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sábado, 21 de enero de 2012


Jesús signo de contradicción nos enseña a vivir nuestra pascua

2Samuel, 1, 1-4.11-12.19.23-27; Sal. 79; Mc. 3, 20-21
Apenas son dos versículos el texto del evangelio de hoy. Podría parecernos excesivamente corto y que nos dice pocas cosas. Sin embargo creo que puede ayudarnos y servirnos de luz en muchas situaciones de nuestra vida.
Se contrapone por una parte la afluencia de gente que viene a ver a Jesús y se les meten en casa de manera que ‘no los dejaban ni comer’, con la postura de algunos parientes de Jesús que ‘vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales’.
Nos está reflejando este texto lo que hemos venido escuchando estos días en que Jesús se manifiesta como ‘signo de contradicción’, tal como había anunciado el anciano Simeón cuando la presentación de Jesús en el templo. ‘Será bandera discutida, signo de contradicción… motivo para que muchos caigan o se levanten’.
Mucha gente quiere seguir a Jesús vienen a escucharle, como nos decía el evangelista el otro día ‘se le echaban encima para tocarlo’, mientras los fariseos muestran su oposición y ‘traman con los herodianos el modo de acabar con El’. Será lo que seguiremos escuchando a lo largo del evangelio.
Pero ¿por qué nos ha de extrañar todo esto? Cuando Jesús proclame las bienaventuranzas en el Sermón del Monte, no hará otra cosa que proponernos lo que ya está viviendo El, lo que es su propia vida. Decimos que el Sermón del Monte es como la Carta Magna del cristianismo porque ahí nos refleja Jesús lo que es el ideal de lo que nosotros hemos de vivir cuando queremos vivir el Reino de Dios. Pero nuestro ideal es Cristo, nuestro vivir ha de ser el vivir a Cristo. Por eso lo que El nos está proponiendo, diciendo, enseñando no es sino su propia vida.
En una de las bienaventuranzas nos dirá que seremos felices, dichosos, de nosotros es la recompensa del Reino de los cielos si somos perseguidos, o calumniados de cualquier modo por su causa. Pero es lo que El vivió, lo que fue su vida. lo estamos contemplando hoy en el evangelio. A Cristo quieren quitarlo de en medio, no entenderán lo que dice, hace o enseña y dirán que está loco, pero esa es la vida de Jesús, esa es la gran novedad del Evangelio, esa es la transformación grande que hemos de hacer en nuestra vida.
Y no tememos, pues, ser incomprendidos porque incomprendido fue El; y no tememos que pasemos por la persecusión porque El pasó por la cruz. Esas incomprensiones que nosotros habremos de vivir en la vida cuando intentamos ser fieles, vivir en fidelidad total al evangelio y a los valores del Reino son parte de la pascua; de la pascua que vivió Jesús y de la pascua que hemos de vivir nosotros; y la pascua es pasión y muerte, pero que siempre nos llevarán a la resurrección.
Contemplando a Jesús que camina delante de nosotros nos sentimos estimulados en nuestra fidelidad. Con Jesús a nuestro lado no tememos lo que pueda haber de pasión y de muerte porque así nos unimos a El y en El tenemos toda la fuerza, toda la gracia que necesitamos para hacer nuestro camino.
¿No fue eso lo que vivieron los mártires que llegaron a morir, a dar su vida por el nombre de Jesús? estos días hemos tenido y tendremos ocasión de contemplar y celebrar a diversos mártires que derramaron valientemente su sangre por Jesús y el evangelio: san Sebastián, santa Inés, san Vicente diácono, y así tantos y tantos que a lo largo de los siglos se convirtieron en testigos hasta dar su vida. Tenemos que ser testigos y no hemos de temer lo que nos pueda costar ese testimonio. Con nosotros está el Espíritu de Jesús que es nuestra fortaleza.

viernes, 20 de enero de 2012


Llamó a los que quiso y se fueron con El…

1Samuel, 24, 3-21; Sal. 56; Mc. 3, 13-19
‘Llamó a los que quiso y se fueron con El… a doce los hizo sus compañeros…’ Las gentes escuchaban a Jesús y veían sus obras y se iban con El. Querían escucharle, estar con El, le traían a los enfermos para que los curara, pero a algunos los llamaba de manera especial.
Había llamado a los pescadores que estaban allá junto al lago en sus tareas y con sus redes y los habían invitado a seguirle para hacerlos pescadores de hombres – lo vamos a escuchar de nuevo el domingo -. Pero ahora nos dice el evangelista Marcos que subió a la montaña. En los lugares paralelos de los otros evangelistas se nos dice que había pasado la noche en oración. Y ahora hay una llamada especial. Quiere hacer el grupo de los doce. Los va a llamar apóstoles. El Colegio Apostólico. Quiere que estén con El y serán sus compañeros. Para ellos tiene una misión especial: ‘enviarlos a predicar con poder para expulsar demonios’. Y el evangelista nos da el listado de los Doce.
Quiere que estén con El y serán sus compañeros. Así los veremos a lo largo del evangelio. Siempre al lado de Jesús, caminando con El, escuchándole a El que de manera especial a ellos le explica, a ellos les enseña todo lo referente al Reino de Dios. Veremos como se los lleva a lugares apartados para estar con ellos, cómo les instruye de manera especial cuando van de camino, les responde a sus preguntas cuando llegan a casa, tiene especiales exigencias para ellos para que entiendan bien todo el sentido del Reino de Dios. Muchas páginas del evangelio vemos en ese sentido.
Un número significativo como las doce tribus de Israel. Un grupo que quiere conjuntar muy bien porque a ellos de manera especial les va a explicar con mayor detalle. Van a ser los doce apóstoles enviados, que eso viene a significar la palabra apóstol, y que van a ser fundamento de la nueva comunidad que en Cristo se va a constituir.
Van a recibir la misma misión de Jesús, el anuncio del Reino. Los llamó para enviarlos a predicar. Y el envío se hará dándoles el mismo poder de Jesús, ‘expulsar demonios’, porque con el anuncio del evangelio se ha de vencer el mal, se ha de hacer un mundo nuevo, se ha de constituir de verdad el Reino de Dios. Es lo que Cristo realizó y consumó de manera plena con su muerte redentora en la Cruz y lo que confía a sus apóstoles que han de ir haciendo por el mundo. Es la misión de los Apóstoles que es la misión de la Iglesia, que  no es otra que la misma misión de Jesús.
Será a los que al final, antes de la Ascensión, enviará por todo el mundo con la misión de anunciar la Buena Nueva, el Evangelio a todos los hombres. Serán los que aguardarán en el Cenáculo el cumplimiento de la promesa de Jesús y recibirán el Espíritu Santo como comienzo de la Iglesia. Con Pedro como cabeza de aquel Colegio Apostólico van a ser el fundamento de la Iglesia y se van a repartir por el mundo anunciando el Evangelio, bautizando a los que crean y constituyendo la Iglesia. En torno a ellos y a sus sucesores se van a constituir las comunidades que van a nacer del anuncio del Evangelio. Los Obispos serán los sucesores de los Apóstoles en cada Iglesia local.
Démosle gracias al Señor por la elección de los apóstoles, los doce elegidos entonces y los que a lo largo de los siglos ha ido llamando el Señor con esa su misma misión. Una característica de la Iglesia es ser apostólica, porque en los apóstoles fundamentamos nuestra fe en Cristo porque ellos son los primeros testigos de la resurrección de Jesús que nos han trasmitido el mensaje del Evangelio.
Damos gracias y pedimos al Señor por los constituidos apóstoles hoy en su Iglesia; y pensamos en el Papa, y pensamos en los Obispos, verdaderos sucesores de los Apóstoles, pero pensamos también en todos los que participan de esa misión apostólica en la Iglesia. Que no falte nunca la asistencia del Espíritu Santo que es el que guía a la Iglesia y sostiene a sus pastores. Que con la luz, la fuerza y la gracia del Espíritu Santo se pueda conducir al pueblo de Dios, al Rebaño de Cristo por los caminos que conducen a la vida eterna.
Que la Iglesia no deje de anunciar el Evangelio de Jesús pero que su predicación vaya acompañada por las obras de la justicia y del amor. La Iglesia como los apóstoles está enviada a predicar la Buena Nueva de Jesús y con el poder de expulsar el mal; obra que la Iglesia realiza en tantas obras de amor, en tantas obras que son signos de ese amor salvador de Cristo que renueva al hombre.

jueves, 19 de enero de 2012


Lo siguió una muchedumbre de Galilea

1Samuel 18, 6-9; 19, 1-7; Sal. 55; Mc. 3, 7-12
Estos días hemos comentado que el comienzo de la predicación de Jesús producía diversas reacciones en las gentes que lo escuchaban: perplejidad ante la novedad del anuncio que Jesús hacía, sorpresa, preguntas e interrogantes en el corazón, rechazo y desconfianza por parte de algunos, alegría y esperanza porque comenzaban a vislumbrar el cumplimiento de las promesas mesiánicas.
Ayer mismo escuchábamos cómo ‘en cuanto salieron de la sinagoga, lo fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él’. No terminaban de comprender el sentido del Reino de Dios tal como Jesús lo anunciaba. Pero en contrapartida hoy escuchamos que ‘Jesús se retiró con los discípulos a la otra orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea’. A continuación el evangelista nos dirá que venían de todas partes, de todos los rincones de Palestina y nos hace una relación de todos esos lugares de donde venían. Era grande el entusiasmo de las gentes por Jesús de manera que ‘encargó a sus discípulos le tuvieran preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío’.
Acuden a Jesús porque quieren estar con El y escucharle; le traen enfermos e impedidos de toda enfermedad para que Jesús los cure. Los signos de salvación se multiplican. Confiesan su fe en Jesús incluso los espíritus inmundos. ‘Se postraban ante El gritando: Tú eres el Hijo de Dios. Pero El les prohibía terminantemente que lo diesen a conocer’.
Cuando escuchamos textos del evangelio como éste, aunque en él no haya una predicación especial y concreta de Jesús, sino que solo contemplamos a la gente cómo quiere seguir a Jesús, nos sentimos nosotros impulsados y con deseos de estar también con Jesús, y seguirle, y manifestarle nuestra fe y nuestro amor. Así con sencillez y con mucho amor hemos de ir hasta Jesús. Tenemos la oportunidad cada día de escuchar su Palabra, en cualquier momento acercarnos a los evangelios para conocerlo más, y hemos de saber aprovechar esa gracia del Señor.
Ahí tenemos el alimento de nuestra vida cristiana. Así con fe nos acercamos a El con ese deseo de crecer cada día más en nuestra fe y nuestro amor. Con fe acudimos a Dios con lo que es nuestra vida, nuestras luchas, nuestras dudas, nuestros problemas porque sabemos que en Jesús encontraremos esa luz que necesitamos, esa fuerza y esa gracia que nos ayuda y nos fortalece, esa esperanza que nos impulsa a trabajar para ser cada día mejores, pero también para hacer que nuestro mundo sea mejor.
Jesús es nuestra esperanza, nuestra luz, nuestro camino, nuestra salvación. Sus pasos queremos seguir en todo  momento, nuestro corazón lo abrimos a su gracia y a su Palabra, de El venimos a alimentarnos en su Palabra y en su Eucaristía porque así ha querido El ser nuestro alimento, nuestro Pan de vida.
Muchas veces también la Palabra de Jesús nos desconcertará porque nos hará interrogarnos esppor dentro para que le demos auténtico sentido a aquello que vamos haciendo, o para que renovemos de verdad nuestra vida en la novedad del Evangelio. Pidámosle que nos aclare su Palabra allá en lo hondo del corazón, igual que los discípulos en ocasiones le pedían que les aclarara el sentido de las parábolas.
Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que allá en nuestro interior nos lo irá aclarando todo. Rumiemos esa Palabra del Señor que escuchamos y plantémosla de verdad en la tierra de nuestro corazón, arrancando de nosotros las malas hierbas de nuestros vicios y pecados para que pueda dar fruto de verdad en nuestra vida. 

miércoles, 18 de enero de 2012


Yo voy a ti en el nombre del Señor de los ejércitos

1Samuel, 17, 32-33.37.40-51; Sal. 143; Mc. 3, 1-6
El libro de Samuel nos narra el episodio por todos conocido de la victoria del joven David sobre el filisteo Goliat. Entra este texto en esos episodios que tratan de magnificar al que iba a ser gran rey de lo judíos vencedor luego en muchas batallas contra los filisteos y todos los enemigos de Israel hasta su instauración en la ciudad de Jerusalén por él también conquistada.  Muchos son los relatos épicos de sus batallas y victorias así como los cánticos con que el pueblo le alababa.
Más allá de todo eso podemos descubrir en este texto también hermosa lección para la lucha de nuestra vida. El joven David aun no entrenado lo suficiente para entablar batalla con el gigante filisteo sin embargo logrará vencerle. No ha podido ceñirse la armadura que el rey le había ofrecido para la lucha por su falta de entrenamiento y sólo se enfrentará con una honda y unas piedrecillas en su morral.
Pero no serán solamente su astucia y destreza en el manejo de la honda los bagajes con los que se enfrente al enemigo, sino que lo hará en el nombre del Señor. ‘Tú vienes a mí, armado de espada, lanza y jabalina; yo voy hacia ti en nombre del Señor de los ejércitos, Dios de las huestes de Israel, a las que has desafiado. Hoy te entregará el Señor en mis manos… todo el mundo reconocerá que hay un Dios en Israel’, le dice. En ese mismo sentido le había dicho al rey Saúl cuando se ofreció para enfrentarse al filisteo: ‘El Señor, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, me librará de las manos de ese filisteo’.
Ahí tenemos el hermoso mensaje y lección. Es como una parábola para nosotros. Caminamos entre luchas y tentaciones por los caminos de la vida. No nos es siempre fácil sobreponernos a las dificultades y problemas que vamos encontrando, porque nos sentimos muchas veces débiles y pequeños. Frente a la tentación que nos acecha continuamente queriendo arrastrarnos al mal y al pecado no sabemos en ocasiones como vencerla porque son cosas que nos parecen superiores a nuestras fuerzas.
Gigante es el enemigo y nosotros nos sentimos débiles y pequeños. No son solo nuestras fuerzas y ardides humanos los que van a ayudarnos a vencer la tentación. Hemos de aprender a contar con el Señor, con su gracia y con su fuerza, que si confiamos plenamente en el Señor nunca nos faltará. ‘Yo voy a ti en nombre del Señor…’ decía el joven David frente al enemigo.
Hemos de ser muy conscientes de que en nuestra lucha contra el pecado, en nuestros deseos de superación, en el camino de maduración que vamos haciendo de nuestra vida cristiana no vamos solos, y no lo hacemos sólo con nuestras fuerzas. Por eso es tan importante la oración en la vida del creyente. Oración para unirnos a Dios y descubrir lo que es su voluntad. Oración para alabar y bendecir al Señor que se hace presente continuamente en nuestra  vida. Oración para invocarle y pedir su fuerza y su gracia para nuestra lucha, para nuestro camino de santidad. Si abandonamos la oración entonces sí que nos sentiremos débiles e incapaces. Y nos pasa tantas veces que oramos con desgana, o abandonamos la oración.
‘Líbranos del mal, no nos dejes caer en la tentación’, rezamos cada día con el padrenuestro. Hemos de ser conscientes de que vamos a superar y vencer la tentación en el nombre y con la fuerza del Señor. Esa oración ha de salir sincera e intensa de nuestro corazón. En esa oración fundamentamos y fortalecemos nuestra vida y nuestro seguimiento de Jesús.   

martes, 17 de enero de 2012


Encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo sagrado

1Samuel, 16, 1-13; Sal. 88; Mc. 2, 23-28
‘Encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo sagrado; para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso…’ Lo hemos recitado en el salmo en clara referencia a lo escuchado en la primera lectura del primer libro de Samuel.
Hemos venido escuchando en la primera lectura estos días este primer libro de Samuel, un libro del Antiguo Testamento que nos relata momentos muy importantes en la historia del pueblo de Israel y de la historia de la salvación. Nos ha hablado del nacimiento en medio de hechos extraordinarios de Samuel como siempre sucede con los grandes personajes de la Biblia; de la vocación de Samuel, o la llamada del Señor al niño Samuel que escuchamos también en la primera lectura del domingo con la hermosa enseñanza de cómo hemos de abrir nuestro corazón para escuchar al Señor que nos habla.
Pero Samuel, juez en la historia de Israel y podíamos decir también profeta, tuvo unas intervenciones importantes en la historia del nacimiento de la monarquía en el pueblo de Israel. Ante la petición del pueblo primero fue elegido Saúl, pero por su infidelidad y pecado es reprobado por el Señor y hoy hechos escuchado la elección y unción de David como rey.
La elección de David, el más pequeño de los hijos de Jesé va a tener repercusiones muy grandes en la historia de Israel, pues el Señor le promete un reino que durará para siempre, con resonancias de claro sentido mesiánico, porque siendo de la tribu y familia de Judá en él se van cumpliendo los anuncios proféticos que ya Jacob hiciera a favor de su hijo Judá. Ya conocemos, por otra parte, las palabras del ángel a María en Nazaret que le anuncia que ‘el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin’.
Ya hemos escuchado el relato del texto sagrado. Samuel no se ha de dejar engañar por las apariencias en la elección del que va a ser el ungido del Señor. ‘No mires su apariencia y su gran estatura, pues yo lo  he descartado, le dice el Señor cuando Samuel vio a Eliab y pensaba que era el elegido del Señor. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón’. Hermoso mensaje para que aprendamos nosotros a no dejarnos engañar por las apariencias en nuestros juicios sobre las personas. Cuántos prejuicios se nos forman cuando solo nos dejamos guiar por las apariencias; hemos de aprender a mirar más hondo para ver de verdad el corazón del hombre.
Finalmente será elegido el más pequeño, David, que estaba en el campo guardando los rebaños. Un pastor es elegido para ser pastor de su pueblo Israel lo que igualmente tiene sus resonancias mesiánicas en referencia a Jesús verdadero Pastor y guardián de nuestras vidas. Siendo el elegido Samuel lo unge con aceite, como un signo de su consagración. Dios lo ha elegido y lo ha consagrado para ser el pastor de su pueblo Isarael.
Aparece el signo de la unción que se irá repitiendo en la Biblia para ungir a los sacerdotes y a los reyes, y que se convertirá para nosotros en un signo sagrado y sacramental con el que ya somos ungidos en el Bautismo para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes, pero que tendrá también su expresión en distintos sacramentos, como la Confirmación, ungidos por el Espíritu para ser testigos y apóstoles, o del Orden Sacerdotal para consagrar a aquellos ministros que en el  nombre del Señor presidirán a la comunidad y nos alcanzarán la gracia del Señor en su ministerio.
Otra unción tenemos en el Sacramento de los enfermos, pero no ya como consagración, no es el crisma el que se utiliza, sino como signo y señal de la presencia y fuerza del Señor junto al hombre que sufre la enfermedad para así sentirse fortalecido en el Señor.
‘Lo he ungido con óleo sagrado, para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso’. Que sintamos nosotros esta mano poderosa del Señor en nuestra vida con su gracia recordando que desde nuestro Bautismo somos con Cristo sacerdotes, profetas y reyes.

lunes, 16 de enero de 2012


A vino  nuevo, nueva vida, nuevas actitudes y nuevos sentimientos

1Samuel, 15, 16-23; Sal. 49; Mc. 2, 18-22
‘A vino nuevo, odres nuevos’, termina diciéndonos hoy Jesús en el evangelio. La Buena Nueva que va anunciando Jesús va despertando las inquietudes de las gentes que lo escuchan aunque algunos muy apegados a sus tradiciones les costará aceptar el mensaje de Jesús. Perplejidad, sorpresa, inquietud, alegría son sentimientos encontrados que van apareciendo en sus corazones.
Surgen las dudas y las preguntas por los ayunos y los sacrificios que eran norma de conducta habitual en algunos sectores. Que si ayunan los discípulos de Juan y no ayunan los discípulos de Jesús; que los fariseos y sus discípulos son muy rigurosos en estas prácticas piadosas y luego parece que Jesús a eso no le da tanta importancia. Allí vienen con las preguntas y los desconciertos.
‘Los discípulos de Juan y los de los fariseos ayuna, ¿por qué los tuyos no?’. Jesús les habla del novio y de la boda, de la fiesta de los amigos del novio que participan con él en el banquete de bodas. Ya hablará en otros momentos del banquete de bodas para hablarnos del sentido y del estilo del Reino de Dios que anuncia.
Y es ahora cuando Jesús les dice que con El todo va a ser distinto, y que seguirle a El significa un nuevo sentir, un nuevo sentido y valor de todas las cosas. Con Jesús, estando con Jesús no puede haber tristezas y todo es nuevo y está lleno de alegría. Y habla de remiendos y de rotos, y habla de paños nuevos porque no valen los remiendos; y habla de los odres nuevos, porque el vino nuevo rompe los odres viejos y creer en Jesús y vivir a Jesús es como un vino nuevo que exige una vida nueva.
Lo importante es el cambio del corazón. Es lo que pide la novedad del evangelio y es por eso por lo que desde el principio nos habla de conversión. Y convertir es dar la vuelta, es cambiar totalmente para vivir lo nuevo de la gracia, lo nuevo de la salvación que Jesús viene a ofrecernos.
Es el arrancar de raíz las viejas actitudes del pecado; es el vestirnos del hombre nuevo de la gracia; es el sentirnos transformados totalmente por el amor de Dios para vivir siempre en su amor y amar con su mismo amor; es el sentir que así como el Señor nos perdona para alejar de nosotros toda sombra de pecado y de muerte, con un amor nosotros hemos de vivir para saber perdonar, para saber ser comprensivos y compasivos con los hermanos que están a nuestro lado, y para creer en ese hombre nuevo que se siente renovado por la gracia.
Cuando nos sentimos inundados de la misericordia del Señor nos sentimos renovados para ser un hombre nuevo, pero aprendemos cómo también nosotros tenemos que ser misericordiosos con el hermano que haya errado en su vida, haya pecado por muy grandes que sean sus pecados o nos haya ofendido a nosotros. Dios sigue creyendo en el hombre, en la persona a pesar de que sea pecador y nos da el margen de confianza de su gracia que nos perdona y nos ayuda a renovar nuestra vida; que de la misma manera nosotros tenemos que saber actuar con misericordia con los demás.
Es este un aspecto que nos cuesta comprender y aceptar sobre todo cuando se trata de nuestra relación con los otros. Bien nos gusta que el Señor nos perdona a nosotros nuestros males y pecados, pero cuánto nos cuesta perdonar nosotros con la misma generosidad a los demás.
A vino nuevo, odres nuevos. A vida nueva que el Señor nos ofrece, nuevas actitudes, nuevas posturas hacia los demás siempre nacidas desde el amor. cuánto tenemos que cambiar y transformar en nuestro corazón.

domingo, 15 de enero de 2012


Maestro, ¿dónde vives? Queremos conocerte y estar contigo

1Samuel, 3, 3-10.19;
 Sal. 39;
 1Cor. 6, 13-15.17-20;
 Jn. 1, 35-42
En alguna ocasión nos habrá sucedido algo así. Hemos conocido a alguien, quizá ocasionalmente o por algún otro motivo, con quien charlamos con confianza y nos sentimos a gusto y al final algo así como que le preguntamos donde vive porque quizá deseamos volver a encontrarnos y ahondar en nuestra amistad. Conocer donde vive, conocer su casa es algo más que situar un lugar geográfico, es como entrar en la intimidad de la persona. También nos sucede que cuando tenemos experiencias gratas así enseguida las comunicamos a los que están cercanos a nosotros porque nos parece que eso no nos lo podemos guardar dentro.
Algo así, aunque tal como nos lo cuenta el evangelio no sea en ese mismo orden de tiempo, es lo que le sucedió a aquellos dos discípulos de Juan que cuando el Bautista señala a Jesús que pasaba ante ellos como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo se van tras El y le preguntan donde viven. En el fondo era manifestar ese deseo de estar con El para conocerle más hondamente como así sucedería. ‘Venid y lo veréis’, fue la respuesta y la invitación de Jesús.
Ya escuchamos, y lo hemos meditado muchas veces, que ese encuentro fue algo vital para aquellos dos discípulos que ya inmediatamente no sólo ellos quisieran estar con Jesús sino que comunicarán esa buena noticia con entusiasmo a los demás. ‘Hemos encontrado al Mesías… a aquel de quien escribió Moisés y los profetas’. Fue una experiencia muy fuerte la que vivieron en aquel encuentro personal con Jesús. Experiencias y encuentros que marcan una vida para siempre.
‘Venid y lo veréis’, nos dice también a nosotros Jesús. El estar aquí escuchando su Palabra y disponiéndonos a celebrar la Eucaristía es ya un comienzo a dar respuesta a esa invitación de Jesús. Así tendríamos nosotros que sentirnos a gusto con Jesús. Con ese mismo entusiasmo tendríamos que desear estar siempre con El. También nosotros hemos de decir ‘Maestro, ¿dónde vives?’, queremos conocerte, queremos estar contigo.
Jesús viene a nuestro encuentro, nos va saliendo al paso en nuestra vida, en tantas circunstancias distintas, en tantos momentos, como a aquellos primeros discípulos y nos invita a ir con El; también nos llama como al pequeño Samuel, ya sea en las sombras de la noche, en medio de la barahúnda de los aconteceres de la vida, o allá en el silencio de nuestro corazón. A aquellos primeros discípulos fue primero el Bautista quien les ayudó a conocer la voz de Jesús o señalarle el camino para ir hasta El, o ellos mismos fueron luego mediaciones para los demás para que también se acercaran a Jesús.
El pequeño Samuel no conocía la voz del Señor, ‘pues aun no le había sido revelada la Palabra del Señor’, y así en principio estaba lleno de confusiones, pero sin embargo supo ir con presteza hasta el sacerdote Elí, pensando que era quien le llamaba. El sacerdote le ayudará a discernir la voz de Dios, y si con prontitud había acudido a él diciendo, ‘vengo porque me has llamado’, luego aprenderá a decir ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’.
Es la actitud humilde y confiada que hemos de tener ante el Señor que llega a nuestra vida. Nuestra respuesta debería ser pronta y valiente, generosa, como apreciamos hoy en los llamados en la Palabra del Señor que se nos  ha proclamado. Una respuesta decidida, con arrojo, sin temores. Algunas veces nos parece temer ante lo que el Señor nos pida, o quiera de nosotros. Y es cierto que su llamada nos compromete. Pero, como decíamos al principio, sentimos el gozo de estar con El y seguirle, de querer conocer su vida, conocerle a El más y más. Y cuando es así no caben temores ni miedos.
La llamada e invitación del Señor es algo muy personal a cada uno, que cada uno ha de sentir en un tú a tú en su corazón. Por eso no temamos dejarnos sorprender por el Señor. Ya sabemos que los encuentros vivos con el Señor dejan huella en nosotros, no nos dejan insensibles, pero el Señor respeta siempre la libertad de nuestra respuesta. Alegrémonos de esa inquietud que pueda surgir dentro de nosotros y que haya verdadera apertura de nuestro corazón, disponibilidad para el Señor.
La prontitud de Samuel que corrió hasta el sacerdote siempre en actitud de servicio, la en cierto modo curiosidad y buenos deseos de aquellos primeros discípulos que se van preguntando donde vive, la generosidad de los amigos que se quieren y que saben ofrecer y comunicar lo mejor al amigo, la humildad para dejarnos conducir por quienes pueden ayudarnos a mejor encontrarle, la inquietud por ofrecerle al Señor la mejor respuesta en el día a día de nuestra vida, el entusiasmo también para dar a conocer a los demás lo que nosotros vamos encontrando y que es un gozo para nuestra vida… son las señales de nuestra disponibilidad y de la buena respuesta que queremos ir dando.
Lo que nos está pidiendo el Señor es seguirle. Ser el discípulo que sigue al Maestro en el día a día de nuestra vida. No es necesario que hablemos en este momento de nuestra reflexión de vocaciones específicas de seguimiento a Jesús en una vocación determinada de servicio dentro de la Iglesia como pueda ser la vocación al sacerdocio, a la vida religiosa o a la vida misionera, o en una misión concreta en medio de nuestra sociedad y nuestro mundo.
Podríamos hablar de ello también, pero pensemos primero que nada en ese nuestro ser cristiano, en ese vivir nuestra fe y nuestro amor y todo lo que atañe a nuestra vida cristiana, en lo que es esa respuesta de santidad que hemos de vivir en cada momento, ahí donde estamos y donde vivimos, en las responsabilidades de cada día. Es lo primero a lo que el Señor nos invita y nos llama. Es la primera respuesta que nosotros hemos de dar. Y ese será el primer y gran testimonio que hemos de dar en medio de nuestro mundo.
Pienso que un buen compromiso por nuestra parte, como respuesta a la Palabra de Dios que estamos escuchando, en este comienzo del tiempo Ordinario que nos media hasta la Cuaresma después de las celebraciones que hemos vivido de la Navidad y de la Epifanía, podría ir en el sentido de avivar esos deseos en nuestro corazón, de querer conocer más y más a Jesús como se nos va manifestando en el evangelio. Que sea nuestra petición, nuestro deseo, esa pregunta de aquellos dos primeros discípulos a Jesús: ‘Maestro, ¿dónde vives?’ Queremos conocerte y estar contigo, queremos llegar a vivir más y más tu vida cada día.