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sábado, 2 de agosto de 2014

La valentía y la fidelidad de los profetas como Jeremías o el Bautista un estímulo y ejemplo para la misión profética bautismal

La valentía y la fidelidad de los profetas como Jeremías o el Bautista un estímulo y ejemplo para la misión profética bautismal

Jer. 26, 11-16.24; Sal. 68; Mt. 14, 1-12
 ‘El Señor me envió a profetizar… las palabras que habéis oído… yo por mi parte estoy en vuestras manos: haced de mí lo que mejor os parezca’. Así con valentía responde el profeta Jeremías a las acusaciones que le hacían en Jerusalén.
¿No es la misma la actitud de Juan Bautista, aunque no escuchemos sus palabras, al estar en manos de Herodes, que lo había mandado prender y meter en la cárcel y que terminaría decapitándolo desde las instigaciones de Herodías? Es la postura y la actitud de quien se sabe en las manos de Dios y quiere ser fiel hasta el final en la misión que se le ha encomendado; es la postura valiente de los profetas que han de anunciar con toda fidelidad la palabra de Dios.
Hemos venido escuchando estos días en la primera lectura al profeta Jeremías. Se siente seguro en su misión aunque sabe que sus palabras no gustan al pueblo ni a las autoridades, que quieren hacerlo callar. Pero es fiel a su misión y a través de toda su profecía vemos cuantas persecuciones tuvo que sufrir en las que atentaban contra su vida.
Hoy de manera especial en el evangelio hemos escuchado el relato del martirio del Bautista. Con un hermoso recurso nos introduce el evangelista el episodio, donde aparece reflejado cómo la conciencia de Herodes, a pesar de lo sanguinario que es, no está tranquila. Ha oído hablar de Jesús y piensa que si es Juan que ha vuelto a la vida, porque él lo había mandado matar. Ya sabemos por otros lugares del evangelio el interés que Herodes tenía por conocer a Jesús que finalmente seria llevado a su presencia en la pasión enviado por Pilatos, pero donde Jesús no quiso responder a nada de lo que le decía o pedía Herodes que pretendía tomarlo casi como un juguete para diversión de su corto. Pero Jesús no le respondió nada.
Hoy en el evangelio se nos reflejan las pasiones descontroladas de los hombres, pero que ante la denuncia profética, en este caso del Bautista, reaccionan tratando de acallar a quienes denuncian el pecado y la injusticia. El Bautista denunciaba que la vida que estaba llevando Herodes con la mujer de su hermano era inmoral y terminará en la cárcel; ante la sucesión de una serie de hechos que se desencadenan como en espiral, en medio de aquellos banquetes y orgías surge la petición por parte de la hija de Herodías de la cabeza de Juan. Herodes le había prometido que le daría cuanto le pidiese aunque fuera la mitad de su reino.  Surgen las cobardías y los temores humanos y se desencadena la injusticia de la muerte de un inocente, siendo Juan decapitado.  La voz del profeta pretendía ser acallada para siempre, pero vemos que la conciencia de Herodes no quedará por eso tranquila.
Muchas cosas nos pueden enseñar estos textos que hoy se nos han proclamado, tanto del profeta Jeremías, como el evangelio con el martirio del Bautista. Ahí está por una parte el testimonio valiente de los profetas en su fidelidad a su misión hasta el final, sea cual sea. Fieles en su misión de anunciar el bien y denunciar lo malo y lo injusto, no pueden callar ni nada los hará callar. Un estímulo para esa fidelidad que hemos de vivir nosotros como cristianos que también con Cristo hemos de ser profetas, pues para eso hemos sido ungidos, marcados por Cristo con el signo del crisma en nuestro Bautismo y en nuestra confirmación. Y nunca podemos conchabarnos con el mal y la injusticia, sino que con el testimonio de nuestra vida recta y también con nuestra palabra denunciar allí donde está ese mal.
Por otra parte nos puede ser una llamada de atención esa espiral del mal en que se ve envuelto Herodes para que estemos atentos en nuestra vida y no nos dejemos confundir ni arrastrar por las pasiones. Qué fácil es caer en las redes del mal y dejarnos arrastrar por la tentación. Y hemos de reconocer también que muchas veces cuando nos señalan esas cosas en las que podemos fallar, esos errores que podemos cometer, esas posturas y actitudes que pueden no ser buenas, no nos gusta, no nos agrada la corrección y, o nos hacemos oídos sordos a esa llamada de atención, o pretendemos de alguna manera acallar a quien trata de ayudarnos a corregir nuestras posturas o nuestros errores.

Cuánto nos cuesta aceptar la corrección fraterna. Qué espíritu de humildad necesitamos tener en nuestro corazón para aceptar lo que se nos señala o también para nosotros señalar lo que es malo para ayudar a los demás.

viernes, 1 de agosto de 2014

Admiración, sí, pero confesión de fe intensamente vivida, expresada y celebrada

Admiración, sí, pero confesión de fe intensamente vivida, expresada y celebrada

Jer. 26,1-9; Sal. 68; Mt.13, 54-58
Solo la admiración no es suficiente para una confesión de fe, aunque necesitamos saber admirarnos de las maravillas de Dios y así llegar a una confesión de fe intensamente vivida, expresada y celebrada.
Es cierto que hemos de saber admirarnos ante las maravillas que podemos contemplar ante nosotros. Es necesario, sí, saber admirarnos de las maravillas que Dios realiza a favor nuestro. Es importante dejarnos sorprender por ese actuar de Dios que se nos manifiesta en todo lo grandioso de la obra de su creación, cómo en esa cercanía que nos manifiesta en Jesús que camina a nuestro lado porque se hace hombre y uno como nosotros viviendo nuestra propia vida. Pero no nos podemos quedar ahí, hemos de saber dar un paso adelante en el camino de la fe para reconocer la grandeza del amor de Dios y saber acoger la salvación que El nos ofrece en Jesús. Y entonces expresar esa fe y celebrarla con toda intensidad.
Las gentes de Nazaret se admiraron ante las palabras de Jesús cuando va a la sinagoga el sábado hace la lectura de la Escritura y les enseña. Pero no pasaron de ahí, no llegaron a la fe. Comenzaron pronto sus pegas y su resistencia; era solo ‘el hijo de María’,  ‘el hijo del carpintero’, aquel cuyos familiares estaban allí entre ellos. ‘¿De donde saca esta sabiduría y estos milagros?’ Si nosotros desde chiquito lo conocemos, porque aquí siempre estuvo entre nosotros, poco menos que se decían. ‘Y desconfiaban de él’, dice el evangelista, que terminará recalcando ‘que no hizo allí Jesús muchos milagros, por su falta de fe’.
Se extrañaba Jesús de su falta de fe, porque desconfiaban de él. Quien no confía - desconfianza - es porque no cree. No habían llegado a descubrir que el hijo de María era el Hijo de Dios que venía a traerles la salvación. Como dirían en otra ocasión ‘si éste es el hijo de María y de José, ¿cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo?... ¿cómo es posible que un hombre sepa tanto sin haber estudiado?’ Será algo que vemos que repite en diferentes momentos del Evangelio ante las enseñanzas y ante el actuar de Jesús.
Cuando hay fe las maravillas de Dios se multiplican, aunque sea en ocasiones desde gestos pequeños y sencillos. Cuando acuden a Jesús pidiendo milagros El les preguntará por su fe, o en otras ocasiones, les explicará que todo ha sucedido ‘conforme a su fe’, porque han creído. Ahora en Nazaret sin embargo le rechazan.
Pero siempre nosotros tenemos que hacernos la pregunta, y ¿cómo verá Jesús nuestra fe? ¿Sabremos maravillarnos ante las obras de Dios, pero sabremos dar el paso adelante para reconocer en verdad lo que es la acción de Dios en nuestra vida?
Las pegas que ponían las gentes de Nazaret y muchos de los judíos como hemos visto a lo largo del evangelio, era que para ellos Jesús era simplemente el hijo del carpintero y no veían nada más para admirar la obra de Dios en El. Nosotros quizá afirmamos muy bien todo lo que dice el Credo y somos capaces de decir todo muy hermoso acerca de Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías salvador y todo lo demás que podemos confesar con nuestra fe.
Pero nos puede suceder algo. Que nos acostumbremos a hacer esa confesión de fe y ya nuestro corazón no se admire de la obra de Dios; que podamos caer en rutina e incluso cuando venimos a nuestras celebraciones no le demos en verdad intensidad de vida a lo que es la celebración de nuestra  fe. Lo vemos todo tan normal porque cada día forma parte del rito de  la celebración, que no somos capaces de admirarnos del milagro grande y maravilloso de la Eucaristía que ante nosotros se realiza. Y cuando nos acostumbramos a las cosas les hacemos perder intensidad; cuando nos acostumbramos tenemos el peligro de la rutina que es camino de frialdad y es poner en peligro a la larga nuestra fe.
Pidámosle al Señor que no nos sucede algo de eso. Que vivamos intensamente la celebración de nuestra fe cantando las maravillas del Señor y así nuestra misma celebración sea una proclamación gozosa que hacemos frente al mundo que nos rodea.

jueves, 31 de julio de 2014

Señor, yo quiero ser amado como el barro en manos del alfarero

Señor, yo quiero ser amado como el barro en manos del alfarero

Jer. 18,1-6; Sal.145; Mt. 13, 47-53
Era familiar la imagen de los pescadores, sentados a la orilla del lago de Tiberíades después de las faenas de la pesca con las redes repletas de pescados de todas clases que luego tendrían que seleccionar. Jesús aprovecha la imagen para indicarnos como todos estamos llamados, todos somos invitados a participar en su Reino, pero hemos de dar respuesta; pero no siempre nuestra respuesta es buena. Más que para que nos tomemos estas palabras para llenarnos de temor son una invitación al amor, al amor de nuestra respuesta, al amor con que hemos de responder en nuestra vida al amor que nos está manifestando el Señor.
Jesús les pregunta ‘¿entendéis  todo esto?’; los discípulos entusiasmados por lo que Jesús les va diciendo, por el camino que se abre ante sus vidas con la llegada del anuncio del evangelio dan una respuesta positiva. Bien sabemos que no siempre entienden, que hay momentos en los que les cuesta entender; ahora con las parábolas que les ha ido proponiendo Jesús, les parece que entienden mejor y de ahí la respuesta positiva que están dando a la pregunta de Jesús.
¿Nos hará también a nosotros esa misma pregunta? ¿entendéis todo esto? Claro que nos damos cuenta que este entender no se trata solo de un pensamiento racional, con la cabeza por así decirlo. La pregunta que el Señor nos estaría diciendo podría ser ¿seréis capaz de vivir todo esto? ¿seremos capaces de llevar a la vida todo este mensaje plantando de verdad en la tierra de vuestra vida la Palabra para dar fruto?
Nos puede, nos tiene que ayudar también a nuestra reflexión el mensaje que le hemos escuchado al profeta. Es también como una parábola, cuya imagen hemos tomado en la liturgia para nuestros cantos al Señor. Es la imagen del barro amasado en las manos del alfarero para hacer una vasija nueva en el gusto y en el estilo del Señor.
Nos podría hacer pensar mucho. Somos nosotros la hechura de Dios, aunque algunas veces nos queremos nosotros hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza. Es precisamente el camino por donde van los que no creen o no quieren creer en Dios, pues dicen que Dios es ‘algo’ que nosotros los hombres nos hemos imaginado a nuestra manera para satisfacer deseos nuestros o darle respuesta a lo que por nosotros mismos no sabemos dar respuesta.
Es cierto que si observamos toda la mitología de los pueblos antiguos, y si queremos pensar también en los ídolos o falsos dioses que nos creamos los hombres de todos los tiempos, esa podría ser la imagen que se diera. Se crean muchos dioses que vienen como a justificar las pasiones y hasta los desordenes que los hombres nos creamos en nuestra vida, y lo mismo que hay el dios del amor lo hay de la guerra, el dios del viento y de la tempestad como el dios del sol o del mar, por citar algunos.
El misterio de Dios es algo mucho más profundo y más hermoso, porque no somos nosotros los que nos creamos los dioses sino que es Dios el que se nos revela y nos da a conocer el misterio de su ser; no creamos nosotros a Dios, sino que Dios es nuestro Creador y nosotros somos sus criaturas. Dios no es un ser extraño al hombre que alojamos allá en la inmensidad del firmamento, sino que es Dios de amor que se nos hará presente en nuestra vida y en nuestro corazón, en nuestra historia y allí donde nosotros estamos y vivimos para traernos su salvación y llenarnos de su gracia.
Ahí tenemos, entonces, esa hermosa imagen que nos ofrece el profeta cuando nos dice que nosotros somos ese barro en las manos del alfarero, como luego cantamos también en nuestros cantos litúrgicos, para dejarnos moldear por las manos de Dios en el infinito amor que Dios le tiene al hombre.
‘Como está el barro en las manos del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel’, termina diciéndonos el Señor por medio del profeta. Barro queremos ser en las manos del Señor para dejarnos hacer y transformar por su gracia. No significa eso que Dios nos quite la libertad o nosotros renunciemos a ella, sino que queremos así ponernos en las manos de Dios; cuando  nos dejamos guiar por el Señor, moldear por sus manos y por su gracia, podremos en verdad transformar nuestra vida para quitar de ella toda maldad. Cristo ha venido a dar su vida por nosotros para arrancarnos del pecado, pero somos nosotros, como decíamos antes, los que tenemos que dar respuesta a esa oferta de gracia que nos hace el Señor.

Señor, yo quiero ser amado como el barro en manos del alfarero; toma mi vida, hazla de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo.

miércoles, 30 de julio de 2014

Estar atentos para descubrir y discernir ese tesoro de gracia que Dios va poniendo cada día a nuestro lado

Estar atentos para descubrir y discernir ese tesoro de gracia que Dios va poniendo cada día a nuestro lado

Jer. 15, 10.16-21; Sal.58; Mt. 13, 44-46
Volvemos a encontrarnos con las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa. Al estar escuchando en el ciclo A los domingos el evangelio de san Mateo, nos hace esta coincidencia con las lecturas en medio de la semana en las que en estos días escuchamos también el Evangelio de San Mateo; por ello hemos escuchado y meditado hace pocos días estas mismas parábolas.
Nos habla de un tesoro que alguien se encuentra, por así decir, de improviso en el campo; o de la perla preciosa y de gran valor que también en un momento determinado casi sin buscarla la encuentra un comerciante que se dedica a esos negocios. Harán todo lo posible por conseguir tanto fuera el tesoro escondido o la perla preciosa y de gran valor.
Podía hablarnos así de entrada de lo que es la gratuidad del Reino de Dios o de la fe. Es un don de Dios; gracia, decimos, lo que significa gratuito. Así es el amor del Señor. El nos amó primero y es El quien nos regala su vida, quien además cuando nosotros no habíamos obrado bien sigue buscándonos y ofreciéndonos su gracia, ofreciéndonos su perdón. Creo que podría ser un primer aspecto que tendríamos que destacar y que nos ha de mover a ser agradecidos con el Señor por todo el regalo de su amor.
Pero hemos de estar atentos a esa gracia del Señor, llamadas de amor que el Señor continuamente nos está haciendo. Es el corazón humilde del que busca y además se deja guiar. Nunca el orgullo ni la autosuficiencia fueron buenos para encontrar a Dios. Aquellos hombres de los que nos hablan las parábolas, tanto el que encontró el tesoro en el campo como el comerciante, estaban atentos a cuanto pudieran encontrar. Muchos pasaron quizá por aquel campo y no vieron el tesoro; muchos quizá tuvieron aquella piedra preciosa en sus manos y no supieron discernir su valor. Hay que aprender a descubrir ese tesoro. Hay que tener sensibilidad para descubrir y discernir las cosas de Dios.
Cuántas veces nos sucede en la vida que pasamos al lado de algo valioso, o al lado de alguien de quien pudiéramos recibir algo, aprender algo que fuera beneficioso para nosotros y no nos damos cuenta; vamos entretenidos en nuestras cosas que nuestros ojos pudieran ver, pero no ven. Cuantas señales de su amor va poniendo Dios junto a nosotros y no las vemos porque nuestros ojos están cegados, porque no sabemos discernir los signos y señales que Dios pone a nuestro paso. Es la atención y la búsqueda, pero son también los ojos limpios para ver, los ojos que no se dejan cegar, el corazón que sabe discernir lo que sucede y sabe entrar en sintonía con lo que es el amor de Dios.
Una vez encontrado tenemos que saberlo valorar. Los hombres de las parábolas vendieron cuanto tenían porque querían tener aquel tesoro o aquella perla preciosa. Nada tenía ya valor para ellos sino ese tesoro que habían encontrado por el que merecía la pena desprenderse de cuanto hasta entonces tenían. ¿Seremos capaces de actuar así en lo que se refiere a nuestra fe? ¿será en verdad importante la vida eterna que Jesús nos ofrece? ¿será para nosotros importante nuestra fe? ¿consideraremos seriamente que el Evangelio de Jesús es el verdadero tesoro de nuestra vida?
Pidámosle al Señor que nos dé ojos de fe para saber descubrir lo que es el verdadero sentido de nuestra vida. Que sepamos estar atentos para descubrir y discernir ese tesoro de gracia que Dios va poniendo cada día a nuestro lado. Es un don de Dios, pero un don de Dios que luego nosotros hemos de cultivar; como la semilla que cae en tierra pero que luego hemos de cultivar, como la viña que tenemos que atender en los múltiples trabajos que hay que realizar para que al final pueda dar fruto y tengamos buena cosecha. Tenemos que cultivar esa fe, rumiándola y madurándola, buscándola ansiosos, pero cuidándola luego para que no la perdamos y alimentándola para que llegue a dar fruto en nuestra vida.

Que el Señor nos ayude para que sepamos valorar ese tesoro de gracia que cada día nos regala.

martes, 29 de julio de 2014

Haciéndole sitio a Dios en nuestra vida, le haremos sitio a los hermanos

Haciéndole sitio a Dios en nuestra vida, le haremos sitio a los hermanos

Hebreos, 13, 1-3. 14-16; Sal. 33; Lc. 10, 38-42
Quien no tiene sitio para Dios en su vida, tampoco tendrá sitio para los demás en su corazón. Con este pensamiento quiero comenzar mi reflexión en esta fiesta de santa Marta que hoy estamos celebrando y aquí con especial gozo y solemnidad. Podría ser un resumen del mensaje que hoy recibiéramos y hasta convertirse casi en algo así como un lema para el desarrollo de nuestra entrega y nuestra vida cristiana, un lema de espiritualidad.
Como bien sabemos todos las Hermanitas sienten un especial patronazgo y protección en Santa Marta, porque en aquel hogar de Betania que Jesús tantas veces visitara, como se puede desprender fácilmente del Evangelio y donde Jesús prodigara su amistad y sus gracias especiales, al tiempo que también se sentía acogido, encuentran un modelo para los hogares de los Ancianos y en especial en santa Marta y su admirable espíritu de servicio un estímulo para sus vidas entregadas por los demás, desde el amor de Dios.
Eran los amigos de Jesús. Como tantas veces hemos comentado, quizá por su situación en el camino que sube de Jericó a Jerusalén y que era el habitual que hacían los galileos que bajaban por el valle del Jordán en su subida a la ciudad santa y que podría servir de descanso haciendo un alto en el larga y fatigoso camino, o también por otras relaciones que habrían surgido desde su apertura a la predicación de Jesús y la conversión de sus corazones al Reino de Dios por Jesús anunciado, hoy contemplamos en el evangelio esa escena donde Jesús y sus discípulos son acogidos con tanto cariño en aquel hogar de Betania. Bien sabemos que cuando Lázaro enfermó y Jesús está lejos en la otra Betania quizá, más allá del Jordán, el aviso que le hace Marta a Jesús es decirle que aquel a quien ama, su amigo, está enfermo.
Siempre pensamos en Betania como en un remanso de paz, un lugar cálido de acogida donde se abren los corazones a la hospitalidad, al servicio y al amor, donde se siente el gozo de la amistad. Siempre nos es fácil imaginar Betania en ese sentido, precisamente desde este pasaje del Evangelio hoy escuchado. Allí están los corazones abiertos para la acogida, para el servicio, para la hospitalidad, para el compartir la amistad. Casi podríamos sentir una sana envidia de aquel hogar y aquella familia que sabían abrir así sus puertas a la llegada de Jesús a sus vidas.
Una imagen de nuestros hogares. Marta que se afana por tener todo preparado es el signo de la madre que siempre está pendiente de lo que pueda faltar en el hogar, en la familia, en los hijos. A María,por su parte, siempre la vemos en esa  actitud casi contemplativa de la escucha, de la apertura del corazón para saber sentir la presencia de una manera especial, de la escucha para prestar atención y no perderse ni una palabra que llenara sus corazones de paz.
Pero no podemos contraponer a Marta y María sino que juntas vienen a enseñarnos cómo nuestro corazón siempre ha de estar dispuesto para la acogida, para la escucha, para el servicio. Aunque las palabras de Marta pareciera que recriminaran la actitud de María, o las palabras de Jesús pareciera que dieran prevalencia a la actitud de escucha de María, no podemos hacer divisiones ni partes estancas, como si cada una fuera por su lado.
Marta en sus afanes también era una mujer atenta a Jesús y a cuanto decía, tenía también una finura en el alma, para entrar en la sintonía de Jesús aunque al tiempo corriera de un lado para otro en su servicio; la veremos luego que será la que acuda a Jesús en la enfermedad de su hermano poniendo toda su confianza en El, la que le salga al encuentro y la que termine haciendo una hermosa confesión de fe, en la resurrección y en la vida, en Cristo y en su salvación; confesión que solo podría salir desde un corazón muy abierto a Dios y que había sabido también plantar en él su Palabra.
Porque su corazón estaba abierto a Dios era capaz de prestar aquel servicio; acogía a Jesús y sus discípulos porque acogía a Dios en su corazón; tenía sitio para Dios en su corazón y entonces siempre habría sitio para cuantos pasaran a su lado en el camino de su vida, en esa virtud tan hermosa de la hospitalidad que contemplamos resplandecer en aquel hogar de Betania. Es como decíamos al principio la gran lección que hoy podemos aprender en esta fiesta de Santa Marta.
Y es que algunas veces andamos como confundidos o divididos en nuestro interior contraponiendo cosas que no tendríamos nunca que contraponer. Desde una buena voluntad e incluso desde un celo misionero, apostólico o de servicio a los demás, vemos cuanto hay que hacer en nuestro entorno; contemplamos sufrimientos en los que quisiéramos ser consuelo, necesidades y carencias ante las que sentimos el ardor y la urgencia de buscar un remedio o una solución, un mundo de violencias e injusticias ante el que nos rebelamos porque quisiéramos que las cosas fueran de otra manera, tantos problemas que agobian a quienes están a nuestro alrededor y que nos pueden contagiar también con esos agobios y hacernos perder la paz, quisiéramos estar en todo y en todos los sitios para ayudar, para hacer el bien y nos parece que el tiempo no nos da para todo lo que tendríamos o quisiéramos hacer.
Pero nosotros decimos que nuestra fuerza está en el Señor. Que es cierto que son muchos los problemas a resolver y que no nos da el tiempo para comprometernos a todo, pero a nosotros no nos puede faltar el tiempo para Dios. No podemos contentarnos con decir que ya todo ese trabajo es oración y que lo que nos pide Dios es que trabajemos y nos comprometamos por los demás y el tiempo para rezar lo dejamos para otro momento. Para que lleguemos a hacer de verdad que todo ese trabajo que realicemos sea en verdad oración, porque sea una respuesta que demos a lo que nos habla o nos dice el Señor, antes tenemos que pararnos a escuchar a Dios, a estar con Dios.
Sí, hemos de tener nuestro tiempo para Dios, para que luego en verdad podamos tener nuestro tiempo para los demás. Hemos de saber abrir las puertas de nuestro corazón a Dios para que venga y esté con nosotros y en nosotros - es lo que contemplamos hoy en Betania - para que luego de verdad podamos abrir las puertas de nuestro corazón a nuestros hermanos y ellos también estén en nuestro corazón. Ya hemos dicho en otra ocasión que amar al hermano es ponerlo en nuestro corazón. Pero podremos ponerlo de verdad en nuestro corazón, cuando hayamos puesto a Dios en él.
Es que además tenemos otros peligros si nos falta esa presencia y esa sintonía de Dios en nuestro corazón. Tenemos el peligro de que nuestra mirada se enturbie y en lugar de mirar al otro con verdadera amor, comencemos por ver negruras en el alma de los otros y es el principio de irlos quitando de nuestro corazón y ya nuestro amor no sea tan universal, tan generoso, tan desinteresado, tan inmenso como tiene que ser el amor cristiano.
Y está el peligro también de nuestros cansancios, de nuestras desilusiones ante los fracasos que podamos cosechar, las rutinas que se nos pueden meter en el alma que harán que se nos enfrié el amor, la entrega, la generosidad. Pero si hemos puesto de verdad a Dios en nuestro corazón tenemos asegura la presencia y la fuerza de su Espíritu que estará siempre caldeando nuestro corazón.
Hagamos de nuestro corazón una nueva Betania para todo aquel que se pueda acercar a nosotros, porque en verdad le hayamos abierto las puertas a Dios en nuestra vida. Y abrir las puertas a Dios en nuestra vida es saber tener tiempo para orar, para escuchar su Palabra, para celebrar y alimentar nuestra fe. Será algo que nunca tendrá que faltar en nuestra vida. Sin ello nuestra vida carecería de profundidad y perdería también el sentido de trascendencia que queremos darle a todo nuestro amor y a todo lo que hacemos.
Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados siempre lo han entendido muy bien y es el motor fuente de su espiritualidad y de su servicio. Si podemos ver en ellas esos corazones siempre abiertos al amor y al servicio, que se desviven en atenciones por los ancianos y nunca le cierran la puerta a nadie mientras haya un lugar donde poder atenderle, es porque ellas cada día tienen mucho tiempo para Dios. Y como tienen mucho tiempo para Dios, siempre tendrán mucho tiempo para el servicio, para la atención de los ancianos acogidos en sus hogares, pero también para cuantos nos acercamos a su alrededor donde siempre encontraremos su cariño, su acogida, su tiempo para escucharnos o para decirnos también una palabra de ánimo y de consuelo. Por eso celebran ellas con tanto entusiasmo y devoción esta fiesta de santa Marta porque en aquel hogar de Betania tienen un modelo y una referencia para su vida y para su espiritualidad.

Que Santa Marta interceda por nosotros para que llevemos de verdad a la vida este mensaje. Que Santa Marta proteja a las Hermanitas y a sus Hogares para que puedan ser siempre fieles a su vocación de servicio con la ayuda y la gracia del Señor.

lunes, 28 de julio de 2014

Un corazón humilde será capaz de hacer sitio en él para dejar meter el corazón de los demás

Un corazón humilde será capaz de hacer sitio en él para dejar meter el corazón de los demás

Jer. 13, 1-11; Sal.: Deut. 32, 18-21; Mt. 13, 31-35
Un corazón humilde, un corazón que se hace pequeño y sencillo, será un corazón que pueda llenarse de amor, porque se olvidará de sí mismo para estar siempre abierto a que los demás se puedan acoger en él. Así quiero resumir el mensaje que hoy podemos encontrar en las parábolas que nos propone Jesús en el evangelio.
Las hemos escuchado y meditado recientemente, pero como tantas veces hemos dicho, la riqueza  de la Palabra de Dios es tan grande que siempre que nos acercamos a ella, con verdadera humildad y con deseos de dejarnos iluminar vamos a encontrar un mensaje de vida y de luz que llene las ansias más profundas de nuestra vida.
Nos habla la parábola de la pequeña semilla de la mostaza y del puñado de levadura echado a la masa. Cosas pequeñas y aparentemente insignificantes pero de gran significado como tantas veces hemos meditado. Yo me preguntaría de entrada ¿llegaré a ser en verdad semilla mostaza? ¿en qué medida soy levadura de Dios en medio del mundo que me rodea?
Fijémonos en la parábola de la semilla de la mostaza; pequeña e insignificante pero que hará brotar una planta, como nos explica Jesús en la parábola, que se hará la más grande en medio de las demás hortalizas, de manera que bajo sus ramas llegan a acogerse los pajarillos que anidan en sus ramas.
¿Qué nos puede enseñar? Cuando sabemos ser humildes y sencillos, como decíamos al principio, vamos a tener un corazón capaz de acoger a cuantos nos rodean, pero será un corazón, como decíamos, muy dispuesto para el amor. Y ¿qué es amar al otro? Dejar que se introduzca en nuestro corazón. Cuando decimos que amamos a los demás estaríamos diciendo que vamos poniendo a esas personas en nuestro corazón;  y todo el que se siente amado se siente acogido.
¡Qué a gusto nos sentimos al lado de las personas humildes y sencillas! No encontraremos nunca en ellas ningún signo de superioridad, la vanidad estará lejos de sus vidas, no habrá nunca desplantes ni acritud ni en sus actitudes ni en sus palabras, todo lo que realicen en el trato con nosotros estará lleno de delicadeza y cariño, siempre tendrán para nosotros una palabra amable, nos sentiremos en verdad bien acogidos, nos sentiremos contagiados de su dicha y de la alegría que siempre llevan en el corazón. Como la planta de la mostaza, nacida de una pequeña semilla pero que permitirá que incluso los pajarillos aniden bajo sus ramas.
¿Entendemos ahora la pregunta que nos hacíamos cuando comenzamos a reflexionar sobre la parábola? ¿Seremos en verdad esa semilla de la mostaza o esa planta que sea capaz de acoger siempre a los demás? ¡Qué distintas y qué hermosas por humanas serían nuestras relaciones mutuas! ¡Qué agradable se convertiría nuestra convivencia de cada día!
En un mismo sentido podríamos reflexionar sobre la otra parábola, la de la levadura.  La levadura se mezcla y se hace una con la masa, se amasa para hacerla fermentar. Es lo que es capaz de hacer posible el amor, cuando hay amor verdadero, en nuestras relaciones con los demás. Es el amor el que va a transformar nuestro mundo, transformando antes nuestros corazones. No será sólo a partir de normas o leyes como vamos a hacer que nuestro mundo sea mejor, si nosotros no estamos dispuestos a dejar transformar nuestros corazones. Pongamos esa levadura del amor en nuestra vida, en lo que hacemos, en nuestras relaciones con los demás, en nuestro trato con los otros.

Es la levadura que nos hará amables y generosos, quitará acritud y violencia en nuestro trato, nos dará capacidad para aceptarnos y al mismo tiempo fuerza para arrancar de nosotros actitudes orgullosas que tanto daño harían a los demás. El amor desterrará de nosotros todo lo que sea vanidad, porque actuará de forma callada como sin apenas dejarse notar la levadura se mezcla con la masa para fermentarla. Así iremos fermentando nuestro mundo para hacerlo un mundo lleno de amor donde brillará para siempre la paz y la armonía.

domingo, 27 de julio de 2014

Que Dios nos dé sabiduría para que al encontrarnos con el tesoro del evangelio lo vendamos todo por alcanzar el Reino de Dios

Que Dios nos dé sabiduría para que al encontrarnos con el tesoro del evangelio lo vendamos todo por alcanzar el Reino de Dios

1Reyes, 3, 5. 7-12; Sal. 118; Rm. 8,28-30; Mt. 13, 44-52
Seguimos escuchando parábolas de Jesús. Es importante el mensaje que Jesús nos va dejando con sus parábolas. Nos van ayudando a comprender bien el verdadero sentido del Reino que nos anuncia y qué es lo que verdaderamente tenemos que buscar, qué es lo importante porque sería lo que nos daría verdadera plenitud humana, cuáles han de ser los verdaderos intereses de nuestra vida por los que en verdad merece la pena luchar, cueste lo que nos cueste, si en verdad queremos vivir el Reino de Dios.
Os confieso que reflexionando con toda sinceridad en lo que hoy hemos escuchado y con lo que hemos orado tendríamos que preguntarnos si oramos con sinceridad o solamente repetimos unas palabras, si escuchamos con corazón bien abierto o simplemente nos contentamos con oír unas palabras de unas lecturas que toca hacer, y todo se queda ahí.
Salomón tiene la oportunidad de pedirle a Dios lo que sea. ‘Pídeme lo que quieras’, le dice el Señor. ¿Y qué pide Salomón? ¿riquezas? Pide sabiduría para poder gobernar rectamente a su pueblo. ‘Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien… discernimiento para escuchar y gobernar’. Y el Señor le dará ‘un corazón sabio e inteligente’, nos dice el texto sagrado.
Y nosotros hemos orado a continuación con el salmo expresando cómo estimamos más ‘los preceptos salidos de la boca de Dios, que miles de monedas de oro y plata… yo amo tus mandatos más que el oro purísimo’. ¿Hemos orado estas cosas y nosotros al mismo tiempo pidiendo sacarnos la lotería o el cupón de la Once, y cuanto mejor el extraordinario, porque así lo tendríamos todo resuelto? Podéis pensar que estoy reflexionando con mucha radicalidad, pero es que me quiero preguntar si en verdad somos sinceros en nuestro corazón, y hay de verdad convergencia entre lo que expresamos, por ejemplo, en la oración litúrgica, y lo que son de verdad nuestros intereses y deseos. Me lo pregunto yo a mi mismo, el primero.
En este sentido de querer enfrentarnos con sinceridad a lo que nos dice el Señor en su Palabra tendríamos que referirnos a lo que se nos manifiesta con las parábolas de hoy y las interpretaciones que nos podemos hacer. Claro, como se habla de tesoros escondidos o de perlas preciosas de gran valor, podemos quedarnos en lo que llamaríamos la anécdota de encontrar riquezas sin fijarnos de verdad en lo que quiere decirnos el Señor.
Habla, es cierto, de un tesoro escondido que alguien encuentra, por el que será capaz de vender todo lo que tiene para adquirir aquel campo y poder quedarse con el tesoro; y nos habla en el mismo sentido de la perla fina y preciosa de gran valor, que para poderla obtener será capaz de vender todo lo que tiene. Pero, ¿qué nos quiere decir? ¿se trata de hacer negocios para obtener riquezas o ganancias extraordinarias o qué nos querrá decir? ¿qué significa ese tesoro o esa perla preciosa? ¿cuál es ese tesoro del que nos está hablando Jesús?
Creo que todos nos damos cuenta fácilmente, si nos paramos a pensar un poco, que no nos está hablando aquí Jesús de cosas materiales. En principio fijémonos que al enunciar la parábola nos dice ‘el Reino de los cielos se parece…’ y así nos dice en las tres parábolas. O sea que Jesús al hablarnos del Reino de los cielos, del que ya desde el principio nos había dicho que habíamos de convertirnos para creer en él, nos está diciendo todo lo que ha de significar en nuestra vida el llegar a comprender lo que es el Reino de Dios para vivir en ese Reino. Habría que venderlo todo.
Vivir ese Reino de Dios que Jesús nos anuncia y para lo que El ha venido a traernos la salvación nos está exigiendo una transformación total de nuestra vida, de manera que aquellas cosas que hasta ahora considerábamos importantes porque por nosotros mismos nos parecía que debían ser así, o porque simplemente es el estilo del mundo, el estilo de cuantos están a nuestro alrededor, habríamos de dejarlas radicalmente atrás para comenzar a vivir eso nuevo que Jesús nos está ofreciendo. Vender todo, desprenderse de todo, para poder alcanzar eso nuevo que hemos encontrado, eso nuevo que se nos ofrece en el Evangelio de Jesús.
Esto no es fácil de hacer ni de vivir, es cierto. Primero que nada porque hay que descubrirlo.  Es Evangelio es algo nuevo y distinto que tenemos que descubrir. Nos hemos acostumbrado al evangelio y al final lo hemos devaluado; ya no le damos importancia; ya nos da vivirlo de la forma que sea, pero a mi que no me toquen mis costumbres, mi manera de hacer las cosas. Eso significará que aun no lo hemos descubierto de verdad; no nos hemos dejado conducir por el Espíritu del Señor, no ha impactado de verdad en nosotros, porque siempre queremos permanecer con nuestros criterios, con nuestras maneras de hacer o de pensar de siempre.
Algunos incluso se quejarán, porque nos están cambiando las cosas, nos dicen. Pero es que hemos entrado en una rutina muy peligrosa porque entrar en rutina es como poner una coraza a nuestro alrededor que nos impedirá escuchar de verdad en el corazón, y entonces la palabra del Señor nos resbala por fuera. En los domingos pasados se nos hablaba de la tierra reseca o endurecida, o la llena de abrojos o de piedras, que haría que no termináramos de dar fruto; pues seguimos con tantos abrojos, malas hierbas, o callos en el corazón.
Si en verdad nos dejáramos impresionar por la Palabra de Jesús, por el Evangelio, ¿sería posible que siguiéramos con nuestros egoísmos y cerrazones, con nuestra insolidaridad o violencia, con nuestros odios o con nuestros orgullos, con nuestras falsedades e hipocresías, con nuestras ambiciones de todo tipo o con nuestra avaricia, por mencionar algunas cosas que desgraciadamente seguimos viendo tan palpables en tantos que nos llamamos cristianos y hasta venimos a misa, pero luego actuamos de esa forma con el corazón tan lleno de maldad?
Si de verdad nos encontráramos con ese tesoro del evangelio ya habríamos vendido todas esas actitudes no buenas que llenan nuestro corazón y no dejan paso a que sea Dios el que reine de verdad en nuestra vida.
Por eso comentaba ya desde el principio, y eso primero que a nadie me lo digo a mi mismo, que es necesario que con toda sinceridad nos pongamos ante la Palabra de Dios y lo que pedimos en nuestra oración sea en verdad con congruencia entre lo que es de verdad nuestra y lo que es nuestra vida.
También nos habla Jesús en la otra parábola de la red arrojada al mar y que recoge toda clase de peces, buenos y malos, pero que luego habrá que ponerse a separar unos de otros. En el mar de la vida habemos buenos y malos ¿en qué parte estaríamos nosotros? No nos es fácil responder si lo queremos hacer con toda sinceridad, porque en nuestro corazón se nos entremezclan muchas cosas.
Con la luz de la Palabra del Señor tenemos que enfrentarnos de verdad a lo que es nuestra vida para separar y arrancar de nosotros todo lo que sea un contrasigno a la fe que profesamos; aquí se trata de transformar en verdad nuestro corazón, purificando, limpiando, arranco de nosotros todos los malos sentimientos o las malas pasiones que nos puedan dominar y hacernos caminar no por caminos buenos, sino por los caminos del mal.

Podemos escuchar que el Señor también nos dice a nosotros, como le decía a Salomón, ‘pídeme lo que quieras’.   Que el Señor nos dé esa sabiduría, esa capacidad de discernimiento, esa valentía del corazón, para separar lo malo de lo bueno para que obremos siempre con rectitud, para que sea en verdad el amor el que fundamente nuestra vida, para que con la gracia del Señor resplandezcamos en santidad, porque al encontrarnos con el tesoro del Evangelio de verdad lo hemos vendido todo,  nos hemos despojado de todo eso que es como un rémora, para seguir los caminos del Reino de Dios. Recordemos,  como antes decíamos, que para aceptar, creer y vivir el Reino de Dios, ya desde el principio Jesús nos pedía conversión. Que no nos falte esa sabiduría de Dios.