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sábado, 4 de agosto de 2012

Que no nos ciegue la pasión ni nos dejemos envolver por el mal

Que no nos ciegue la pasión ni nos dejemos envolver por el mal
Jer. 26, 11-16.24; Sal. 68; Mt. 14, 1-12

La pasión ciega el corazón y nos hace caer por una pendiente interminable en la que se van sucediendo toda clase de maldades y que nos va hundiendo más y más en esa maldad y muerte de la que se nos hace difícil salir. Decir de entrada que no imposible porque desde nuestra fe siempre contamos con la gracia del Señor.

Es la pendiente por la que vemos rodar a Herodes como nos refleja este texto del evangelio y en la que podemos caer nosotros tantas veces cuando dejamos que el orgullo y el mal envenenen nuestro corazón. Primero fue una vida irregular, pero en la que se van desatando las pasiones y las envidias, las cobardías y respetos humanos para llegar al crimen abominable de la muerte del inocente.

Herodías que es la mujer de su hermano con la que convive, la ambición y la envidia de ésta, una vida en la que se deja arrastrar por los placeres y el brillo engañoso del poder, las apariencias con las que queremos encandilar a los demás, pero que realmente es a nosotros a quienes nos ciegan, la cobardía para enfrentarse a lo que se considera injusto… son algunas de las cosas injustas que le arrastran por la pendiente de la maldad que conduce a la muerte.

Enfrente, la valentía del profeta fiel a sí mismo y a la misión recibida del Señor que no teme la cárcel ni la muerte para denunciar lo que considera injusto e inmoral. ‘Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías la mujer de su hermano Filipo… quería mandarlo matar pero temía a la gente que lo tenía por profeta’.

Es esa maldad que ciega los ojos y el corazón para que, aunque sepamos lo que está bien y lo que está mal, sin embargo aparezcan en nuestra vida los temores y las cobardías que nos hacen caer en esa pendiente del pecado. Y las ocasiones se van a suceder para hundirnos cada vez más, como le sucedió a Herodes. Ya lo hemos escuchado; con motivo de la fiesta, el baile de la hija de Herodías, sus juramentos e imprudentes promesas, los temores y las vergüenzas, al final será decapitado Juan.

No decapitamos nosotros a Juan ni quizá hemos caído en esas terribles maldades que contemplamos en Herodes, pero cuántas veces nos hemos aflojado en nuestra lucha contra el mal, la tentación y el pecado y hemos ido rodando también por esa pendiente de la frialdad, la indiferencia, el abandono de nuestras obligaciones y nuestros principios, y también terminamos por dejar que el pecado se nos meta en nuestra vida.

El cristiano que quiere mantenerse fiel en su camino del seguimiento de Jesús ha de cuidar mucho esa espiritualidad que sustenta nuestra vida, que nos hace mantenernos alertas frente a toda tentación, que busca los medios para ir creciendo espiritualmente por dentro, que desea cada día más vivir en la intimidad grande de la oración con el Señor. No podemos aflojar en esa tensión espiritual que nos hace mantenernos despiertos frente a la tentación para vencer todos los peligros.

Y si en ocasiones resbalamos por esa pendiente del mal porque dejamos meter el pecado en nuestra vida, hemos de saber levantarnos para salir de esa situación con la ayuda de la gracia del Señor que nunca nos faltará. No es una pendiente fatídica e irremediable, sino que podemos liberarnos de ese mal porque siempre con nosotros está la gracia y la fuerza del Señor.

Que el Señor nos ayude para que pasión nunca nos ciegue el corazón y podamos caminar en caminos de fe y de amor ayudando también a los demás a hacer ese mismo camino que nos lleve hasta Dios. Escuchemos la voz del Señor que nos llama continuamente a la conversión.

viernes, 3 de agosto de 2012

Las contradicciones a la hora de escuchar y acoger a Jesús en la vida
Jer. 26, 1-9; Sal. 68; Mt. 13, 54-58

La reacción y la postura de las gentes de Nazaret nos pueden parecer muy contradictorias. En los versículos anteriores escuchamos que Jesús después de enseñarles con parábolas partió de allí y se fue a otra parte. Y en concreto el evangelista ahora nos dice que ‘fue a su ciudad y se puso a enseñarles en la sinagoga’, aunque no nos menciona directamente que fuera Nazaret pero lo deducimos fácilmente por lo que continúa diciéndonos.

En un primer momento surge la admiración, aunque veremos que comienzan a hacerse sus consideraciones y le rechazan de manera que ‘no hizo allí ningún milagro por su falta de fe’. Lo contradictorio está en esa primera reacción de admiración por su enseñanza y sus milagros y la posterior reacción. ‘¿De donde saca éste esa sabiduría y esos milagros?’ Luego reconocen su enseñanza y su poder. Pero pronto comenzarán las pegas.

Una pegas, podríamos decir, para rebajar el valor de lo que Jesús hace. Es uno de ellos. Allí están sus parientes. ‘¿De donde saca todo esto? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí sus hermanas?’ No insistimos en la interpretación de las palabras hermano y hermana, que ya lo hemos comentado recientemente. Pero era una manera de rebajar la autoridad y hasta el poder de Jesús. ‘Desconfiaban de Él… sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta’. Es el comentario del evangelista.

No nos extraña porque así se había hecho con los profetas anteriores, y eso se sigue haciendo de parecida manera. Ya escuchamos en la primera lectura cómo rechazan a Jeremías y hasta tratan de matarlo. Así lo hicieron con los profetas, como en alguna ocasión incluso Jesús recordará.

Pero ¿no seguimos haciendo de manera semejante en el mundo moderno? Pensemos cómo se trata de desprestigiar a la Iglesia y su magisterio por cualquier motivo. Se elige a este Papa y se sacan a relucir todos los prejuicios que sean necesarios para quitarle valor y hasta autoridad; indagan incluso en su vida y hasta en su niñez.

Hace unos años la Iglesia quiso celebrar un año sacerdotal y cómo surgió una campaña bien orquestada desde todos los rincones del mundo contra la figura del sacerdocio resaltando los errores o fallos humanos que pudieran haber habido con tal de descalificar de la forma que fuera a todos los sacerdotes. Y así podríamos recordar muchas cosas. De cuántos prejuicios llenamos nuestra mente contra los sacerdotes, contra la acción de la Iglesia, contra los que hacen el bien sean quienes sean.

Con qué facilidad se juzga, se critica a la Iglesia, se la mira con lupa pero desde criterios hasta políticos. Cuando la Iglesia en la voz de su magisterio quiere expresar claramente su doctrina y los planteamientos éticos y morales fundamentados en el evangelio, se le quiere quitar autoridad, se le dice que está fuera de lugar y se le quiere quitar el derecho de poder expresar claramente su pensamiento.

Cualquiera en nombre de la libertad de expresión puede decir lo que quiera, pero a la Iglesia no se le permite esa misma libertad de expresión para poder enseñar los principios del evangelio y hay que buscar la forma de cómo acallarla. Son las contradicciones de la vida y de la historia que se siguen dando ahora como entonces, como hemos escuchado hoy en el evangelio.

Con actitudes y posturas así qué difícil nos es que llegue la salvación de Jesús a nuestra vida y a nuestro mundo. Como sucedió en Nazaret. Dice el evangelista que ‘no hizo allí muchos milagros porque les faltaba fe’. Lo de menos, podríamos decir, es lo de hacer muchos o pocos milagros, pues diríamos que es una forma de expresar cómo así, si nos falta fe y nos llenamos de esos prejuicios, tampoco va a llegar la salvación a nosotros.

Que al menos en nosotros se despierte la fe para acoger a Jesús, su Palabra y su salvación. No cerremos nuestro corazón a la gracia de Dios.

jueves, 2 de agosto de 2012


Yo quiero ser como el barro en manos del alfarero…
Jer. 18, 1-6; Sal. 145; Mt. 13, 47-53

‘Levántate y baja al taller del alfarero, y allí te comunicaré mi palabra’. Así lo hizo el profeta Jeremías. Lo hemos venido escuchando estos días con toda la riqueza de imágenes con las que nos habla el profeta, aunque a la hora de escoger el texto para el comentario hemos preferido en los últimos días fijarnos en el evangelio. No quiero dejar pasar esta bella imagen que nos ofrece hoy la profecía de Jeremias con toda la riqueza de su mensaje, que incluso la utilizamos muchas veces en los cantos que acompañan nuestras celebraciones litúrgicas.

Bajó el profeta al taller del alfarero y contempló cómo hacía y deshacía con sus manos aquellas vasijas de barro que iba confeccionando según quedaran a su gusto o no. Allí estaba trabajando con sus manos, amasando y estrujando el barro entre sus manos para prepararlo y darle la conveniente forma de la que saliera la hermosa y fuerte vasija después de pasar por el horno.

Y ahí encuentra el profeta la imagen para hablarnos del hacer de Dios en nuestra vida. Como decimos en el canto citado, somos como el barro en manos del alfarero. Pero dicho barro tiene que pasar por un proceso duro siendo amasado y formado por las manos del alfarero para que pueda salir esa hermosa vasija.

Nos quejamos a veces que la vida nos es dura, que tenemos problemas, que la vida se nos llena de sufrimientos, que pasamos por momentos duros de prueba. ¿Por qué no pensar que estamos en las manos del Señor que nos va amasando y formando a través de todo eso que nos sucede, aunque algunas veces no nos sea agradable porque quiere hacer de nosotros la más hermosa obra de la creación?

‘Entonces me vino esta palabra del Señor, dice el profeta: ¿Y no podré yo trataros a vosotros, casa de Israel, como este alfarero? Mirad, como está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel’. Estamos en las manos del Señor.

En estos mensajes que ahora recibimos por las modernas redes sociales hace unos días leía el siguiente texto: ‘No siempre salen las cosas que tú esperas, pero confía en Dios, El tiene siempre algo mejor para ti’. Dios siempre tiene algo mejor para nosotros, aunque hayamos de pasar por pruebas o momentos duros. Con El estamos asegurados, con El estamos a salvo, porque es nuestra salvación. Confiamos en el Señor.

Cuando sabemos aprovechar nuestro paso por el crisol del sufrimiento tenemos la posibilidad de crecer más y más en lo hondo de nuestra vida y de madurar de verdad. El paso por ese crisol no lo podemos hacer desde la amargura sino desde la esperanza y la confianza. La amargura endurece las fibras del corazón y nos puede llenar de resentimiento y desconfianza. Pero si sabemos ir viviendo cada momento, aunque sea difícil con serenidad y queriendo aprender bien las lecciones que nos va dando la vida en ese mismo sufrimiento seguro que madurará nuestro corazón en ternura, en amor, en comprensión.

Nos veremos a nosotros mismos y veremos a los demás de forma distinta. Nos sentiremos en verdad purificados, como el oro se purifica en el crisol que en fin de cuentas es una potente llama para quemar todo lo que sobra; así nos vamos nosotros purificando, quitando los malos ardores de nuestra vida y limando tantas asperezas que muchas veces tenemos en nuestro carácter o en nuestra manera de ser. Por eso decía que irá llenando de más ternura las fibras de nuestro corazón y hará en consecuencia que nuestras relaciones con los demás sean distintas. Cuánto tenemos que aprender.

Toma mi vida, hemos de decirle al Señor, como el alfarero que toma en sus manos la masa para fabricar la vasija; yo quiero ser, Señor, amado como el barro en las manos del alfarero. Toma mi vida y hazla de nuevo, que tú siempre tienes para mí el mejor de los proyectos. Así de grande es el amor que Dios nos tiene.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Unas parábolas que nos hablan de lo que es lo primero en la vida

Unas parábolas que nos hablan de lo que es lo primero en la vida
Jer. 15, 10.16-21; Sal. 58; Mt. 13, 44-46

Ojalá llegáramos a descubrir de verdad que creer en Jesús y seguirle es el más preciado tesoro que nosotros podamos alcanzar. Nos decimos cristianos, que tenemos fe en Jesús pero quizá no siempre en nuestra vida con lo que hacemos, en la manera de comportarnos, expresamos realmente la radicalidad que tendría que significar el seguimiento de Jesús, que en verdad la fe que tenemos en Jesús es el tesoro más grandioso que tenemos. ¿Seremos capaces de dejarlo todo por seguir a Jesús?

Como nos dicen las parábolas escuchadas en el evangelio el que encuentra un tesoro hará todo lo posible por obtenerlo. Como dice la parábola vende todo lo que tiene para poder comprar aquel tesoro, o aquella perla preciosa que ha encontrado. En las cosas materiales somos interesados y ponemos todos nuestros empeños, pero ¿será así en el seguimiento de Jesús?

Pero es necesario, para comenzar, que estemos convencidos del valor de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Jesús? Creer no es un barniz que le damos a nuestra vida como si fuera un adorno, lo hemos reflexionado en muchas ocasiones. Creer en Jesús para seguirle y llegar a llamarnos cristianos de verdad no es simplemente dejarnos llevar por unos sentimientos primarios de religiosidad con los que quisiéramos contentar a Dios para que El nos ayude y nos salgan las cosas bien en nuestra vida.

Es por eso, quizá, por lo que esa fe no está empapando totalmente nuestra vida para que todo nuestro actuar y nuestro vivir sea conforme al evangelio; es por lo que los comportamientos de nuestra vida cristiana los volvemos ocasionales y como decimos muchas veces, primero está la obligación que la devoción, como si la fe fuera solo una cosa de devoción; es por lo que nuestro compromiso es poco firme y nos contentamos simplemente con unas migajas de nuestra vida; es por eso por lo que somos poco generosos en nuestra entrega, en nuestro darnos en nuestra vida cristiana; es por lo que incluso la expresión religiosa de nuestra fe, en nuestros rezos y oraciones y también en nuestras celebraciones y devociones, se vuelve en ocasiones tan superficial sin llegar a lo hondo de nuestra vida.

Las parábolas nos hablan de la radicalidad del seguimiento de Jesús. Jesús y su reino es lo más importante de nuestra vida. Como nos dirá en otra ocasión ‘el que no está conmigo, está contra mí, el que no recoge conmigo, desparrama’. Jesús en verdad tiene que ser el centro de nuestra vida y nuestra razón de ser. Buscar el Reino de Dios y su justicia, nos dirá, ha de ser lo primero, que lo demás se nos dará por añadidura. Por eso siempre hemos de estar buscando lo que es la voluntad de Dios. Descubrir desde Dios el verdadero valor de la vida, de las cosas; descubrir los valores del evangelio para convertirlos en fundamento de nuestro actuar. Buscar en todo momento lo que es la gloria del Señor ha de ser siempre nuestra tarea.

¿De qué me vale ganar el mundo entero si pierdo lo que es más fundamental? Así nos dirá Jesús en otros momentos. Es lo que nos viene a decir en cierto modo con estas parábolas; vendemos todo por alcanzar la perla preciosa, por obtener ese tesoro. Por eso, por seguir a Jesús dejamos todo atrás, nada nos puede restar ni retener en ese camino de su seguimiento. En alguna ocasión nos habla de dejar atrás padre, madre, hermano, mujer, hijos, casa para seguirle, porque el que no es capaz de negarse a si mismo no es digno del Reino de Dios. Para eso Jesús nos ha liberado, para eso nos redimido y salvado, para eso nos da su gracia que nos fortalece en ese camino de fe y de amor que hemos de recorrer.

Que el Señor ponga generosidad y valentía en nuestro corazón.

martes, 31 de julio de 2012

Acláranos el sentido de la parábola

Acláranos el sentido de la parábola


Jer. 14, 17-22; Sal. 78; Mt. 13, 36-43

‘El que tenga oídos, que oiga’. Nos parece algo muy elemental. Pero tenemos oídos y no siempre oímos. Y no es sólo porque materialmente haya ruidos o gritos que nos confunda, o no estemos atentos a lo que se nos dice y como no prestamos atención es que ni oímos, sino que algunas veces incluso cerramos nuestros oídos para no escuchar. Como solemos decir, nos hacemos sordos.

Pero puede sucedernos también que entendemos lo que queremos escuchar, o escuchamos las cosas conforme a las ideas que tengamos de antemano en la cabeza, nos llenamos de prejuicios, pasamos las cosas y las ideas que se nos trasmiten por el tamiz de nuestras propias ideas y así nos hacemos nuestras propias y particulares interpretaciones. Es una forma, en cierto modo, de manipular. Y en ocasiones manipulamos tanto, que hasta manipulamos la propia Palabra de Dios.

Por eso tenemos que saber oír; es más, tenemos que pedirle al Señor que sea su Espíritu el que nos aclare las cosas. Y es que a la Palabra de Dios tenemos que ir dejándonos conducir por el Espíritu del Señor que es el que mejor nos guía y nos hace escuchar realmente lo que el Señor quiere decirnos.

El Sacerdote interiormente antes de proclamar el Evangelio, en algo que quizá pasa desapercibido para la mayoría de los presentes en la celebración, pide al Señor su bendición y su gracia para proclamar dignamente, con toda claridad y fidelidad la Palabra del Señor. No proclama el sacerdote su propia palabra; él pone la voz, podíamos decir, pero la Palabra que nos dice no es su palabra sino la Palabra de Dios. Por eso interiormente invoca al Señor para que pueda hacerlo con toda fidelidad.

Hoy hemos escuchado a los discípulos pedirle a Jesús que les explique la parábola. ‘Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: Acláranos la parábola de la cizaña en el campo’. Jesús les explica. Ya escuchamos nosotros hace unos días la proclamación de esta parábola y reflexionamos sobre ella, en esta lectura continuada que vamos haciendo, y hoy escuchamos la petición de los discípulos y la explicación de Jesús.

Los discípulos andaban confusos, como los criados que no entendían cómo no había que arrancar la cizaña que había aparecido entre el trigo sembrada maliciosamente por el enemigo. Es la confusión en la que nos vemos envueltos muchas veces en la vida en que debido a tantas influencias tan diversas que recibimos de un lado y de otro muchas veces no nos aclaramos lo suficiente y tenemos el peligro de considerar bueno lo que no es tan bueno.

‘Como todo el mundo lo hace’, escuchamos decir tantas veces. Pero no porque todo el mundo lo haga o porque sea una costumbre que tengan muchos eso puede significar que todo sea bueno. Ideas y conceptos de cómo considerar la religión o cómo hemos de expresar nuestra vida cristiana, la moralidad de los actos que hacemos, etc. entran en este mundo de confusión.

Tenemos que ir, podíamos decir, al fondo de las cosas, objetivamente a ver lo que realmente es bueno o no, y la referencia para la moralidad de nuestros actos y de lo que hacemos en la vida nosotros lo tenemos en la ley del Señor, en los mandamientos de Dios, en lo que nos dice Jesús en el Evangelio. Es ahí donde tenemos que acudir. Muchas veces nos falta la formación debida porque hemos vivido nuestra vida así sin más, sin reflexionarla debidamente, sin estudiar a fondo lo que es para nosotros la voluntad de Dios, la Palabra del Señor.

Se nos mezcla el trigo con la cizaña y el enemigo malo se aprovecha de nuestra debilidad para inducirnos a esa confusión, para perder ese sentido moral de las cosas, para olvidar lo que son realmente nuestros principios cristianos. Tenemos que pedirle como los discípulos a Jesús ‘acláranos el sentido de la parábola’, acláranos bien lo que hemos de hacer en la vida.

Que aprendamos a buscar siempre lo que es la voluntad del Señor. Pidamos continuamente la asistencia y la fuerza del Espíritu, antes de emprender aquellas cosas que queremos hacer, y también, cuando al final del día revisamos nuestra vida y hacemos nuestro examen de conciencia, pidamos la asistencia del Espíritu que nos ilumine para que veamos la verdad de nuestra vida y así podamos emprender ese camino de renovación, de crecimiento espiritual en el que tenemos que estar bien comprometidos. Que el Señor nos ilumine.

lunes, 30 de julio de 2012

Que no se enfríe ni estropee la levadura de nuestra fe


Que no se enfríe ni estropee la levadura de nuestra fe


Jer. 13, 1-11; Sal.: Deut. 12, 18-21; Mt. 13, 31-35

Una masa sin levadura que la haga fermentar no es la masa que nosotros desearíamos para la confección de nuestros alimentos y no podrá darnos el sabroso alimento que quisiéramos hacer. Necesitamos mezclarla bien con la harina que nos dé el sabroso pan, pues sin ella pareciera que le faltara cuerpo. La carencia de esa levadura para hacer fermentar la masa sería una señal de pobreza y precariedad, como lo fue para el pueblo de Israel en los momentos de su salida de Egipto y sería recordarían siempre en cada pascua comiendo el pan sin levadura como señal de aquellos momentos duros de la esclavitud y de su camino por el desierto. El pan ázimo sin levadura les recordaba muchas cosas a los judíos.

Se convierte así la levadura en una imagen que Jesús utilizará en sus parábolas para llegarnos a decir por una parte lo que significa su presencia en medio de nosotros, pero también lo que nosotros desde la fe que tenemos en Jesús y la vida nueva que vivimos hemos de ser en medio de nuestro mundo. También nos previene Jesús para que utilicemos buena levadura y no nos dejemos contagiar por la vieja y corrompida levadura de los fariseos.

Es una de las parábolas que hoy escuchamos. Jesús les habla en parábolas a la gente para que a través de las imágenes llegaran a comprender mejor el misterio que quiere revelarnos. Para hablarnos del Reino de Dios nos propone hoy dos parábolas, la del grano de mostaza, que recientemente ya hemos comentado, y la parábola de la levadura a la que estamos haciendo referencia en nuestro comentario. ‘Jesús exponía todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo’.

Es hermoso el mensaje que quiere trasmitirnos con esta parábola. Por una parte nos está diciendo lo que significa Jesús y la fe que tenemos en El para nuestra vida y para nuestro mundo. Con Jesús nos sentimos transformados y llevados a vivir una nueva vida. La fe no es cualquier cosa en nuestra vida; ni es un adorno que podamos poner o quitar, ni es una cosa de poco valor que no va a repercutir para nada en nuestra vida. Todo lo contrario, por la fe en Jesús nos sentimos, como decíamos, transformados.

No es lo mismo tener fe o no tener fe; no es lo mismo vivir conforme al sentido de la fe, como vivir ajeno a ella. Jesús no es indiferente para nosotros. Ante El tenemos que hacer una opción radical, y cuando nos decimos por Jesús nuestra vida, nuestros valores, nuestras actitudes, nuestros comportamientos tienen que ser distintos. Es la levadura que transforma nuestra vida, que la fermenta y le hace vivir la verdadera vida.

Pero eso, además, es lo que quiere que seamos nosotros en medio del mundo. Tenemos que ser levadura para nuestro mundo, que lo transforme, que lo llene de vida y de sabor nuevo, de sentido nuevo. Con nuestra fe en Jesús, con nuestras obras de amor, con el sentido nuevo que adquiere nuestra vida desde que ponemos toda nuestra fe en Jesús, nosotros tenemos que ser la levadura de nuestro mundo para que en verdad sea el Reino de Dios.

Esto tendría que hacernos pensar. Nos llamamos cristianos, estamos bautizados, decimos que tenemos fe en Jesús y no logramos contagiar esa fe a los que nos rodean. Más bien parece a veces que cada vez importa menos la fe, la religión, el cristianismo al mundo que nos rodea. ¿Qué hacemos para atraer a los demás hasta la fe? ¿Qué es lo que ven en nosotros? O podríamos preguntarnos también, ¿qué es lo que no ven? ¿Se nos habrá estropeado nuestra levadura? ¿Se nos habrá enfriado y en consecuencia echado a perder?

Algo que toca la fibra más intima de nuestra conciencia y tendría que hacernos despertar para ser esa buena levadura en medio de la masa de nuestro mundo para atraer a los demás a la fe, hasta Jesús. Es una llamada muy seria la que hoy Jesús nos está haciendo a través de estas parábolas. Que no se enfríe ni estropee la levadura de nuestra fe para fermentar la masa de nuestro mundo.

domingo, 29 de julio de 2012

La fe y la esperanza de santa Marta aliciente y alimento de todas las virtudes


La fe y la esperanza de santa Marta aliciente y alimento de todas las virtudes


Según sean nuestras metas será nuestro amor a la vida, nuestras luchas y esfuerzos, nuestros deseos de superación. Cuánto más altas y más grandes, será más grande la trascendencia que le demos a nuestra vida, porque no nos quedaremos en una vida ramplona, sólo de lo que pase a ras de tierra o de lo más inmediato que nos pueda suceder. Por alcanzar esas metas no nos importan las luchas y sacrificios porque lo que nos espera supera todo deseo.

Un ejemplo, que además tenemos que trascender, lo tenemos estos mismos días en que se celebran las olimpiadas; cuantas horas de sacrificios y entrenamientos de esos atletas que quieren llegar más alto, más allá y más lejos por alcanzar el honor de una medalla, que a la larga será vil metal que un día también se ha de corroer. Son grandes metas que les hacen tener también un inmenso amor a la vida. Quieren ser los mejores en su especialidad y para eso no se han ahorrado esfuerzos, y algunos incluso quieren abarcar varias disciplinas deportivas porque así serán el atleta más dotado y preparado, más completo.

Cuánto orgullo y gozo alcanzan cuando logran la meta deseada y nos gozamos con ellos cuando los contemplamos dichosos en sus triunfos, aunque sean meramente humanos, pero que nos pueden servir a nosotros también como un poderoso estímulo.

Pero lo del atleta lo ponemos como ejemplo de lo que ha de ser todo en nuestra vida, y también en la búsqueda de esas metas que nos trasciendan y que colmen las mejores ansias de nuestro espíritu. Porque no vamos a buscar el oro que brilla y que fugaz pronto puede perder su brillo, queremos buscar lo que dé la más honda y perfecta plenitud al hombre.

San Pablo también nos compara en ocasiones la vida como una carrera para la que tenemos que prepararnos, por la que tenemos que luchar sabiendo bien cuál es la recompensa que un día vamos a alcanzar. Nos habla de plenitud y de vida eterna; nos habla de vivir a Cristo de tal manera que nuestro vivir ya no sea otro sino Cristo. Nos invita a mirar a lo alto, porque es mirar a Dios en quien podemos alcanzar la total plenitud.

Hoy estamos celebrando a Santa Marta en la que vemos resplandecer entre todas sus virtudes la fe y la esperanza, que serán el aliciente y el alimento de todas esas otras virtudes que en ella podemos contemplar. La contemplamos haciendo una hermosa confesión de fe en Jesús como el único Salvador que había de venir al mundo, pero profesión de fe que estaba precedida y acompañada de una profunda esperanza. A las palabras de Jesús ante la muerte de su hermano Lázaro que anuncian vida y resurrección - ‘tu hermano resucitará’ le dice Jesús - ella confieza su fe, casi como de antemano, proclamando su esperanza en la resurrección futura. ‘Sé que resucitará en la resurrección del último día’. Hay una meta grande en su vida desde la fe que ha puesto en Dios y que la llena de esperanza.

Alguien que no haya terminado de comprender el sentido de una fe verdadera y de una verdadera esperanza podía alegarnos que precisamente porque creemos y esperamos la vida futura no amamos lo suficiente la vida presente. Nada más equivocado. Sabemos que la plenitud total de nuestra vida la alcanzaremos en la vida eterna y eso anima nuestra esperanza, pero eso anima también nuestra fe y nuestro amor a la vida presente que también hemos de vivir en la mayor plenitud que ahora en el tiempo limitado podamos alcanzar.

Ni la fe ni la esperanza cristiana nos aislan o separan de la vida presente, sino todo lo contrario, nos obligan, por así decirlo, a vivirla con una mayor responsabilidad y dedicación. Queremos vivir con toda intensidad cada instante de nuestra vida buscando en el amor lo que le va a dar a todo mayor sentido de plenitud. Por eso nos sentimos siempre en camino de superación, de crecimiento, de búsqueda de plenitud. Y todo eso lo sabemos vivir con la alegría de la esperanza.

Es un don de Dios que tenemos que saber agradecer, pero también acoger para darle la mayor hondura, dignidad y plenitud que aquí podamos alcanzar. Por eso el creyente, y el creyente cristiano es una persona comprometida con la vida, con su dignidad, con su valor. Nuestra esperanza de vida eterna no nos desentiende de esta vida nuestra de cada día con sus luchas, con sus problemas, con sus alegría, con su dolor, con todo lo que es.

Por eso defendemos toda vida aunque la podamos ver llena de muchas limitaciones a causa de dolor o de otras discapacidades físicas o siquicas que por distintos motivos podamos tener. Amamos la vida, toda vida y defendemos la vida, toda vida. Amamos la vida y luchamos por la dignidad de toda persona, de toda vida humana. Por eso nos duele quienes atentan contra la vida - y de cuántas maneras se atenta contra la vida -; nos duele quienes no la cuidan, ni la suya propia ni la de los demás, porque la destrozan y la queman de tantas maneras como ya bien sabemos y no hace falta entrar en más detalles.

Es la fe y la esperanza que ponen metas grandes en nuestra vida, pero que nos hace vivir la vida hasta en los más pequeños detalles dándole toda la intensidad de nuestro amor a todo lo que hacemos. Es lo que hará que cada momento y cada detalle sea importante para nosotros y así estaremos con un corazón atento y vigilante para ir viendo en cada momento donde podemos poner un poco más de amor. Es lo que nos hará serviciales hasta en los pequeños detalles, acogedores y abiertos a todo el que se acerque a nosotros por cualquier motivo, pero también para acercanos y abrir bien los ojos para ver donde haya una necesidad que atender, una tristeza que consolar, un dolor que mitigar, una ilusión y esperanza que despertar.

La fe y la esperanza que animan nuestra vida nos hará estar abiertos a Dios y atentos a su actuar de amor sobre nuestra vida para saber reconocerlo y agradecerlo. Marta era una mujer acogedora y servicial, pero era sobre todo una mujer abierta a Dios y tuvo la dicha de poder acoger en su hogar a Jesús, contar con su amistad y su presencia. Son los ojos de la fe que nosotros hemos de saber abrir también para descubrir cómo Dios llega a nosotros, cómo es ese actuar de Dios en nuestra vida.

La vemos en el hogar de Betania atareada preparando cosas, para tenerlo todo bien dispuesto porque ha llegado Jesús a su casa, y hasta se queja de que María se haya quedado embelesada escuchando a Jesús, pero es el amor el que la mueve y aunque sus manos están en hacer de todo lo que tiene que preparar sus ojos y su corazón están puestos en Jesús y seguro que sus oídos estarán bien atentos para no perder ni una de sus palabras.

Todos quizá recordamos a nuestra madre toda afanosa haciendo mil cosas a la vez porque quería contentar a todos y a cuantos llegaran a nuestra casa quería atenderles con la mayor dedicación del mundo; pero aunque estuviera haciendo mil cosas a la vez, como decíamos, sus ojos y sus oídos estaban atentos para no perder ningun detalle y hasta para poder seguir una conversación con el hijo que allí estuviera sentado o con cualquiera que llegara a nuestra casa. Es lo que contemplamos en Marta, afanada en tantas cosas, que aunque Jesús le dice que María ha escogido una parte mejor, seguro que ella no se perdería las palabras del Maestro.

Comenzábamos resaltando y destacando la fe y la esperanza de Marta que ponían altas metas de plenitud en su vida, pero se han ido como desgranando todas esas otras virtudes que brillaban con no menor resplandor en su corazón: la acogida, la hospitalidad, el servicio, el sacrificio, la entrega, la escucha, el amor que rebosaba de su corazón. Son breves las pinceladas que nos hace el evangelio del hogar de Betania, pero enormente enriquecedoras. Es la lección que en su fiesta queremos aprender, copiar para nuestra vida. Es un hermoso ramillete de virtudes el que resplandece en Santa Marta.

Por algo las Hermanitas la tienen como especial protectora de sus vida y como ejemplo también para la acogida y la hospitalidad tan imporantes en su quehacer de cada día en la atención a los ancianos y los abandonados. Ellas también quieren como santa Marta hacer que su fe y su esperanza sean el pilar sólido sobre el que se asienten sus vidas y del que manen todas esas otras virtudes que ellas quieren hacer resplander con su actuar. Por eso las vemos rezarle con tanto fervor y celebrar su fiesta con tanta alegría.

Si son capaces, como las vemos cada día, de estar siempre atentas a las necesidades y problemas de cada uno de los ancianos de nuestro hogar, si las vemos callada y humildemente estar siempre esa actitud de servicio y de acogida, es porque antes han hincado sus rodillas ante el Sagrario en muchos ratos de oración casi contemplativa, aunque nosotros no las veamos, para poner allí, en el Señor, su corazón, para poder levantar la mirada hacia el cielo donde ponen toda su esperanza como meta de plenitud total para sus vidas, y para en Jesús encontrar la fuerza y la gracia para saber ir, caminando con los pies bien fijos en la tierra que pisan, a desvivirse por la vida de cada uno de sus ancianos, cuidándolos con amor, dándeles ese cariño de madres, acompañándolos en sus soledades, poniendo una sonrisa de consuelo en sus penas y tristezas, curando las heridas de sus dolores y llevándoles siempre el amor de Jesús que es el que verdaderamente nos salva.

Celebremos con alegría la fiesta de santa Marta. Tomemos el ejemplo de su vida y como ella pongamos grandes y altas metas en nuestra vida que nos trasciendan, nos eleven y nos hagan pensar en la vida eterna, pero que nos hagan amar con intensidad esta vida de cada día poniendo siempre en ella el amor que le dé mayor plenitud. Que sea grande nuestra fe y nuestra esperanza para que, como en santa Marta, resplandezcan luego todas esas virtudes que nos hagan amables y acogedores, solidarios y generosos, alegres por la esperanza que llena nuestra vida y por la presencia del Señor que está siempre con nosotros fortaleciéndonos en nuestra debilidad y alegrando el corazón.

Que crezca más y más nuestra fe, que se avive nuestra esperanza y arda fuertemente nuestro corazón con el fuego de su amor.

Caminos de solidaridad y generosidad que nos llevan a la comunión verdadera

2Rey. 4, 42-44; Sal. 144; Ef. 4, 1-6; Jn. 6, 1-15

Jesús se había a un lugar apartado y tranquilo con los apóstoles, como escuchábamos el pasado domingo, y se había encontrado con una multitud que lo esperaba. ‘Le dio lástima de ellos y se puso a enseñarles con calma’, nos decía el evangelista Marcos.

Ahora es el evangelio de Juan el que nos dice que estaba en la otra orilla y ‘lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos’. Se vuelve a manifestar el corazón compasivo y misericordioso de Jesús. Toma la iniciativa y pregunta a Felipe ‘¿con qué compraremos panes para que coman todos?’

La solidaridad es el mejor camino que nos lleva a la comunión verdadera. Cuando los problemas se agolpan y surgen las necesidades podemos tener la tendencia a querer ir cada uno por su lado y cada uno busca su solución. Esto nos puede llevar a divisiones o a enfrentamientos, a una lucha de los unos contra los otros y quizá así los problemas se crecen y nos puede ser más difícil la solución.

Si somos capaces de dejar de pensar cada uno en sí mismo y comenzar a pensar en los demás, o ver el problema que también tienen los otros, de darnos cuenta de que si cada uno ponemos nuestro grano de arena por pequeño que sea se puede crear la montaña que nos abre caminos para algo distinto, comenzaremos a amarnos más, a preocuparnos por los otros y el amor nos dará inventivas, aunque nos parezcan insignificantes que nos puedan descubrir algo distinto.

Jesús solamente hace una pregunta que va a despertar inquietud en los que le rodean que se preguntarán también por caminos de solución, aunque nos puedan parecer difíciles o imposibles. Pero alguien aparecerá con el pequeño grano de arena que comienza a hacer el montón que lo transformará todo. Ya alguien vendrá diciendo que allí ‘hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces…’ aunque también se preguntará ‘¿Qué es eso para tantos?’.

Jesús sabía lo que iba a hacer porque en su corazón había amor hasta el infinito y El era Dios que realiza maravillas cuando está entre nosotros los hombres. Jesús realiza el milagro pero no solo fue la multiplicación milagrosa de los panes sino la inquietud por el amor y la solidaridad que sembró en aquellos corazones. Así quiere hacerlo en nosotros también cuando nos acercamos sinceramente a El dispuestos a compartir nuestros pequeños cinco panes de cebada y sin hacernos reservas para nosotros mismos.

‘Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados y lo mismo todo lo que quisieron del pescado’. El evangelista nos dirá que eran cinco mil hombres y que lo que recogieron de sobra a la indicación de Jesús para que no se perdiera fueron doce canastas.

Este milagro es signo y tipo, anticipo de la Eucaristía que va a instituir. Los próximos domingos escucharemos su anuncio en la Sinagoga de Cafarnaún. Pero conviene fijarnos en lo que significa este signo, este milagro de Jesús y todo lo que nos enseña. La solidaridad es el mejor camino que nos lleva a la comunión verdadera dijimos hace unos momentos. Dicho de otra manera no podemos llegar a la verdadera comunión si no vamos por los caminos de la solidaridad y del amor. Sería un contrasigno que nos atreviéramos a celebrar la Eucaristía sin amor, sin estar abiertos a la solidaridad.

Por eso nos dirá Jesús en otro lugar del evangelio que si cuando vamos a presentar nuestra ofrenda ante el altar no hay amor verdadero en nuestro corazón, porque quizá no nos hemos reconciliado debidamente con el hermano, porque vivamos en la división y el desencuentro con los que nos rodean, con los más cercanos a nosotros, si no hemos sabido romper las corazas de la indiferencia, la insolidaridad y el odio, vayamos primero a reconciliarnos con el hermano, vayamos a ese encuentro vivo de amor con el otro para que podamos sentarnos dignamente en la mesa del Señor.

Vayamos siempre a la Eucaristía con la disponibilidad de poner nuestros cinco panes de pobres - los panes de cebada eran los de los pobres - porque, aunque nos parezca que es poca cosa lo que podemos poner, el Señor sabrá multiplicarlo porque siempre con el Señor el amor se crece y se aumenta más y más para provocar el incendio del amor que transformará de verdad nuestro mundo. Nuestras pequeñas chispas de amor provocarán esa hoguera grande del amor que contagiará a todos los que se sientan iluminados por su luz.

Y de la misma manera no podemos salir de la Eucaristía si no hemos alimentado debidamente ese amor; tenemos que salir siempre de la Eucaristía con un amor más fuerte y más grande, más abiertos a los demás, con mejor disposición para el encuentro y la comunión con los otros, más comprometidos para luchar por lo bueno, por hacer un mundo mejor y más fraterno, sintiéndonos más hermanos que nos queremos más y estamos dispuestos a perdonarnos siempre.

Los problemas que afectan hoy a nuestra sociedad son grandes; estamos contemplando mucho sufrimiento y muchas angustias a nuestro alrededor. Los que creemos en Jesús no nos podemos quedar insensibles pensando quizá que la solución tiene que venir de otros, de los grandes y poderosos. Hoy Jesús nos está enseñando que tenemos que aprender a mirar con una mirada distinta lo que nos rodea con sus problemas. Jesús quiere sembrar también inquietud en nuestro corazón preguntándonos quizá ¿qué es lo que podemos hacer nosotros ante la magnitud de los problemas? ¿No hará falta que aparezca el chiquillo de los cinco panes de cebada y los dos peces? ¿No podrás ser tú, ser yo el que con mi pobreza, mis pocas cosas comience a ofrecerme solidario y a hacer algo?

Todo, menos quedarnos impasibles. El Señor quiere poner inquietud en el corazón. Si hemos venido a la Eucaristía al encuentro con El, seguro que nos estará pidiendo una actitud nueva, un nuevo gesto de solidaridad, una disponibilidad generosa. Esos pequeños gestos solidarios crearán más auténtica comunión. ¿Nos daremos la vuelta para no ver?