Vistas de página en total

sábado, 29 de noviembre de 2014

Sentimos la ternura de Jesús que nos previene para que nos mantengamos firmes en nuestra fe y en nuestra esperanza

Sentimos la ternura de Jesús que nos previene para que nos mantengamos firmes en nuestra fe y en nuestra esperanza

Apoc. 22, 1-7; Sal. 94; Lc. 21, 34-36
Tened cuidado…’ les dice Jesús. Es una palabra llena de ternura. Ten cuidado le dice la madre o el padre al hijo cuando va a salir o cuando va a emprender una tarea; ten cuidado le dice un amigo a otro cuando se despiden o cuando uno le cuenta algo que va a hacer; ten cuidado le decimos a aquella persona que apreciamos previniéndola frente a cualquier situación peligrosa en la que se pueda encontrar; ten cuidado es una buena recomendación que nos hacemos los unos a los otros.
Ahora nos dice Jesús ‘tened cuidado…’ y nos previene de muchas cosas que nos pueden ir sucediendo en la vida, situaciones por las que podemos pasar o simplemente para que seamos fieles. Mucho nos quiere decir Jesús porque es mucho el amor que nos tiene; mucho nos quiere decir Jesús porque nos lleva gravados en lo más hondo de su corazón; es la ternura de Dios, es la ternura del amor. Porque tener ternura para alguien es llevarlo allí muy cerquita del corazón, o muy dentro del corazón.
Y nos dice tres cosas: ‘no se os embote la mente… estad siempre despiertos… y manteneos en pie…’ Nos quiere decir mucho.
Cuando nos enfrascamos en lo que son las tareas de la vida de cada día algunas veces nos vemos tan absorbidos por las cosas de la vida, por los trabajos y responsabilidades, por las cosas que tenemos que hacer que tenemos el peligro de olvidar cosas que son también importantes, o no vemos o atendemos quizá a los que tenemos más cerca, perdiendo de vista quizá valores que tendrían que ser esenciales en nuestra manera de ser y de actuar o de estar con los demás. Nos podemos materializar tanto con las cosas que cada día tenemos que hacer, que al final podemos caer en las redes de ser esclavos de esas cosas, o perder la trascendencia de nuestra vida pensando solo en lo de ahora y aquí; más peligro aún cuando contagiados por lo que hay a nuestro alrededor podemos caer en las redes del vicio. ‘No se os embote la mente con el vicio, la bebida o la preocupación del dinero’.
Pero nos dice también: ‘Estad siempre despiertos…’ Ayer escuchábamos las recomendaciones que nos hacia a la vigilancia. No nos podemos dormir. No nos podemos embelezar quizá mirándonos a nosotros mismos y pensamos que por nosotros mismos somos capaces de todo. La vigilancia significa también oración. Como Pedro cuando no  había podido coger nada de pesca por si mismo, ‘en tu nombre echaré las redes’; en el nombre del Señor, contando con el Señor, abriéndonos a Dios en nuestra oración para sentir su fuerza pero para también dejarnos iluminar por su luz.
Y una tercera cosa que nos recomienda: ‘manteneos en pie ante el Hijo del Hombre’. Mantenernos en pie significa sentirnos seguros, seguros en nuestra fe y en nuestra esperanza. Nos apoyamos en el Señor y nuestra fe no puede decaer. Nos mantenemos en pie porque es también el testimonio que hemos de dar ante los que nos rodean. Nos mantenemos en pie porque tenemos que ser signos para cuantos nos rodean de ese amor del Señor con nuestro amor. Nos mantenemos en pie porque no nos dejamos confundir por el mundo que nos rodea ofreciéndonos otras cosas u otros caminos. Nos mantenemos en pie porque estamos seguros de que el Señor viene, llega a nuestra vida, y así nos tiene que encontrar vigilantes y preparados.
Escuchemos la ternura del corazón de Cristo que nos habla al corazón, porque también nos quiere tener junto a su corazón. Así es su amor. Así tendrá que ser nuestra fe y nuestro amor para dejarnos inundar por esa ternura de Dios.
Con las palabras del Apocalipsis que repetimos en el salmo una vez más le decimos: ‘¡Marana tha! Ven, Señor Jesús’.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Vigilar es mantener viva nuestra fe y nuestra esperanza no descuidando nuestra fe, ni dejándonos enfriar espiritualmente

Vigilar es mantener viva nuestra fe y nuestra esperanza no descuidando nuestra fe, ni dejándonos enfriar espiritualmente

Apoc. 20, 1-4.11-21, 2; Sal. 83; Lc. 21, 29-33
Estamos llegando al final del año litúrgico que concluiremos mañana para luego iniciar un nuevo ciclo con el tiempo del Adviento. Y el sentido de los textos que nos ofrece la liturgia en estos días tanto en las oraciones como en la Palabra de Dios que se nos propone tienen un sentido escatológico hablándonos de ese aspecto tan importante de nuestra fe y nuestra vida cristiana que es la espera en la venida del Señor al final de los tiempos. En esto conecta también con el sentido del Adviento que vamos a comenzar.
¿No lo expresamos en la liturgia de diversas formas, por ejemplo en las oraciones cuando decimos, por ejemplo, en la oración del embolismo al Padrenuestro ‘mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo’? ¿No gritamos en la proclamación de nuestra fe tras la consagración de la Eucaristía ‘Ven, Señor Jesús’? ¿No nos habló de que un día le habríamos de ver ‘venir entre las nubes del cielo con gran poder y gloria’? Así le respondió por ejemplo al Sumo Sacerdote delante de todo el Sanedrín.
En los textos de la Palabra que estos días hemos escuchado y como hemos venido comentando se entremezclan los anuncios de la destrucción de la ciudad santa de Jerusalén con los anuncios del momento final de la historia con la segunda venida del Hijo del Hombre. Una y otra vez Jesús nos ha ido invitando a la vigilancia, a estar preparados, a estar atentos a la llegada del Señor y a ese momento final tanto de la historia como de nuestra vida.
Hoy nos ha hablado Jesús que de la misma manera que somos capaces de distinguir las señales de la naturaleza que nos indican la cercana primavera, así hemos de estar atentos para sentir cómo el Reino de Dios está cerca. ‘Fijaos en la higuera o en cualquier árbol, nos dice, cuando echan brotes, os basta verlos para saber que la primavera está cerca. Pues cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el Reino de Dios’. Y nos dice que eso es inminente a nuestra vida; y que sus palabras se cumplirán.
¿Qué significará esa vigilancia que hemos de mantener? ¿en qué consiste? En distintos momentos nos hablará Jesús de la vigilancia como el centinela o vigía que ha de estar atento a lo que pueda suceder y no se puede dormir mientras hace la guardia, o nos hablará del dueño de casa que ha de estar vigilante para que el ladrón no entre a robar en la casa. Podrá suceder algo o no suceder cuando está vigilante el centinela, o podrá venir o no el ladrón a robar, pero hay que estar atento. Sin embargo en nosotros no hay incertidumbre, porque tenemos la seguridad de la venida del Señor a nuestra vida. No sabemos cuando ni donde, pero sí tenemos la certeza de que el Señor viene.
Vigilar es mantener viva nuestra fe y nuestra esperanza; no podemos descuidar nuestra fe, no nos podemos enfriar espiritualmente; no hemos de darle poca importancia a todo lo que el Señor nos ofrece para que permanezcamos para siempre unidos a El; hemos de cuidarnos y fortalecernos bien para resistir la tentación, que no solo son las tentaciones fuertes a cosas que podríamos llamar mayores, sino esa tentación que cada día nos puede acechar y arrastrar a la rutina y a la tibieza espiritual. Qué peligroso es vivir en la tibieza nuestra fe, nuestra vida religiosa, nuestra vida sacramental.
Vigilar es estar atentos para no dejarnos confundir por el ambiente que nos rodea; vigilar es crecer cada día más en el conocimiento de nuestra fe, en la lectura del evangelio y en la lectura espiritual que nos cultive por dentro; vigilar es mantener muy vivo y caldeado el espíritu de oración; vigilar es caer en la cuenta de que en todo momento siempre estamos en la presencia de Dios; vigilar es dejarnos conducir por ese impulso espiritual que nuestro santo ángel de la guarda está queriendo realizar cada día en nuestra vida. Que protegidos de toda perturbación esperemos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Muchos son los aspectos en los que tendríamos que manifestar y vivir esa vigilancia; podríamos hacer una lista muy grande. Pidámosle al Espíritu del Señor que nos inspire, nos dé su fuerza y su gracia y nos conduzca por esos caminos de bien y de bondad. Que cuando nos llame el Señor en la hora de nuestra muerte nos encuentre preparados.
A María, la Virgen, le pedimos cada día que intercedas por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Que con la protección de María nos encontremos siempre preparados para ese encuentro definitivo con el Señor para poder pasar a vivir en plenitud el Reino de Dios en los cielos.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Con nuestra vida y nuestro compromiso de amor hemos de ser signo y grito que anuncie el amor liberador del Señor

Con nuestra vida y nuestro compromiso de amor hemos de ser signo y grito que anuncie el amor liberador del Señor

Apoc. 18, 1-2.21-23; 19, 1-3.9; Sal. 99; Lc.21, 20-28
‘Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación’. Algunas veces nos vemos como aturdidos por las circunstancias de la vida, lo que nos va sucediendo a nosotros, pero también cuando vemos la situación del mundo que nos rodea.  Personas con problemas y dificultades, enfermedades quizá que nos pueden poner en peligro la vida, la decadencia que vamos sufriendo las personas mayores que cada día parece que nos vemos con mas limitaciones; pero es también la situación de la sociedad que nos rodea, la crisis económica y social en que nos vemos envueltos, la maldad del corazón de los hombres que va apareciendo en corrupciones e injusticias de todo tipo en que nos vemos envueltos. Algunas veces tenemos la sensación de que perdemos la esperanza.
Pero el creyente, y por eso podemos decir en verdad que somos creyentes, nos fiamos de la Palabra de Dios y ponemos totalmente nuestra fe en El. La fe va a ser ese faro de luz que ilumina nuestro caminar, nos hace ver las cosas con otra perspectiva y despierta en nuestros corazones la esperanza. No nos sentimos solos en nuestras luchas; aunque veamos muchos nubarrones de oscuridad a nuestro alrededor en todo eso que vemos que sucede y que nos puede agobiar siempre podemos encontrar un rayo de luz que nos haga ver un final y un camino. Es nuestro sentido de creyentes que no se queda en meras palabras, sino que nos hace encontrar un sentido, una salida para el camino de la vida.
Hoy nos ha dicho Jesús: ‘Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación’, aunque haya oscuridades, aunque haya problemas, en el Señor encontraremos la liberación, lo salvación que necesitamos. La luz del evangelio nos hace encontrar caminos; el sentido de Jesús nos hace ver las cosas de otra manera y nos impulsa también a una nueva forma de actuar.
El texto del evangelio que precede a estas palabras de Jesús y que hoy hemos escuchado podría quizá llenarnos de confusión porque parece se mezclaran distintos anuncios. Comienza haciendo un anuncio y una descripción de la destrucción de la ciudad de Jerusalén, que a la hora de que el evangelista Lucas redactara este texto probablemente ya había sucedido todo lo anunciado, lo que quizá nos le haga describírnoslo con mayor crudeza; pero inmediatamente nos describe lo que sería el momento final de la historia o el fin del mundo.
Nos da una serie de señales y nos describe una situación de angustia, pánico y ansiedad en que vivirán las gentes en ese momento. Una referencia a esos momentos finales pero que pueden ser descripción también de los malos momentos por los que podemos pasar y de hecho pasamos a lo largo de la historia de la humanidad. La descripción que hacíamos en el comienzo de nuestra reflexión fijándonos en el momento actual puede ser también una lectura que hagamos actualizada de lo que nos dice el evangelio. No tiene que referirse necesariamente a un final de la historia sino por esos momentos difíciles por los que podemos pasar y de hecho pasan muchas personas también en nuestra época actual.
Es cuando tenemos que escuchar esa Palabra de Jesús que es una palabra de aliento y de esperanza. Una Palabra que nos invita a poner nuestra fe en Dios que nunca nos abandona porque siempre es el Padre bueno y providente que está a nuestro lado, pero una palabra que nos invita también a que los que tenemos puesta nuestra fe y nuestra esperanza en Dios seamos capaces de trasmitir esa fe a los que están a nuestro lado. Es el consuelo que podemos ofrecer a cuantos sufren a nuestro lado, pero será también la solidaridad que se despertará en nuestro corazón para hacer nuestro el sufrimiento de nuestros hermanos, pero por nuestro amor, por nuestro compartir generoso, por nuestra lucha por la justicia y por hacer un mundo mejor, tenemos que convertirnos en signos de ese amor de Dios para con nuestros hermanos.
Nosotros con nuestra vida y con nuestro compromiso de amor  tenemos que acercar ese amor liberador del Señor a nuestros hermanos que sufren a nuestro lado. Nuestra vida es ese grito, ha de ser ese grito que anuncia que se acerca la liberación, porque les acercaremos a Dios a nuestro mundo para que encuentre esa luz y esa salvación.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Estamos llamados a ser los vencedores que con las arpas de Dios en nuestras manos cantaremos para siempre el cántico del Cordero

Estamos llamados a ser los vencedores que con las arpas de Dios en nuestras manos cantaremos para siempre el cántico del Cordero

Apoc. 15, 1-4; Sal. 97; Lc. 21, 12-19
Quizá alguien al escuchar por primera vez este texto del evangelio le cueste entender lo que anuncia Jesús y más bien se llene de miedo y de temor ante lo que se nos dice que le puede pasar al que quiera seguir con fidelidad el camino de Jesús. 
Pero creo que tenemos que seguir teniendo muy presente las palabras que le hemos venido escuchando a Jesús estos días en textos anteriores invitándonos a no perder la paz, a no sentirnos como encogidos por el miedo o el pánico ante lo que nos puede suceder. De todas maneras hemos de tener muy presente lo que ya escuchábamos al principio del evangelio en el sermón del monte cuando Jesús proclamó sus bienaventuranzas. ‘Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en el cielo’.
Hoy Jesús en el texto del evangelio que se nos ha proclamado nos habla claramente de las persecuciones que por causa de su nombre vamos a padecer. La tiniebla no quiere recibir la luz, rechaza la luz. Es el mal que se resiste y tratará de poner todo negro allí donde resplandece la luz del bien y del amor.
Ya Jesús sufrió la tentación en el monte de la cuarentena, no nos extrañe que el mal trate de atraernos por sus caminos y cuando nos resistimos vamos a encontrar la oposición que querrá destruir las semillas de bien que nosotros queramos sembrar. ¿No nos habla Jesús en sus parábolas de la cizaña que va a aparecer en medio de la buena semilla que se había sembrado para tratar de arruinar la cosecha? Así sufriremos no solo la tentación sino también la persecución.
Cuando el evangelista nos trascribe el evangelio todo esto que anuncia en labios de Jesús ya lo estaban padeciendo los primeros cristianos. Ya en el propio libro de los Hechos de los Apóstoles vemos las persecuciones a que se ven sometidos los propios apóstoles y los primeros creyentes.
‘Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre’. Pero Jesús nos invita a confiar. Porque su Espíritu estará con nosotros. El pondrá palabras en nuestros labios para nuestra defensa, pero sobre todo pondrá la fuerza de su gracia en nuestro corazón. Y no temamos porque nos veamos acosados por los más cercanos a nosotros. ¿No fue uno del grupo de los doce el que lo entregó a El?
Aquí tenemos que escuchar en el verdadero sentido que tiene el libro del Apocalipsis y en concreto en el texto que hoy se nos  ha proclamado. Ya decíamos que el Apocalipsis no es un libro simplemente para describirnos catástrofes y cataclismos. El Apocalipsis es la revelación de Dios para que en los momentos difíciles no perdamos la paz ni la esperanza. Es la Revelación que nos anuncia tiempos de triunfo y de gloria y nos llena de esperanza.  Nos hablará al final de un cielo nuevo y de una tierra nueva. Pero la creación entera está como gimiendo con dolores de parto, como se nos dice en otro lugar de la escritura, pero al final podremos contemplar la victoria.
Es lo que hoy hemos escuchado. Hoy nos describía cómo ‘sobre aquel mar de vidrio veteado de fuego en la orilla estaban de pie los que habían vencido a la bestia… tenían en sus manos las arpas que Dios les había dado y cantaban el cántico de Moisés el siervo de Dios y el cántico del Cordero: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios soberano de todo; justos y verdaderos tus caminos, rey de las naciones, ¿quién no dará gloria a tu nombre, si tu solo eres santo? Todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti…’
Es el cántico del triunfo y de la gloria del Señor. Contemplaremos, como escuchamos en otro momento, los que han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero con palmas en sus manos. Es la imagen precisamente con que representamos siempre a los mártires con la palma de la victoria, con la palma de martirio en sus manos para cantar la gloria del Señor. No temamos, porque la victoria del Señor está de nuestra parte. Como nos decía el evangelio ‘con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’. 

martes, 25 de noviembre de 2014

Los momentos malos de la vida, los problemas o las dificultades nos han de ayudar a crecer como personas y a madurar para dar buen fruto

Los momentos malos de la vida, los problemas o las dificultades nos han de ayudar a crecer como personas y a madurar para dar buen fruto

Apoc. 14, 14-20; Sal. 95; Lc. 21, 5-11
‘Algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos’, comentaba el evangelista; pero esto le da pie al Señor para decirnos cuan caducas son las bellezas este mundo que un día desaparecerán pero que nos tienen que llevar a considerar y admirar cuál es la verdadera belleza que hemos de buscar, una belleza permanente que solo en la vida en Dios podremos alcanzar en plenitud.
Admiramos, sí, toda la belleza de la creación, como obra salida de las manos de Dios y que cada día nos sorprende en la naturaleza con un nuevo amanecer para que contemplemos todo lo creado y ello  nos lleve a dar la gloria al Creador, lo que tendrá que llevarnos a cuidar esa naturaleza que Dios ha puesto en nuestras manos para que todo pueda servir al bien del hombre y con todo podamos siempre cantar la gloria y alabanza al Creador; admiramos también la belleza de la obra salida de las manos del hombre, al que Dios ha dotado de dones especiales con las que pueda expresar de forma bella cuando llevamos de bueno en el corazón o cuanto de bueno podemos hacer para hacer felices a los demás.  Esa capacidad del arte que se manifiesta en el hacer de tantos hombres, hemos de saber considerarlo con un don de Dios y con ello hemos de saber dar gloria al Señor.
Ahora están contemplando el templo de Jerusalén, heredero podríamos decir del que un día construyera Salomón, pero tantas veces destruido y reedificado a lo largo de la historia, que en aquel presente siglo se había embellecido con la reconstrucción que Herodes el Grande había mandado realizar. Pero Jesús les dice que una vez más aquel templo será destruido, no quedará piedra sobre piedra, como será igualmente destruida la ciudad de Jerusalén, como ya había manifestado cuando había llorado por aquella ciudad, como recordamos hace poco.
‘Maestro, ¿cuándo va a suceder esto?’, le preguntan; ‘¿cuál será la señal de que todo eso está a punto de suceder?’ Pero en el texto evangélico y en las palabras de Jesús se entremezclan los anuncios de la ciudad de Jerusalén como también el anuncio de los últimos tiempos con todas las confusiones que a lo largo de la historia se van a producir. ‘Cuidado que nadie os engañe’, les dice porque algunos se aprovecharan incluso de estas palabras de Jesús para ser profetas de catástrofes y de más destrucciones.
‘No tengáis pánico’, les dice. El que cree en Jesús y se fía de su palabra nunca ha de perder la paz. Pueden venir momentos difíciles, surgirán problemas y luchas en la vida, ya en otro lugar nos anuncia a los que queremos mantener nuestra fe en El que hasta tendremos persecuciones, pero un verdadero creyente no ha de perder la paz ni dejarse confundir.
En el lenguaje del evangelio, en este caso un tanto apocalíptico en el sentido más simple de la palabra, se nos anuncian muchas cosas. ‘Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo’. Los agoreros que siempre nos encontramos en todos los tiempos enseguida nos interpretan por lo que nos va sucediendo de continuo en nuestro mundo de que ya el fin del mundo está cerca. Pero Jesús antes nos ha dicho: ‘Pero todo eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida’. Y es que ese ha sido el devenir de la historia a través de todos los siglos. ¿En qué siglo no ha habido grandes guerras o grandes catástrofes? ¿Cuántas veces en los años que tenemos, sobre todo nosotros los mayores, no habremos escuchado que nos están anunciando que el fin del mundo es para tal año o para tal otro? En los años de mi vida lo he escuchado muchas veces.
Jesús nos dice que no perdamos la paz; más bien, todo eso que nos va sucediendo nos ha de servir de lección para darle valor a nuestra vida y para que busquemos lo que en verdad es más importante. Y esos problemas y momentos malos que nos van apareciendo en nuestra vida con una ayuda muy importante que nos ayuda a crecer y a madurar más y más como personas. Nos enseñará muchas veces que no todo es fácil, pero que en la dificultad nos crecemos, aprendemos a sacar recursos desde lo más hondo de nosotros mismos y aprenderemos a buscar los verdaderos valores que van a dar consistencia a nuestra vida.
Ojalá aprendamos la lección y nunca perdamos la paz de nuestro espíritu.

lunes, 24 de noviembre de 2014

¿Damos cosas que nos sobren o nos damos a nosotros mismos?

¿Damos cosas que nos sobren o nos damos a nosotros mismos?

Apoc. 14, 1-5; Sal. 23; Lc. 21, 1-4
Un texto muy breve del evangelio pero que sin embargo nos hace reflexionar mucho. Nos parece algo sencillo y quizá de poca importancia, pero el mensaje es grande y nos tiene que llegar a lo hondo del corazón.
Jesús había llegado a Jerusalén, como hemos venido escuchado en días pasados, ha querido purificar el templo al expulsar a los vendedores de él como para enseñarnos por una parte el respeto que hemos de tener a los lugares santos que no hemos de mancillar con cosas y actividades ajenas a lo que al culto a Dios se refiere pero también para enseñarnos cual ha de ser el verdadero culto que hemos de dar a Dios y cual es el verdadero templo de Dios que contemplamos en Jesús y que contemplamos en nosotros mismos cuando hemos sido consagrados en nuestro bautismo.
En su caminar por el templo enseñando a cuantos a El se acercan nos ha hablado de resurrección y vida eterna tras las preguntas capciosas de los saduceos. Ahora se fija Jesús en un detalle que para la mayoría de la gente ha podido pasar totalmente desapercibido y con el que nos querrá enseñar cual es la verdadera ofrenda que nosotros hemos de hacer al Señor.
Está cerca del cepillo de las ofrendas, como diríamos en nuestro lenguaje de la alcancía del templo; observa cuantos al pasar por allí van haciendo sus ofrendas poniendo en él sus limosnas.  Ya en otra ocasión nos había advertido de la forma que habíamos de hacer nuestras limosnas u ofrendas - recordamos en el sermón de la montaña - de manera que nunca tenemos que hacer ostentación de lo que hacemos o de lo que damos frente a las posturas de los fariseos que hacían alardes bien ostentosos de las limosnas que hacían; que no sepa tu mano derecha lo que hace la mano izquierda, nos venía a decir entonces. No es que ahora quizá haya esas ostentaciones, pero Jesús se fija en una pobre viuda que ha echado dos reales. Quizá solo Jesús lo ha visto porque lo ha hecho bien calladamente aquella mujer. Es todo lo que tiene, pero generosamente se desprende de todo.
Jesús querrá resaltarlo. ‘Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’. El saber esto, ¿no tendría que hacernos pensar? Creo que mucho tendríamos que reflexionar sobre lo que nosotros hacemos y cómo lo hacemos; ver sinceramente hasta donde llega la generosidad de nuestro corazón.
No digo que no seamos generosos cuando damos una limosna o hacemos algo por los demás. De todas maneras tenemos que reflexionar y pensar en ese pensamiento que quizá nos puede venir a nuestra mente cuando nos desprendemos de algo, porque al mismo tiempo estamos pensando en nuestro futuro, en si un día nosotros los vamos a necesitar. Es una tentación fácil que nos puede aparecer.
También nos puede aparecer la tentación de estarnos guardando siempre para nosotros y solo damos de lo que nos sobra, las migajas de lo que tenemos en nuestro bolsillo; abrimos la cartera o el monedero porque quizá sentimos compasión del que nos pide, pero podemos tener el peligro de buscar la moneda mas pequeña, esa calderilla que se nos amontona sin ser ninguna cantidad importante.
Aquella mujer, como destaca Jesús, dio todo lo que tenía incluso para comer. Es que realmente ella se estaba dando a sí misma; en su desprendimiento y generosidad se vaciaba de sí misma para confiarse totalmente en la providencia de Dios. ¿Seremos capaces? Tenemos que caer en la cuenta que es más importante darnos nosotros que dar cosas. Compartimos y lo  hacemos con generosidad esas cosas que tenemos, pero seamos capaces de compartir nuestra vida, dedicar nuestro tiempo, prestar atención a aquella persona que se acerca a nosotros, escucharla o interesarnos por ella.
No es fácil, nos cuesta, y por eso tenemos que estar siempre con esa actitud abierta para revisar actitudes, gestos, maneras de hacer las cosas, para poner todo nuestro amor y toda nuestra vida.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Reconocer que Jesús es nuestro Rey es aprender que para entrar en el Reino de Dios hay que pasar por la vida de los hermanos

Reconocer que Jesús es nuestro Rey es aprender que para entrar en el Reino de Dios hay que pasar por la vida de los hermanos

Ez. 34, 11-12.15-17; Sal. 22; 1Cor. 15, 20-26.28; Mt. 25, 31-46
El primer anuncio que hace Jesús es la llegada del Reino de Dios. Había que prepararse para reconocer esa soberanía y ese señorío de Dios sobre el hombre, sobre la historia y sobre toda la creación. Es lo que hoy en esta fiesta que culmina el año litúrgico queremos celebrar, Jesús es Señor, Jesús es el Rey del universo. Como decía san Pedro en el inicio de su predicación apostólica ‘Dios lo constituyó Señor y Mesías resucitándolo de entre los muertos’.
A lo largo del evangelio vemos como Jesús centró su predicación y la realización de sus signos en anunciar la inminencia de la soberanía de Dios. Lo proclama a través de sus parábolas; se hace presente a través de los signos que realiza, expulsión de demonios, curación de enfermos, resurrección de los muertos; se va a realizar en su anonadamiento (kénosis) hasta la muerte en la cruz y por su resurrección de entre los muertos; se actualiza constantemente con la fuerza del Espíritu y se convierte en objeto de esperanza final para los creyentes en Jesús y para humanidad entera.
Todo es una proclamación de la soberanía de Dios. Jesús es el Señor. La Iglesia continúa ahora la obra salvadora y liberadora de Jesús cuando los que creemos en Jesús le reconocemos como nuestro Rey y Señor y queremos realizar su misma obra, vivir su misma vida, impregnarnos de su mismo amor. Y esto lo celebramos hoy con toda solemnidad porque queremos vivirlo con toda la intensidad de nuestra vida.
No dejamos de valorar todo lo que pueda ser el esfuerzo del hombre que busca a Dios, tiene ansias de Dios y quiere conocer a Dios. Es cierto que es un ansia y un deseo de trascendencia y de infinito que anida en el corazón de todo hombre. Pero sí tenemos que afirmar que realmente todo parte de la búsqueda de Dios al hombre. Es el Señor el que nos busca y el que nos llama, el que nos regala y manifiesta su amor y quiere en verdad llevarnos hasta El. A ello, es cierto, hemos de dar una respuesta, pero es el amor infinito de Dios el que nos ha enviado a su Hijo Jesús para llevarnos por caminos de vida y de salvación. Tanto amó Dios al mundo, tanto amó Dios al hombre…
Fijémonos en la Palabra de Dios. ¿Qué nos decía el profeta Ezequiel? ‘Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro… buscaré a las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas… yo mismo apacentaré a mis ovejas…’ Es hermoso este texto del profeta y mucho tendríamos que meditarlo para reconocer ese amor del Señor y aprender a darle gracias.
Y contemplamos a Jesús, el Buen Pastor, como tantas veces hemos meditado, que cuida a sus ovejas, las conoce por su nombre, busca a la perdida, nos alimenta y da la vida por sus ovejas, como tantas veces nos ha explicado en el evangelio. No podíamos menos que repetir en el salmo ‘el Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas… porque tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término’. Es nuestra respuesta hecha oración y nuestra acción de gracias.
Pero a tanto amor del Señor se ha de corresponder nuestra respuesta hecha vida. Es de lo que vamos a ser examinados al final del tiempo. De ello nos habla el evangelio. ¿Habremos vivido nosotros esa soberanía de Dios en nuestra vida? ¿Nos habremos sentido en verdad guiados por Cristo como verdadero pastor de nuestra vida, reconociendo su voz y dejándonos conducir y alimentar por El? ¿Habremos dado señales de que en verdad vivíamos el Reino de Dios? ¿Por qué cosas se nos va a preguntar? Ahí está la clave.
Sencillamente tendríamos que decir que ‘para entrar en el Reino de Dios hay que pasar por la vida de los hermanos’. Sí, no nos va a preguntar el Señor, y cuidado que nos puede parecer paradójico pero no nos escandalicemos, si rezaste mucho o rezaste poco, cuántas promesas hiciste o cuántas velas encendiste delante del altar, cuántos ramos de flores llevaste a la Iglesia para que estuviera bonito el altar o a cuántas procesiones asististe. Nos va a preguntar si pasaste por la vida de los hermanos, si te detuviste junto a la vida de los hermanos, si dedicaste tiempo para escucharlos o para darles consuelo, si compartiste con ellos tu comida o lo que tenías, si los acompañaste en su dolor y sufrimiento y fuiste capaz de desvivirte por ellos. Como decía san Juan de la Cruz ‘en el atardecer de la vida vamos a ser examinados de amor’. Vivir, pues, el Reino de Dios es pasar por la vida de los hermanos.
¿No es eso lo que nos ha dicho hoy el evangelio? Como un estribillo repetido por cuatro veces ya sea en afirmación o en pregunta se nos ha dicho: ‘Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme’. Seis puntos o seis aspectos que se nos han repetido cuatro veces en el evangelio. ¿Cómo tenemos que buscar a Dios? ¿Cómo tenemos que encontrar a Dios? ‘Lo que hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’.
Por eso  nos dirá: ‘Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’. Estaremos heredando el Reino, viviendo el Reino cuando seamos capaces de entrar en esa órbita del amor. La persona de Jesús, la persona que es Dios se identifica con la persona que necesita ser ayudada. Jesús se esconde en cada ser humano necesitado de amor. Cualquier cosa que sea hecha a un necesitado, crea amor. Y este amor nos une a Cristo. Cuando nos encontremos cara a cara con Dios, sólo una posesión contará y será importante: el amor.
Ya nos damos cuenta que no es un amor cualquiera del que estamos hablando; no es pura filantropía. Es que cuando estamos queriendo amar de esta manera, de forma que seamos capaces de llegar a ver a Jesús en el hermano, es porque estamos queriendo amar con un amor como el de Jesús. Así nos lo dejó como distintivo por el cual habría de reconocérsenos. Mucho tenemos que estar unidos a Jesús, mucho tenemos que llenarnos de Dios para ser capaces de un amor de este calibre.
Claro que necesitamos rezar, orar a Dios, alimentarnos de los sacramentos para recibir esa gracia, para sentir la fuerza de su Espíritu para poder hacerlo.  Pero no nos refugiamos en nuestros rezos o en nuestras misas para olvidarnos o desentendernos de los demás. De ninguna manera, porque eso no tendría sentido. Es que nunca nuestra oración la separaremos de los hermanos a los que tenemos que amar; nunca nuestra eucaristía o los sacramentos que celebremos nos hará vivir aislados de los demás, sino todo lo contrario.
Acordémonos que si no estamos reconciliados en el amor con los hermanos, Jesús nos dice que dejemos la ofrenda allí a un lado del altar y vayamos primero a vivir esa reconciliación de amor con los hermanos, porque a todos tenemos que traerlos en el corazón cuando venimos a Dios para amarlos como un amor como el de Dios.
¿Entenderemos ahora bien lo que ha de significar esta celebración que hoy estamos viviendo proclamando a Jesucristo Rey del universo? Esa soberanía de Dios la vamos a vivir de verdad cuando todos hayamos sido capaces de pasar por la vida de los demás. Un paso que nunca podrá ser indiferente y frío, sino que siempre tendrá que ser un paso de amor y de solidaridad.