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sábado, 9 de enero de 2010

Ánimo, soy yo, no tengáis miedo

1Jn. 4, 11-18
Sal. 71
Mc. 6, 45-52


‘Animo, soy yo, no tengáis miedo…’ les dice Jesús. Estaban atemorizados. Creían ver un fantasma. Atravesaban el lago y la travesía se les hacia difícil. Jesús se había quedado en la orilla, allá donde había multiplicado los panes y a ellos los había enviado en barca en dirección a Cafarnaún. Ahora habían visto a alguien que caminaba sobre las aguas. Jesús tiene que tranquilizarles.
Nos da pie para muchas reflexiones este texto y ya lo habremos meditado muchas veces. También muchas veces andamos llenos de temores. Queremos realizar el camino de nuestra fe y se nos hace difícil. No avanzamos lo que quisiéramos. Nos proponemos tantas cosas y al final terminamos, o al menos nos parece, donde mismo.
Nos llenamos de dudas, porque hay cosas que a veces nos cuesta entender. Como a los discípulos en aquella travesía del lago nos parece que el Señor nos ha dejado solos y las olas de las tentaciones y dificultades se crecen delante del barco de nuestra vida. ¿Está o no está el Señor con nosotros? ¿Por qué no lo vemos claro? ¿Por qué parece tantas veces que se nos oculta? El Señor está ahí y también nos dice: ‘Animo, no tengáis miedo, soy yo…’ aquí estoy.
Son las tentaciones de todo tipo que nos acechan; se nos desbordan las pasiones, el mundo se nos vuelve tan insinuante, el orgullo nos corroe por dentro con la falta de humildad, el egoísmo debilita nuestra generosidad y nuestro amor. ¿Dónde estás, Señor, que me siento sin fuerzas? Gritamos a veces. Otras veces nos cegamos de tal manera que ya ni gritamos, ni al final nos damos cuenta que el Señor está ahí. ‘Animo, no tengáis miedo…’
Hay tal confusión a nuestro alrededor. Cada uno nos ofrece sus salvaciones, la solución a los problemas a su manera, la forma de entender la vida y la sociedad según su propio estilo y nos quedamos tambaleantes porque quizá nuestra formación no es lo suficientemente fuerte, nuestro espíritu se nos ha debilitado, todo nos parece igual de bueno, y si las leyes dicen esto o lo otro es que las cosas tienen que ser así. Y andamos errantes de un lado para otro sin saber a qué carta quedarnos. Y el Señor está ahí y nos dice: ‘Animo, soy yo, no tengáis miedo…’ y quiere ser nuestra fortaleza y nuestra luz, pero nos encandilamos con cualquier luz que nos aparezca delante.
Tenemos que saber fortalecernos en el Señor. Tener una fe bien fundamentada para que nada ni nadie nos haga tambalear. Hemos de saber buscar la forma de formarnos debidamente. Tenemos que descubrir la presencia del Señor y de su amor a nuestro lado.
Hoy nos ha dicho san Juan en su carta. ‘No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud del amor’. ¿Cómo llegar a esa plenitud del amor? ¿Cómo descubrirlo y vivirlo para sentirnos fuertes y no dejar que el temor se apodere de nuestra vida?
‘Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en El. Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él’.
Hemos conocido el amor. Sabemos cuanto nos ama el Señor. Vemos su entrega de amor por nosotros. Tenemos que sentirnos seguros, porque somos unos amados de Dios. Y eso nos da seguridad y confianza. El Señor nos dice: ‘Animo, soy yo, no tengáis miedo…’ Dios nos ama.

viernes, 8 de enero de 2010

Envió su Hijo al mundo para que vivamos por medio de El

1Jn. 4, 7-10
Sal. 71
Mc. 6, 34-44


‘Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor, y empezó a enseñarles muchas cosas’. Ahora es Marcos, el evangelista, quien nos hace como un resumen del ministerio que Jesús realiza por Galilea.
Es la luz que va iluminando las mentes y los corazones, pero se va encontrando muchas tinieblas que hay que disipar. Camina Jesús entre las gentes, por los pueblos y los campos de Galilea y se va encontrando corazones desgarrados y hambrientos. ‘Andaban como ovejas sin pastor’ y ¿adónde podrán ir sin un pastor que les guíe, les cuide y les alimente? Por eso vemos que enseguida Jesús ‘empezó a enseñarles muchas cosas’.
Les alimenta con el pan de la Palabra que El anuncia; les alimenta también sus cuerpos hambrientos y extenuados, como un signo del alimento verdadero que Jesús nos quiere dar, pero que nunca podrá tampoco desentenderse de ese alimento material que necesitan.
‘Estamos en despoblado y es muy tarde’, le dicen los discípulos más cercanos a Jesús, ‘que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer’. Y Jesús nos está enseñando que no nos podemos desentender. ‘Dadles vosotros de comer’. No hay suficiente para todos pero habrá que compartir los cinco panes y los dos peces. Y se realiza el milagro.
¡Cuánto nos enseña Jesús! Allí está el amor y la misericordia, la ternura y la compasión. ‘Dios envió su Hijo único al mundo para que vivamos por medio de él’, nos decía san Juan en su carta. Viene el Salvador y viene el que es la vida. Viene el que nos redime de nuestros males y pecados y viene el que quiere que tengamos vida en él. Es su vida y su amor el que nos va a inundar. Es su amor y su vida el que nos va a alimentar de verdad. Es su amor y su vida el que nos va a poner en camino de actitudes nuevas que nos enseñen a amar y a compartir.
El milagro que Jesús realiza dando de comer a toda aquella gente por la que sentía lástima, por los que se derrite su corazón en amor y en ternura, nos está hablando de muchas cosas, nos está hablando de ese Reino de Dios, ese Reino de los cielos que El está anunciando e instaurando. Cuando queremos vivir en ese Reino de Dios significa que en nosotros hay, ha de haber, esas nuevas actitudes, esos nuevos gestos, esas nuevas obras que estamos viendo reflejadas en Jesús.
A Jesús queremos ir también nosotros para alimentarnos de El, escuchar su Palabra, plantarla en nuestro corazón, tener su vida en nosotros. Así nos alimenta, así nos llena de su salvación. Pero si así miramos a Jesús, escuchamos su Palabra, nos alimentamos de su vida, significará que ahora nosotros también tenemos que comenzar a mirar a los demás con una mirada de amor como lo hacía Jesús. Lo tenemos que hacer cada uno de los que llevamos el nombre de cristianos porque queremos ser discípulos de Jesús y es lo que quiere realizar y realiza la Iglesia una y otra vez en medio de nuestro mundo.
Pienso en esa multiplicación de los panes que la Iglesia sigue realizando hoy en tantos a los que quiere remediar en sus necesidades, sus carencias y sus problemas. La tarea de Cáritas, la tarea de tantas obras asistenciales y a favor de los demás que nacen al calor de la Iglesia e impulsados por nuestra fe en Jesús. Tantos lugares en los que se acoge y alimenta a los pobres, se les ayuda a abrirse a nuevos caminos en la vida; tantos lugares donde se cuida de los enfermos, se atiende a los ancianos, se realiza una labor maravillosa con discapacitados de todo tipo, físico o psíquico, y podríamos hacer una lista muy grande de todas esas obras de la Iglesia.
Es nuestra obra, la que tenemos que realizar desde esa fe que tenemos en Jesús, ese Jesús a quien hemos contemplado en estos días recién nacido en Belén, pero que sabemos, como nos ha dicho la Palabra de Dios hoy, que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia, ‘para que vivamos por medio de El’.

jueves, 7 de enero de 2010

El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande

1Jn. 3, 22-4, 6
Sal. 2
Mt. 4, 12-17.23-25


En los tres días que nos quedan del tiempo de Navidad escucharemos en el evangelio diferentes textos ya sea de san Mateo, como hoy, o de san Marcos, que nos hablan del inicio del ministerio de Jesús en Galilea.
Ya en el texto de Juan escuchado hace unos días se nos decía ‘determimó Jesús salir para Galilea’, donde se le irán uniendo los primeros discípulos. En el texto de hoy lo vemos situado en Cafarnaún. ‘Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún’, nos dice el Evangelista dándonos así motivación para recordarnos la profecía de Isaías. ‘País de Zabulón y país de Neptalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles…’ Un lugar importante el escogido por Jesús para establecerse, porque Cafarnaún en cierto modo es encrucijada de caminos, ‘camino del mar’ lo llama el profeta; variedad de gentes las que habitan en Galilea, por eso es llamada ‘Galilea de los gentiles’, lo cual está dando pie para comprender la universalidad del mensaje de Jesús y su salvación, como en cierto modo vimos en la celebración de la Epifanía, con la presencia de los Magos venidos de Oriente.
Nos vuelve a aparecer la imagen de la luz recogida en el profeta y que tantas veces de una forma o de otra nos ha ido apareciendo en este tiempo de Navidad. Hemos hablado mucho de resplandores, de luces y de estrellas, para significar el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre para traernos la luz de la salvación. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombra de muerte una luz les brilló’. El resplandor de una nueva aurora nos anuncia la salvación, que decíamos ayer.
Y la luz es Jesús y el anuncio de la Buena Nueva que está haciendo. ‘Está cerca el Reino de los cielos, convertíos’, anuncia Jesús. Está cerca porque ya se está manifestando en Jesús. Es su Palabra, son los signos que realiza, es su presencia salvadora. ‘Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo’, nos resume el evangelista.
Comenzaban a aparecer las señales del Reino de Dios. ¿Los milagros que hacía son el Reino de Dios? El Reino de Dios se nos manifiesta en Jesús, los milagros serán signos o señales de que llega ese Reino de Dios. Para que en verdad sea el Reino de Dios hemos de reconocer esa soberanía y ese señorío de Dios, el único en nuestra vida y para todos los hombres. Que reine Dios en nuestra vida será porque el mal ha sido vencido, el pecado ya no nos domina, y todo será gracia y santidad. Por eso los milagros son señales de que ese mal es y será vencido. Como desaparece la muerte, el dolor o el sufrimiento cuando Jesús resucita a los muertos o cura a los enfermos, así va desapareciendo el mal, el pecado en nuestra vida, en el mundo, en el hombre.
Todo será ya para siempre gracia y santidad; ya brilla la luz de Jesús sobre nosotros y nuestro mundo; lejos de nosotros las tinieblas y la muerte; todo será llenarnos de la vida de Dios y de su amor. Es el anuncio que hace Jesús con sus palabras, con sus gestos, con sus signos y milagros, con su presencia, hasta que la muerte sea vencida y el pecado derrotado. Que para eso Cristo Jesús morirá por nosotros en la cruz.
Escuchemos su mensaje. Aceptemos el Reino de Dios que nos ofrece. Convirtamos nuestro corazón a Dios. Vivamos ya para siempre en lo más hondo de nosotros mismos ese Reino de Dios que Jesús viene a instaurar en nuestros corazones y en nuestro mundo.

miércoles, 6 de enero de 2010

Hemos visto salir la estrella y venimos a adorarlo

Is. 60, 1-6;
Sal. 71;
Ef. 3, 2-3.5-6;
Mt. 2, 1-12

‘Hemos visto salir la estrella y venimos a adorarlo... Unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando… ¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos?’

Es la gran fiesta de la Epifanía, Solemnidad, que hoy estamos celebrando. Una fiesta equivalente a la Navidad, aunque en nuestras costumbres populares se nos quede en lo del ‘día de reyes’ con sus ilusiones y regalos. Pero sabemos que es algo más. Hemos de reconocer incluso que en la liturgia de la Iglesia tiene la Solemnidad de la Epifanía hasta mayor antigüedad que la propia fiesta de la Navidad, y para la Iglesia Oriental es como la gran fiesta de la Navidad.
Una estrella ha aparecido en el cielo, llega la luz, amanece la gloria del Señor, el resplandor de una nueva aurora nos anuncia la salvación, desaparecen las tinieblas de la noche, brilla el Sol que nace de lo alto, todos los pueblos verán la gloria del Señor. Es una gran fiesta de luz donde va a resplandecer la gloria del Señor para todos los pueblos.
Si en la noche de Belén la gloria del Señor resplandeció y se anunció por los ángeles a los pastores que les había nacido un Salvador, ahora brilla la estrella en lo alto para que sean todos los pueblos los que puedan iluminarse con su luz; a todos los pueblos se anuncia la salvación. Los Magos de Oriente, que vieron la estrella en lo alto y se dejaron guiar por su luz, son imagen de ese anuncio universal de salvación para todos los pueblos, para todos los hombres.
El camino seguido por los Magos para llegar hasta Jesús puede ser hermoso recorrido para nosotros del camino de búsqueda de Jesús y de encuentro con El. Los Magos se dejaron sorprender por aquella nueva estrella aparecida en el cielo. No les pasó desapercibida y averiguaron cuál sería su significado. No se quedaron quietos y estancados con lo que iban descubriendo sino que se pusieron en camino porque lo que ellos deseaban ya era encontrar a aquel niño que se les anunciaba. Sus vidas comenzaron a tomar nuevos rumbos que les desinstalaba de lo que hasta entonces era su vida para encontrar el origen de aquella luz que bien iba a iluminar sus vidas.
Aquella voz de Dios que les hablaba a través de las señales del cielo, de los acontecimientos de la naturaleza, se convirtió para ellos en una Palabra viva cuando al llegar a Jerusalén han de consultarse las Escrituras Santas, los Profetas para poder interpretar debidamente el anuncio del cielo que llegaba a su corazón. Así llegarían a Belén y de nuevo la estrella les guiaría hasta el lugar exacto. ‘Se llenaron de inmensa alegría… entraron en la casa y se encontraron al Niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron…’
Ya hay muchas cosas que se nos están señalando para nuestra vida. La voz del Señor llega a nuestros corazones de muchas maneras y no podemos hacer oídos sordos a las llamadas del Señor. Es más, tenemos que saber dejarnos sorprender por esa voz del Señor que llega a nosotros en una inquietud, en un acontecimiento y a través de muchas señales. Hemos de recorrer los caminos admirables y sorprendentes del Señor, porque sólo así podremos llegar a encontrarnos con El. No fueron fáciles para los Magos pero supieron recorrerlos y al final encontraron la verdadera luz que señalaba la estrella.
Tenemos que saber llegar hasta Belén, el Belén donde nos vayamos a encontrar con Jesús, con las mismas actitudes de los Magos, con los mismos deseos de los Magos. No nos podemos quedar insensibles ni impasibles sino que tenemos que saber dejarnos guiar por esas estrellas luminosas que el Señor pone a nuestro lado.
Nos pedirá salir de nosotros mismos, tener deseos de búsqueda y de encuentro de la Buena Nueva que el Señor quiera trasmitirnos, profundizar y rumiar en nuestro corazón esa Palabra del Señor que llega a nosotros, dejarnos conducir por su Espíritu que es el que nos guiará para encontrar esa Luz verdadera que va a iluminarnos con la salvación de Dios.
Y cuando encontremos esa luz, cuando nos encontremos de verdad con el Señor no temamos caer de rodillas para postrarnos ante El. Nos cuesta ponernos de rodillas y no me refiero sólo al gesto físico de arrodillarnos, sino doblar nuestro corazón y nuestra vida delante del Señor para reconocerle como nuestro único Dios y Señor y para adorarle desde lo más hondo del corazón.
Los Magos, ‘abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra’. Que sepamos abrir ese cofre tan cerrado a veces de nuestro corazón para ofrecerle lo mejor que tengamos dentro. No son cosas materiales lo que el Señor nos pide, aunque muchas veces también tengamos que desprendernos de esas cosas para compartir con los demás. Que seamos capaces de ofrecer la mejor ofrenda de nuestra fe, de nuestra obediencia a la voz del Señor, de nuestra humildad y de nuestra generosidad, de nuestra esperanza y de nuestro amor.
Nos queda un último detalle. La llegada a Belén supuso para los Magos emprender otros caminos distintos. ‘Avisados por el ángel se marcharon a su tierra por otro camino’. Belén nos abre a caminos nuevos. Ya para nosotros no debe haber tinieblas nunca más. Nuestros caminos tienen que ser luminosos porque serán para siempre caminos de amor y de nueva fraternidad. Hasta Belén llegamos siguiendo una estrella, pero de Belén tenemos que salir siendo estrellas para los que nos rodean.
Hasta ahora en estos días de Navidad hemos puesto luces de colores en nuestras puertas o ventanas o en nuestras casas para señalar a los demás que estábamos celebrando la Navidad; esas luces quizá las quitamos porque se acaban las fiestas, pero seremos nosotros esas luces de colores, esas lámparas luminosas que con nuestra vida señalemos a los demás el camino que lleva hasta Jesús. Recordemos que Jesús nos dirá que El es la Luz del mundo, pero que nosotros también tenemos que ser luz del mundo porque con nuestra vida, con nuestra fe, con nuestro amor, con nuestra esperanza y nuestro compromiso solidario tenemos que ser estrella que lleve hasta Jesús.

martes, 5 de enero de 2010

Una fe que crece hasta reconocer en Jesús al Hijo de Dios y nos convierte en discípulos y apóstoles

1Jn. 3, 11-21
Sal. 99
Jn. 1, 43-51


Ya lo hemos comentado en otra ocasión, la Buena Nueva del Evangelio que vamos escuchando estos días posteriores a la Navidad nos van ayudando, podríamos decir que pedagógicamente, a irnos introduciendo en todo el misterio de Jesús al tiempo que nos ayudan a pasar desde esa rectitud de vida y honradez, desde esa inquietud del corazó y esa búsqueda de Jesús a la condición primero de discípulos, seguidores de Jesús, y luego también de apóstoles de su evangelio.
De manera especial en lo escuchado en este final del capítulo primero del evangelio de san Juan lo vemos en la llamada de los primeros discípulos y el descubrimiento que ellos van haciendo de Jesús. De un Jesús maestro – rabí -, profeta y Mesías, en el que se cumple todo lo anunciado por los profetas hasta la confesión que hoy escuchamos en Natanael diciendo: ‘Rabí, tu eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’.
Efectivamente Juan y Andrés se van tras Jesús porque el Bautista lo había señalado como ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’; ellos quieren conocer más de Jesús – ‘Maestro, ¿dónde vives?’, les escuchábamos ayer -, pero pronto Andrés anunciará a su hermano Simón ‘hemos encontrado el Mesías’.
Felipe, que sigue a Jesús escuchando la invitación que Jesús mismo le hace para ser su discípulo, dirá a Natanael ‘Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas lo hemos encontrado… a Jesús, el hijo de José, de Nazaret’. Y ya hemos comentado cómo lo reconoce y confiesa Natanael. Pero Jesús mismo completará esta revelación diciéndonos cómo se va a manifestar la gloria de Dios en El. ‘Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre’. Palabras de Jesús que nos recuerdan el sueño de Jacob que veía también esa escala que subía hasta el cielo por donde bajaban y subían los ángeles de Dios.
Aquellos que comenzaron a seguir a Jesús, siendo sus discípulos, pronto los vemos convertidos en apóstoles que llevan a sus compañeros la noticia de aquel a quien han encontrado y en el que se realizan todas las esperanzas. ‘Hemos encontrado al Mesías’ le dirá Andrés a su hermano Simón y lo lleva a Jesús. Lo mismo hará Felipe con su amigo Natanael el de Caná para llevarlo también a Jesús.
Nos ayuda también a nosotros en la vivencia de las celebraciones de estos días y en todo lo que es nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús. Como hemos mencionado en más de una reflexión no nos quedamos en un Jesús niño, sino que en ese niño estamos contemplando al Hijo de Dios, estamos descubriendo al que es nuestro Salvador, estamos queriendo escuchar al que es la Palabra eterna de Dios, estamos vislumbrando todo el misterio de Dios que se nos revela, porque en el rostro de Jesús estamos conociendo el rostro de Dios. Ese Jesús es el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Nos queda hacer como aquellos primeros discípulos. Lo que estamos descubriendo y viviendo tenemos que comunicarlo a los demás. Mensajeros de Buena Nueva tenemos que ser nosotros en medio del mundo que nos rodea. Ante un mundo en tinieblas o desencantado en el que vivimos nosotros tenemos que despertar la fe y la esperanza desde nuestra fe y nuestra esperanza.
Esa alegría de la fe, del encuentro con Jesús y su seguimiento es algo que tenemos que trasmitir a los que nos rodean. No podemos vivir la alegría de la fe sólo como unos villancicos que ahora cantamos porque toca, porque es Navidad, sino que esto tiene que expresarse en nuestra vida, en la ilusión con que vivimos, en el amor del que llenamos nuestra vida, en todas esas obras buenas que hemos de hacer por los demás.
El mundo necesita esa alegría y esa esperanza. De nosotros depende que las puedan encontrar.

lunes, 4 de enero de 2010

Maestro ¿dónde vives?

1Jn. 3, 7-10
Sal. 97
Jn. 1, 35-42


Maestro, ¿dónde vives?’ fue la pregunta de Andrés y Juan. Habían escuchado al Bautista señalar a Jesús: ‘Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…’ Eran discípulos de Juan y en ellos estaba también la inquietud, la esperanza de la pronta venida del Mesías que Juan anunciaba como inminente. Por eso se van con Jesús y le hacen esa pregunta.
¿Preguntaban por un lugar, por una casa? Realmente había visto a Juan que vivía en el desierto y la austeridad de su vida. Pero aquel era el lugar del Bautista, allá en el desierto, junto al Jordán. ¿Cuál era el lugar de Jesús? ¿Cuál era el estilo de Jesús? ¿Cuál era su mensaje? La pregunta de Andrés y Juan implicaba muchas cosas.
Un día Jesús diría a alguien que se ofreció voluntario para seguir a Jesús. ‘Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas… las raposas tienen madriguera, las aves del cielo nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’, fue la respuesta a aquel que tan voluntariamente quería seguirle. Seguir a Jesús tiene sus exigencias.
No tenía donde reclinar su cabeza… lo hemos contemplado en estos días de la celebración de su nacimiento. ‘No había para ellos sitio en la posada’ de Belén. No había lugar para el nacimiento de un niño en aquella posada y allá se fueron Maria y José al establo de los animales y recostado en un pesebre lo encontrarían los pastores avisados por el ángel.
Como peregrino, emigrante o casi como desterrado tendrían que irse María y José con el Niño a Egipto, huyendo de Herodes que buscaba al Niño para matarlo. Otra vez sin tener donde reclinar la cabeza, como esos inmigrantes que nos llegan a nuestras costas buscando una vida mejor. ¡Qué parecido entre aquel Jesús que nace en Belén, huye a Egipto buscando salvar la vida, y estos emigrantes de hoy día, como los de todos los tiempos! Bueno es recordarlo para que quizá surjan actitudes nuevas en nuestro corazón.
No le conoceremos a Jesús sitio fijo para habitar a lo largo de su vida pública una vez que saliera de Nazaret. ¿En casa de Simón en Cafarnaún? Y cuando iba de pueblo en pueblo por los caminos de Galilea y de Palestina toda, ¿dónde reclinaba su cabeza? Cuando venía a Jerusalén algunas veces le veremos acogido en Betania en casa de Lázaro, Marta y María tan hospitalarios, pero seguramente que muchas veces los campos cercanos a la ciudad, como las laderas de Getsemaní o el monte de los Olivos serían lugares donde guarecerse, porque allí sabía Judas que iba a encontrarlo. Le veremos a la mesa de Simón, el fariseo, o de Zaqueo, el publicano, o Mateo que le ofrece un banquete, pero de resto peregrino dejándose acoger por los demás como El nos acoge a todos.
Maestro, ¿dónde vives?... Venid y lo veréis… y se fueron con El’. Estar con Jesús, vivir con Jesús es ponerse en camino. Porque estar con Jesús es seguirle. Estar con Jesús significa desprendimiento. Estar con Jesús, vivir con Jesús es disponerse para una vida nueva. ‘Venid, y lo veréis…’
Preguntamos quizá nosotros también ‘Maestro, ¿dónde vives?’ porque quizá buscamos seguridades, apoyos humanos. Pero tenemos que hacerle esa pregunta a Jesús sin miedos, con generosidad en el corazón. ‘Venid y lo veréis’, nos responde también a nosotros Jesús. Cuando aprendamos a ponernos en camino le conoceremos, seremos auténticos discípulos.

domingo, 3 de enero de 2010

Plantó su tienda entre nosotros y nos da el poder ser hijos de Dios


Sab. 24, 1-2.8-12:

Sal. 147;

Ef. 1, 3-6.15-18:

Jn. 1, 1-18


No puedo menos que comenzar haciendo mía la súplica de san Pablo en la carta a los Efesios: ‘Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos’.
Sólo con la luz de su Espíritu podemos conocerle. El es quien nos lo revela. ‘A Dios nadie lo ha visto jamás…’ Es el deseo de todo hombre, ver a Dios conocer a Dios. Pero en todo el Antiguo Testamento está la Tradición de que no se puede ver a Dios y quedar con vida. Se nos habla de Abrahán que hablaba con Dios como con un amigo, y que se le manifestaba en el caminante que llegaba a su tienda, o el ángel del Señor que le hablaba. Moisés en lo alto de la montaña primero escuchó la voz de Dios que le hablaba y le confiaba una misión y cuando lo vio bajó de la montaña con el rostro resplandeciente.
Pero ahora se nos dirá que ‘el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer’. Y es que Jesús es el Emmanuel, el Dios con nosotros, la Palabra que nos revela a Dios y nos da a conocer su misterio de amor. ‘La Palabra que se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros’. Plantó su tienda, como el beduino que allá en el desierto planta su tienda para acampar, como el caminante que lo hace para descansar en el camino, ‘la Palabra plantó su tienda entre nosotros’. Es presencia y es descanso. Es luz y es vida. Será alimento y será viático para nuestro caminar. Quiere estar entre nosotros porque es el Dios con nosotros. Se acerca de la forma más humilde y entre los humildes, porque al no encontrar posada lo vemos nacer en un establo y ser reclinado en un pesebre entre pajas.
Misterios y maravillas de Dios que nos hacen contemplar su gloria. No como nosotros nos lo habríamos imaginado, sino en la humildad y sencillez. Pero ‘hemos visto su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Así se manifiesta la gloria del Señor.
En la noche de Belén ‘un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad’. Así brilla la gloria de Dios, así es el resplandor de su luz. Pero maravilla del amor de Dios que así quiere acercarse a nosotros en la humildad y la pobreza. Lo hizo entonces y lo sigue haciendo hoy porque es ahí en los pobres y los humildes donde quiere que le encontremos, y que lo que a ellos le hagamos a El se lo estaremos haciendo.
Significa, pues, el amor y la cercanía de Dios, el que planta su tienda entre nosotros. Y se quedará para siempre con nosotros, porque, aunque nos parezca que se vaya o no le sepamos ver, El ha prometido que estará con nosotros para siempre, hasta el final de los tiempos. Y estará para siempre la presencia de su Espíritu y la presencia maravillosa en los sacramentos sobre todo en la Eucaristía. Y luego, tras ese final de este mundo, ya estaremos para siempre con El en la gloria eterna del cielo.
Hoy Juan nos ha dicho que ‘la Palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre… en la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió… al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella y el mundo no la recibió. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron…’
Paradojas del misterio que estamos celebrando. La luz viene para iluminar. Dios planta su tienda entre nosotros. No es que nosotros tengamos que hacer grandes recorridos para ir hasta Dios, sino que es Dios quien viene a nosotros, y nos trae luz, y nos trae vida, pero ‘vino a los suyos y los suyos no lo recibieron…’
Drama del hombre que no recibe a Dios, que rechaza la luz, que prefiere a las tinieblas. Ceguera inexplicable que rechaza la luz, como si le molestara y prefiriera a las tinieblas. Misteriosa maldad del hombre que en nombre de la libertad que Dios mismo le ha concedido y con la que le ha engrandecido, se decide por el ‘no’ a la luz y a la vida prefiriendo las tinieblas y la muerte.
Pero tras ese drama del hombre seguiremos contemplando el amor y la espera de Dios. El sigue esperándonos y buscándonos. Y ‘a cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios si creen en su nombre’, nacidos no de la carne o amor humano, sino de Dios. ‘En la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres’. Esa luz y es vida de la que nos hace partícipes para que para siempre seamos hijos. ‘De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia’.
Como nos decía san Pablo ‘nos ha elegido… y nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos…’ Por pura iniciativa, por puro amor de Dios que así nos ama. ‘Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios,, pues ¡lo somos!’, que exclamaba san Juan.
Bendito sea Dios’, tenemos que reconocer y lo hacemos de manera especial cuando estamos contemplando y celebrando todo el misterio de la Navidad, ‘que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales’. Démosle gracias a Dios.