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sábado, 11 de abril de 2015

No nos podemos sentir derrotados ni desilusionados porque el Espíritu de Cristo resucitado está con nosotros

No nos podemos sentir derrotados ni desilusionados porque el Espíritu de Cristo resucitado está con nosotros

Hechos, 4, 13-21; Sal 117; Marcos 16, 9-15
‘María Magdalena fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando’. Jesús resucitado se le había manifestado a ella y había corrido a anunciarlo al resto de los discípulos. ‘Estaban de duelo y llorando’. No terminaban de comprender todo lo sucedido. Había sido como un fracaso. Habían esperando, tenían puesta su fe y su esperanza en su maestro y todo había terminado en aquella tarde en lo alto del Gólgota. Jesús se lo había anunciado, pero ni entendieron entonces el anuncio de Jesús ni ahora creían a María Magdalena que venía a anunciarles que Jesús había resucitado.
Lo mismo les pasaba con aquellos dos discípulos que se habían ido a Emaús y ahora volvían anunciando también que Jesús resucitado había estado con ellos y lo habían reconocido al partir el pan, aunque ya ardía su corazón por dentro mientras les hablaba y les explicaba todas las cosas por el camino. Tampoco los creían.
El relato que nos hace el evangelista Marcos de la resurrección de Jesús es muy breve y escueto. Manifiesta la desesperanza que había en sus corazones que estaban de duelo por muerte de Jesús y cómo su fe se había derrumbado de manera que ahora no creían a nadie. Y Jesús se les manifiesta estando a la mesa, y les echa en cara su incredulidad y dureza de corazón porque no habían creído a los que le habían visto resucitado. Y ahora que ya ellos tienen la certeza les hace un encargo, los envía por el mundo para que sean testigos, para que anuncien a todos los hombres, a toda criatura, la salvación que Jesús les ha traído con su muerte y su resurrección.
Y nosotros, ¿cómo creemos? ¿haremos ese anuncio de la resurrección del Señor verdaderamente convencidos? Es cierto que también nos vamos a encontrar a mucha gente a nuestro lado que no nos creerán, que pensarán que es un mito que nos hemos creado, o un refugio para nuestros fracasos. No es fácil hacer siempre este anuncio de la resurrección del Señor en el mundo en que vivimos. Pero tenemos que convertirnos en testigos de verdad porque el anuncio que hagamos con nuestras palabras, con nuestra vida, con nuestras nuevas actitudes, con nuestra manera de vivir sea verdaderamente convincente.
Y esto es lo que tenemos que revisar, porque tenemos el peligro de hacer un anuncio de rutina, de que nosotros tampoco nos lo creamos de verdad allá en lo más hondo de nosotros mismos, que mostremos una vida cansina y aburrida a aquellos que les hacemos el anuncio y así no convenceremos a nadie. Tenemos el peligro de que también nosotros nos cansemos porque muchas veces nos parezca que todo sigue igual, porque los problemas que tenemos son los mismos de siempre y no logramos un cambio total en nuestra vida.
¿Qué nos faltará? Dejémonos inundar por el Espíritu del Señor. El será quien transforme nuestros corazones. En la Palabra que hoy se nos ha proclamado en la primera lectura hemos contemplado la valentía con que Pedro y Juan anuncian a Jesús haciendo frente incluso a quienes quieren prohibirles hablar del nombre de Jesús. Tienen que obedecer a Dios antes que a los hombres. Y sin embargo ellos eran también de los que estaban encerrados en el Cenáculo al principio y no creían a nadie que trajera noticias de la resurrección de Jesús. Pero cuando se dejaron llenar por el Espíritu Santo su vida realmente cambió. ¿Será eso lo que nosotros necesitamos para ser verdaderos testigos, y testigos entusiastas y valientes de Cristo resucitado?

viernes, 10 de abril de 2015

No podemos ir a pescar, a realizar nuestras responsabilidades en la vida sin contar con la presencia y la fuerza del Señor

No podemos ir a pescar, a realizar nuestras responsabilidades en la vida sin contar con la presencia y la fuerza del Señor

Hechos, 4, 1-12; Sal 117; Juan 21, 1-14
Me voy a pescar…Vamos también nosotros contigo… Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada…’ Cuántas veces nos sucede; nos afanamos, trabajamos, nos pasamos el tiempo queriendo hacer muchas cosas, pero al final no obtenemos resultado. Y esto en muchos aspectos de la vida; no solo en lo material, lo que es el trabajo de cada día, sino también cuando queremos hacer cosas por los demás, queremos vivir un compromiso, o como nos puede suceder en la Iglesia, a sacerdotes y a agentes de pastoral que queremos hacer muchas cosas, pero no terminamos de ver los frutos.
Creo que este pasaje del evangelio que hoy nos propone la liturgia puede hacernos pensar en muchas cosas. Quienes un día habían dejado a un lado las redes y la barca por seguir a Jesús ahora vuelven a lo mismo. ‘Me voy a pescar’, dice Pedro y con él se van los otros discípulos. ¿Desalentados quizá por todo lo que había pasado en los días anteriores en Jerusalén y por eso se habían venido de nuevo a Galilea? Jesús no está con ellos; o al menos ellos se sienten solos; y las cosas no salen como a ellos les gustaría. ‘Aquella noche no cogieron nada…’
Pero Jesús sí está, aunque ellos no lo saben descubrir. ‘Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús’. Estaba amaneciendo, sí, porque la luz comenzaba a brillar fuerte aunque ello no sabían distinguirla. Ahora se dejan conducir por quien desde la orilla les dice por donde han de echar la red; ellos tan conocedores de aquel lago necesitan que ‘un extraño’ desde la orilla les diga lo que tienen que hacer. Pero tienen la humildad de hacerlo. Y ahora sí que ven el fruto de su trabajo, la red reventaba con tantos peces.
Y es cuando, aquel discípulo amado de Jesús - la sintonía del amor - reconoce a quien está en la orilla. ‘Es el Señor’, le dice a Pedro y a Pedro no le hace falta nada más porque hasta se olvida de la pesca y se lanza al agua para estar con Jesús.
Estar con Jesús, sí, es lo que necesitamos. No podemos olvidar su presencia; no podemos olvidar que solo en su nombre es cómo tenemos que echar la red, como podemos darle sentido y profundidad a nuestros trabajos, hacer que nuestra vida y nuestra tarea de verdad fructifique. Y algunas veces parece que lo olvidamos. Caemos en la tentación del activismo, actividad y actividad porque tenemos tantas cosas que hacer, pero olvidando que tenemos que darle verdadera profundidad a lo que hacemos y eso solo podemos encontrarlo en el Señor, en nuestro estar con El, en ese sentirle presente siempre en nuestra vida, en ese pararnos para escucharlo en nuestro corazón, sentirlo en nuestro interior.
Y todo eso lo ha de tener presente un creyente, un cristiano siempre en su vida, haga lo que haga. En nuestras tareas de cada día, en nuestras responsabilidades personales y familiares, en lo que queramos hacer por los demás, en nuestros compromisos apostólicos, en lo que es nuestra propia vocación. Nada somos sin el Señor porque solo es su nombre el que nos alcanza la salvación, como hemos escuchado hoy también en los Hechos de los Apóstoles.

jueves, 9 de abril de 2015

Descubramos en lo que nos sucede la bendición de Dios que nosotros también hemos de ser para los demás

Descubramos en lo que nos sucede la bendición de Dios que nosotros también hemos de ser para los demás

Hechos,  3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48
A nuestro lado en ocasiones suceden cosas asombrosas que nos llaman la atención, mientras en otros momentos todo puede parecer anodino porque la vida transcurre con cierta rutina siempre haciendo lo mismo, siempre haciendo las mismas cosas. Aquello extraordinario que nos sucede puede llamarnos la atención, pero también tenemos el peligro de caer pronto de nuevo en la monotonía y olvidar aquello que nos había impresionado y podría quizá habernos dicho muchas cosas. Diríamos que nuestra madurez humana tendría que llevarnos a saber vivir con intensidad cada momento y de cada cosa que nos suceda, aunque sea lo más sencillo de cada día, saber sacar una lección para nuestra vida que nos haga crecer y ser cada día más maduros.
Esto lo podemos decir en un aspecto meramente humano de la vida, que tiene también su lado espiritual, pero creo que como creyentes sería algo que no podríamos olvidar ni desatender. El creyente sabe descubrir la presencia de Dios en cuanto le sucede, y cómo Dios está a nuestro lado en todo el acontecer de nuestra vida. Pero quizá en esos hechos más extraordinarios que nos pudieran suceder tendríamos que saber descubrir esa presencia y esa acción de Dios que quizá nos permita que nos sucedan esas cosas para que aprendamos a abrirnos al misterio de Dios que se nos va revelando cada día y en cada momento en la vida.
Me hago esta reflexión desde lo que hoy escuchamos en la Palabra de Dios que se nos proclama en este día. Pedro, tras la curación de aquel paralítico de la puerta Hermosa del Templo y ante la sorpresa y admiración que se produce en la gente, aprovecha para trasmitirles el mensaje de Jesús. Supo leer aquellos acontecimientos con la mirada de Dios y vemos cómo incluso hace uso de la Escritura para ayudarles a comprender el mensaje. Les recuerda la Palabra que Dios dirigió a Abrahán anunciándole que su descendencia sería bendición para todos los pueblos, para anunciarles que ‘Dios resucitó a su siervo y os lo envía en primer lugar a vosotros, para que os traiga la bendición, si os apartáis de vuestros pecados’.
Con Jesús nos llega la bendición y la gracia de Dios. Jesús, muerto y resucitado, es la bendición de Dios al hombre y al mundo que lo llena de su gracia y de su paz. Sepamos ver esa bendición de Dios en nuestra vida, en cuanto nos suceda; descubrir esa voz de Dios que nos habla en los acontecimientos y veamos esa presencia de Jesús que llega a nuestro lado con su gracia y con su salvación. Y llega a nuestra vida, ahí donde estamos, donde vivimos nuestras preocupaciones, donde nos contamos cuanto nos sucede, donde hacemos ese día a día de nuestra vida que hemos de saber llenar de plenitud.
Allí estaban los discípulos reunidos en el cenáculo, contando todo cuanto había sucedido, recordando aun impresionados todos aquellos acontecimientos de aquellos días de la Pascua, allí estaban ellos con sus desesperanzas o con sus deseos de que algo nuevo tenia que suceder y Jesús se presentó en medio de ellos. Y Jesús les hace comprender el sentido de todo cuanto ha sucedido, las hace comprender el sentido de su pasión, porque así además estaba anunciado desde antiguo por los profetas.
Pero cuanto había sucedido era para gracia, para regalo y bendición de Dios para todos los hombres. Y además les confía que de eso han de ser testigos y ese ha de ser el anuncio que han de hacer a todos los hombres. ‘Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’.
Todo eso ¿qué nos dirá a nosotros?, ¿qué nos estará pidiendo el Señor?, ¿qué lectura tenemos que hacer de nuestra vida a la luz de la resurrección del Señor?, ¿cómo seremos nosotros también bendición de Dios para los demás?

miércoles, 8 de abril de 2015

Un itinerario de acogida, de miradas hondas, de manos tendidas para encontrarnos con Jesús

Un itinerario de acogida, de miradas hondas, de manos tendidas para encontrarnos con Jesús

Hechos  3,1-10; Sal 104; Lucas 24,13-35
Una mirada, una mano tendida, un caminar juntos aunque fuera con desconocidos, una escucha, unas señales que nos hablan a las claras de la presencia de Jesús resucitado. De eso nos ha hablado la Palabra de Dios que hoy se nos proclama.
‘Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: Míranos.’ Es el primer gesto que nos ha presentado el texto de los Hechos de los Apóstoles. Unas miradas que se cruzan; cuánto se puede decir con una mirada; es un prestar atención, en este caso, no a algo sino a alguien.
Luego Pedro ofrecerá lo que tiene; le tiende la mano en el nombre de Jesús. ‘Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó’. No le va a ofrecer cosas, ni siquiera las monedas que aquel hombre en su indigencia está esperando. ‘En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar’. Aquel hombre terminará danzando en el templo y alabando a Dios.
‘Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día… Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos… aunque sus ojos no eran capaces de reconocerlo’. Era un extraño que se había acercado a ellos mientras iban caminando y lo admitieron en su compañía. No siempre admitimos quizá en nuestra compañía a un extraño aunque vayamos haciendo el mismo camino. Ahí está el detalle. Pero caminaron juntos y mientras se camina al mismo paso cuántas cosas se comparten; como sucedió entonces.
Primero Jesús les escucha, sus preocupaciones, sus tristezas, sus esperanzas frustradas, su desilusión. Luego ellos escucharán a Jesús; y lo harán con gusto tanto que cuando llegan a Emaús no querrán que siga adelante porque los caminos de noche son peligrosos y le ofrecen su hospitalidad, y también porque luego recordarán cómo ardía su corazón mientras El les hablaba y les explicaba las Escrituras.
Todo fue un camino para reencontrarse con Jesús. Con Jesús que viene hacia ellos como siempre quiere hacer con nosotros cuando andamos hundidos en nuestras preocupaciones y angustias, en nuestras desilusiones y desesperanzas; pero también en la buena disposición de ellos para acoger y para escuchar; sus corazones se abrieron al amor; en el amor del compartir una cena se encontraron finalmente de pleno con Jesús y lo reconocieron. ‘A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron… al partir el pan’.
Qué hermoso itinerario para nuestra vida. Para aprender a ir al encuentro con los demás mirando cara a cara, aunque tengamos mucho sufrimiento en el alma o aunque vayamos a ver mucho sufrimiento en los ojos de los demás, pero también para ir tendiendo la mano, abriendo el corazón, levantando al caído, dejándonos acompañar por los van a nuestro alrededor en el camino, para escuchar con el corazón abierto.
Nos encontraremos con Jesús; aprenderemos a llevar a Jesús a los demás. Nos sentiremos en verdad renovados por dentro y no nos faltará la alegría de sentir la presencia de Cristo resucitado en nuestro corazón pero también en ese encuentro con los demás.

martes, 7 de abril de 2015

Que las lágrimas de nuestras angustias no nos impidan sentir la presencia del Señor resucitado en nuestra vida

Que las lágrimas de nuestras angustias no nos impidan sentir la presencia del Señor resucitado en nuestra vida

Hechos,  2,36-41; Sal 32; Juan 20,11-18
‘Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?’ Por dos veces María Magdalena escucha la pregunta. ‘Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando’.  ¿Nos habremos quedado nosotros también a la puerta del sepulcro llorando?
¿Por qué lloras, María? ¿No crees en las palabras de Jesús? Recordaba cuánto había recibido de Jesús, que como dice el evangelista de ella había expulsado siete demonios. Un día llorando también se había postrado a los pies de Jesús arrepentida de su vida y tantas eran sus lágrimas que le había lavado los pies a Jesús enjugándoselos con sus cabellos. Como una prefiguración y anuncio de su sepultura había derramado sobre sus pies el ungüento que había llenado toda la casa de perfume. Ahora llora de nuevo ante el sepulcro porque allí no está Jesús.
¿Por qué lloras, María? ¿Por qué buscas en el sepulcro a quien está vivo? No podemos quedarnos buscando al crucificado porque El está vivo. Ahí está hablándote y no lo reconoces, lo confundes con el jardinero. Qué ciega estás para no verle, y qué valiente y fuerte quieres ser que te sientes capaz de recoger su cuerpo donde lo hayan puesto para llevártelo contigo.
Nos cegamos en nuestro dolor. Nos cegamos en nuestras preocupaciones hasta para faltarnos la esperanza. Nos cegamos y parece que ya no creemos en nada y olvidamos todo lo que habíamos escuchado y hasta vivido. ¿A quién buscas? ¿Cómo lo estás buscando?, nos pregunta también el Señor.
¿Por qué lloras, María? Escucha su voz, date cuenta de su presencia. Es El, el Señor que vive, el Señor resucitado que está junto a ti. No te quedes en el dolor de la cruz. No lo busques en la sepultura y en la muerte. Escucha su voz que te llama por tu nombre. ‘¡María!’. ‘¡Rabboni! ¡Maestro!’. Sí, es el Señor.
¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? ¿Cómo quieres encontrarlo? Seguimos en nuestras muertes, seguimos en nuestras preocupaciones y agobios, seguimos en nuestras angustias y no somos capaces de ver al Señor. Hemos pasado por la pascua, pero a veces nos cuesta llegar a la luz de la vida, a la luz que nos ofrece Cristo resucitado. No lo busquemos a nuestra manera, sino que abramos los ojos de la fe para verle tal como El quiere manifestarsenos. Vivamos la experiencia del encuentro con el Señor, como María  y nuestra vida tendrá que cambiar, nuestra forma de ver las cosas, se enardecerá de nuestro corazón y nos llenaremos de su amor, volveremos a tener esperanza e ilusión para seguir caminando.
También a nosotros nos pone en camino. ‘Ve y dile a mis hermanos’, nos dice a nosotros también. Como María tenemos que saber ir a los demás como unos verdaderos testigos de la presencia del Señor. Hoy hemos escuchado de nuevo a Pedro anunciando a Jesús, proclamándose testigo de Cristo resucitado e invitando a la conversión, a ajustar nuestra vida al camino y al sentido del evangelio, a aceptar nuestra vida a la luz del evangelio. Y ese evangelio de Jesús es transformador de nuestra vida, por eso no tengamos miedo de que las cosas pueden ser distintas, no nos echemos atrás, porque siempre el Señor estará con nosotros. 

lunes, 6 de abril de 2015

La luz de la resurrección ha iluminado nuestra vida y todo lo vemos de manera distinta porque con nosotros está el Señor resucitado

La luz de la resurrección ha iluminado nuestra vida y todo lo vemos de manera distinta porque con nosotros está el Señor resucitado

Hechos 2,14.22-33; Salmo, 15; Mateo 28,8-15
‘Las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos… Ha resucitado del Señor’. Por el camino cuando volvían impresionadas por lo que los Ángeles les habían comunicado en el sepulcro vació se habían encontrado con el Señor que les había salido al paso. ‘Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán’, les encarga.
Es lo que nosotros seguimos festejando con toda solemnidad en esta semana de la octava de Pascua. Es la alegría que seguimos viviendo y que hemos de saber trasmitir a los demás. Nuestra vida sigue y en nosotros están las mismas luchas de cada día, las mismas preocupaciones y los mismos trabajos. Sin embargo en el creyente todo tiene que ser distinto. La luz de la resurrección ha iluminado nuestra vida y las cosas hemos de comenzar a verlas de manera distinta; hay otra fuerza y otra esperanza en nosotros; es la certeza de que el Señor está con nosotros y algo nuevo se ha de abrir en el camino de nuestra vida. Nos fiamos del Señor. Llenamos nuestro corazón de esperanza.
Como hemos rezado en el salmo, recogiendo lo que san Pedro nos recordaba en los Hechos de los Apóstoles ‘Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción…’ Tenemos alegría porque tenemos la certeza de que el Señor está con nosotros. Queremos seguir caminando, realizando la lucha de cada día, queremos encontrar luz y sentido para todo lo que nos vaya sucediendo. Y es que ‘con él a mi derecha no vacilaré’.
Es valiente Pedro en lo que le escuchamos hoy en la lectura de los Hechos de los Apóstoles. No parece el mismo que el que había temblado de miedo cuando prendieron a Jesús en el Huerto por si le descubrían como discípulo suyo, el que descaradamente le negó tres veces para evitar consecuencias desagradables; ahora es otro. Está lleno de la fuerza del Espíritu del Señor. No olvidemos que estas palabras que le hemos escuchado hoy corresponden a aquel primer discurso del día de Pentecostés. Pero más adelante, incluso, cuando los azoten en el Sanedrín, saldrán contentos por haber podido sufrir por el nombre de Jesús, porque no podían callar lo que habían visto y oído.
Que el Señor nos dé esa valentía. Que sintamos la fuerza de su Espíritu en nosotros para seguir viviendo con toda hondura la alegría de la Pascua. Que no temamos ante el camino que tenemos por delante porque con nosotros está el Señor ya para siempre. La presencia de Cristo resucitado no es la presencia de un momento determinado, sino es la presencia que podemos sentir siempre del Señor en nuestro corazón y en nuestra vida. Así podemos caminar con ilusión, con esperanza, con arrojo y valentía, sin ningún temor. ‘Con El a mi derecha no vacilaré’.