dichos valores. Lo que sí tenemos que evitar es ponernos sobre pedestales y buscar glorias humanas que siempre pasan.
Hoy en el salmo con el responsorio hemos repetido: ‘No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria’. La gloria para el Señor. Lo que nos proponía san Ignacio de Loyola ‘ad maiorem Dei gloriam… todo para la mayor gloria del Señor’. Gloria al Señor porque lo que somos o lo que podemos hacer se lo debemos a El. Gloria para el Señor, porque todo lo que hacemos, toda nuestra vida ha de ser una alabanza al Señor.
El salmo se hace eco de lo escuchado en el texto de los Hechos de los Apóstoles. (Quería decir a los que leen estas reflexiones en ‘la semilla de cada día - http://la-semilla-de-cada-dia.blogspot.com/ -’, que es conveniente leer previamente a la reflexión que os ofrezco, los texto de la Escritura citados, que son los propios de la Eucaristía del día, porque estas reflexiones no hacen sino comentar dichos textos, fijándonos en alguno de los aspectos que nos puede sugerir la Palabra del Señor).
Seguimos en los Hechos de los Apóstoles haciendo el recorrido del primer viaje apostólico de san Pablo. Tuvo dificultades en Antioquia de Pisidia y en Iconio, a pesar de las perspectivas halagadoras de la acogida en un principio. Vemos ahora que en Iconio trataron incluso de apedrear a Pablo y Bernabé. Es así como llegan a la región de Licaonia y hoy los vemos en Listra.
‘Había en Listra un hombre lisiado y cojo de nacimiento, que nunca había podido andar y estaba siempre sentado… escuchaba las palabras de Pablo’. Pablo lo cura y le manda levantarse de su invalidez; ‘Levántate y ponte derecho’. Y el hombre se curó. La gente admirada por el suceso creen ver a los dioses en forma humana entre ellos y hasta quieren ofrecerles sacrificios, cual si fueran dioses. Ya sabemos cómo en el mundo pagano, griego y romano, había muchos dioses, dioses para todo: el amor, la guerra, el vino, el mar, las tempestades, etc… No era extraño que ahora los vieran a ellos con el poder de curar al lisiado, como si fueran unos dioses. ‘El gentío exclamó en lengua de Licaonia: Dios en figura de hombres han bajado a visitarnos’.
¿Podían haber aprovechado aquel éxito y fama en provecho propio? Eran grandes los honores al considerarlos dioses en figura humana. Se hubieran convertido en unos ídolos más. La gloria quieren que sea para el Señor. ‘Nosotros somos mortales igual que vosotros…’ Sí aprovechan la ocasión para proclamar la Buena Noticia de Jesús. Invitan a abandonar aquellos ídolos y dioses y a creer en el Dios que hizo cielo y tierra. Es el nombre del Señor todopoderoso al que hay que glorificar. Hermosa lección.

Brevemente apuntar algo de lo que nos dice el evangelio que necesitaría una reflexión más amplia. Cómo tenemos que sentirnos amados de Dios. Y cómo ese amor de Dios en nosotros hará que el mismo Dios venga a habitar dentro de nosotros. ‘El que sabe mis mandamientos y los guarda, ese me ama, y al que me ama lo amará mi Padre y lo amaré yo, y me mostraré a él… y vendremos a él y haremos morada en él…’ Dios que nos ama y quiere morar en nosotros.
Terminará Jesús anunciándonos la venida del Espíritu Santo. Nos vamos acercando ya a la fiesta de Pentecostés e iremos escuchando textos en los que Jesús nos anuncia que nos enviará un Defensor, el Paráclito, el Espíritu de la verdad ‘que enviará el Padre en mi nombre, que será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’.

domingo, 10 de mayo de 2009

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos...

Hechos, 9, 26-31;

Sal.21;

1Jn. 3, 18-24;

Jn. 15, 1-8


Vivo en una zona de muchos viñedos que produce ricos caldos y afamados vinos de gran calidad. Yo no soy agricultor, como se puede suponer, pero sí hijo de agricultores y observando lo que vi hacer a mi padre y lo que uno ve hacer alrededor puede aprender muchas lecciones y - ¿por qué no? - comprender mejor lo que hoy Jesús nos dice en el Evangelio. Nos habla Jesús de la vid, de los sarmientos, de la poda y también de los frutos.
Contempla uno terrenos bien cultivados y trabajados con viñedos a los que el agricultor dedica mucho trabajo y esfuerzo para obtener al final de la temporada abundantes cosechas. ¡Cuántos trabajos hay que realizar! Pero junto a esos terrenos bien cuidados se encuentra uno algunas veces con viñedos abandonados, dejados de la mano que al final lo que podrían ser hermosa viña prometedora de abundantes frutos se ha convertido en matorrales que nada producen y de los que no se podrá obtener ningún fruto. No ha habido cuidado, no se han podado a su tiempo, no se han atendido y ese es el resultado.
Es convincente lo que nos dice Jesús. No podemos ser sarmientos arrancados de la vid, que sólo servirían para ser echados al fuego. Es necesario por otra parte que el labrador pode debidamente los sarmientos inútiles e inservibles para hacer que podamos obtener un buen fruto. Necesario es que seamos sarmientos bien unidos a la cepa, a la vid para que la savia de la gracia corra por las venas de nuestra vida y tengamos vida y podamos dar fruto.
El mensaje de Jesús es claro. ‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada’. ¿Cómo estaremos unidos a Jesús? Primero que nada nuestra fe en El. Es lo primero que se nos pide y lo más fundamental. Creer en Jesús para vivir unidos a El. Hoy nos decía san Juan en su carta: ‘Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó’. Y ese creer no es simplemente saber muchas cosas, aprender una doctrina o seguir y cumplir con unas normas. Lo que se nos pide es adherirnos a la persona de Jesús. Darle el Sí de mi vida a la persona de Jesús haciendo que El lo sea todo para mí.
Luego eso tendrá unas consecuencias en conocerle más, en descubrir todo el sentido de su evangelio y vivir un estilo de vida como el de Jesús. Pero yo diría que no tenemos que empezar la casa por el tejado sino por los cimientos. Y el cimiento está en el anuncio de Jesús que hagamos a los demás para lograr esa adhesión a Jesús y esa unión con El. Algunas veces se ha comenzado no por la evangelización sino por enseñar los mandamientos, una doctrina y unas normas de vida, pero no se ha anunciado a Jesús. Es importante que primero realmente conozcamos a Jesús.
Pero también nos ha dicho: ‘A todo sarmiento mío que no da fruto, lo poda para que dé más fruto’. Sí, necesitamos una purificación. Tenemos el peligro y la tentación de quedarnos en ramajes y en apariencias. Y tenemos que ir al fondo, para quedarnos en lo esencial, que es lo que dará fruto en nuestra vida, lo que va a dar sentido y valor a todo lo que hagamos.
Muchas veces nos surgen pruebas en la vida. Momentos dolorosos, situaciones difíciles e inesperadas, problemas, una enfermedad que aparece, la muerte de un ser querido, y tenemos el peligro de quedarnos como patinando sin saber como reaccionar como quien no tiene un punto de apoyo fuerte y seguro en la vida. Es ahí donde tenemos que buscar lo esencial, lo que de verdad da valor a la vida porque quizá hayamos vivido con demasiados ramajes o apariencias. Necesitamos la poda para encontrar en Cristo, en su evangelio, lo que da verdadero valor y sentido a nuestra vida.
Quizá esa prueba que nos aparece nos hará profundizar en nuestra vida. Es la poda. Nos hará buscar nuestro apoyo verdadero en el Señor. Porque necesitamos estar de verdad unidos a Jesús. Que encontremos así mayor sentido, por ejemplo, a nuestra oración, o a la escucha de la Palabra de Dios en nuestro corazón. Nos daremos cuenta entonces que sin El nada somos ni nada podemos, por muchas cosas que tengamos en lo humano o en lo material.
‘Permaneced en mí y yo en vosotros’, nos dice Jesús. ¡Cuánto tenemos que trabajar esto en nuestra vida! Eso significa, como decíamos, la oración que nos une a Jesús, nos hace entrar en comunión con El, en la que le pedimos su gracia y su fuerza, pero en la que también sobre todo vamos a experimentar esa presencia tan intensa de Jesús en nuestra vida. Será, como decíamos, también esa escucha de su Palabra, dejando que llegue a nuestro corazón, que sea semilla que se siembre cada día en nuestra vida para mejor conocerle y para más hondamente vivirle. Será todo lo que sea la vivencia de la celebración de los sacramentos, la vivencia de la Eucaristía para alimentarnos de El y para dejar que el habite hondamente en nosotros.
Permanecer unidos a Jesús, porque además no podemos ir diciendo que vivimos nuestra fe por libre o a nuestra manera, o haciendo nuestras batallitas por nuestra cuenta. Porque Cristo nos quiere en comunión con El, pero en comunión también con todos los que estamos injertados en la misma vid. Es la comunión eclesial garantía de nuestra auténtica unión con Jesús. Una expresión de esa comunión eclesial la vemos en los Hechos de los Apóstoles cuando Pablo, después de su conversión, es presentado a los Apóstoles y a toda la comunidad. ‘Entonces Bernabé se lo presentó a los Apóstoles’, que escuchamos en la primera lectura.
‘Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis y se realizará’, termina diciéndonos hoy Jesús en el Evangelio. ¡Qué gozo esa garantía que nos da Jesús!