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sábado, 23 de agosto de 2014

Una palabras proféticas de Jesús que siguen resonando hoy para alejarnos de vanidades y obremos con rectitud

Una palabras proféticas de Jesús que siguen resonando hoy para alejarnos de vanidades y obremos con rectitud

Ez. 43, 1-7; Sal. 84; Mt. 23, 1-12
Se me ocurre  pensar que este texto del evangelio, estas palabras de Jesús tienen un profundo sentido profético; es el profeta que denuncia los caminos erróneos señalándonos aquello que hemos de corregir pero al mismo tiempo nos abre a caminos nuevos donde sepamos actuar y vivir con toda rectitud. Las palabras de Jesús que denunciaban claramente las actitudes y las posturas de los maestros de la ley de su tiempo y las de los fariseos, siguen teniendo profunda resonancia en el hoy de nuestra vida porque nos sentimos tentados a actitudes semejantes abandonando fácilmente el camino y el sentido del Evangelio que Jesús ha venido a anunciarnos.
Buen maestro no es solamente el que sabe muchas cosas y de palabra trata de enseñarlas a los que siguen trazándoles normas y pautas de conducta, sino aquel que con su propia vida, con sus propias actitudes está siendo ejemplo y modelo de aquellos principios o lecciones que trata de trasmitirnos. Es lo que Jesús denuncia en los letrados y fariseos de su tiempo por esa actitud hipócrita de enseñar o imponer unas cosas a los demás mientras el camino de su vida iba por otros derroteros.
‘No hagáis lo que ellos hacen, porque no hacen lo que dicen’, les dice Jesús a la gente que lo escucha. Todo se les queda en vanidad y en apariencia. Por eso habla de las largas filacterias y de las anchas franjas de sus mantos. Las filacterias eran unas cintas en las que escribían palabras de la ley con las que adornaban sus vestidos, lo mismo que las franjas de sus mantos que las ensanchaban para dar señales de pomposidad y en las que escribían también textos de la Ley. Buscaban la reverencia, la alabanza, el reconocimiento aunque sus vidas fueran sepulcros blanqueados en el exterior aunque dentro estuvieran llenos de podredumbre, como les dirá Jesús en otra ocasión.
Y les señalaba Jesús a sus discípulos que ese no podía ser el estilo de su vida, ese no podía ser el estilo de los que quisieran vivir el sentido del Reino de Dios. Enseñamos, corregimos, caminamos al lado del que está a nuestro lado en la vida, pero sintiendo que somos unos hermanos que caminos juntos. Será la bueno que haya en nuestra vida lo que tiene que contagiar y estimular al que está a nuestro lado; será la rectitud que vean en nosotros los que les ha de mover a mejorar sus vidas, porque siempre lo que queremos hacer es dejar actuar al Señor, que se vale quizá de nosotros, de nuestro bien hacer, de nuestro ejemplo y entrega y cuando sea necesario también de nuestras palabras.
Serán caminos de sinceridad y de rectitud, caminos de humildad y de sencillez, caminos siempre llenos de amor para darnos y para entregarnos, para ayudar y tender la mano al que camina a nuestro lado para que encuentre también el camino recto. Por eso nos dice Jesús en nosotros nada de alardes ni de vanidades. Emplea las expresiones de decirnos que ni nos llamemos padres ni jefes, ni consejeros ni maestros, porque es el Padre del cielo el que nos conduce con la fuerza de su Espíritu y es la Palabra de Jesús la que nos llenará de vida. Solo al Señor tenemos que escuchar y solo de su Espíritu tenemos que dejarnos conducir.
Decíamos antes que el sentido profético de estas palabras de Jesús no era solamente para la denuncia o la enseñanza que en aquel momento hacia a la gente que le escuchaba y a los discípulos, sino que seguía teniendo resonancia en el hoy de nuestra vida.  Confieso que cuando escucho estas palabras de Jesús trato de examinarme para ver si yo estoy cayendo con mi vida pecadora en esas mismas hipocresías y vanidades. ¿Buscaremos también los reconocimientos y las reverencias? ¿También de alguna manera alargaremos nuestras filacterias o el ancho de las franjas de nuestros mantos? Miremos nuestros ropajes. Es una tentación en la que fácilmente puedo caer, podemos caer quienes tenemos una misión dentro de la Iglesia. Y esta palabra de Jesús es una llamada fuerte a nuestra conciencia para que siempre actuemos conforme al espíritu del Evangelio.

Rezad por vuestros sacerdotes y pastores para que no caigamos en esas tentaciones que hoy Jesús nos denuncia. Es la ayuda grande que podéis prestarnos para que con la gracia del Señor vivamos la vida santa que conviene a nuestra vocación y dignidad. 

viernes, 22 de agosto de 2014

Proclamamos a María, la humilde esclava del Señor, como Reina del universo y abogada de gracia para todos los hombres

Proclamamos a María, la humilde esclava del Señor, como Reina del universo y abogada de gracia para todos los hombres

Is. 9, 1-6; Sal. 112; Lc. 1, 26-38
En el año 1954, en el ámbito del año mariano celebrado entonces a los cien años de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María, el Papa Pío XII instituyó la fiesta de María Reina que se celebraba entonces el 31 de mayo como culminación de todo mes mariano por excelencia. Fue a partir de la reforma de la liturgia y del calendario litúrgico después del Concilio Vaticano II cuando Pablo VI, con buen criterio, trasladó esta fiesta al 22 de Agosto, que viene a ser algo así como una octava de la glorificación de María en su Asunción al cielo.
Ya el concilio Vaticano II en la constitución sobre la Iglesia y en el capítulo dedicado al misterio de María dentro del misterio de Cristo nos decía: ‘La Virgen Inmaculada… terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y ensalzada como Reina del Universo, para que se asemejara más a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte’.
Ensalzada y glorificada en su asunción como Reina del Universo.  Y es que en María, como tantas veces hemos reflexionado, vemos plasmado el  Reino de Dios anunciado y proclamado por Jesús. ¿Quién fue la primera que aprendió a hacerse la última y la servidora de todos? Ella se llama a sí misma la esclava del Señor, dispuesta siempre a que se cumpla su voluntad, se haga en ella conforme a la Palabra de Dios, se ha dejado inundar del Espíritu divino plantando la Palabra de Dios en su corazón de manera que fue el Verbo de Dios el que se encarnara en sus entrañas para ser nuestro Emmanuel, Dios con nosotros y Salvador de nuestra vida.
‘Derribó del trono a los poderosos y ensalzó a los humildes’ cantaría María en el Magnifica en sintonía con lo que luego Jesús nos enseñara que el que se engrandece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Así vemos hoy a María enaltecida siendo la primera en alcanzar los dones de la redención, porque en virtud de los méritos de Cristo ella será preservada del pecado; pero ahora como primicia y como figura de la Iglesia la hemos contemplado en su asunción a los cielos, y la vemos engrandecida hoy como Reina del Universo.
Como proclamaremos en el prefacio de esta fiesta, ‘a tu Hijo, que voluntariamente se rebajó hasta la muerte de Cruz, lo coronaste de gloria y lo sentaste a tu derecha, como Rey de reyes y Señor de señores; y a la Virgen, que quiso llamarse tu esclava y soportó pacientemente la ignominia de la cruz del Hijo, la exaltaste sobre los coros de los ángeles, para que reine gloriosamente con El, intercediendo por todos los hombres como abogada de gracia y reina del universo’.
Con que exactitud y belleza los textos de la liturgia nos ayudan a comprender la fiesta que hoy celebramos y por qué podemos llamar y proclamar a María, como Reina del universo y abogada de gracia para todos los hombres. La liturgia nos impulsa, pues, a cantar las glorias de María pero al mismo tiempo se convierte en maestra que nos enseña a mirar a María para aprender cómo mejor amarla, pero, más aún, cómo mejor imitarla para que así nos veamos también impregnados de gracia que nos haga caminar los caminos de la santidad.
¿Qué estamos contemplando hoy en María y que, podríamos decir, fue el camino que ella recorrió para que así hoy la veamos glorificada? Decíamos que había plasmado como nadie los valores del Reino de Dios en su vida y entonces contemplábamos su humildad para estar siempre abierta a Dios pero en disposición permanente para el servicio allí donde hubiera una necesidad y fuera necesaria su presencia. Creo que es en lo que hoy hemos de fijarnos de manera especial en María y copiar en nuestra vida, su espíritu de humildad, la esclava del Señor,  que le hacía sentirse la última, y que abría su corazón al servicio.
Que de María aprendamos a vivir en ese espíritu humilde, con generosidad grande en nuestro corazón, que nos haga olvidarnos de nosotros mismos para buscar siempre por encima de todo el bien de los demás. Nos costará en muchas ocasiones porque siempre el tentador estará diciéndonos que somos grandes y que no tenemos que ponernos por debajo de nadie. María escachó con su pie la cabeza de la serpiente para vencer el mal y para enseñarnos a vencer ese mal del orgullo que tantas veces nos tienta; que María, a quien hoy la estamos proclamando también como abogada de gracia, interceda por nosotros y nos alcance la gracia del Señor para vencer siempre en la tentación y sepamos entonces plasmar ese Reino de Dios en nuestra vida.
María hoy nos está abriendo la puerta del cielo, porque nos está enseñando cuál es el camino que hemos de hacer; y María nos está tendiendo su mano para llevarnos con ella, para preservarnos con la gracia divina y para alentar la esperanza de nuestro corazón de que un día también podremos alcanzar la gloria de los hijos en el Reino de los cielos, como pedíamos en la oración litúrgica. Que de mano de María lleguemos a participar del banquete del Reino de Dios en los cielos.

jueves, 21 de agosto de 2014

Todos estamos invitados al Banquete del Reino de los cielos pero hemos de vestirnos el traje de la gracia para sentarnos a su mesa

Todos estamos invitados al Banquete del Reino de los cielos pero hemos de vestirnos el traje de la gracia para sentarnos a su mesa

Ez. 36, 23-28; Sal. 50; Mt. 22, 1-14
‘Tengo preparado el banquete… todo está a punto, decid a los invitados: venid a la boda… a todos los que encontréis, convidadlos a la boda’. Primero recuerda e insiste a los  que había invitado a la boda de su hijo; ante la negativa y los desaires, invita a todos los que encuentren en los cruces de los caminos. Todos están invitados, pero lo mínimo es que se hayan puesto el vestido de fiesta.
Una nueva parábola de Jesús que nos habla de nuevo del Reino de los cielos, al que todos estamos invitados. La parábola en el momento en que fue pronunciada tenía una clara referencia a la acogida - tenemos que decir que negativa - que estaba haciendo el pueblo de Israel al Reino de Dios anunciado por Jesús.
El pueblo elegido, que fue el primero invitado porque en él incluso se había venido desarrollando toda la historia de la salvación y ahora tenía a Jesús en medio de ellos, sin embargo rechazaba el mensaje de salvación de Jesús. Por eso se amplía el círculo de los invitados, porque todos podrán participar de ese Reino de Dios si lo acogen con sinceridad en su corazón. Es el traje de fiesta de la fe y de la conversión, como Jesús había estado pidiendo desde el principio. ‘El Reino de Dios está cerca; convertios y creed en la Buena Noticia’, recordamos que era su primer anuncio.
Pero la Palabra de Dios sigue resonando en nuestros corazones y para nosotros sigue teniendo un mensaje de salvación; es también para nosotros una invitación a aceptar el Reino de Dios, convertir nuestro corazón para que podamos sentarnos en la mesa del banquete del Reino de los cielos.
Sentarnos ahora a la mesa del banquete del Reino es sentarnos en la mesa de la Eucaristía. Todos estamos invitados a comer del Pan de Vida que Cristo nos ofrece que es su propio Cuerpo y su propia Sangre. Es el banquete de la vida y de la gracia en el que Cristo quiere que participes, para que de El nos alimentemos y así nos llenemos de su vida y de su salvación. Nos insiste el Señor porque incluso nos dirá que quien no come de su carne y bebe de su sangre no tiene la vida eterna y a quien le coma El lo resucitará en el último día.
Pero ¿cómo acogemos los cristianos esa invitación y esa llamada que nos hace el Señor? Miremos lo que es la práctica del pueblo cristiano y mirémonos con sinceridad también a nosotros mismos. La triste realidad es que nuestras iglesias están vacías a la hora de la celebración de la Eucaristía en un pueblo que se dice cristiano y todos o casi todos se bautizan y celebran las fiestas de sus santos, vamos a decirlo así. Pero ¿cuál es el valor que nuestro pueblo le da a la Eucaristía?
Un sacerdote me contaba hace unos días que en una fiesta de un pueblo a la que estaba asistiendo, tenían la costumbre de hacer una procesión antes de la Misa, aunque luego hubiera también otra procesión, porque había que llegar a todos los rincones del pueblo. En el transcurso de la primera procesión la cosa se fue alargando y el párroco les decía que apuraran un poco la cosas y se dieran un poco de prisa porque se hacía la hora de la Misa; a lo que le respondieron que lo importante ahora era la procesión, que la misa no tenía tanta importancia que ya se haría a la hora que fuera.
La Misa no tenía tanta importancia… es el valor que le da  mucha gente a la celebración de la Eucaristía. ¿Cuáles son las disculpas habituales de la gente para no asistir a Misa? Como dicen, primero está la obligación que la devoción, y primero hay que hacer otras muchas cosas y si sobra tiempo ya se lo pensarán para ir a Misa. ¿No se parece esto a lo que Jesús nos decía en la parábola de los invitados a la boda que tenían otras cosas que hacer y no fueron a la boda? ¿No nos daría pie esto para analizar muchas de nuestras actitudes ante la celebración de la Misa? Es una buena oportunidad para la reflexión.
Brevemente nos fijamos en otro aspecto. Cuando la sala del banquete se llenó de comensales y el rey entró para saludarlos,  se encontró con uno que no llevaba el traje de fiesta. ¿Qué nos puede decir esto? ¿a qué cosa en concreta de nuestras actitudes ante la Eucaristía o de la preparación que hemos de hacer para celebrar y recibir la Eucaristía se puede estar refiriendo?
Todos sabemos muy bien que no podemos ir a comulgar de cualquier manera, sino que hemos de ir en gracia de Dios, después de haber confesado nuestros pecados en el Sacramento de la Penitencia, porque en pecado no podemos comulgar. ¿Lo tenemos  en cuenta? ¿Llevamos el trajo de fiesta porque previamente nos hayamos confesado para estar en gracia de Dios con el alma limpia para poder comulgar dignamente?
Lo triste y lo grave es que hoy todo el mundo quiere comulgar, van a misa cuando les parece y todos se acercan a comulgar sin haber confesado antes. Ya nadie quiere confesarse pero todos quieren ir a comulgar. Esto es algo muy grave y muy importante que lo tengamos bien claro. No se puede comulgar de cualquier manera, no se puede comulgar en pecado. Hemos de vestir el traje de la gracia de Dios para poder recibir dignamente la Comunión. Recordemos lo que decía san Pablo que quien indignamente come el Cuerpo de Cristo se está comiendo su propia condenación.

Es cierto que todos estamos invitados al Banquete del Reino de los cielos, pero ya nos dice la parábola como, con la conversión auténtica de nuestro corazón, hemos de vestirnos el traje de fiesta, el traje de la gracia para sentarnos a su mesa.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Escuchemos la invitación que nos hace el Señor para vivir su reino de salvación dándole gracias por los dones de gracia con que nos regala

Escuchemos la invitación que nos hace el Señor para vivir su reino de salvación dándole gracias por los dones de gracia con que nos regala

Ez. 34, 1-11; Sal. 22; Mt. 20, 1-16
‘Id también vosotros a mi viña’, les va diciendo aquel propietario cuando a las distintas horas del día, al amanecer, a media mañana, hacia el mediodía, a media tarde y ya también al caer la tarde, sale a la plaza en busca de trabajadores para su viña. ‘Os pagaré lo que es debido’, les decía a los que iba llamando en las distintas horas del día, mientras con los del amanecer había quedado apalabrado en un denario por la jornada.
Creo que reflexionando bien sobre la parábola muchas pueden ser las lecciones, mucho puede ser el mensaje que recibamos. Las parábolas nos hablan del Reino de Dios; son comparaciones que nos propone Jesús para que entendamos por medio de las imágenes que nos propone el sentido y los valores nuevos que se nos ofrecen con el Reino de Dios, lo mismo que las actitudes negativas que tenemos que corregir o arrancar de nuestro corazón.
Primero en esa llamada, y en esa llamada a las distintas horas del día, podemos escuchar la llamada que el Señor nos hace para vivir en su Reino. No importa la hora ni el momento, pero el Señor nos va llamando a cada uno en el momento propicio. A su reino todos estamos invitados, porque la salvación que Jesús nos ofrece es para todos. Puede ser que algunas veces hayamos estado ociosos en la vida, entretenidos quizá en otras cosas y no nos habíamos dado cuenta de lo que el Señor nos ofrece, pero El viene a nuestro encuentro y siempre tendrá una palabra de invitación para que vayamos con El.
Es una invitación a trabajar en su viña, como se nos dice concretamente en la parábola; es que cuando entramos en la órbita de la salvación ya no nos podemos quedar ociosos, porque ahí en medio de nuestro mundo tenemos una tarea que realizar, una misión que cumplir. Somos testigos de una salvación que recibimos, pero ese testimonio no nos lo podemos callar, sino que ese testimonio tenemos que proclamarlo, anunciar a los demás esa Buena Nueva de la Salvación.
Hay algo que llama la atención en la parábola y que lo mismo que a aquellos jornaleros les supo mal que a todos se les pagara en la misma cantidad aunque fueran a distintas horas a participar en aquel trabajo, también nosotros pensamos que tenemos que hacer méritos para recibir más o menos según lo que hayamos cosechado. Por eso protestan porque todos reciben la misma cantidad de un denario.
Y nos olvidamos que el don del Señor es gracia; sí, gracia, con lo que esa palabra significa. Es un regalo del Señor, porque la salvación no nos la ganamos nosotros, sino que es el Señor el que nos la regala, es una gracia, un don gratuito del Señor, al que por supuesto tenemos que responder. Es una gracia, un regalo del Señor el amor que El nos tiene; es una gracia, un don, un regalo del Señor el que podamos sentir su presencia y la fuerza de su Espíritu en nuestras luchas, en nuestros deseos de bien, en la superación de nuestros males, en el perdón que recibimos.
Empleamos la palabra gracia y olvidamos fácilmente su significado más genuino, es la gratuidad del don del Señor, de la vida y de la fuerza de su Espíritu; y a eso lo llamamos gracia. A lo que tendríamos nosotros que corresponder viviendo esa gracia, pero siendo también agradecidos con el Señor por el regalo de su gracia, de su vida, de su amor, de su salvación. ¿Cuántas veces nos paramos a darle gracias al Señor por cuanto de El recibimos?
Y finalmente aquel propietario corrige a aquellos obreros que andan por allá rezongando. ‘¿Es que vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?’, les dice el propietario a los que protestaban. Contentos tenemos que sentirnos de ver cómo el Señor derrama su gracia también sobre los demás y tendríamos que aprender a alabar y bendecir al Señor cuando vemos cómo la gracia enriquece la vida de los que nos rodean y se acercan también a vivir la salvación que Dios nos ofrece. Cuando veamos lo bueno que hay en los demás, quitemos de nuestro corazón esos resabios de envidias y recelos que se nos pueden meter, y sepamos darle gracias al Señor que nos hace ver las cosas buenas que hay en los demás.

Escuchemos, pues, esa invitación que el Señor nos hace a vivir su reino de salvación dándole gracias por los dones de gracia con que nos regala.

martes, 19 de agosto de 2014

Desprendidos de apegos y riquezas con corazón generoso haciéndonos los últimos podremos entrar en el Reino de los cielos

Desprendidos de apegos y riquezas con corazón generoso haciéndonos los últimos podremos entrar en el Reino de los cielos

Ez. 28, 1-10; Sal.:Deut. 32,26-36; Mt. 19, 23-30
‘Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos’. Jesús utiliza esta frase proverbial de la dificultad de pasar un camello por el ojo de una aguja, que era una hipérbole para expresar que algo era irrealizable o muy difícil, para hablarnos de esa dificultad de los ricos para entender y vivir con todo sentido y profundidad los valores del Reino de Dios.
Ya sabemos cómo se hace con ello referencia a esas puertas pequeñas y estrechas que había en las murallas de las ciudades y que de alguna manera querían controlar lo que por ellas había de pasar. Claro un camello con sus jorobas, pero sobre todo un camello, que se utilizaba como animal de carga, con todas las cosas que podría llevar sobre él haría imposible su paso por esas puertas llamadas agujas precisamente.
El rico acaparador de riquezas y que en su avaricia y desconfianza no quiere dejar nada atrás está bien reflejado en esa imagen del camello cargado en su dificultad de paso por dichas puertas. Clara referencia a todos esos apegos del corazón que lastran nuestra vida, que nos esclavizan a las cosas, que crean ataduras y dependencias de las que nos cuesta arrancarnos en contraposición a esa libertad de espíritu de quien de todo se desprende para vivir con un corazón limpio y verdaderamente libre que lo que quiere es glorificar a Dios con su vida. Ojalá aprendiéramos a guardar nuestros tesoros no donde la polilla los corroen o los ladrones nos los pueden robar, sino en el cielo porque vivamos desprendidos de todo y compartiendo todo con los que menos tienen.
Todo parte como un comentario de lo que anteriormente ha sucedido - lo escuchábamos y comentábamos ayer - del joven rico que ante lo que Jesús le indicaba de vender cuanto tenía para darlo a los pobres y seguirle se había marchado muy triste porque era muy rico. Algún evangelista al narrarnos este hecho nos dice que Jesús se le quedó mirando. Y está también la reacción de los que estaban alrededor, en especial los discípulos más cercanos, ante el hecho y los comentarios de Jesús, de manera que exclamarán, porque se quedaron pasmados nos dice el evangelista, ‘entonces, ¿quién puede salvarse?’.
La salvación es obra de Dios en nosotros; no son solo nuestros méritos, porque el único que ha podido merecer la salvación para nosotros es Jesús. El les dirá que ‘para los hombres por sí mismos imposible, pero Dios lo puede todo’. Y es que la respuesta que nosotros hemos de dar a la oferta de salvación que Jesús nos hace la podremos dar siempre con la ayuda de la gracia de Dios. No es imposible, sino que tenemos que dejarnos guiar por el impulso y la fuerza de la gracia divina.
Por allá sale Pedro siempre con sus impulsos espontáneos un poco menos que queriendo hacer lista de lo que ellos han hecho que un día lo dejaron todo por seguir a su maestro. Recordamos cómo al paso de Jesús por la orilla del lago cuando los invita a ser pescadores de hombres, dejaron las redes y la barca para irse con Jesús. ‘Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué nos va a tocar?’ Una pregunta espontánea como lo era el corazón de Pedro que era un corazón abierto y lo que sentía inmediatamente lo manifestaba.
Les habla Jesús del lugar importante que van a tener en el Reino de Dios; ‘los que me habéis seguido os sentareis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel’. Palabras que pueden tener un claro sentido escatológico para hablarnos del final de los tiempos, pero pueden ser una referencia al lugar de los apóstoles y en ellos sus sucesores en lo que fue la trasmisión de la fe y lo que fue y sigue siendo la vida de la Iglesia, con esa característica tan propia de ser Iglesia apostólica.

Pero terminará hablando de la herencia de la vida eterna. ‘El que por mi deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna’. Pero concluye con algo muy importante que ya nos ha dicho para quien quiere ser principal y primero, que es necesario que se haga el último. ‘Muchos primeros serán los últimos y muchos últimos serán primeros’. Hagámonos los últimos y servidores porque así seremos en verdad los primeros en el Reino de los cielos.

lunes, 18 de agosto de 2014

¿Sabremos encontrar el camino de la verdadera felicidad que nos haga alcanzar la vida eterna?

¿Sabremos encontrar el camino de la verdadera felicidad que nos haga alcanzar la vida eterna?

Ez. 24, 15-24; Sal. 32; Mt. 19, 16, 22
‘El joven se fue triste, porque era rico’, terminaba diciéndonos el evangelista; pero antes del evangelio en la antífona del aleluya se nos proclamaba: ‘Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos’. El anverso y el reverso de la moneda, podríamos decir. Las tristezas que inundan nuestra vida aunque andemos sobrados de bienes materiales, y la felicidad más honda de quien se siente verdaderamente liberado porque su corazón no lo tiene apegado a cosas materiales.
Algunas veces habremos oído decir, o lo hemos dicho nosotros mismos, aquello de que el dinero no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla. ¿Es esa la filosofía de nuestra vida? ¿Es ese el sentido que le damos a la posesión de los bienes materiales y a las riquezas? ¿No diremos quizá frases así porque vivimos tan apegados a lo material que no seremos capaces de desapegarnos de ello, de vivir con un corazón verdaderamente libre? La posesión de las cosas ¿es realmente lo que nos dará la felicidad?
Me van a decir seguramente que necesitamos de esos bienes materiales para nuestra subsistencia, para tener lo necesario para una vida digna y que es la manera que tenemos de intercambiarnos lo que tenemos para alcanzar lo que necesitamos para vivir dignamente. Hasta ahí, muy bien, podíamos decir; pero ¿no nos sentiremos tentados a dar un pasito más y ya lo de la posesión de bienes sea el peligro de que se convierta en avaricia, por ejemplo, o nos lleve al despilfarro del lujo mientras otros pasan necesidad o al acaparar para yo tener olvidándome de los demás?
Son preguntas que nos podríamos hacer y que tendrían que irnos llevando en nuestra reflexión a buscar el darle el valor que cada cosa tiene, para nunca convertir lo material o la riqueza en un apego del corazón o en un ídolo de nuestra vida. Porque esos apegos nos encierran en nosotros mismos, nos hacen avariciosos y egoístas porque no pensamos sino en nosotros mismos y de ahí un paso más nos pueden llevar a ser injustos con los demás, y ya tendríamos que sacar muchas consecuencias.
El evangelio que hemos escuchado nos habla de aquel joven bueno que tenía ilusión en su corazón por encontrar lo que le diera de verdad un sentido hondo a su vida y se preguntaba qué es lo que tenía que hacer para alcanzar la vida eterna. Jesús comienza recordándole los mandamientos, pero al ver que era bueno, porque como decía él todo eso lo había cumplido desde siempre y aún parecía aspirar a más, es cuando le propone que sea capaz de desprenderse de lo que tiene para compartirlo con los pobres y así el tesoro verdadero de su vida no se quedaría en lo terreno sino seria un tesoro en el cielo, y entonces desprendido así de todo lo siguiera. ‘Si quieres llegar hasta el final, le dice Jesús, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo -y luego vente conmigo’.
Es cuando nuestro joven se llena de tristeza en su corazón porque aunque hasta entonces lo que tenía no le había servido para culminar sus más hondas aspiraciones, ahora le parecía imposible desprenderse de todo eso para seguir pobre desde lo más hondo de su corazón a Jesús. Le costaba encontrar el camino de la felicidad plena, aunque Jesús se lo estaba señalando bien. Lo de la bienaventuranza le costaba entenderlo. Estaba quizá en su interior esa lucha en la hora de la decisión por encontrar aquello que le diera verdadera felicidad.
Bueno, alguno quizá me pueda decir, nosotros somos pobres, pocas son las cosas que tenemos, ¿qué nos puede decir a nosotros este evangelio entonces? Cuidado, porque aunque sean pocas las cosas que poseamos algunas veces los apegos del corazón persisten y todavía podíamos estarnos peleando porque esto es mío y no hay quien me lo quite o no tengo por qué compartirlo con nadie, o este es mi sitio y nadie tiene que sentarse en él, por poner algunos ejemplos, y vivir obsesionados poco menos que adorando esas pocas cosas que tenemos. ¿Seremos capaces de desprendernos de eso poco que tenemos para compartirlo con los demás?

¿Podremos merecer la bienaventuranza  de Jesús, ‘dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos’?

domingo, 17 de agosto de 2014

Tenemos que aprender a escuchar los gritos de quienes nos piden que nos detengamos junto a ellos en el camino de la vida

Tenemos que aprender a escuchar los gritos de quienes nos piden que nos detengamos junto a ellos en el camino de la vida

Is. 56, 1.6-7; Sal. 66; Rm. 11, 13-15.29-32; Mt. 15, 21-28
El evangelio de este domingo de entrada nos puede parecer paradójico pues nos costará entender algunas cosas que en él contemplamos; sin embargo, tras una pausada reflexión, y más allá incluso de ese mensaje de la universalidad de la salvación de Jesús que vemos que de aquí se desprende, podemos encontrarnos un variado y hermoso mensaje para muchas actitudes y posturas que podemos tomar en muchas ocasiones en la vida.  
Nos damos cuenta que Jesús está fuera de la propiamente llamada tierra judía; Tiro y Sidón quedan ya en tierra de los gentiles fuera incluso del  territorio propiamente de Palestina - prácticamente casi lo que hoy sería ya en el Líbano -; los judíos eran reacios a entrar en contacto con los gentiles, con los paganos, a los que trataban con cierto desprecio hasta en sus expresiones, incluso los más piadosos rehusarían entrar en sus casas porque eso se consideraba como una impureza; en varias ocasiones vemos en el evangelio situaciones así, como cuando acusan a Jesús ante Pilato pero los fariseos y los sacerdotes no entran en el Pretorio para no incurrir en impureza ya que estaban en la víspera de la Pascua.
El comportamiento primero que vemos en Jesús con esta cananea entra dentro de estos parámetros de las relaciones entre judíos y gentiles incluso en esas expresiones que nos pueden parecer tan duras; sin embargo hemos visto en otros momentos del evangelio que Jesús tendrá encuentros con gentiles, como el caso del Centurión Cornelio al que se ofrece ir incluso a su casa para curar a su hijo que se está muriendo; en este caso será el centurión el que no se considerará digno de que Jesús entre en su casa, pero tiene fe en que Jesús sólo de palabra puede curar a su criado.
¿Qué querrá enseñarnos Jesús en este episodio de la mujer cananea? Aquella mujer, al enterarse de que Jesús está allí - seguro que a ella habían llegado noticia de las obras milagrosas que Jesús hacía - acude gritando tras Jesús pidiendo la curación de su hija. ‘Ten compasión de  mi, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo’. Una súplica con un reconocimiento incluso de cariz mesiánico al llamarlo Hijo de David.
Una insistencia de aquella mujer y parece que Jesús se hace oídos sordos. ¿Querrá Jesús provocar la reacción de sus discípulos para que aprendieran a escuchar los gritos, el lamento de quien estaba sufriendo? ¿querrá Jesús enseñarles cuáles han de ser los verdaderos motivos para escuchar aquel lamento? ¿nos querrá enseñar también algo a nosotros?
Como Jesús no respondía nada a los gritos de la mujer, ‘los discípulos se acercaron a decirle: Atiéndela que viene detrás gritando’. ¿Algo así quizá, atiéndela para que no nos moleste más con sus gritos? ¿Había verdadera compasión o querían quitársela de encima?
Creo que tendría que hacernos pensar esto. En la vida tantas veces, o vamos como sordos porque vamos tan ensimismados en nuestras cosas o en nuestras preocupaciones, o nos hacemos oídos sordos porque no queremos escuchar, porque no queremos enterarnos del sufrimiento que hay a nuestro alrededor. Por cuántos sitios, o por delante de cuántas personas pasamos en tantas ocasiones y no queremos mirar ni escuchar el clamor de los que sufren. Miramos para otro lado. Nos hacemos duros e insensibles y queremos pensar quizá que esas cosas no nos tocan a nosotros resolverlas.
Repito que esto tendría que hacernos pensar. Porque cosas así, situaciones así nos las encontramos en cualquier esquina, en la plaza, en el transporte, en el mercado, a la puerta de la Iglesia y cerramos los ojos y pasamos de largo. Pero es que quizá en nuestro interior estamos pensando también muchas cosas, culpabilizando a los propios que tienen el sufrimiento o la necesidad porque no han sabido, porque no han aprovechado las oportunidades, porque esto es consecuencia del momento en que vivimos y ya otros tendrían que dar solución, etc. etc. etc… Quizá al final, medio forzados, damos una limosna, unas monedas que rebuscamos perdidas en el fondo de nuestros bolsillos, para que se callen y no nos den la lata, o para  acallar así nuestra conciencia que no sé si acallará de verdad.
Os confieso que esta reflexión que me estoy haciendo, me la estoy diciendo a mí el primero, porque posturas así fácilmente aparecen en mi corazón y muchas veces cuesta mirar con verdadero y desinteresado amor a cuantos sufren a nuestro lado. Es difícil muchas veces, cuesta, despertar esta sensibilidad en el corazón. No siempre actuamos desde el verdadero amor. Tenemos duro el corazón.
Un paso más adelante que vemos en el evangelio es que Jesús se puso a dialogar con aquella mujer. Un diálogo en principio duro, en ese encuentro entre un judío y un gentil, pero que va a provocar que se abra el corazón de aquella mujer en la que van a aparecer hermosos valores, como es su fe por encima de todo, pero también una humildad profunda para reconocer su vida y su situación. Al final Jesús terminará respondiendo a la petición de aquella mujer, pero sobre todo alabando la fe de la cananea, ‘¡Mujer, qué grande es tu fe!’, que nos hace recordar también la alabanza de Jesús al otro pagano que había acudido también a El para pedirle la curación de su criado. ‘No he visto en Israel nadie con tanta fe’, que diría entonces. ‘Que se cumpla lo que has pedido’, le dice.
Un aspecto humano que tendríamos que destacar y subrayar y es el hecho de Jesús pararse a dialogar con aquella mujer. Decíamos antes que no oímos los gritos de los que sufren o nos hacemos sordos, pero tenemos que decir también que muchas veces, aún oyéndolos, pasamos de largo sin sabernos detener. Detenernos para escuchar; detenernos para decir una palabra de aliento; detenernos para manifestar que nos interesa y nos preocupa el problema de aquella persona; detenernos… frente a tantas prisas y carreras como vamos por la vida; hay tantas maneras de detenernos en la vida al lado de quien tiene un problema y que sufre. Ahí tenemos otra hermosa enseñanza de este evangelio.
Volvemos al principio de nuestra reflexión y al mensaje que siempre desprendemos el primero de este evangelio. Aquella mujer no era judía, era cananea, una pagana, pero para ella llegó también la salvación; más aún en ella descubrimos también una fe grande, una humildad profunda en su corazón, una confianza absoluta en la salvación que iba a alcanzar aunque ella considerase también que no era digna. La salvación que Dios nos ofrece en Jesús es para todos, tiene ese carácter universal y a nadie podemos excluir.
Por una parte que sepamos descubrir siempre las cosas buenas que tienen los demás, aunque quizá no sean como nosotros o no piensen como nosotros; es ese diálogo que tenemos que saber hacer con el mundo de hoy, del que muchas veces no hacemos sino quejarnos porque todo lo vemos mal, pero no sabemos descubrir también cuantos valores afloran en las personas y en el mundo que nos rodea, aunque no sean creyentes o no vivan todos los valores del evangelio. Es necesario que aprendamos a descubrir lo bueno de los demás, las semillas de lo bueno que también hay en nuestro mundo y que son muchas.
Y por otra parte también tenemos que ir a otras tierras, y ya no es simplemente ir a tierras lejanas, las que llamábamos tierras de misión, sino ese mundo que nos rodea que tan lejano está de Dios y de la Iglesia, porque allí también tenemos que hacer el anuncio de la salvación; la salvación de Jesús es para todos, y también esos de nuestro entorno a los que un día se les enfrió la fe o la abandonaron o quizá nunca la tuvieron han de recibir ese mensaje de salvación. Cuánto tenemos que hacer en este sentido.
A cuántas cosas nos compromete el Evangelio si con corazón abierto nos abrimos al Espíritu del Señor y a su Palabra.