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sábado, 17 de octubre de 2009

Una ofrenda de fe para ser convertidos en pan de Cristo

Rom. 4, 13.16-18
Sal.104
Lc. 12, 8-12


‘Abrahán creyó a Dios y le fue computado como justicia’. La carta a los Romanos que estamos leyendo estos días nos hace reflexionar sobre la fe y Pablo de manera especial se fija en la fe de Abrahán como modelo de nuestra fe.
‘Abrahán creyó a Dios…’ Dios le llama y Abrahán se pone en camino; Dios le llama y deja atrás tierra y parentela para ir a donde Dios le llevara. Se fía de dios, confía totalmente en el Señor. Su respuesta siempre es la fe.
Dios le promete descendencia numerosa, y Abrahán creyó. ‘Cuenta si puedes las estrellas del cielo… pues tu descendencia será más numerosa que las estrellas del cielo y que las arenas del mar’. Y Abrahán creyó, era viejo, no tenía hijos, pero siguió confiando en la promesa de Dios. ‘Te hago padre de muchos pueblos’.
Dios le da un hijo en la vejez y tiene la esperanza de que de él saldría esa descendencia numerosa, pero Dios le pide en sacrificio a su hijo. Y Abrahán está dispuesto al sacrificio y sigue creyendo en Dos. ‘Apoyado en la esperanza creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu descendencia’. Confía en el regalo de Dios, porque todo es benevolencia del Señor. ‘Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia…’
Un ejemplo para nosotros. ¿Será así nuestra fe en el Señor? ¿Seguimos creyendo en El y en El esperando, cuando nos parece que se ha perdido toda esperanza? ¿Seguimos con nuestra fe en Dios, aunque nos parezca que Dios no nos escucha, o no hace lo que le pedimos y como nosotros se lo pedimos? ¿Sigue firme nuestra fe en el Señor a pesar de las dificultades, nuestros achaques o debilidades, las enfermedades o el sufrimiento que aparecen en nuestra vida, a pesar de la muerte que nos acecha?
Ojalá sea así firme nuestra fe y de ella demos testimonio en todo momento. Tenemos que ser testigos de la fe que profesamos con nuestra vida, con nuestras actitudes, con nuestra paciencia, con nuestra esperanza. ‘Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del Hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios’, nos decía Jesús hoy en el evangelio. Vendrán las tentaciones o las persecuciones, pero no hemos de temer. ‘El Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir’.
Celebramos hoy a san Ignacio de Antioquia, el testigo de una fe que le lleva al martirio en Roma. Es hermoso lo que nos dice en sus cartas. Cuando escribe a la Iglesia de Roma a donde va a llegar prisionero por el Señor, les dice cómo está deseando ser triturado por las fieras. No quiere que hagan nada por librarlo del tormento y del martirio. Es más el mismo dice que azuzará a la fieras para que le devoren. El quiere ser trigo de Dios triturado por los dientes de las fieras para ser pan blanco de Dios. Así quiere él hacer la ofrenda de su vida al Señor.
¿Querremos nosotros ser ese trigo de Cristo triturado para hacer ese pan de la ofrenda a Dios con nuestra vida? No seremos triturados por los dientes de las fieras, pero quizá los problemas o las dificultades, los sufrimientos o los achaques de nuestra vida, las incomprensiones o las críticas que suframos de los demás sea lo que nos triture para ser ese pan blanco de Cristo. Es la ofrenda que hemos de saber hacer en todo momento al Señor. Y si todas esas cosas que nos suceden, buenas o malas, las miramos con espíritu de fe, pueden ser ese modo en el que seamos triturados para Dios, en el que hagamos esa ofrenda de nuestra fe, de nuestra obediencia al Señor.

viernes, 16 de octubre de 2009

Una levadura para el mal

Rom. 4, 1-8
Sal. 31
Lc. 12, 1-7


Cuidado con la levadura de los fariseos…’ les dice Jesús a los discípulos. ¿Qué querrá decir? Ya sabemos la función de la levadura; un pequeño puñado de levadura se mezcla con toda la masa y la hace fermentar. Para la cantidad grande que es la masa, el puñado de levadura apenas se nota, es insignificante; sin embargo mira cómo la transforma.
Pues Jesús advierte a los discípulos de la levadura de los fariseos, y especifica de forma concreta, de la hipocresía, de la falsedad, de la mentira, de la doblez de corazón. Es como contagiosa. Cómo apenas sin darnos cuenta se nos infiltra en nuestro corazón y cambiamos
Jesús habló entonces de la levadura de los fariseos y hoy nos hablaría de la levadura del mundo en el que vivimos. Somos nosotros los que tenemos que transformar el mundo con la semilla del Reino de Dios, pero cómo se infiltra en nuestra vida el espíritu del mundo. Casi sin darnos cuenta comenzamos a pensar a la manera del mundo. ‘Tú piensas como los hombres, no como Dios le decía Jesús a Pedro’. Y nos pasa a nosotros.
Sutilmente se nos va metiendo en nuestra vida. Es que todo el mundo lo hace, todo el mundo piensa así, nos dicen. Es que las cosas han cambiado, nos dicen otros. Y se nos introduce el materialismo en la vida; y sentimos apegos desorbitados por una sensualidad que nos está invitando a gozar y disfrutar y a pasarlo bien de la forma que sea. Y nos dicen que todas las religiones son buenas, y nosotros nos lo creemos y renunciamos a la verdad del Evangelio y su salvación. Y así no sé cuantas cosas.
Vendrá la frialdad, seguirá la indiferencia, todo nos parece igual, ya no nos merece la pena esforzarnos tanto, desatendemos la vigilancia necesaria en la vida y vamos cayendo como por una pendiente sin darnos cuenta, donde al final casi abandonamos todo.
Hace unos días reflexionábamos en lo que Salomón le pidió al Señor. Sabiduría. Saber gobernar recta y sabiamente a su pueblo, y saber discernir el mal del bien. Necesitamos de esa sabiduría. Porque nos mezclan las cosas de tal manera y de tal manera nos las presentan que todo nos parece igual de bueno, y las cosas no tienen importancia, y al final nos vemos enredados en las redes de la tentación y el pecado.
A continuación Jesús les decía ‘no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a los que tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar en el fuego…’ Quien nos puede matar la vida divina en nosotros, quien nos hace perder la gracia y rodar por las honduras del pecado, quien nos puede engañar para llevar por el mal camino, quien nos puede llevar a la condenación eterna, a esos son a los que hay que temer. Es la vigilancia necesaria de la que hablábamos, es el cuidado de la mala levadura que nos transformará para mal.
Pero al mismo tiempo Jesús nos dice que no hay que temer. Nos puede parecer contradictorio pero no lo es. No tememos porque tenemos a un Dios que nos ama y que nos cuida. A un Dios que está a nuestro lado y nos ilumina y fortalece con su gracia. A un Dios que nos conoce profundamente, pero cuida del más pequeño detalle de nuestra vida. Porque no nos tiene que mover el temor sino el amor. Y sintiendo lo que es el amor que Dios nos tiene hemos de estar seguros. Pero hemos de saber aprovechar esa gracia; no dejar que caiga en saco roto.
Es el camino por el que nos quiere llevar Jesús. Es el camino que nos conduce a la santidad. Es el camino hermoso del amor de Dios, que tiene que ser también nuestro amor.

jueves, 15 de octubre de 2009

En Teresa de Jesús se muestra a la iglesia el camino de la perfección


Ecle. 15, 1-6
Sal. 88
Mt. 11, 25-30



‘Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo’. Esta es la antífona que nos propone la liturgia para comenzar la celebración de la Eucaristía de este día. Sedientos de Dios, buscando al Señor, queriendo contemplar su rostro, como se manifiesta en tantos salmos. Como decía san Agustín ‘nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti. Ansiamos conocer a Dios. Es el deseo profundo de nuestro corazón, porque todos deseamos plenitud. Queremos llenarnos de lo más bello, buscamos lo que es el sumo bien. Buscamos a Dios.
Hoy celebramos a Santa Teresa de Jesús. Ansiosa de Dios, hambrienta de Dios. A los veinte años entra en el Carmelo en el monasterio de la Encarnación en Ávila. Era una monja como tantas, cumpliendo la regla, viviendo su consagración al Señor en lo que era la vida del convento entonces. Luego sabremos de su alma insatisfecha que le llevará a la reforma del Carmelo. Serán años también de pruebas, de sequedades interiores, de silencio de Dios muchas veces, de noches oscuras, como diría luego su gran amigo y compañero de reforma san Juan de la Cruz. Dios estaba purificando su corazón y preparando para cosas grandes. Llegaría a alturas místicas inauditas. Un día se volcaría totalmente en Dios.
A los veinte años de su entrada en el Carmelo, a partir de lo que ella llama su conversión, inicia la reforma del Carmelo saliendo de la Encarnación y fundando san José, también en Ávila. No le fue fácil pero fue el inicio de un camino largo que le llevaría por los anchos caminos de Castilla, incluso llegando a Andalucía, fundando nuevos conventos de la reforma. No hacemos reseña completa aquí de su vida y de su obra que encontraremos en otros lugares y momentos. Quede simplemente constancia de la altura y profundidad de su santidad.
La liturgia de la Iglesia en este día nos dice que el Señor suscitó por inspiración del Espíritu a Santa Teresa ‘para mostrar a la Iglesia el camino de la perfección’, y le pedíamos en la oración que encendiera en nosotros ‘deseos de verdadera santidad’, a su ejemplo y con su enseñanza. Es lo que contemplamos en los santos, en lo que son modelo y estímulo para nosotros y en lo que ellos de manera especial interceden por nosotros.
Como Teresa hemos de aprender nosotros a vaciarnos de nosotros mismos. Aquel camino de pruebas y purificación fue un aprender ella a vaciarse de sí misma para poder llenarse de Dios. Y qué bien supo hacerlo. De todos es conocido la profundidad de su contemplación y la altura mística en que vivía. Porque es que Dios se revela a los pequeños y a los sencillos. Así tenemos que hacerlo. Nos lo recuerda una vez más el evangelio de hoy. ‘Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y tierra, porque no has revelado esto a los sabios y entendidos sino a los pequeños y sencillos’.
Lo hemos reflexionado muchas veces pero tenemos que seguir haciéndolo para que así se transforme nuestro corazón, para que así nos despojemos de nuestro yo, nuestros orgullos, nuestras vanidades, nuestros ‘saberes’ para disponer nuestro corazón sólo para Dios. A los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Hagámonos pobres vaciándonos de nosotros mismos para que así llegue esa Buena Noticia a nuestro corazón, para que así nos sintamos impulsados por esos caminos de santidad.
Todos tenemos que ser santos, allí donde estamos, donde está nuestro lugar. La contemplación de santa Teresa nos podría hacer pensar que sólo en la soledad de un monasterio es donde podemos alcanzar ese grado de perfección y santidad. Esa es una vocación concreta. Cada uno tiene que descubrir su vocación, los planes de Dios para su vida, el lugar que ha de ocupar en la vida. Ahí respondiendo generosamente al Señor es donde tenemos que vivir nuestra santidad, donde tenemos que dar gloria a Dios.

miércoles, 14 de octubre de 2009

No abusemos de la misericordia de Dios

Rom. 2, 1-11
Sal. 61
Lc. 11, 42-46


‘¿Es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que esa bondad es para empujarte a la conversión?... A los que han perseverado en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria y superar la muerte, les dará la vida eterna… Gloria, honor y paz a todo el que obre el bien… Dios no es parcial con nadie…’
la gran revelación que nos hace Jesucristo es el amor y la misericordia de Dios que es Padre. El Dios bueno y justo que nos ofrece su misericordia y su perdón, que se nos manifiesta de modo extraordinario en Jesús, en su pasión, muerte y resurrección.
Pero a esa oferta de amor y perdón tenemos que corresponder con nuestra conversión y nuestra nueva vida de amor. Al amor respondemos con amor. El amor tiene que provocar el amor como respuesta. Dios nos ofrece su amor, pero podríamos decir que le tenemos las manos atadas, porque siempre respeta nuestra libertad de respuesta. No nos dará, no nos impondrá lo que nosotros no queramos, porque para que se haga efectivo ese amor gratuito de Dios en nosotros, es necesaria nuestra respuesta.
El nos regala su gracia pero nosotros podemos hacerla o no. El, podemos decir, nos perseguirá con su gracia, pero nosotros hemos de abrirle las puertas de nuestro corazón. Y nuestra respuesta, la apertura de esa puerta pasa por nuestra conversión, por ese querer nosotros cambiar nuestra vida, reconociendo todo el amor que El nos tiene, para vivir en su vida de amor.
El nos acompaña, nos hace fácil ese camino de vuelta a El, porque para eso nos da su gracia que nos fortalece y ayuda. Es el Padre que nos espera con los brazos abiertos y que nos llama, y va poniendo muchas señales en el camino de nuestra vida para que le reconozcamos y vayamos a El. ‘Que te gracia nos preceda y acompañe para que estemos dispuestos a hacer siempre el bien’, pedíamos en la oración litúrgica del pasado domingo y que hemos repetido en los días de feria de esta semana. Para estar dispuestos para el bien, que nos acompañe, los fortalezca, nos ayude la gracia del Señor.
No nos vale decir, como el Señor es bueno y misericordioso, El tendrá paciencia conmigo, y yo ya cambiaré más adelante, seré más bueno pero tengo tiempo aún, ya me apartaré de ese camino de pecado. Eso es abusar de la misericordia de Dios, jugar con su amor y su gracia. Lo hacemos, desgraciadamente, tantas veces.
Como nos dice san Pablo: ‘con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios pagando a cada uno según sus obras… a los porfiados que se rebelaron contra la verdad y se rinden a la injusticia, les dará un castigo implacable…
Esta Palabra de Dios que estamos escuchando y reflexionando no es para llenarnos de miedo ante el Señor y perder la esperanza de la salvación. Hemos de mantener en nuestro corazón el santo temor del Señor, que es uno de los dones del Espíritu también, que nos haga considerar y respetar su grande y su amor. Hemos de escucharla como una invitación a la conversión, al cambio de nuestro corazón, a la vuelta al amor de Dios, para llenarnos de él, para vivirle intensamente.

martes, 13 de octubre de 2009

Evangelio de Dios, revelación de la justicia salvadora de Dios

Rm. 1, 16-25
Sal.18
Lc. 11, 37-45


‘Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios’ . Así comienza la carta de san Pablo a los Romanos que hubiéramos leído ayer – al celebrar el día del Pilar tuvimos otras lecturas -, y que continuaremos escuchando durante dos semanas. Hoy nos dice: ‘Yo no me avergüenzo del Evangelio: es fuerza de salvación de Dios para todo el que cree… en él se revela la justicia salvadora de Dios, para los que creen…’
Pablo habla en esta carta a los cristianos de la comunidad de Roma, muchos de ellos provenientes del mundo pagano donde reinaba la idolatría. Quiere anunciar el Evangelio de Jesús, Buena Nueva de Salvación, ‘fuerza salvadora de Dios’, revelación de ‘la justicia salvadora de Dios’. En el Evangelio tenemos la plena revelación de un Dios al que también podemos acceder desde la contemplación de todo lo creado por Dios. ‘Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles, su poder eterno y su divinidad, son visibles para la mente que penetra en sus obras’, les dice. ‘El cielo proclama la gloria de Dios’, decíamos en el salmo. Toda la creación nos está hablando de Dios, nos está revelando el Dios Creador. Es el primer libro abierto delante de nuestros ojos para conocer a Dios.
Sin embargo por ese razonar, pudiendo hacerlo, no llegaron al conocimiento de Dios sino que su vida se lleno de idolatría y de tinieblas. ‘Cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles… cambiaron al Dios verdadero por uno falso, adorando y dando culto a la criatura en vez de al Creador… no le han dado la gloria y las gracias que Dios se merecía’.
Pablo quiere anunciarles el Evangelio de Jesús donde está verdaderamente la salvación. Porque la tentación sigue acechando cuando viven en medio de un mundo pagano. Es fácil dejarse influir y bien lo sabemos nosotros por los que nos sucede en nuestro tiempo. Nos está dando la motivación de su carta desde el principio y les anunciará su próximo viaje a Roma.
Es el mensaje que también nosotros hemos de recibir. Decimos que vivimos en un mundo y en una sociedad cristiana, pero bien nos damos cuenta cómo tantos a nuestro alrededor abandonan la fe en la que fueron bautizados. Pero vivimos en una sociedad múltiple donde ya no todos se dejan guiar por los principios cristianos e incluso aun conservando una cierta fe, muchas veces se alejan en su concepción de la fe y de Dios mucho del Dios del Evangelio. Recibimos influencias de todo tipo y bien conocemos gente que se deja seducir por espiritualidades (así las llaman) venidas de lugares lejanos bastante ajenas al espíritu del Evangelio.
‘Conociendo a Dios no le han dado la gloria y las gracias que Dios se merecía’, decía san Pablo en su carta. Conociendo a Dios, porque en la fe cristiana hemos sido educados, muchos la dejan de lado, abandonan su pertenencia a la Iglesia, y hacen muchas veces una mezcolanza de ideas y conceptos digamos religiosos en cierto modo incomprensibles.
¡Qué importante que nos mantengamos firmes en nuestra fe! Claro para ello es necesario que nos dejemos formar para ahondar en el conocimiento de esa fe. Quizá nos dejamos enseñar por cualquiera que venga de acá o de allá, pero no acudimos a la llamada que nos hace nuestra Iglesia para que adquiramos una verdadera formación cristiana. Pensamos muchas veces que por nos prepararon para hacer la primera comunión ya está todo hecho. Cuando en nuestras parroquias se nos llama a una catequesis para jóvenes o para adultos, pensamos que eso no es para nosotros, porque a mí que me van a enseñar, y nunca tenemos tiempo para ello. Así nuestra fe es débil y poco comprometida, y como veletas somos zarandeados por los vientos de las novedades que vengan de acá o de allá y pronto abandonamos nuestra fe cristiana y quizá al final podemos abandonarlo todo.
Preocupémonos de formarnos en nuestra fe.

lunes, 12 de octubre de 2009

María, pilar y columna que nos ayuda a fortalecer nuestra fe


1Cron. 19, 3-4.15-16; 16, 1-2
Sal. 26
Lc. 11, 27-28



La festividad de la Virgen del Pilar que hoy estamos celebrando nos recuerda la tradición secular de la presencia de María junto al Apóstol Santiago a la hora de la primera evangelización de nuestras tierras hispanas.
La columna, el Pilar de Zaragoza da testimonio de esa tradición inmemorial y tiene que seguir siendo columna importante en la tarea de la nueva evangelización que sigue necesitando nuestra tierra. Nueva porque siempre hemos de sentir la novedad del evangelio, Buena Nueva, y nueva porque necesitamos reavivar nuestra fe cristiana muchas veces y en muchos tan debilitada. Es lo que continuamente hemos venido escuchando en la voz del Papa, ya con Juan Pablo II y ahora de nuevo repetidamente con Benedicto XVI. Y María es importante en esa tarea para nuestro pueblo, porque así quiso también Jesús asociarla en su obra redentora.
Lo cierto es que María ha estado siempre presente en la historia del cristianismo en España, en la historia de la Iglesia Española. No sólo es el Pilar de Zaragoza, sino, cual otros pilares que nos han ayudado a mantener la fe cristiana en nuestra tierra, tantas y tantas Iglesias dedicadas a María en cualquiera de los rincones de nuestra tierra con tan múltiples advocaciones que no son otra cosa que piropos a María tal como cada lugar la ha contemplado y la ha amado.
Hoy recordamos de manera especial esta hermosa advocación del Pilar, porque en la firmeza de aquel pilar asentado a las orillas del Ebro sentimos como nuestra fe se fortalece, se afianza nuestra esperanza y crece más y más nuestro amor.
Es lo que hoy hemos pedido con fervor en la oración de esta liturgia y es lo que María nos ayuda con su intercesión poderosa de Madre, pero es en lo que en ella nos vemos estimulados porque ella es la primer testigo de esa fe. La mujer que se fió de Dios y lo supo escuchar en lo hondo de su corazón, y de lo que es el más hermoso modelo y ejemplo que tenemos que copiar en el camino de nuestra vida cristiana.
María camina delante de nosotros en ese camino de la fe y del amor. Es el faro que nos lleva a buen puerto en medio de los mares tenebroso de la vida que tenemos que cruzar. Si nos dejamos guiar por ese faro de luz, que es María, no erraremos la travesía, el camino. Ella es como aquella columna de nube que guiaba en el desierto al pueblo de Dios peregrino, luminosa en la oscuridad de la noche, pero produciendo la brisa refrescante de su sombra en el bochorno del camino del desierto durante el día.
¡Cómo no va a ser esa brisa refrescante como lo es siempre una madre para su hijo! En los momentos más difíciles allí está la madre que acompaña; en medio de los problemas que nos agobian, allí está la madre siempre presente a nuestro lado; en los momentos de incertidumbres, allí está la madre con su sonrisa, su palabra alentadora con su sabio consejo que nos conforta y anima; en los momentos felices y de dicha, allí está la madre que con nosotros siempre se alegra y se siente feliz al vernos a nosotros contentos y dichosos. Así María siempre a nuestro lado.
Hoy la contemplamos y la celebramos. Hoy pedimos, en este día nacional de nuestra patria, por España y todos sus habitantes; por la fe de nuestro pueblo, para que no se debilite, para que nos sintamos fuertes y no perdamos la esperanza en estos tiempos difíciles de crisis en muchos sentidos; para que esa proverbial hospitalidad de nuestra tierra no se vea menguada por ningún atisbo de insolidaridad ni de racismo; para que nuestra generosidad no tenga límites y siempre seamos capaces de descubrir y ayudar a tantos pueblos y personas que aún lo están pasando peor que nosotros.
Lo que decíamos: fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor; y que nunca perdamos la trascendencia de nuestra vida para que un día lleguemos a gozar, junto con María, de la plena visión de Dios por toda la eternidad.

domingo, 11 de octubre de 2009

¿Cuáles son nuestras aspiraciones, la verdadera sabiduría de nuestra vida?

Sab. 7, 7-11;
Sal. 89;
Heb. 4, 12-13;
Mc. 10, 17-30


Se cantaba hace unos años una canción que en cierto modo reflejaba lo que eran las aspiraciones normales de la gente ¿la recordáis?, ‘tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor…’ Era algo así lo que decía. Muchas veces escuchamos a la gente decir ‘si yo tengo salud, lo tengo todo…’, pero detrás de esto quizá, unos lo confiesan y otro no, también está lo de aquella película ‘si yo fuera rico…’ porque en el fondo también apetecemos el dinero, la riqueza, la suerte y cosas así.
Con esto que estoy diciendo de alguna forma estoy planteando cuáles son en verdad las aspiraciones que tenemos en la vida. Que no digo que para todos sea eso que hemos dicho de la salud, el dinero o la suerte, pero sí es bueno que con sinceridad, poniendo la mano en el corazón, nos los planteemos. Porque aunque seamos buenos y tengamos buenos ideales o metas en la vida, algunas veces se nos entremezclan otras muchas cosas. Eso es lo que vemos hoy también en la Palabra de Dios.
Efectivamente la Palabra que escuchamos este domingo nos plantea esos interrogantes por dentro y quiere iluminar nuestra vida, como siempre quiere hacerlo la Palabra de Dios. Decir de entrada, con lo que nos ha dicho la Carta a los Hebreos que ‘la Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo… y juzga las intenciones del corazón’. Bueno es que recordemos esto porque algunas veces queremos escuchar una Palabra desangelada y nos molesta cuando toca la fibra más íntima de nosotros mismos en aquello que quizá más nos duele. ¡Que no se meta en esas cosas!, protestamos algunas veces.
Al preguntarnos por nuestras aspiraciones y deseos nos estamos preguntado por la sabiduría de nuestra vida. Sí, la sabiduría no es simplemente las muchas o pocas cosas que hayamos aprendido o sepamos, sino que es algo más hondo que viene a definir el sentido que le hayamos dado a nuestra vida. Por eso nos hemos de preguntar ¿cuál es nuestra sabiduría? ¿qué sabiduría le pediríamos a Dios?
Es proverbial la sabiduría de Salomón en el Antiguo Testamento y hasta Jesús nos dice en el evangelio que la reina del Sur, de Saba, vino a conocer la sabiduría de Salomón, cuya fama había traspasado todas las fronteras del mundo antiguo. Fue lo que le pidió a Dios cuando el Señor le dice que le pida lo que quiera. ‘Da a tu siervo, le responderá Salomón, un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien…’ Lo que fue del agrado de Dios.
Hoy la primera lectura – y es un anticipo que nos prepara para escuchar el evangelio – nos ha hablado de la Sabiduría, ‘del espíritu de Sabiduría, preferida a cetros y tronos y en su comparación tiene en nada la riqueza… todo el oro a su lado es un poco de arena y junto a ella la plata vale lo que el barro… la quise más que la salud y la belleza…’ termina diciéndonos.
Ahí vamos teniendo respuesta a lo que nos planteábamos desde el principio, aunque fuera recordando viejas canciones. Y todo esto nos prepara para el evangelio. Ahí encontramos lo profundo del mensaje. Un mensaje que nos presenta a un hombre inquieto, que es bueno, que se hace preguntas importantes en su interior, que no estaba satisfecho con el mero cumplimiento y aspiraba a algo más, aunque luego sus apegos le impidan dar el paso adelante.
Iban de camino – una vez más se nos presenta esta imagen significativa de ir de camino siguiendo a Jesús - cuando alguien se presenta y pregunta: ‘Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?’ La petición o pregunta es importante. No busca satisfacciones para el momento, pregunta por la vida eterna. Hay que subrayar como algo muy positivo el llegar a hacerse esa pregunta. No todos se la hacen porque vivimos demasiados apegados al presente. Y es que además, a la respuesta de Jesús – ‘ya sabes los mandamientos…’ – él responde que los ha cumplido desde pequeño. Es bueno, pero no se contenta con lo bueno que ya hace. Para él no es sólo cumplir. Aspira a más. ‘Jesús le mira con cariño’, se emociona, nos dice el evangelista.
Viene lo difícil, la meta alta que Jesús propone. Más tarde nos dirá que ‘para los hombres es imposible, pero no para Dios’. Luego, contando con Dios, dejándonos conducir por El, con la fuerza de su Espíritu no es algo irrealizable. Más nos dirá Jesús cuando nos señala que para quien lo ha dejado todo ‘en la edad futura tiene asegurada la vida eterna’.
‘Una cosa te falta,
le dice Jesús, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme’. Desprenderse de todo, de estos tesoros materiales, para tener un tesoro en el cielo. Desprenderse de todo para compartir con los pobres, para seguir, liberados de todo apego, a Jesús.
‘A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico’. Quien venía con ilusión de algo grande, no fue capaz de dar el paso que le pedía Jesús. Sus riquezas, sus posesiones, sus cosas estaban muy apegadas a su corazón. ‘¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!’ Pero los ricos no son sólo los que tienen muchos bienes o riquezas, sino los que tienen muchos apegos de los que no saben desprenderse.
¿Eres pobre o eres rico? Quizá te consideres pobre porque no tienes grandes riquezas ni bienes, pero analiza bien cuántos apegos tienes en tu corazón. Cuántas cosas de las que no te quieres desprender. Cuántas cosas sin las cuales no te puedes pasar porque, dices, serías un infeliz. Cuántos sueños y cuántos castillos en el aire construidos en tu mente y tu pensamiento que no te llevan a nada. Cuántas cosas que te quitan el sueño sin ser realmente importantes. Cuántas rutinas que no te dejan levantar el vuelo. Cuántas cosas que te atan a una vida monótona y te impiden plantearte qué más puedes hacer. Cuánto quedarte sólo en el cumplimiento y en el vacío interior… Mucho más podríamos decir.
Despréndete, despójate de cosas innecesarias; interrógate por dentro y no temas dar el paso a más. Seguir a Jesús no es quedarnos en una vida ramplona y rutinaria. Encuentra en Jesús la verdadera sabiduría que dé auténtico sentido y valor a tu vida.