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sábado, 27 de febrero de 2010

Una meta alta que nos propone Jesús, amar con un amor como el de Dios

Deut. 26, 16-19;
Sal. 118;
Mt. 5, 43-48


‘Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’. No es cualquier cosa lo que nos está pidiendo Jesús. Y es que Jesús no quiere que andemos a medias tintas, con mediocridades o ramplonerías. Es nuestra tentación y nuestro peligro y es lo que hace que andemos como arrastrándonos por la vida como si nos faltaran metas e ideales. La meta ideal que nos propone Jesús es bien alta. Quiere que nos asemejemos a la santidad de Dios.
Y ¿en qué hemos de parecernos a Dios? En amar como El nos ama. Ya sabemos que es nuestro distintivo – ‘en eso es en lo que os conocerán, en que os amáis los unos a los otros’ -, es su mandamiento principal y único – ‘un mandamiento os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado’ -, en esto se resumen todos los mandamientos – ‘amarás a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas, este es el mandamiento principal y primero y el segundo es semejante a este, amarás a tu prójimo como a ti mismo’ -.
Pero no siempre damos la medida del amor que nos pide Jesús. nos contentamos que decir que amamos, pero fácilmente le ponemos muchos límites a nuestro amor. Nos es fácil amar a los que nos aman, pero como nos dice Jesús, ‘¿Qué mérito tenéis? ¿no hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestro hermano ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos?’
Y es que el amor que aprendemos de Jesús es distinto, tiene otras características. Hoy nos ha hablado Jesús del amor a los enemigos, de los que nos hayan podido hacer mal, o de los que nos aborrecen y nos odian. Y Jesús nos dice que tenemos que amarlos también. Como los ama Dios. Y en lo que nosotros tenemos que parecernos a Dios. ‘Así seréis hijos de vuestro Padre que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos’.
Hay algo en lo que nos dice hoy Jesús que siempre me ha llamado la atención y que he tratado de hacerlo en mi propia vida cuando me ha costado amar a alguien. Rezar por esa persona que no me cae bien, que me ha hecho daño o me ha tratado mal, o ha sido causa de sufrimiento para mi vida. Aunque me ha costado me ha hecho mucho bien actuar con este criterio de Jesús. Es lo que nos dice Jesús hoy. ‘Yo en cambio os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian’.
Pienso que cuando Mateo escribió el evangelio trasladándonos las palabras de Jesús ya aquellas comunidades cristianas estaban comenzando a sufrir persecuciones y muchas contrariedades por parte de los que se oponían al mensaje cristiano. Y pienso en aquellos cristianos que eran perseguidos y estaban siguiendo las palabras de Jesús en el evangelio y rezaban por aquellos que los perseguían y hasta los llevaban a la muerte. Por supuesto son las palabras de Jesús las que tienen su fuerza por sí mismas, pero el pensar en aquellos cristianos que eran perseguidos y lo pasaban mal y eran capaces de rezar por sus perseguidores, para mí ha sido siempre un estímulo, un hermoso ejemplo.
Si a todos tenemos que amar, y nos cuesta amar a quienes no nos caen bien o nos hacen daño, comencemos por rezar por ellos, aunque nos cueste, y pronto comenzaremos a amarlos también nosotros. Y es que en esto de amor no podemos hacer como lo hace cualquiera. Nosotros tenemos la meta que nos propone Jesús: ‘Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’, amemos y amemos a todos también a nuestros enemigos como los ama el Señor.

viernes, 26 de febrero de 2010

Conversión, reconciliación, vida…

Ez. 18, 21-28;
Sal. 129;
Mt. 5, 20-26

Conversión, reconciliación, caminos que nos llevan a la vida. Es la invitación que nos hace la Palabra de Dios hoy. En este camino cuaresmal que vamos haciendo, en el que vamos revisando nuestra vida, nuestras actitudes, la respuesta que le vamos dando al Señor que no es siempre una respuesta positiva, comenzamos a escuchar una invitación insistente a la conversión.
Ya decíamos que vamos dejándonos iluminar por la Palabra del Señor que cada día escuchamos y podemos ir descubriendo caminos nuevos que hemos de recorrer, como también nos vamos dando cuenta de cosas que hemos de ir corrigiendo con toda sinceridad. Es un camino de pascua el que hemos de ir recorriendo, porque tenemos que ir dando muerte a todas las sombras y oscuridades que vayamos encontrando en nuestra vida. De ahí, esa invitación constante a la conversión.
‘¿Acaso quiero yo la muerte del malvado y no que se arrepienta y que viva?... si el malvado se convierte de los pecados cometidos, y guarda mis preceptos y practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá, no se le recordarán los delitos que cometió, por la justicia que ha hecho, vivirá…’ Es el centro del mensaje del profeta Ezequiel.
Conversión que nos exige reconciliación. Reconciliación con el Señor que nos ofrece ese abrazo de amor que es su perdón para que nos volvamos a El. Pero reconciliación que tiene que pasar por ese reencuentro sincero con el hermano. Si no realizamos esa reconciliación con el hermano podríamos decir que no es del todo sincera esa reconciliación que queremos con el Señor.
Nos lo señala con toda claridad el evangelio de hoy. Una vez más nos previene Jesús contra las actitudes no tan positivas que podamos encontrar en los que se quieren presentar como justos. ‘Si no sois mejores que los escribas y fariseos no entraréis en el Reino de los cielos’. Y nos aclara Jesús bien cuál es toda la amplitud que hemos de darle al quinto mandamiento de ‘no matarás’. No es sólo ya el hecho físico de quitar la vida, sino que encierra todo lo que pueda ser desamor con el hermano. Un amor que incluye también delicadeza y buen trato, generosidad y capacidad de perdón, el evitar todo lo que pueda producir ruptura o distanciamiento. Ni nuestros pensamientos ni nuestras palabras deben ser nunca ofensivas contra el hermano. ‘Merece la condena del fuego’, nos dice duramente el Señor.
Pero también nos invita a la reconciliación. ‘Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con el hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda’.
Son claras las palabras del Señor. No podemos sentirnos dignos de presentarnos ante el Señor si nuestro corazón está enturbiado por el desamor, el odio, el rencor o el egoísmo. Nuestras actitudes tienen que ser positivas. Nuestros actos tienen que resplandecer de luz. Es así cómo podremos llenarnos de verdad de la vida del Señor.
Sabemos una cosa. El Señor siempre nos estará ofreciendo su perdón y su gracia si con actitud humilde acudimos a El con deseos de conversión. Es que así es de generoso el corazón del Señor. ‘Si llevas cuenta de los delitos, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón… porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa, y El redimirá a Israel de todos sus delitos’.

jueves, 25 de febrero de 2010

Humildad y confianza en la misericordia del Señor

Esther, 14, 1.3-5.12-14;
Sal. 137;
Mt. 7, 7-12

‘Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor’. Es lo mejor que podemos decir tras escuchar la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado. Manifiesta nuestra confianza en Dios por medio de la oración. De alguna manera es como darle gracias porque tenemos la certeza de que siempre nos escucha. Nos motiva para que con humildad nos atrevemos a acercarnos al Señor.
Es en lo que nos ha insistido Jesús en el Evangelio. ‘Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre’. ¿Por qué esa confianza y esa certeza de ser escuchados en nuestra oración? Nuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden, nos viene a afirmar Jesús.
¿Tendremos confianza en el poder y el valor de la oración? Algunas veces nos pueden asaltar las dudas. También nuestra autosuficiencia es muy mal aliado; nos creemos tan autosuficientes por nosotros mismos que creemos que para todo nos valemos por nosotros y no necesitaríamos la ayuda y la gracia del Señor. Necesitamos humildad. Tenemos que aprender a ser humildes en la vida y mucho más cuando nos relacionamos con el Señor.
Esa humildad en nuestra oración también nos enseñaría a esa necesaria humildad en nuestras relaciones con los demás. Porque hemos de reconocerlo, estamos tan interrelacionados los unos con los otros que en cierto modo dependemos unos de otros y necesitamos ayudarnos, tendernos la mano, dejarnos ayudar por los demás.
Lo que hemos escuchado en el libro de Esther es un hermoso ejemplo de esa oración que hemos de hacer y cómo hemos de hacerla. Era la reina y tenía que interceder por su pueblo ante el rey. Lo que hemos escuchado es la oración de Esther. Tengamos en cuenta una cosa además; antes de presentarse ante el rey para interceder por su pueblo, no sólo se encomendó al Señor con esta oración, sino que previamente había ayunado y hecho penitencia, además de pedirle a la comunidad de los israelitas que hicieran lo mismo antes de ella acudir a la cámara del rey.
Fijémonos brevemente en esta oración de Esther. Comienza su oración con un reconocimiento y una profesión de fe. ‘Señor mío, único rey nuestro, protégeme que estoy sola y no tengo otro defensor que Tú…’ Una profesión de fe además que es un recordar lo que ha sido el actuar de Dios para con su pueblo. ‘Cómo escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre pueblos más poderosos para ser heredad tuya…’
Se acoge a la misericordia del Señor. Se siente indigna – ‘nosotros hemos pecado contra ti’ – y confía en la misericordia del Señor. Y al reconocer su misericordia le pide que esté con ella en el momento oportuno, que ponga palabras en sus labios – ‘pon en mi boca un discurso acertado’ – y sienta la fuerza del Señor que le acompaña. Una oración confiada y comprometida. No se echa atrás en lo que siente que es su responsabilidad sino que asumiéndola en todas sus consecuencias quiere sentir la fuerza del Señor. ‘Líbranos con tu mano, y a mí, que no tengo otro auxilio, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo’.
Hermosa oración. Cómo se manifiesta la humildad y la confianza. Cómo quiere sentir en su vida la presencia del Señor. Presencia del Señor que le da ánimos y fuerza para caminar con paso firme haciendo lo que tiene que hacer, que es interceder por su pueblo.
Que con esa confianza y humildad acudamos nosotros también al Señor, sabiendo lo grande y misericordioso que es el Señor. Desde Jesús tenemos nosotros muchos más motivos para la confianza, porque es tanto el amor que Dios nos tiene – es nuestro Padre – que nos ha entregado a su propio Hijo. Tenemos que creer en el valor de la oración. Tiene que ser la fuerza y el motor de nuestra vida, porque así alcanzamos la gracia del Señor.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Aquí hay uno que es más que Jonás

Jonás, 3, 1-10;
Sal. 50;
Lc. 11, 29-32

Algunas veces queremos buscar las cosas lejos de nosotros cuando quizá las tenemos cerca y al alcance de nuestra mano; buscamos cosas grandes y extraordinarias cuando en las pequeñas y en las sencillas encontramos la mayor riqueza y sabiduría; queremos que se obren milagros maravillosos en nuestra presencia para encontrar razones para creer y sin embargo Dios está junto a nosotros, camina a nuestro lado y nos manifiesta su amor y su misericordia en las cosas pequeñas que nos suceden cada día.
Jesús está rodeado de gente que ‘se apiñaba a su alrededor’; pero Jesús se queja de ellos porque no hacen sino pedir signos y milagros. ‘No se le dará más signo que el de Jonás’, les dice. ¿Qué quiere decir Jesús?
El texto de la primera lectura nos habla de Jonás. Profeta del pueblo de Israel, hombre del Espíritu que Dios envía a la ciudad de Nínive a predicar la conversión. ‘Nínime era una ciudad enorme, tres días hacían falta para atravesarla’, explica el autor sagrado. Era imagen de maldad y de pecado, ciudad mundana y frívola, prototipo de las ciudades paganas. Jonás en principio se resistió a ir a predicar allí de manera que Dios le lleva a la fuerza. Hubiera deseado él predicar en las ciudades de Israel, porque le parecía que allí fuera más fácil obtener fruto.
Pero llevado por el Señor ‘comenzó Jonás a entrar por la ciudad y camino durante un día pregonando: Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada.., los ninivitas creyeron a Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron de sayal, grandes y pequeños…’ Donde parecía que era imposible la conversión, allí estaba la respuesta de su vuelta al Señor. Desde el rey hasta el más pequeño todos se convirtieron al Señor.
Esta es la señal que Jesús pone para la gente de su generación y nos pone a nosotros también. ‘Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del Hombre para esta generación… cuando sea juzgada esa generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás. Y aquí hay uno que es más que Jonás’.
Allí está Jesús en medio de ellos. Les había dado muchas señales, realizado muchos signos, y estaba su Palabra de salvación que cada día llegaba a ellos, pero no querían escucharle. Y nosotros, ¿qué podemos decir? ¿No está también el Señor en medio de nosotros? Ante nosotros ¿no se nos proclama esa palabra de salvación cada día? ¿Cuál es nuestra respuesta?
Como decíamos al principio buscamos cosas extraordinarias y el Señor está en medio de nosotros. Queremos que nos den razones para creer y no somos capaces de ver el milagro de la vida de cada día que el Señor nos regala. Cuánto recibimos cada día del Señor. Abramos los ojos de la fe. Sepamos descubrir esa ternura de Dios que se nos manifiesta de tantas maneras. ¿Por qué nos descubrimos esa ternura y ese amor de Dios en tantos gestos de humanidad, de cariño, de atención, de amistad que cada día recibimos de los que están a nuestro lado? Serán nuestros seres queridos o los que nos atienden, será esa sonrisa que nos regala esa persona que se cruza en el camino de nuestra vida, o será esa atención y delicadeza que recibimos de cualquiera que está a nuestro lado. Así podríamos pensar en muchas cosas, detalles, personas que nos están manifestando esa ternura de Dios.
Pero está también su Palabra que se nos proclama cada día y nos da la oportunidad de escuchar y comprender lo que el Señor nos dice. Está el regalo grande de la Eucaristía en la que podemos participar cada día para alimentarnos de Dios mismo que se nos da. Está esa familia grande que es la Iglesia en la que nos sentimos integrados y en comunión y que nos manifiesta también esa presencia amorosa de Dios junto a nosotros. De muchas maneras podemos descubrir y sentir a Dios. Repito, abramos los ojos de la fe. No es ya Jonás el que nos proclama la palabra que nos invita a la conversión. En la Iglesia y a través de la Iglesia, y ahora de manera especial en este tiempo de Cuaresma, escuchamos esa llamada y esa invitación. Y aquí está Jesús en medio de nosotros. Que con corazón contrito y humilde acudamos al Señor, volviendo hacia El nuestro corazón.

martes, 23 de febrero de 2010

Algo más que unas palabras aunque lo resumamos en una palabra, Padre

Is. 55, 10-11
Sal. 33
Mt. 6, 7-15


En el marco del sermón de la montaña, en el que Jesús había ido haciendo unas recomendaciones a quienes quisiera seguirle y ser sus discípulos sobre la autenticidad de la vida y sobre una auténtica piedad para con Dios, nos enseña cómo ha de ser nuestra oración, nuestro trato y relación con Dios, invitándonos a alejarnos del puro formulismo.
Previamente a los versículos hoy escuchados nos había precavido contra una actitud farisaica y de apariencia: ‘no seáis como los hipócritas a quienes les gusta orar donde los vea toda la gente…’ Pero también nos recomienda como hoy hemos escuchado a no quedarnos en palabrería; ‘cuando recéis no seáis como los paganos que se imaginan que por hablar mucho les harán caso… no seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis’.
‘Vosotros orad así…’ y nos enseña el padrenuestro que es más que una fórmula para repetir; es una pauta por donde ha de discurrir nuestra oración, nuestro trato con el Padre del cielo.
Y es así cómo comenzamos, con ese espíritu filial para llamarle Padre, para sentirle Padre, para sentirnos en verdad nosotros hijos amados de Dios. Nos ha dado su Espíritu, no un espíritu de temor o de esclavitud, sino un Espíritu que nos hace hijos, que nos hace que podamos llamarle ‘Abba, Padre’. Qué hermosa palabra para comenzar; qué hermoso sentimiento que tiene que inundar nuestro corazón; qué hermosa actitud la que surge en nosotros cuando nos sentimos hijos.
¿Cómo no hemos de querer su gloria? ¿Cómo no hemos de querer santificar para siempre el nombre de Dios? Moisés le pedía a Dios en el Horeb que le dijese su nombre para poder decir a los israelitas quien le mandaba. El nombre de Dios supera ya todo nombre, no lo podemos encerrar en una palabra, por eso desde Jesús la más hermosa con la que podemos llamarle es Padre. ‘Santo es su nombre’, proclamó María cuando se sintió amada y engrandecida por Dios. ‘Santo es su nombre’, tenemos que proclamar nosotros también con toda nuestra vida.
Jesús había comenzado su predicación invitándonos a convertirnos, a creer en la Buena Noticia que llegaba, porque ‘el Reino de Dios está cerca’. Ya está inaugurado por Jesús, ya caminamos por él esperando alcanzar su plenitud total. ‘Venga a nosotros tu Reino’, pedimos. Que lo vayamos haciendo realidad en nuestra vida. Que un día podamos alcanzarlo en plenitud.
‘Como baja la lluvia y la nieve, y empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar, para que dé semilla y fruto… así será mi palabra, hará mi voluntad, cumplirá mi encargo’, nos decía el profeta Isaías de parte de Dios. Hará mi voluntad… haremos la voluntad de Dios, descubriremos sus designios para nosotros, para nuestra vida, para nuestro mundo. Los convertimos en ley de Dios para nuestra vida, haremos que en todo nuestra vida sea un Sí para el designio de Dios; como María, ‘hágase en mí según tu palabra’; como Cristo al entrar en el mundo: ‘Aquí estoy para hacer tu voluntad… mi alimento es hacer la voluntad del Padre del cielo’.
‘Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias’, repetimos con el salmo hoy. Desde nuestras angustias o desde nuestras necesidades, desde la debilidad y flaqueza de nuestra condición pecadora y desde la zozobra en que nos vemos zarandeados por el mal y la tentación, acudimos al Señor. ‘El Señor lo escucha y lo libra de sus angustias’. Es nuestra certeza. El Señor nos escucha y es nuestra fuerza, y nuestra gracia, y el perdón que necesitamos por nuestro pecado.
Pedimos pero nos comprometemos; pedimos pero queremos vivir la vida con responsabilidad; pedimos perdón, pero cómo no perdonar nosotros también cuando el Señor se ha mostrado y compasivo con nosotros y tantas veces nos ha perdonado y tanta es la muestra de su amor que nos manda a su Hijo para que muera por nosotros.
Todo esto no lo podemos decir en un suspiro o en la carrera de unas palabras que duran menos de un minuto. Aunque todo esto lo estamos resumiendo de la forma más maravillosa con la primera palabra que nos enseñó a decir Jesús: Abbá, Padre. Todo esto es para quedarnos extasiados ante el misterio de Dios y no cansarnos nunca de estar en su presencia. Es lo que nos enseñó Jesús. Es la autenticidad y profundidad que hemos de darle a nuestra oración

lunes, 22 de febrero de 2010

Pedro, piedra de comunión, de fidelidad e integridad de nuestra fe apostólica

1Ped. 5, 1-4;
Sal. 22;
Mt. 16, 13-19



‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… te daré las llaves del Reino de los cielos, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo’. Es la promesa y la autoridad que Jesús confía a Pedro. Pedro será la piedra sobre la que se edificará la Iglesia de Jesús. Es la piedra de comunión, la piedra sobre la que se afianza nuestra fe en Jesús.
Así lo hemos expresado en la oración colecta en esta liturgia en la que celebramos la Cátedra del Apóstol san Pedro. Una fiesta importante en la liturgia y para la vida de la Iglesia, de manera que, aunque estemos en la austeridad de la Cuaresma, sin embargo se celebra con sones y sentido de fiesta la celebración de la Cátedra de san Pedro. Anteriormente a la reforma litúrgica ya se celebraban por separado la Cátedra de san Pedro en Antioquia y la de la Cátedra de san Pedro Roma. La Iglesia de Antioquia celebra el paso del apóstol por ella y Roma sería la sede definitiva de Pedro – allí recibiría su martirio -, de manera que, como todos sabemos, el sucesor como Obispo de Roma se convierte en el Pontífice de la Iglesia universal, de toda la Iglesia católica. No se celebran ahora separadamente sino en una sola fiesta con este título simplemente de la Cátedra de san Pedro.
Podíamos decir que el que tiene la cátedra tiene el derecho y la autoridad para enseñar. Es una forma de expresar el sentido de Pedro para toda la Iglesia. Jesús le había constituido en Piedra fundamental en la construcción de la Iglesia cuando allá en Cesarea de Filipo como hoy hemos escuchado en el evangelio, tras la afirmación de fe de Pedro como el Mesías de Dios, como el Hijo del Dios vivo en respuesta a las preguntas de Jesús así lo había constituido. Tú eres Pedro, la piedra sobre la que edificaré mi Iglesia.
Hay varios aspectos que sobresalen en las oraciones de la liturgia de este día. Como ya hicimos referencia en la oración colecta pedimos no vernos perturbados por ningún peligro ya que estamos afianzados sobre la roca de la fe apostólica.
En la oración sobre las ofrendas pediremos que ‘bajo el pastoreo y la doctrina de san Pedro nos conceda guardar la integridad de la fe y llegar de este modo a la vida eterna’.
Mientras que en la oración final después de la comunión pediremos que alimentados con el Cuerpo y la Sangre de Cristo al celebrar la festividad de san Pedro ‘este misterio de redención sea para nosotros sacramento de unidad y de paz’.
Una celebración, pues, que nos afianza en la roca de la fe apostólica; creemos en la Iglesia que es una santa, católica y apostólica, como confesamos en el Credo. Nos viene bien destacar este aspecto, porque por la fe trasmitida por los apóstoles podemos llegar nosotros a proclamar nuestra fe en Jesús; formamos parte de una Iglesia apostólica, de manera que cada Iglesia local se encuentra congregada en torno al Obispo, verdadero sucesor de los Apóstoles.
Nos da seguridad, firmeza en nuestra fe. Lo que nos lleva a mantener esa integridad de nuestra fe, como pedíamos en la oración. Desde su Cátedra, Pedro y sus sucesores, guardan la integridad de la fe, nos trasmiten la integridad de la fe. Y por la asistencia del Espíritu Santo que Cristo prometió tenemos la certeza y garantía de que no nos vamos a apartar de esa verdadera fe.
Pero nos hablaba también la liturgia de sacramento de unidad y de paz. Pedro es piedra de unidad y de comunión. Por eso garantía de esa integridad de la fe, de esa firmeza de la fe es nuestra comunión con Pedro, es la comunión de las Iglesia locales con Pedro, con el sucesor de Pedro, y así comunión con toda la Iglesia. Bien sabemos que esa falta de comunión ha producido y produce muchas rupturas en la Iglesia; es caballo de batalla en toda la tarea del ecumenismo para lograr esa unidad en todas las Iglesia; pero la falta de esa comunión es causa también de muchas rupturas en el interior del corazón de muchos cristianos que les puede hacer perder esa estabilidad necesaria de la fe. Bien conocemos también el empeño grande que se ha vivido en la Iglesia por restablecer esa unidad y el esfuerzo grande y las iniciativas nacidas del amor que Benedicto XVI está teniendo continuamente para tejer esa unidad rota de la Iglesia.
Pidamos al Señor nos mantengamos, con la intercesión del Apóstol Pedro a quien hoy celebramos y contemplamos en su Cátedra, firmes y totalmente fortalecidos en nuestra fe, mantengamos esa integridad y también esa unidad y esa comunión garantía de la verdadera fe cristiana.

domingo, 21 de febrero de 2010

No nos dejes caer en la tentación… enséñanos a sofocar la fuerza del pecado

Deut. 26, 4-10;
Sal. 90;
Rm. 10, 8-13;
Lc. 4, 1-13


La oración litúrgica de este primer domingo de Cuaresma nos da el sentido del camino cuaresmal que estamos haciendo. ‘Avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud’, pedíamos. Es tarea y deseo de todo cristiano en todo momento, hemos de reconocer, pero que se intensifica en estos momentos en que queremos prepararnos para la celebración del misterio pascual. Así pues queremos alimentar nuestra fe, consolidar la esperanza y sentirnos fortalecidos en el amor, como pediremos en otra de las oraciones de este domingo.
No es tarea fácil desde los que se creen ya llenos y satisfechos con sus cosas, o de los que piensan que en eso del camino de la fe y del conocimiento de Cristo o de lo que es ser cristiano ya nada más pueden hacer, nada nuevo pueden aprender, porque ya les parece suficiente con lo que hacen.
Es un peligro y una tentación, como muchas más que podemos sufrir. Por eso, la liturgia de la Iglesia en su sabiduría nos ofrece estos textos muy concretos para toda la cuaresma pero de manera especial en este primer domingo en que contemplamos las tentaciones de Jesús en el monte de la cuarentena. Como diremos en el prefacio ‘al abstenerse de tomar alimento durane cuarenta días inauguró la práctica de la penitencia cuaresmal, y al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado…’
Cada año se nos presentan estas tres tentaciones de Jesús según el relato de los sinópticos en el marco del inicio de su vida pública cuando después del bautismo de Jesús en el Jordán por el Bautista ‘el Espíritu santo fue llevando a Jesús por el desierto mientras era tentado por el diablo’. Allí está Dios, pero allí está también el hombre. Es verdadero Dios y verdadero hombre. Allí está Jesús lleno del Espíritu divino para iniciar su tarea mesiánica.
¿Cómo se presentaría? ¿Cuál era la expectativa de la gente? ¿Qué es lo que realmente Jesús iba a ofrecer a la humanidad? Son las tentaciones del hombre que es el Mesías de Dios y que una misión tenía que realizar. ¿Sería el Mesías apoteósico al frente de unos ejércitos para hacer un nuevo Israel liberándolo de la opresión de pueblos extranjeros, como ansiaban en aquellos momentos los judíos? ¿o habría de manifestarse en la espectacularidad de los milagros que atrajeran a las multitudes para seguirle y hacerle rey?
Si nos fijamos bien estas tres tentaciones de la montaña de la cuarentena se van a ver reflejadas de una forma u otra en distintos momentos de la vida de Jesús en las páginas del evangelio. Por ejemplo en el desierto, tras la multiplicación de los panes y los peces, quieren hacerle rey. Sus discípulos más cercanos están apeteciendo primeros puestos, o el ocupar la derecha o la izquierda a su lado en su nuevo reino. Jesús mismo sentirá el deseo de que se aparte de él todo sufrimiento y todo cáliz de dolor en Getsemaní. Las gentes le aclamarán como hijo de David llevándolo como en volandas a través de la ciudad hasta el templo aunque fuera montado sobre un borrico. A última hora, incluso después de su resurrección, los discípulos seguirán preguntando si es ahora cuando se va a manifestar a Israel.
Pero ¿no serán también nuestras tentaciones? ¿no estaremos nosotros también apeteciendo cosas así? El milagro fácil que nos resuelva todos nuestros problemas – que las piedras se conviertan en pan -, la lotería o el premio que me pueda sacar – y bien que se lo pido a Dios y a la Virgen que tenga suerte – para que se me resuelvan tantos problemas y con lo que yo podría ayudar tanto a los demás (¿?), aunque al final seguiríamos siendo igual de egoístas. La apetencia del prestigio, de la buena fama, del ser considerado y respetado por todos, del sentirme por encima de los otros. Que aplaudan y alaben lo que hago, que reconozcan lo bueno que soy, lo importante que soy, y aparecerá entonces el orgullo y la vanidad, y me hago un engreído y un soberbio; las ambiciones me cegarán y aparecerán las envidias y malos deseos contra los otros porque quizá no puedo conseguir todo lo que los otros tienen.
Pero, como ya recordamos lo que nos dice el prefacio y lo hemos escuchado en el evangelio ‘Jesús al rechazar las tentaciones del enemigo, nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado’.
‘No sólo de pan vive el hombre…’
No será el materialismo como sentido de la vida, no serán sólo las satisfacciones de los sentidos los que van a guiar y conducir nuestra vida; no nos podemos quedar sólo en lo terreno y en lo inmediato o en una vida ramplona, tenemos que buscar otras metas e ideales, hemos de saber elevar nuestro espíritu y trascender nuestra existencia, tenemos que abrirnos de verdad a Dios. ‘No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios’.
‘Al Señor, tu Dios, adorarás y sólo a El darás culto’,
fue otra de las respuestas de Jesús para vencer al maligno. Seremos grandes porque Dios nos ha hecho grandes con la dignidad que nos ha concedido, pero no nos ha hecho dioses, ni de nosotros mismos ni de los demás. Es otro el camino que hemos de seguir con los pasos de la humildad y del servicio a los demás. Es el reconocimiento de cuánto nos ha concedido Dios con su amor y la apertura de nuestro corazón a esa presencia maravillosa de Dios que se ha prodigado en nuestra historia y en nuestra vida. ¡Qué hermoso la profesión de fe israelita que nos ofrecía la primera lectura recordando todo el actuar de Dios en su historia! ‘Al Señor, tu Dios, adorarás’.
‘No nos dejes caer en la tentación’, le pedimos al Señor cada día, pero tampoco voy a pretender tentar a Dios con mis peticiones y exigencias para que Dios haga siempre lo que me apetece y nos conceda las cosas tal como nosotros se lo pedimos. ¡Somos tan interesados y egoístas tantas veces en nuestras peticiones al Señor...! pongamos nuestra fe en el Señor que está con nosotros y es nuestra fuerza. ‘Nadie que cree en El quedará defraudado’, que recordaba san Pablo. ‘No tentarás al Señor, tu Dios’, dijo Jesús rechazando al maligno. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’, como terminó diciendo también Jesús en Getsemaní.
Nos da para mucho meditar esta Palabra de Dios proclamada en este primer domingo de Cuaresma. Bueno sería que cada uno, en esos momentos de silencio, de meditación y oración personal que tendríamos que proponernos de buscar de manera especial en este camino cuaresmal, volviéramos sobre estos textos y siguiéramos rumiándolos en nuestro interior en la presencia del Señor.
Como decíamos al principio, ‘avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud, para alimentar nuestra fe, consolidar nuestra esperanza y fortalecer el amor’.