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sábado, 30 de octubre de 2010

Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo

Filp. 1, 18-26;
Sal. 41;
Lc. 14, 1.7-11

‘Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?’ Con este hermoso salmo nos hemos hecho eco de lo que san Pablo nos decía. Sed de Dios, deseos de Dios, querer entrar a ver el rostro de Dios. ¡Qué profundos deseos del alma, qué profundidad de fe y qué profundidad de vida!
Pero no es otra cosa lo que nos ha dicho el apóstol en el texto hoy proclamado. ¿Qué otra cosa sino esto es el decir que su vivir es Cristo y esos deseos de partir para estar con Cristo hasta llegar incluso a desear morir para estar con El? ‘Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir… por un lado deseo partir para estar con Cristo que es con todo lo mejor…’
¡Qué profunda fe y que profundo sentido de vivir! No le importan pérdidas por su parte o sentirse incluso relegado. ‘Con tal que se anuncie a Cristo, yo me alegro y me seguiré alegrando…’ Quizá entre los que le rodean, incluso entre los que anuncian el nombre de Jesús no estén del todo claras sus intenciones. Pero El se siente fuerte en el Señor en la labor que realiza y como dice lo que le importa es que Cristo sea anunciado y conocido. Al final parece que se encuentra en un dilema porque desea estar con Cristo aunque eso signifique morir, pero al mismo tiempo siente que aún puede y debe ir realizando una tarea en medio de sus hermanos.
Dejando ahora a un lado en este breve comentario esas otras cosas que puedan estar sucediendo por detrás de todo este actuar del apóstol, sin embargo podemos deducir hermosas lecciones para nuestra vida y nuestra fe de todo esto. Primero que nada tendríamos que desear estar enamorados de Cristo como lo estaba Pablo. Su encuentro con Cristo en el camino de Damasco fue decisivo para su vida, y día a día iba creciendo su fe y su amor a Cristo para darlo todo por El. Así podía llegar a expresarse como hoy lo escuchamos, pero que no eran sólo palabras sino todo su sentido de vivir.
Ojalá así crezca nuestra fe y nuestro amor. Ojalá profundizáramos así en nuestro conocimiento de Cristo y en nuestro amor por El. Ojalá aprendiéramos a desear estar nosotros tan unidos a Cristo de manera que nuestro vivir sea también Cristo y no ninguna otra cosa.
Deseamos nosotros también estar unidos a Cristo así para siempre y algunas veces mirando nuestra vida nos parece quizá que ya somos inútiles aquí y ya desearíamos estar para siempre en Dios. Nos queremos morir para estar con Dios y descansar, por decirlo de alguna manera, en Dios. Pero el Señor quizá nos quiere aún aquí donde estamos aunque nuestra vida pudiera parecernos ya una inutilidad. No somos nosotros los que hemos de medir el valor de nuestra vida pensando en esas utilidades o inutilidades en lo humano.
Si Dios nos quiere aquí es que aún podemos tener un valor que beneficie a los demás. Nuestro testimonio quizá fuera necesario y podemos seguir dando un ejemplo de fe y de amor. Aunque deseemos cantar en el cielo esa gloria eterna de Dios, quizá aún seamos necesarios para que aquí en medio de los que nos rodean podamos dar testimonio de esa gloria de Dios, podamos cantar con nuestro corazón humano esa gloria de Dios. Como dice el apóstol ‘quedarme en esta vida veo que es necesario para vosotros… estando a vuestro lado avancéis alegres en la fe…’ Nuestra presencia y nuestro testimonio puede y tiene que ayudar a que muchos más puedan cantar la gloria del Señor; puede despertar en otros también ese deseo, esa sed de Dios, del Dios vivo.

viernes, 29 de octubre de 2010

Oración del pastor por la comunidad y de la comunidad por sus pastores

Filp. 1, 1-11;
Sal. 110;
Lc. 14, 1-6

‘Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo’. Este saludo de Pablo, habitual en el inicio de sus cartas, lo utilizamos también nosotros muchas veces en la liturgia como saludo a la comunidad en el comienzo de la celebración. Si supiéramos apreciar bien lo que es recibir la gracia y la paz de Dios… qué hermoso. Es llenarnos de Dios, su gracia, su amor, su vida, y llenos de Dios estaremos siempre llenos de su paz.
Pablo en este inicio de su carta a los cristianos de Filipos, ‘a todo el pueblo santo que residen en Filipos’, se muestra entrañablemente tierno con aquella comunidad. Repite varias veces como da gracias a Dios, como ora al Señor por ellos y lo hace con alegría. Siente Pablo una cercanía grande hacia aquella comunidad; ‘habéis sido colaboradores míos en la obra del evangelio’, les dice. Y espera que Dios estará con ellos ‘porque el que ha inaugurado entre vosotros una obra buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús’.
Además expresa cómo en momentos difíciles no se sintió sólo ‘porque todos compartís el privilegio que me ha tocado’; considera una gracia lo que le ha tocado sufrir por el evangelio y por el nombre de Jesús, pero da gracias porque han estado a su lado.
Me he detenido a comentar este inicio de la carta de Pablo a los Filipenses con estas circunstancias concretas a las que hace mención, porque quiero compartir con vosotros cómo ese es el gozo en el Señor de los pastores al contemplar una comunidad cristiana viva que responde con generosidad a la gracia del Señor. Ya comentaba ayer al hablar de los distintos carismas que surgen en la Iglesia de Dios, en nuestras comunidades. Es un gozo por el que dar gracias al Señor cuando nos encontramos con comunidades con esa vitalidad, decíamos ayer.
Un motivo de acción de gracias al Señor el sentir a nuestro lado colaboradores fieles que trabajan generosamente en la viña del Señor y que están al lado de sus pastores en toda circunstancia. Nuestro apoyo es el Señor, pero conforta en el alma esa respuesta, ese apoyo, ese ver a nuestro lado gente generosa que también nos da ánimos. Porque también los pastores podemos pasar por momentos difíciles y problemáticos y el Señor se nos manifiesta en esos hermanos que nos ayudan y nos apoyan y oran por nosotros. Es una gracia del Señor para nosotros ese apoyo de la comunidad cristiana.
Digo todo esto porque es bueno que la comunidad cristiana sepa estar al lado de sus pastores y lo mismo que el pastor, el sacerdote o el obispo, ora y quiere hacerlo intensamente por la Iglesia y por es comunidad en concreto que el Señor ha puesto a su cuidado, así también hemos de saber apoyar con nuestra oración a los sacerdotes, a los pastores todos del pueblo de Dios y a cuantos viven un compromiso apostólico a favor de la comunidad cristiana.
Y termino con esa última oración que hoy vemos al apóstol Pablo hacer por aquella comunidad de Filipos. ‘Y esta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores., Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús a gloria y alabanza de Dios’. Que el Señor nos conceda crecer más y más en el amor, pero también en esa finura espiritual que nos haga crecer en santidad y que todo se manifiesta en esas obras buenas de justicia y amor pero siempre para la gloria de Dios.

jueves, 28 de octubre de 2010

El crecimiento de la Iglesia en vitalidad de fe y en carismas de servicio


FIESTA DE LOS APOSTOLES SAN SIMON Y SAN JUDAS

Ef. 2, 19-22;
Sal. 18;
Lc. 6, 12-19


Que ‘por la intercesión de los santos apóstoles tu iglesia siga siempre creciendo con la conversión incesante de los pueblos’. Así pedíamos en la oración litúrgica de la fiesta de los santos apóstoles san Simón y san Judas.
Apóstoles elegidos por el Señor para ser, como nos enseña el apóstol Pablo en la carta a los Efesios, cimientos sobre los que se edifica la Iglesia. ‘Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo es la piedra angular’. Hemos escuchado por su parte en el evangelio el relato de la elección de los apóstoles que hizo Jesús. ‘Pasó la noche orando a Dios y cuando se hizo de día llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos, y los nombró apóstoles’. A continuación el evangelista nos da la relación en la que aparecen ‘Simón, apodado el Celotes – el cananeo lo llama otro de los evangelistas – y Judas, el de Santiago – llamado también Judas Tadeo -.
Es importante la misión que confía a los Apóstoles porque a ellos de manera especial envía por todo el mundo a predicar el Evangelio, la Buena Noticia del Reino de Dios, que se ha realizado en la muerte y en la resurrección del Señor. Van a ser ese cimiento de la Iglesia porque en tornos a ellos se va a reunir la comunidad que va naciendo de los que creen en Jesús. Por Cristo, y sobre el cimiento de los apóstoles, como nos dice Pablo, 'todo el edificio queda ensamblado y se va levantando para formar un templo consagrado al Señor'.
Qué importante la misión de los Apóstoles y de sus sucesores los Obispos en la formación, en el crecimiento y en el mantenimiento de la comunión y de la unidad de la Iglesia de Jesús. Los Obispos, como verdaderos sucesores de los Apóstoles, van a seguir realizando su misma misión. Por eso en torno al Obispo, repito auténtico sucesor de los apóstoles es congregada en unidad cada una de la Iglesias, formando en comunión y en unidad con el Papa y con todas las Iglesias la única Iglesia de Cristo.
Esa Iglesia que queremos ver crecer, como pedíamos en la oración. Crecer porque cada día llegue a más gente y a más pueblos el evangelio de Jesús y así crezca el número de los discípulos de Cristo y miembros de la Iglesia. Estos días hemos estado viviendo unas jornadas misioneras en torno al Domund que nos habla de esa inquietud por el anuncio del evangelio que todos hemos de sentir.
Pero el crecimiento no es sólo en número, sino que tiene que manifestarse en la intensidad de la fe de la Iglesia, la intensidad de todos y cada uno de los que formamos la Iglesia. Es importante esta vitalidad de los cristianos, de los que creemos en Jesús. Vitalidad en una fe firme, una fe comprometida, una fe que se manifiesta en la intensidad del amor cristiano, vitalidad que se verá reflejada en la santidad de sus miembros.
Crecimiento de la Iglesia en la medida en que los que la formamos nos sentimos más comprometidos con la Iglesia y así vayan surgiendo esos diferentes carismas y ministerios de servicio dentro de la comunidad cristiana. En los versículos anteriores a los hoy leídos, y que no hace pocos días también escuchamos, el apóstol nos dice cómo el Espíritu va haciendo surgir esos diferentes carismas en la Iglesia. ‘A unos ha constituido apóstoles, a otros, profetas, a otros evangelistas, a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los fieles, en función de su ministerio, y para la edificación del Cuerpo de Cristo’.
Así veremos la riqueza y vitalidad de nuestras comunidades cuando vemos a las distintas personas comprometidas en diversos servicios en nuestras parroquias. Es un gozo por el que dar gracias al Señor cuando nos encontramos con parroquias con esa vitalidad. Ese es el crecimiento de la Iglesia junto con la santidad de todos y cada uno de sus miembros que tenemos que buscar.
Es lo que hoy de manera especial con la intercesión de los Santos Apóstoles, san Simón y san Judas, queremos pedir al Señor. Para nuestra iglesia, y para cada uno de nosotros.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Demos respuesta de vida a la salvación que Jesús nos ofrece

Ef. 6, 1-9;
Sal. 114;
Lc. 13, 22-30

‘Lo que Dios quiere es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad’, es algo que hemos escuchado muchas veces. ‘Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo único’, escuchamos por otra parte en el evangelio. Y la Sangre de Cristo derramada ‘por vosotros y por todos los hombres’, nos dice Jesús y recordamos cada vez que celebramos la Eucaristía, lo que quiere es la salvación de todos los hombres.
Es cierto que la salvación es un regalo de Dios, es gracia, porque tan grande es el amor que Dios nos tiene. Pero y ya está, y por nuestra parte ¿no tenemos nada que hacer? ¿podemos seguir viviendo nuestra vida así sin más y sin preocuparnos de nada más?
Primero que nada nuestra fe, porque el que cree que Jesús es el Señor se salvará. Pero esa fe no son sólo palabras que decimos, sino que esa fe nos exigirá unas actitudes y una nueva forma de vivir. Cuando Pedro hace el primer anuncio de Jesús en Pentecostés, la gente le pregunta que es lo que tienen que hacer, y Pedro les dice que creer en Jesús, convertirse y bautizarse en el nombre de Jesús. O sea, que por nuestra parte tiene que haber unas actitudes de fe, un cambiar totalmente la vida, convertirnos, para unirnos plena y totalmente con Jesús para vivir su vida.
Bueno, es lo que Jesús nos dice hoy en el evangelio. Iban de camino hacia Jerusalén y uno se acerca a preguntarle si serán muchos o pocos los que se salven. Jesús nos ha ganado la salvación pero nos dice también que tenemos que esforzarnos para vivir esa salvación. Es esa conversión, ese cambio, esa transformación de nuestra vida, de la que venimos hablando. Y eso no siempre es fácil, nos exige un esfuerzo, una lucha por nuestra parte.
Por eso nos dice: ‘Esforzaos por entrar por la puerta estrecha…’ y nos habla de que no todos lo conseguirán, sino que se quedarán fuera. Estas palabras de Jesús nos recuerda otros momentos del evangelio. Aquellas doncellas que no tuvieron la lámpara encendida porque se les había acabado el aceite. ‘No os conozco… no sé quienes sois…’ Es lo que ahora escuchamos decir a Jesús.
En otro lugar nos dirá que no basta decir ‘Señor, Señor…’ sino que es necesario cumplir la voluntad del Padre. Es que yo siempre he sido bueno, he estado muy cerca de la Iglesia, no faltaba nunca… pero Jesús nos pide más, algo más profundo. Llamará dichosos a los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen, recordamos aquellas alabanzas entrecruzadas entre la mujer que alaba a María y Jesús que nos dice que la mejor alabanza es la que podemos recibir por cumplir la voluntad de Dios.
‘Esforzaos por entrar por la puerta estrecha’, nos dice Jesús. No es que Jesús quiera ponernos dificultades para que alcancemos la salvación que nos ofrece. Ya recordábamos al principio que lo que quiere el Señor es que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, que para eso El ha derramado su Sangre por todos los hombres.
Pero hemos de querer vivir su Reino, y ya sabemos que muchas veces nos cuesta, porque no somos todo lo generosos que tendríamos que ser con nuestro amor, porque nos hacemos reservas para nosotros mismos cultivando a veces nuestro egoísmo, porque nos cuesta llevar el amor hasta el perdón total y generoso tal como nos perdona el Señor, porque muchas veces nos cansamos y preferimos una vida fácil y cómoda sin muchos compromisos.
‘Y vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Porque mirad, hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos’. Esforcémonos seriamente para poder sentarnos en la Mesa del Reino de Dios. Que al final seamos reconocidos por el Señor.

martes, 26 de octubre de 2010

Una pequeña semilla y un insignificante puñado de levadura

Ef. 5, 21-33;
Sal. 127;
Lc. 13, 18-21

Para hablarnos del Reino de Dios hoy Jesús lo hace refiriéndose a dos cosas pequeñas y que nos pueden parecer insignificantes, una pequeña semilla que se planta y un puñado de levadura que se echa en la masa. No nos habla de una semilla grande sino tan insignificante como es la mostaza, y en comparación con la masa a la que se echa la levadura ésta es un puñado también realmente pequeño pero que dará su resultado.
Algunas veces nos pudiera parecer que tendríamos que hacer cosas grandes y llamativas cuando sentimos la inquietud en nuestro corazón por la fe y por el evangelio y contemplamos al mismo tiempo la realidad de nuestro mundo que vive tan ajeno o a espaldas del mensaje de Jesús. ¿Qué podríamos hacer para que de una vez por todas todo el mundo se enterase de lo que significa el evangelio de Jesús y para que todos se convirtieran a él? Podíamos sentir incluso el deseo de hacer grandes revoluciones para ello. Pero no es ese el camino de Jesús ni su estilo.
Como nos enseña hoy es sembrar pequeñas semillas, que por supuesto habrá que cuidar, pero que serán las que irán haciendo salir esos brotes renovadores de nuestra propia vida y de la de nuestro mundo. El cambio no lo podemos ver realizado de una forma mágica, sino que será la respuesta que el hombre vaya dando y será entonces cómo pueda ir surgiendo esa vida nueva para nuestro mundo.
Nos enseña Jesús hoy que tenemos que ser como la levadura, en otra ocasión nos ha hablado de la sal que da sabor, o de la luz que tiene que ir iluminando y abriéndose paso en medio de las tinieblas para poco a poco irlas haciendo desaparecer. Hoy nos habla de fermentar la masa, meternos dentro de ella como levadura que transforme, que de vida y sabor a nuestro mundo. No es el camino de la revolución sino el de la transformación. Estos mismos días el papa Benedicto XVI ha hablado de eso. Los cristianos tenemos que estar en medio del mundo como levadura en la masa. Buena levadura que haga fermentar, que haga brotar ese pan nuevo y tierno del Reino de Dios en medio de los hombres.
Por eso como tantas veces decimos son las pequeñas cosas que hacemos cada día y las hacemos con amor; son esos pequeños detalles de amor, de cercanía, de alegría, de esperanza, de luz que tenemos que ir sembrando. Y muy seguros de nuestra fe en Jesús, seguros porque nos apoyamos en el Señor, iremos haciendo que cada día nuestro mundo sea mejor.
Comencemos ahí donde estamos, donde hacemos la convivencia de cada día, en la familia, con la gente con la que trabajamos o con la que nos relacionamos. Que se note en verdad que ahí hay un cristiano, alguien que cree en Jesús y en su nombre va haciendo el bien, va sembrando paz, va haciendo sentir de verdad lo que es el amor. Es nuestro testimonio valiente que así se convierte en misionero. Es nuestra palabra y nuestra vida que hablan de Jesús por nuestras actitudes y comportamientos.
Es la forma nueva y distinta de hacer las cosas, de vivir el matrimonio, la amistad, el trabajo, la relación con los demás que nosotros tenemos porque nos sentimos animados por Jesús, porque nos inspira el evangelio, porque lo hacemos con la fuerza del Espíritu del Señor que está con nosotros.
Que el Señor nos inspire cada día esa semilla que hemos de sembrar y como en verdad tenemos que ser esa levadura transformadora de nuestro mundo en el estilo del evangelio y del Reino de Dios. Que el Señor siga ayudándome a mi también para poder sembrar esta semilla de cada día y pueda llegar a muchos corazones que tambien se acerquen mas a Dios cada día.

lunes, 25 de octubre de 2010

Sed imitadores de Dios, sois un pueblo santo

Ef. 4, 32-5, 1-8;
Sal. 1;
Lc. 13, 10-17

La Palabra del Señor que cada día se nos proclama y escuchamos con fe además de ser luz que nos va iluminando en el camino de nuestra vida cristiana es un estímulo grande, un aliciente para nuestro caminar. Sentimos esa ayuda que necesitamos cuando nos va iluminando en esas situaciones concretas que vivimos. Nunca la Palabra está lejos de nuestra vida. Es una Palabra llena de vida que el Señor quiere dirigirnos cada día y así con fe hemos de escucharla y aceptarla.
Hay veces en que nos sentimos cansados quizá en nuestra lucha, o nos encontramos sin fuerzas, porque parece como que el mal nos arrastra, sentimos fuerte la tentación en nuestra vida que nos aparece por todas partes y casi nos parece imposible que nos podamos superar y hacer lo bueno. Sobre todo cuando nos sentimos heridos por algo o por alguien que quizá nos haya ofendido la comprensión y el perdón se nos hacen difíciles.
Hoy como que el Señor quiere darnos muchas razones para que seamos capaces de ser buenos y comprensivos con los demás y seamos capaces también de ofrecer un generoso perdón. ‘Sed buenos, nos dice, comprensivos, perdonándoos unos a otros…’ ¿Y qué razón o motivo nos da para que seamos capaces de perdonar? Sencillamente el perdón que Dios nos ofrece. ‘Como Dios os perdonó en Cristo’, nos dice.
Por eso nos invita y nos propone el apóstol: ‘Sed imitadores de Dios, como hijos queridos… por algo sois un pueblo santo… porque antes sí erais tinieblas, pero ahora, como cristianos, sois luz. Vivid como gente hecha a la luz’.
Somos un pueblo santo, un pueblo de luz. En nosotros no caben las tinieblas. Y tinieblas sería el odio y el rencor; tinieblas sería el desamor y el egoísmo; como tinieblas son esas inmoralidades de las que tenemos la tentación de llenar nuestra vida , ‘la indecencia y el afán de dinero’, las chabacanerías y malicias con las que actuamos tantas veces, continúa concretándonos el apóstol.
Somos un pueblo santo, y santos tenemos que ser como santo es el Señor. Recordamos que esa era la propuesta que ya Jesús nos hace en el evangelio, pero que ya escuchábamos incluso en el antiguo testamento. Pero Jesús nos dice también que seamos compasivos como nuestro Padre Dios es compasivo. Por eso nos dirá hoy Pablo ‘sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivir en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor’.
¿Queremos mayor motivación y ejemplo? Lo tenemos en Cristo. Y como tantas veces decimos cuando nos sentimos amados de la manera que Cristo nos ama, cómo es que nosotros no amamos también. No nos falta la gracia y la ayuda del Señor. Decíamos que nos sentimos débiles muchas veces y sin fuerzas para superarnos y para hacer las cosas buenas. Pero es que nuestra fuerza está en el Señor.
Venimos aquí cada día y escuchamos su Palabra y, como decíamos, es nuestra luz y nuestro estímulo. Pero el Señor es también nuestra fuerza. No lo hacemos sólo con nuestras fuerzas o nuestra buena voluntad. ¿Para qué venimos a celebrar la Eucaristía?¿Para qué venimos a comer el Cuerpo del Señor, a comulgar? Jesús nos dirá que el que le come tiene vida para siempre. Es la vida, es la gracia del Señor que recibimos. Por eso, seamos buenos, comprensivos, perdonémonos porque Cristo nos amó y nos perdonó. Seamos buenos, comprensivos y perdonémonos siempre, porque somos un pueblo santo, porque somos hijos de la luz y las obras de la luz son las que tenemos que realizar.

domingo, 24 de octubre de 2010

Una liturgia no para quedarnos extasiados en su belleza sino para orar al Señor


Ecles. 15, 12-18;
Sal. 33;
2Tim. 4, 6-8.16-18;
Lc. 18, 9-14

Dos hombres subieron al templo a orar’, comienza la parábola Jesús. Subieron al templo a orar ¿para la oración litúrgica que se oficiaba en el templo cada día junto con los sacrificios? ¿por devoción quizá se acercaron al templo a hacer su propia oración? Nos da pauta para variadas reflexiones ya el comienzo mismo de la parábola.
La parábola tenía su intencionalidad porque Jesús la decía por ‘algunos que teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás’. Con la conclusión que Jesús le da a la parábola también quiere decirnos cosas Jesús. ‘Éste – refiriéndose al publicano – bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’.
El Señor acoge la oración del pobre y del humilde mientras que rechaza al que se vanagloria y desprecia a los demás. ‘Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha’, repetíamos en el salmo. ‘Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias porque el Señor está cerca de los atribulados y salva a los abatidos…’ seguimos meditando con el salmista. Dios mira más el corazón que las palabras que podamos pronunciar. Y se complace en el corazón de los humildes.
‘Dos hombres subieron al templo a orar…’ y qué distancias tan grandes había entre uno y otro. Comprendemos que no sólo es la distancia física en el hecho de que uno se pusiera delante de todos mientras el otro se quedó atrás mientras no se atrevía a levantar la cabeza. Es otra más fuerte y dura la distancia. La distancia que los orgullos quieren poner en derredor como temiendo mezclarse con los pobres y los humildes. La distancia que aísla y crea barreras cuando hay menosprecio en el corazón hacia los que están a nuestro lado.
Ya quizá podríamos hacernos preguntas sobre nuestra oración o nuestro estilo de orar. ¿A qué distancia estoy yo de los que me rodean cuando voy a la oración? ¿tendré barreras interpuestas ante los demás? Es cierto que nuestra oración en principio tiene que ser un acto personal que yo he de poner desde lo más hondo de mi corazón. Me estoy encontrando de forma muy personal con ese Dios que me ama y que lo siento vivo y presente allá en lo más hondo de mí mismo. Y esa oración, es cierto, será un tú a tú con el Señor, sin olvidar su inmensidad y su grandeza porque es el Señor, pero sintiéndome en su presencia e inundado de su amor, porque siempre es el Dios que me ama.
Sin embargo en la verdadera oración ni me puedo encerrar en mi mismo ni me puedo aislar con los demás. Es más, quizá tendría que decir que en la medida en que me siento más unido a Dios en mi oración necesariamente más unido me he de sentir con los demás. Y si a mi lado hay alguien que está en oración, aunque en ese momento no compartamos palabras ni intenciones, qué unión más hermosa tendría que haber en cuanto que los dos estamos unidos al mismo Dios y Padre que me ama y nos ama.
Claro que será más hermosa aún mi oración si además yo oro por los demás y oro con los demás. No voy sólo a pedir por mí o a tener mi encuentro de manera individual con el Señor sino que voy a sentir toda la hondura de la comunión que será con el Señor pero que tiene que ser también con los demás.
Pero aquí podríamos entrar en otro aspecto de la oración que es la oración comunitaria y litúrgica. Esa oración de los hermanos, de los miembros de la familia de los hijos de Dios y de los miembros del pueblo de Dios que juntos queremos, que juntos hemos de darle culto al Señor cantando nuestra alabanza y nuestra acción de gracias. Es la oración de la Iglesia que como comunidad hacemos, celebramos y expresamos en la liturgia.
Cuando decimos en la liturgia estamos diciendo cómo a través de unos signos comunes, de unos ritos litúrgicos comunes nos sentimos unidos en esa oración, en esa alabanza al Señor, en esa gloria que queremos cantar a Dios. Es la celebración de la Eucaristía y todos los sacramentos, es la celebración de toda la Iglesia, en la que vamos a sentir de manera especial esa presencia del Señor en medio nuestro. Porque además sabemos que en esos signos sacramentales se hace realmente presente Cristo en medio nuestro.
Acciones sagradas para nosotros que nos hacen sentir la presencia del Señor, signos vivos de la presencia de Dios y de su gracia; acciones con las que queremos dar culto al Señor, alabándole y bendiciéndole con todas las criaturas del cielo y de la tierra. Acciones sagradas que expresamos con unos signos y unos ritos litúrgicos que siempre tienen que ayudarnos a vivir ese encuentro vivo con el Señor en nuestra oración.
Yo me pregunto a mí mismo muchas veces al terminar una celebración litúrgica, ya sea la Eucaristía o cualquier otra celebración de la Iglesia, si en verdad he orado al Señor y si yo sacerdote que en nombre de la Iglesia estoy presidiendo aquella celebración habré ayudado de verdad a orar a los fieles que allí estamos congregados.
No nos podemos quedar extasiados en la belleza de los ritos litúrgicos, que tenemos también que saber admirar y valorar toda la belleza de la liturgia que en cierto modo nos eleva hasta la liturgia celestial; pero, perdónenme que lo diga así, tenemos que hacer que no sólo sea una celebración bonita y llena de belleza, por decirlo de alguna manera en expresiones humanas, sino una celebración viva en la que he orado, he tenido ese encuentro vivo con el Señor para orar, para escucharle y para presentarle también mi súplica, mi alabanza o mi acción de gracias. No hay participación verdadera si no hay auténtica oración. Tenemos que aprender a orar con la liturgia. Y ya no será sólo mi oración personal sino entonces también la oración de la comunidad.
Es la oración con la que con toda humildad me pongo ante el Señor, sintiéndome indigno como Isaías cuando contempló aquellas hermosas teofanías que nos describe en la profecía – ‘¡ay de mí! que soy un hombre de labios impuros’ -, o como aquel publicano que no hacía otra cosa que pedir al Señor que tuviera compasión de él. ‘Oh Dios, ten compasión de este pecador’. Pero será la oración de la que saldré lleno de Dios que es en fin de cuentas lo que nos quiere decir Jesús con las expresiones de la parábola de bajar justificado, lleno de la justicia y de la gracia de Dios.
Que así sea nuestra oración, que así sea la forma intensa viva de nuestras celebraciones sagradas, de toda la liturgia con la que queremos bendecir y alabar en todo momento al Señor.
‘Dos hombres subieron al templo a orar…’ Aquí estamos más de dos, esta pequeña comunidad, que hemos venido a nuestra oración y a nuestra celebración, ¿cómo está siendo hoy nuestra oración? ¿estaremos en verdad orando al Señor?