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sábado, 15 de mayo de 2010

En mi nombre os lo dará…

Hechos, 18, 23-28;
Sal. 46;
Jn. 16, 23-28

‘Yo os aseguro: si pedís algo al Padre, en mi nombre os lo dará… pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa…’
Estas palabras de Jesús son lo que El a través del evangelio nos ha enseñado, a orar y orar con confianza, con perseverancia, con fe. ‘Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá… porque quien pide recibe, quien busca halla y a quien llama se le abrirá…’ Nos recuerda lo que Jesús enseña en el sermón del Monte de las Bienaventuranzas. En muchas ocasiones Jesús nos hablará de la oración, nos enseñará a orar. Así nos dará el modelo de oración del Padrenuestro.
Nos enseña a orar a Dios, a orar al Padre. Y nos dice que en su nombre el Padre nos dará lo que le pidamos. No es ya que nosotros pidamos en el nombre de Jesús, que ya realmente lo hacemos cuando decimos ‘por Jesucristo, nuestro Señor’, sino que por el nombre de Jesús, por el amor que el Padre tiene al Hijo a quien nosotros amamos, nos lo dará. Es hermoso. De alguna manera podemos decir que Jesús es el motivo. Porque nos hemos unido a Jesús y queremos ser sus discípulos, porque le amamos y creemos en El. Porque amamos y creemos en Jesús el Padre tendrá un amor especial para nosotros.
‘Aquel día,
nos dice Jesús, pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré por vosotros, pues el mismo Padre os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’. Dios nos ama y cuando nosotros creemos en Jesús, que viene de Dios, y le amamos, podríamos decir, Dios se derrite de amor por nosotros y nos concede lo que le pedimos. Cuánta seguridad y cuánta confianza. Con cuánto amor hemos de amar nosotros a Jesús y amar al Padre.
Sí, Jesús rogará por nosotros. Vamos a escuchar en los próximos días la oración de Jesús al Padre por nosotros con lo que concluye todo este discurso de la Última Cena. Y precisamente mañana vamos a celebrar la Ascensión de Jesús al cielo donde está sentado a la derecha del Padre, como confesamos en el Credo, e intercede por nosotros. ‘Mediador entre Dios y los hombres… que habiendo entrado de una vez para siempre en el Santuario del cielo, ahora intercede por nosotros como mediador que asegura la perenne efusión del Espíritu’ Así lo expresa la liturgia en estos días que vamos a celebrar la Ascensión del Señor.
Por eso la Iglesia siempre en la oración, la alabanza, la acción de gracias y la gloria que quiere dar con toda la creación al Padre del cielo lo hace en nombre de Jesús. ‘Por Cristo, nuestro Señor’, decimos en la conclusión de todas las oraciones litúrgicas. ‘Por Cristo, Señor nuestro’ queremos cantar siempre la alabanza y la acción de gracias como expresamos en todos los prefacios. ‘En verdad es justo y necesario… darte gracias siempre y en todo lugar… por Cristo, Señor nuestro’.
Y cuando llega el momento culminante de la Eucaristía, la verdadera ofrenda que presentamos a Dios para darle ‘todo honor y toda gloria’, lo hacemos ‘por Cristo, con Cristo y en Cristo’.
Así en Cristo nos sentimos amados. Así por Cristo el Padre nos escucha siempre y nos concede toda gracia. Así en Cristo queremos que toda nuestra vida sea para la glorificación de Dios.

viernes, 14 de mayo de 2010

Testigos de resurrección, enviados y mensajeros del amor


fiesta de san matías apóstol


Hechos, 1, 15-17.20-26;
Sal. 112;
Jn. 15, 9-17


El texto de los Hechos de los Apóstoles nos narra la elección de Matías para formar parte del grupo de los Doce Apóstoles que se había roto con la traición de Judas. Jesús había constituido el grupo de los Apóstoles, a los que El había llamado personalmente por su nombre, como doce, que era un número bien significativo en la Biblia recordando las doce tribus de Israel.
Aún no había venido el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Iglesia naciente. Allí estaban como les había mandado Jesús en la espera del cumplimiento de la promesa del Padre, el envío del Espíritu Santo. Estaban reunidos en oración los Once con María, la Madre de Jesús y algunos otros discípulos.
Pedro toma la iniciativa de proponer la elección de quien sustituya a Judas en el número de los Doce del Colegio Apostólico. Han de elegir a alguno que haya sido testigo de la vida de Jesús pero sobre todo de su resurrección. Era la principal misión que Jesús les había confiado, ser testigos. Se proponen dos y se invoca al Señor para que les manifieste a quien ha elegido. Echan a suertes y el elegido es Matías. Luego ya no sabremos más de él en todo el nuevo Testamento; pero no importa, es el elegido y se ha recompuesto el Colegio Apostólico.
‘Muéstranos a cuál de los dos has elegido…’ es la oración de Pedro y de aquella primera comunidad. Quien elige es el Señor. Se valdrá de nuestro actuar humano pero es el Señor quien ha mostrado esa predilección. Es lo que contemplamos también hoy en el evangelio.
Este texto que hoy se nos ha proclamado está enmarcado en la Última Cena, como los que hemos venido proclamando y escuchando en estos días de Pascua. Unión con Jesús, guardar sus mandamientos, permanecer en el amor. Como consecuencia de todo esto amarnos nosotros también. Es el fruto que hemos de dar en nuestra vida como respuesta a esa predilección de amor que Jesús tiene con nosotros. Jesús es el Hijo predilecto del Padre, nosotros somos los discípulos predilectos y elegidos de Jesús.
‘Ya no os llamo siervos…’ El discípulo que sigue a Jesús no es un siervo. Nada nos esclaviza porque Cristo nos ha liberado, nos ha dado la más perfecta y hermosa libertad, la libertad del amor y de la gracia que sí nos hará servidores en el amor de los demás.
Pero Jesús nos llama amigos. ‘A vosotros os llamo amigos…’ El se nos ha revelado, se nos ha dado a conocer y en El podemos conocer lo más hondo de Dios. ‘Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer…’
Somos los que nos sentimos inundados del amor de Jesús; así nos ama, y así se nos revela. Así nos ha elegido para tenernos con El. ‘No sois vosotros los que me habéis elegido a mí, soy yo quien os he elegido…’ No es que nosotros hayamos buscado a Dios y lo hagamos encontrado por nosotros mismos. El quien ha venido en nuestra búsqueda para mostrarnos su predilección y su amor. En la oración pedíamos que ‘podamos alegrarnos de tu predilección al ser contados entre tus elegidos’. Nos queda dar nuestra respuesta, el fruto que tenemos que dar. ‘Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure’.
No nos podemos quedar encerrados en nosotros mismos disfrutando sólo para nosotros ese amor y esa predilección divina. Tenemos que ir, ir a los demás a dar a conocer esos frutos de amor que damos. Somos enviados y mensajeros del amor, misioneros de Jesús. Y no hace falta ir a buscar lugares lejanos o extraños a donde ir sino que ahí con los que estamos cada día hemos de dar fruto, hemos de dar gloria a Dios.

jueves, 13 de mayo de 2010

Vivir siempre la alegría de la resurrección

Hechos, 18, 1-8;
Sal. 97;
Jn. 16, 16-20

Subrayamos varios aspectos de la celebración de hoy en la cercanía de la Ascensión del Señor y celebrando también hoy a la Virgen de Fátima, cuando hemos pedido en la oración litúrgica ‘vivir siempre la alegría de la resurrección’. Algo que nunca nos puede faltar.
Parecen enigmáticas las palabras de Jesús que les cuestan mucho entender los discípulos con eso de ‘todavía un poco y no me veréis, y todavía otro poco y me veréis’. Ha una referencia en primer lugar a lo que va a suceder a partir de ese momento de la cena pascual que han estado celebrando con la entrega, la pasión, la muerte de Jesús y su resurrección.
‘Estáis preocupados por mis palabras… yo os aseguro que vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho…’ les dice Jesús. Fue el impacto que casi les hacía tambalearse en su fe con la pasión y la muerte de Jesús. Aquello podía suponer un triunfo para quienes habían llevado a la Cruz y a la muerte a Jesús. ‘Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo’, termina diciéndoles Jesús. Fue la alegría de los discípulos al contemplarle resucitado y verdaderamente victorioso. Sí, que sigamos viviendo nosotros siempre la alegría de la resurrección, como decíamos. Es lo que verdaderamente nos ayudará a comprender todo el misterio de Cristo y en especial su pasión y su muerte.
Lo mismo puede suceder con la Ascensión de Jesús al cielo que podría parecer que dejaba huérfanos a los discípulos. Pero ya hemos escuchado a Jesús en estos últimos días; ‘si no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu enviado por el Padre… si me voy os lo enviaré’. Con la promesa de Jesús precisamente vamos a escuchar en el día de la Ascensión como nos cuenta san Lucas que tras la Ascensión de Jesús al cielo en el camino de Betania ‘los discípulos se volvieron a Jerusalén llenos de alegría y bendiciendo a Dios’.
Nos vale todo esto que estamos reflexionando para que no perdamos todo ese sentido pascual de nuestra vida; sintiendo la fuerza y la gracia del Espíritu Santo en nosotros mantengámonos firmes en nuestra fe aún en los peores momentos que podamos pasar. Nunca nos sentiremos solos si ponemos nuestra confianza y nuestra esperanza total en el Señor.
Los Hechos de los Apóstoles siguen narrándonos la predicación de Pablo, ahora en Corinto y no sólo ya a los judíos que algunos no quieren aceptar, sino también a los gentiles. ‘Los sábados disputa en la Sinagoga persuadiendo a los judíos y a los gentiles’, nos dice.
Y finalmente una palabra en este 13 de Mayo, festividad de la Virgen de Fátima en este aniversario de las apariciones y con la visita estos días a aquel lugar mariano. Resaltar el mensaje de la Virgen que tanto invitaba a los tres pastorcitos a orar y a rezar por los pecadores y por la conversión del mundo. Que María sea poderosa intercesora, como Madre nuestra que es y Madre de Dios.
Que María nos abra los ojos del corazón para que descubramos y encontremos los caminos de la santidad convirtiendo nuestro corazón al Señor y apartándonos de todo pecado. Que escuchemos esa invitación de María a nuestra propia conversión porque somos pecadores y a pedir también insistentemente por la conversión de los pecadores y por la conversión de nuestro mundo. cuánto podemos hacer con nuestra oración y el ofrecimiento con amor de nuestra vida por la conversión del mundo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Desde nuestra pequeñez cantemos la alabanza del Señor que se nos manifiesta

Hechos, 17, 15.22-18, 1;
Sal. 148;
Jn. 16, 12-15

‘Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria’, hemos repetido en el salmo. En verdad en todo momento hemos de alabar y bendecir al Señor. ‘Alaben el nombre del Señor… reyes y pueblos, príncipes y jefes, jóvenes y mayores, niños y también los ancianos… alaben el nombre del Señor, el único nombre sublime’.
Como nos dice hay san Pablo ‘el Dios que hizo el mundo y lo que contiene… el Señor del cielo y tierra… que a todos da la vida y el aliento y todo…’ que nos creó y puso en el corazón del hombre el deseo de buscarle y de encontrarle… ‘que no está lejos de ninguno de nosotros, pues en El vivimos, nos movemos y existimos…’ el que viene en busca nuestra y nos pide que nos volvamos a El, el que se nos manifiesta en Cristo Jesús, muerto y resucitado para nuestra salvación.
El discurso de Pablo en el Areópago de Atenas es toda una invitación a una confesión de fe, porque nos hace un hermoso resumen de la revelación de Dios que tiene su culminación en Cristo Jesús. Así tenemos, pues, que confesar nuestra fe.
En el recorrido que Pablo va haciendo en el anuncio del Evangelio después de salir de Filipos llega a Atenas, centro y capital de la cultura y de la sabiduría del mundo antiguo. De allí han surgido los grandes filósofos y sabios de la antigüedad y la cultura griega se ha extendido por toda la cuenca del Mediterráneo. La lengua común que utilizaba entonces era precisamente el griego hasta que posteriormente con la expansión del imperio romano se introduzca el latín.
Recorriendo el Areópago que algo así como el centro de la ciudad donde estaban todos los edificios públicos de la vida social de los ciudadanos, va encontrándose también los numerosos templos edificados a los múltiples dioses del mundo pagano. Pero se encuentra con uno ‘al Dios desconocido’, que le dará pie a Pablo a hacer ese anuncio de Jesús y su salvación. De ese Dios que se revela en Jesús muerto y resucitado quiere hablarles, pero aquellos sabios y entendidos se dan media vuelta marchándose. ‘De esto te oiremos hablar en otra ocasión’, le dicen. No estaban aquellos corazones preparados en la humildad y sencillez para escuchar el mensaje del evangelio.
‘Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, que has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla’, recordamos que un día dijera también Jesús. Así ahora en esta ocasión. Sólo unos pocos se quedan con Pablo para seguirlo escuchando y aceptar el mensaje del evangelio. Pablo marchará luego a Corinto.
Que tengamos un corazón abierto desde la pequeñez, la pobreza, la humildad para acoger la revelación de Dios. Con humildad tenemos que acercarnos a Dios porque sólo así se nos revelará y podremos conocerle. El orgullo y la autosuficiente son mal camino para ir hasta Dios, porque sólo querrán centrarnos en nosotros mismos. Lo que sucedió en Atenas entonces con Pablo sigue sucediendo a través de todos los tiempos porque los que se creen sabios y entendidos no podrán llegar a conocer el misterio de Dios.
Que así podamos nosotros cantar la alabanza del Señor. Que el Espíritu del Señor venga a nosotros y nos revele todo el misterio de Dios.

martes, 11 de mayo de 2010

Qué tengo que hacer para salvarme…

Hechos, 16, 22-34;
Sal. 137;
Jn. 16, 5-11

‘¿Qué tengo que hacer para salvarme?... Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y toda tu familia… y se bautizó enseguida con todos los suyos, los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios’.
Hermoso mensaje. Estamos en el segundo viaje de san Pablo y están en Filipos. La Buena Noticia de Jesús se sigue propagando aunque no faltaran dificultades a los evangelizadores. Habían sido apaleados y los habían metido en la cárcel. Es allí donde sucedes esos hechos extraordinarios que se nos han narrado y que concluyeron con la conversión del carcelero y toda su familia. Hermoso detalle nos ofrece el texto sagrado: ‘celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios’ y se habían bautizado. La alegría de la fe, la alegría de haberse encontrado con Dios en Cristo Jesús como Salvador. Y nosotros que tantas veces vamos con caras de tristeza y amargura como si no creyéramos en Dios y puesto en El toda nuestra esperanza.
‘¿Qué tengo que hacer para salvarme?’ es la pregunta que nos seguimos haciendo. Sabemos bien la respuesta pero tendrá que ser una respuesta con toda nuestra vida; una respuesta que hemos de dar en esas circunstancias concretas en que vivimos; una respuesta que abarque todo lo que somos y vivimos. Hoy, con nuestros años, con nuestros achaques, con nuestros sufrimientos y enfermedades, con nuestros problemas de cada día.
El Señor no nos pide otra cosa; no nos pide lo que pudiéramos hacer si estuviéramos en otro lugar, si fuéramos más jóvenes o más viejos, si tuviéramos vigor y salud en nuestros cuerpos, si tuviera otros medios… Es aquí y ahora donde hemos de dar esa respuesta de la fe. Cristo es nuestro Salvador y llega a nosotros, a nuestra vida concreta, con su salvación. ¿Quizá lo más que podemos hacer es una ofrenda de amor nuestra vida con lo que somos, tenemos o sufrimos? Pues será eso lo que nos pida el Señor, pero cada uno ha de ver cuál es la respuesta concreta que le pide el Señor.
En el evangelio prosigue el discurso de despedida de Jesús en la Última Cena. ‘Me voy al que me envió’, les dice y se ponen tristes. Podríamos decir que es humana esa tristeza porque han estado con Jesús tanto tiempo y le aman. Jesús les había dicho ‘a vosotros os llamo amigos’. Pero Jesús se va al Padre para que pueda venir el Paráclito, el Espíritu Santo. ‘Si me voy, os lo enviaré’.
La presencia y la gracia del Espíritu que nos hará sentir la presencia de Jesús ya de otra manera pero no menos real. Será quien nos ayude a creer firmemente en Jesús. Es la mejor ayuda para nuestra fe. El que nos mantendrá firmemente convencidos. El que nos hace comprender todo el sentido de la glorificación de Jesús en su muerte y resurrección.
Tenemos que aprender a invocar al Espíritu de forma totalmente consciente. Ya lo hacemos formalmente en nuestras oraciones, al hacer la señal de la cruz cuando iniciamos el día o cualquier cosa buena, en la liturgia. ‘En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo’ queremos iniciar toda obra buena como queremos celebrar toda la liturgia, igualmente como recibimos la bendición de Dios. Tendríamos que fijarnos más en las palabras que pronunciamos para ser conscientes de verdad de la presencia y de la acción del Espíritu en nuestra vida y en la vida de la Iglesia.
Que todo esto, por la acción y con la gracia del Espíritu Santo, nos vaya despertando cada vez más a la fe verdadera.

lunes, 10 de mayo de 2010

El Espíritu dará testimonio de mí y vosotros también lo daréis

Hechos, 16, 11-15;
Sal. 149;
Jn. 15, 26-16, 4

El tiempo de Pascua se va acercando a su culminación en la celebración de la Ascensión, el próximo domingo, y Pentecostés, con la celebración de la venida del Espíritu Santo. Por eso como una preparación para esa gran fiesta nos va apareciendo el en el relato del Evangelio el anuncio que Jesús hace del envío del Espíritu Santo. Es lo que hoy ya hemos escuchado.
Fue a partir de la resurrección y luego a partir de la venida del Espíritu Santo cuando los Apóstoles lleguen a comprender plenamente que Jesús es el Señor. Precisamente ese será el gran anuncio que Pedro hará en Pentecostés a la multitud que se reúne a las puertas del Cenáculo cuando suceden todas aquellas señales del cielo que anuncian la venida del Espíritu Santo. ‘Dios lo ha constituido Señor y Mesías’.
Es lo que hoy les anuncia, que el Espíritu dará testimonio de Jesús pero hará también que ellos puedan dar testimonio de Jesús, puedan convertirse en verdaderos testigos de Jesús. ‘Cuando venga el Paráclito, el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, El dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio de mí, porque desde el principio estáis conmigo’.
Un testimonio que es un anuncio, pero un testimonio que será una vida, no exenta de dificultades y persecuciones. No será siempre fácil ese testimonio que de Cristo tenemos que dar. Como hemos reflexionado alguna vez, habrá quien no quiera escuchar ese testimonio y también quien se oponga a ello. Por eso llegarán los cristianos, por su fe en Jesús, a dar testimonio con su sangre.
Pero Jesús nos previene y nos prepara para que no se tambalee nuestra fe, para nos mantengamos firmes en nuestro testimonio. ‘Os he hablado de esto para que no se tambalee vuestra fe. Os excomulgarán de la Sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte, pensará que da culto a Dios’. Cuando el evangelista nos relata estas palabras de Jesús ya la Iglesia había estado pasando por estos momentos difíciles porque ya había comenzado el tiempo de las persecuciones, primero de parte de los propios judíos, pero luego ya sabemos como en el último tercio del siglo primero arreciaron las persecuciones desde todo el ámbito del imperio romano.
‘Os he hablado de esto para que cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho’. Esos tiempos no se acaban en la historia de la Iglesia, porque de una forma o de otra, unas veces de una forma sangrienta, otras de formas más sutiles como pueda suceder en nuestros días utilizando todos los medios mediáticos para crear ambientes hostiles o de desprestigio de la Iglesia o de la fe cristiana. Al mundo no le interesa escuchar el mensaje cristiano. El espíritu del mal se valdrá de todo lo que sea para oponerse al mensaje del Evangelio. Lugares hay hoy en pleno siglo XXI donde se persigue de forma cruenta y violenta al que llegue el nombre de cristiano. Pero también tenemos otras formas de persecución queriendo eliminar todo lo que suene a Cristo, a Dios, a Religión de nuestra sociedad. Es el mundo en el que vivimos y para el que Jesús nos ha preparado para seamos fuertes y valientes para que en medio de El sigamos viviendo nuestra fe, dando testimonio de Jesús y haciendo el anuncio del evangelio.
Pero, como hemos dicho muchas veces, no estamos solos. Jesús nos ha prometido la presencia y la asistencia del Espíritu Santo que nos dará fortaleza. Seamos dóciles al Espíritu. Dejémonos guiar por El. Sintamos su gracia y su fuerza que no nos faltarán.

domingo, 9 de mayo de 2010

Vendremos y haremos morada en él


Hechos, 15, 1-2.22-29;
Sal. 66;
Apoc. 21, 10-14.22-23;
Jn. 14, 23-29



‘Concédenos continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado…’ No podemos perder ni la intensidad ni la alegría. Seguimos viviendo la Pascua y la liturgia con la que expresamos nuestra celebración nos invita y nos ayuda a ello. Cristo resucitado sigue llenando nuestra vida, sigue impulsándonos con la fuerza de su Espíritu. Así tiene que ser siempre, pero los ciclos de la liturgia nos ayudan a que no nos durmamos ni caigamos en la rutina.
Se nos sigue manifestando la gloria del Señor resucitado. Son hermosos los textos del Apocalipsis que se nos ofrecen en este ciclo litúrgico. Nos ayudan a vislumbrar esa gloria del Señor en el cielo, pero también la gloria del Señor que se hace presente en nosotros, en nuestra vida, en nuestra iglesia.
Vuelve a hablarnos hoy de la ‘nueva Jerusalén, la ciudad santa, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios’, con sus resplandores, con sus puertas santas, con los nombres de los apóstoles del Cordero. Todo manifiesta la gloria de Dios. Todo está lleno de la gloria de Dios. No hay ningún santuario especial en medio de ella porque ‘el santuario es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero’. Todo es resplandor de Luz porque ‘la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero’. ‘Yo soy la luz del mundo… era El la luz que viene a iluminar nuestro mundo’.
La gloria de Dios en el cielo, pero la gloria de Dios que se hace presente entre nosotros, hemos dicho. Es una imagen de la Iglesia, llena de la gloria del Señor. Es una imagen de la Iglesia en la que habita de manera especial el Espíritu de Dios y la gloria del Señor. La Iglesia, verdadero templo del Señor y verdadera morada de Dios entre los hombres, y no me estoy refiriendo el templo edificio material, creo que todos entendemos; ya nos decía que no había ningún santuario especial porque el Santuario era el Señor Todopoderoso. La Iglesia santa en la que Cristo nos ha dejado la fuente de la gracia que son los sacramentos, verdadero alimento de nuestra vida y verdadera presencia del Señor en medio nuestro.
Pero creo que nos está queriendo decir algo más. Unamos esto que hemos dicho de esa morada de Dios en medio nuestro con lo que nos ha dicho Jesús en el Evangelio y nos daremos cuenta que nos está hablando de nosotros que también podemos ser y somos esa morada de Dios. Algo grandioso y maravilloso. ‘El que me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él’. Dios quiere hacer también morada en nosotros. Plantó su tienda entre nosotros cuando se encarna y se hace hombre, pero no como algo, por así decirlo, por fuera de nosotros, sino en nosotros, en nuestro corazón, en nuestra vida.
Ya podemos recordar que hemos sido ungidos en el Bautismo para ser esa morada de Dios y esos templos del Espíritu Santo. Aquí lo tenemos cómo podemos serlo en verdad. ‘El que me ama, guardará mi Palabra…’ Guardar la Palabra de Jesús; empecemos por aceptar y creer en esa Palabra; Palabra que estaba en Dios y que era Dios, como nos dice el Evangelio de san Juan al principio; Palabra que es vida y que es luz; Palabra entonces que nos ilumina, nos guía, nos conduce a la verdad – ‘yo soy la verdad y la vida’, nos dirá Jesús en el evangelio -.
Es la Palabra que nos llena de paz, nos da fuerza y seguridad; cuando nos dejamos conducir por esa Palabra de verdad, sabemos bien a donde vamos y tenemos la seguridad y la certeza de la fuerza para realizar el camino. Palabra que es camino, pero que nos sale al encuentro en los caminos de nuestra vida para ir a nuestro lado, para enseñarnos todo, para abrirnos el entendimiento y podamos conocer los misterios de Dios.
Es Palabra que nos levanta y nos pone en pie para que nos sintamos libres de ataduras y de esclavitudes llevándonos a los caminos de la verdadera libertad; que nos arranca de nuestras postraciones e invalideces cuando nos hacemos cobardes, cuando entramos en rutinas, cuando nos dejamos llevar por tibiezas y frialdades – ‘toma tu camilla, levántate y anda’, nos dice tantas veces -.
Es Palabra que nos salva porque es Cristo mismo que se ha entregado por nosotros para que tengamos vida y salvación. Nos anuncia y nos trae el perdón de Dios, nos habla de su misericordia y su compasión y nos enseña cómo tenemos que ser hombres nuevos.
Si le amamos guardamos su Palabra y estaremos entonces experimentando lo que es el amor de Dios, cómo se nos manifiesta en Cristo. ‘Mi Padre le amará y vendremos a El y haremos morada en El’. Somos llenos e inundados de Dios. Dios querrá habitar para siempre en nuestro corazón. Qué maravilla podernos sentirnos así llenos también de la gloria del Dios. Qué belleza en nuestra vida, Dios habitando en nosotros. Es como para volverse locos en pensar en tanta grandiosidad. Qué exigencia de santidad en nosotros en consecuencia. Claro que si guardamos la Palabra de Jesús y le amamos de verdad es que no podemos ser otra cosa que santos.
Nos llena de gozo el escuchar todo esto y el sentirnos amados de Dios de esa manera. Pero cuando miramos la realidad de nuestra vida tan débil y tan pecadora, quizá podemos dudar, aunque no tendríamos por qué temer si mantenemos firme y ardiente nuestra fe en El. Nos dice dos cosas Jesús hoy para que alejemos de nosotros esos posibles temores. ‘Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde…’
¿Por qué? Podíamos preguntarnos. Porque nos ha asegurado la presencia de su Espíritu. ‘Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os irá recordando todo lo que os he dicho’. No nos deja solos. Nos deja la presencia de su Espíritu. Sólo, pues, nos queda a nosotros decir Si, creer en El, amarle, guardar su Palabra. Todo esto nos da para meditar mucho, para dar gracias y alabar al Señor.
Como estamos celebrando en este domingo la Pascua del enfermo quiero traer a colación unas palabras que el Papa Benedicto XVI el pasado domingo en Turín les decía a unos enfermos y ancianos en un centro de acogida. "Viviendo vuestros sufrimientos en unión con Cristo crucificado y Resucitado, participáis en el misterio de su sufrimiento para la salvación del mundo manifiesta que el sufrimiento, el mal, la Muerte no tienen la Última Palabra. Porque de la muerte y del sufrimiento, la vida puede resurgir … Esta casa es uno de los frutos maduros nacidos de la Cruz y de la Resurrección de Cristo', concluyó. Lo decía en referencia concreta a aquel lugar que visitaba, pero que podemos aplicar perfectamente nosotros a este lugar donde estamos acogidos (Hogar de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados o Casa de Acogida Madre del Redentor)
Jesucristo, vencedor del pecado y de la muerte, ha hecho suyo el sufrimiento de la humanidad. Redimiendo al hombre ha dado sentido al dolor y a la muerte y le ha permitido asociarse a su Pasión; por ello el hombre encuentra el bálsamo a su sufrimiento y crece en él la esperanza del triunfo definitivo’. Así nos han dicho los obispos en su mensaje para esta jornada de la Pascua del Enfermo en la que además se conmemora los veinticinco años del Día del Enfermo a nivel nacional.