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sábado, 16 de mayo de 2015

Se derrama sobre nosotros la ternura de Dios que nos ama y nos hace hijos en el Hijo, en Jesús

Se derrama sobre nosotros la ternura de Dios que nos ama y nos hace hijos en el Hijo, en Jesús

Hechos,  18,23-28; Sal 46; Juan 16, 23b-28
Cuando uno ve en la vida que alguien a quien uno quiere y aprecia mucho es también querido y apreciado de manera especial por otra persona que se desvive por él, lo ayuda, lo cuida, lo protege, hace lo que sea por ese ser a quien nosotros queremos tanto, surge también en nuestro corazón como un cariño especial por esa persona que hace tanto por quien uno quiere. El amor y el cariño provocan más amor y más cariño y así se va extendiendo de unos a otros como contagiándose de esa ternura. Amamos también a aquellos que aman y quieren a los que nosotros queremos y apreciamos.
Me surge este pensamiento y reflexión escuchando el evangelio de este día. Nos manifiesta la ternura de Dios que se derrama más y más sobre nosotros en la medida en que nosotros creemos y amamos a Jesús. Dios que nos ama desde siempre y por nosotros mismos podríamos decir que derrocha aun más su ternura sobre nosotros por el amor que le tenemos en Jesús. Nos ama en Jesús y por eso nos quiere iguales a Jesús haciéndonos a nosotros también hijos.
Qué agradecidos tendríamos que estar al amor que Dios nos tiene que revierte en nosotros haciéndonos capaces de más y más. Amamos a Jesús y creemos en El y ese amor se crece en nosotros para ser capaces de amar también a los demás con un amor como el que nos tiene el Señor, como el que nos tiene Dios nuestro Padre.
En ese amor con qué confianza podemos acercarnos a Dios,  porque sabemos así que siempre nos escucha. Por una parte tenemos a Jesús, nuestro Mediador, que intercede por nosotros, pero tenemos el amor del Padre que siempre nos escucha. ‘Yo os aseguro, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará’, nos dice Jesús; ‘pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa’ termina diciéndonos.
Pero hay algo más que merece nuestra consideración en este evangelio y además en el día concreto que lo estamos escuchando, vísperas de la fiesta de la Ascensión del Señor. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre’. Como decimos escuchamos estas palabras de Jesús en la víspera de su Ascensión. Vuelve al Padre, pero no nos deja solos. Repetidamente le hemos escuchado la promesa del Espíritu que nos enviará desde el Padre. ‘Conviene que yo me vaya, porque si no, no vendrá a vosotros el Espíritu de la Verdad’, nos había dicho.
Pero con Jesús nosotros queremos ascender. Mañana lo contemplaremos con mayor amplitud. Pero es nuestro deseo, estar con El. Nos promete que vendrá y nos llevará con El. Pero queremos levantarnos, queremos mirar a lo alto, queremos ascender en la vida. Hemos pedido hoy en la oración que se muevan nuestros corazones para buscar y hacer siempre el bien para que ‘tendiendo sin desfallecer hacia lo mejor, alcancemos vivir también en la eternidad los bienes del misterio pascual’. Busquemos siempre lo mejor, tengamos deseos de eternidad, que podamos disfrutar un día en plenitud de los bienes del misterio pascual.

viernes, 15 de mayo de 2015

Nada ni nadie nos podrá quitar esa alegría del corazón porque Dios está con nosotros.

Nada ni nadie nos podrá quitar esa alegría del corazón porque Dios está con nosotros.

Hechos,  18,9-18; Sal 46; Juan 16,20-23a
‘Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría…’ y añade al final ‘se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría’. Consoladoras palabras de Jesús que nos llenan de esperanza.
Los discípulos estaban con la incertidumbre y en la tristeza ante lo que iba a suceder. Estas palabras de Jesús están situadas en el marco de la última cena, la cena pascual, que fue para Jesús el inicio de su pascua, de su pasión. Como les veremos luego reaccionar fueron momentos difíciles de abandono, de tristeza, que les haría huir y encerrarse incluso en el Cenáculo. Jesús los encontraría después de la resurrección en el Cenáculo con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Trata Jesús con sus palabras de llenar de esperanza sus corazones. ‘Se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría’.
Es difícil atravesar momentos de zozobra y de angustia, de soledad y abatimiento cuando los problemas nos cercan, las salidas las vemos oscuras, nos sentimos solos y como abandonados. Jesús nos dice que la tristeza ha de convertirse en alegría, que esa ha de ser la actitud y la postura de quien cree en El, pero hemos de reconocer que humanamente no es fácil. Momentos así todos hemos tenido en nuestra vida y es donde se ha de manifestar claramente lo que es nuestra madurez cristiana para fiarnos de las palabras de Jesús y saber poner alegría en el corazón sea cual sea la situación por la que estemos pasando.
Humanamente no es fácil, hemos dicho, pero hemos de saber abrir los ojos de la fe. Porque Jesús nos dice que El viene a nosotros, que El está con nosotros, que nunca nos podremos sentir abandonados ni en total soledad. ‘Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría’, nos dice. Con nosotros siempre está el Señor. El nos da la fuerza de su Espíritu que es Espíritu de alegría y de paz, Espíritu que nos llena de esperanza y es nuestro consuelo.
En la lectura de los Hechos de los Apóstoles hemos visto la situación de Pablo que no era fácil en su anuncio del Evangelio. En esta ocasión está en Corinto, una ciudad muy compleja y muy pagana donde no es fácil hacer ese anuncio del evangelio porque Vivian una vida muy sensual y muy materialista. Sin embargo escucha la Palabra del Señor que le anima. ‘No temas, sigue hablando y no te calles, que yo estoy contigo, y nadie se atreverá a hacerte daño…’
Es la Palabra que tenemos que escuchar también en nuestro corazón. ‘No temas…’ Cuantas veces aparece esta invitación a la paz en el evangelio y en toda la Escritura Santa. No tememos, aunque muchas sean las dificultades; no tememos aunque nos sintamos abrumados y sobrepasados por el trabajo y los problemas; no tememos aunque nos sintamos hundido bajo el peso de nuestras culpas y pecados, porque confiamos en el Señor de la misericordia, el Dios del amor, el Dios que nos regala siempre su compasión y su perdón, el Dios que nos fortalece con su gracia y quiere seguir contando con nosotros.
Nada ni nadie nos podrá quitar esa alegría del corazón porque Dios está con nosotros.

jueves, 14 de mayo de 2015

Amados y elegidos de Dios permanecemos en su amor para dar frutos en la vocación a la que hemos sido llamados

Amados y elegidos de Dios permanecemos en su amor para dar frutos en la vocación a la que hemos sido llamados

Hechos, 1, 15-17. 20-26; Sal 112; Juan 15, 9-17
‘No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure’. Es el Señor el que nos llama y nos elige. Nos manifiesta lo que es el amor del Padre y así nos ama; nos sentimos amados y elegidos con un amor y una predilección especial del Señor. Lo que nos pide y exige unos frutos de fe y de amor.
En este catorce mayo la liturgia celebra la fiesta de san Matías Apóstol. No formaba parte del grupo de los doce inicialmente elegidos por Jesús. Pero había fallado Judas ‘que hizo de guía a los que arrestaron a Jesús’, como delicadamente expresa san Pedro. Había de elegirse alguien que lo sustituyera, pero había unas determinadas condiciones, por así decirlo. ‘Uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba, hasta el día de su ascensión’.
Un testigo de la resurrección, pero un testigo de lo que había sido el amor de Jesús, uno que había permanecido en el amor, como pedía Jesús. Son las condiciones. Ese acompañar, ese caminar junto a Jesús mientras Jesús estuvo con ellos, viene a expresar que había permanecido en el amor de Jesús, se había sentido amado de manera especial por Jesús y por ese amor se había sentido unido a El de manera especial. ‘Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor’, que les dice Jesús.
Se proponen dos entre los que habría que elegir. Pero la elección no es cosa de hombres, es cosa de Dios. Es lo que se expresa en la oración que juntos dirigen al Señor. ‘Muéstranos a cuál de los dos has elegido para que, en este ministerio apostólico, ocupe el puesto que dejó Judas para marcharse al suyo propio’, es lo que piden al Señor. Y a suertes es elegido Matías, se manifiesta así lo que es la elección del Señor.
Estamos haciendo referencia en esta fiesta de san Matías a lo que es la llamada y elección del Señor para aquellos a los que el Señor quiere con un ministerio especial dentro de la comunidad eclesial. Pero podemos encontrar aquí también una referencia a todo lo que atañe a nuestra vocación cristiana. Si hemos podido encontrarnos con Jesús y conocerle para seguirle, ahí hemos de saber descubrir esa llamada de amor del Señor. Es lo que llamamos nuestra vocación cristiana.
La fe es un don sobrenatural, un regalo del Señor porque es una gracia, de la que hemos de estar siempre agradecidos. Dichosos los que tienen fe, dichosos los que han encontrado el camino de la fe porque es un camino que nos conduce a una plenitud de vida. ‘Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud’, nos decía Jesús. Es la alegría y el gozo de la fe, de poder creer, de encontrar desde esa fe ese camino de plenitud. Demos gracias a Dios por ese don de la fe que tan dichosos nos hace. 

miércoles, 13 de mayo de 2015

Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que actúa allá en lo más hondo de nosotros mismos, hablándonos al corazón

Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que actúa allá en lo más hondo de nosotros mismos, hablándonos al corazón

Hechos, 17,15.22-18,1; Sal 148; Juan 16,12-15
‘Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora…’ les dice Jesús a sus discípulos. El Misterio de Dios que se nos revela en Jesús nos supera; es misterio, es infinito como infinito es Dios, es una sabiduría que está por encima de nuestro entender humano, es toda la inmensidad de Dios que nos revela su ser y nos revela nuestro ser, el sentido de nuestra vida. ‘No podéis cargar con ellas por ahora’, les dice Jesús pero les promete que sí podemos llegar a conocer ese misterio. Nos promete ‘el Espíritu de la verdad que nos lo revelará todo’.
Al final del evangelio Juan nos dirá de una forma hiperbólica que ‘Jesús hizo muchas cosas, y si se quisieran recordar una por una, pienso que ni en el mundo entero cabrían todos los libros que podrían escribirse’. Nos está hablando de la grandeza del mensaje de Jesús. Pero, por ejemplo, pensemos en lo que, a partir del Evangelio de Jesús y de la tradición eclesial, se ha escrito sobre Jesús a través de toda la historia.
Es la aproximación que desde la fe, aunque en algunos sea quizá mera curiosidad científica o histórica, se ha hecho en la reflexión de los hombres sobre el misterio de Jesús. Y seguimos interesándonos por Jesús, queriendo conocerle, queriendo ahondar en su misterio que para nosotros los creyentes se tiene que convertir en vida, en lo que vivimos de Jesús, o en cómo llegamos a vivir a Jesús.
Pero, repito, no podemos acercarnos a Jesús desde cualquiera manera. No podemos pretender conocer a Jesús solo desde nosotros mismos, desde los estudios del tipo que sean que nosotros nos hacemos; tenemos el peligro de quedarnos en lo externo, lo superficial y a Jesús no lo podemos mirar ni estudiar así. Es aquí donde tenemos que saber actuar desde la fe, para dejarnos conducir. Y nos ayudaremos de quienes a nuestro lado tienen un mayor conocimiento y vivencia de Jesús; y nos ayudaremos de nuestra madre la Iglesia que con toda fidelidad ha querido conservar el deposito del misterio de Cristo, de su evangelio, de su mensaje. Pero tenemos que ayudarnos principalmente, fundamentalmente dejándonos conducir por el Espíritu del Señor.
El Espíritu del Señor que se nos podrá manifestar a través de todos esos medios que tenemos a nuestro alcance a nuestro lado y sobre todo en la Iglesia; pero el Espíritu del Señor que actúa allá en lo más hondo de nosotros mismos, hablándonos al corazón. ‘Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena… Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando…’
Cuando con fe vamos caminando por la vida y abrimos nuestro corazón a Dios nos damos cuenta cómo se nos va revelando. Cuántas cosas hemos sentido en nuestro corazón, cuántos impulsos del Espíritu para las obras buenas, cuántas cosas en un momento determinado sentimos dentro de nosotros mismos que nos ayudan a conocer mejor a Dios, a conocer mejor su evangelio, a conocer mejor sus caminos.
En cada momento, en cada circunstancia vamos sintiendo ese impulso y esa sabiduría del Espíritu. Creo que tenemos experiencia viva de todo esto que estamos diciendo; recordemos cómo hemos ido creciendo en ese conocimiento de Cristo, cómo en cada momento sentimos allá en nuestro interior lo que en verdad necesitábamos. Dejémonos conducir por el Espíritu de la Verdad que nos guiará hasta la verdad plena. Solo en el Espíritu alcanzaremos la plenitud de Dios.

martes, 12 de mayo de 2015

Confesemos con alegría nuestra fe, lejos de nosotros toda tristeza porque con nosotros para siempre estará el Señor

Confesemos con alegría nuestra fe, lejos de nosotros toda tristeza porque con nosotros para siempre estará el Señor

Hechos, 16, 22-34; Sal 137; Juan 16, 5-11
Cuando llegan las horas de las despedidas normalmente nos ponemos tristes ante el hecho de la separación de aquellas personas que apreciamos o que queremos; nos sentimos mal ante el pensamiento de que no vamos a poder estar con aquella persona que queremos o no vamos a poder verla más. Son momentos dolorosos y nos cuesta mucho en ocasiones sobrellevarlos en esa pérdida de esperanza de la que suelen ir acompañados esos momentos.
Algo así les estaba sucediendo a los discípulos en aquella cena pascual; todo sonaba a despedida, los gestos de Jesús, sus palabras, el sentimiento que poco a poco iba embargando sus corazones. No terminan de comprender todo el sentido de las palabras y los gestos de Jesús que lo que tratan es de infundir esperanza porque además les está diciendo que aunque se vuelva al Padre ahora le van a sentir de una manera especial. Es el anuncio que les está haciendo de la presencia del Espíritu Santo que desde el Padre les va a enviar. ‘Os conviene que yo me vaya, les dice, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito (el Defensor). En cambio si me voy, os lo enviaré’.
Repetidamente Jesús les hablará de esa promesa del Padre, del Espíritu de la Verdad que os lo enseñará todo, del Espíritu que va habitar en nuestros corazones dando testimonio de Jesús y ayudándonos a que nosotros también demos testimonio de Jesús. Lo venimos escuchando estos días y se nos seguirá hablando en la Palabra de Dios de estas semanas que nos sirven precisamente como de preparación para la gran fiesta del Espíritu que es Pentecostés.
Es el Espíritu que nos hará conocer en todo su misterio a Jesús, nos hará caer en la cuenta de que si no creemos en Jesús y le rechazamos de alguna manera no llegará a nosotros la vida y la salvación sino la condena. Es lo que nos dice hoy Jesús. ‘Cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena’. El mundo será convicto de todo esto porque no aceptó a Jesús. Pero si creemos en Jesús y en su Palabra el Espíritu nos hará reconocer en verdad que Jesús es el Señor y que solo en El encontraremos la salvación.
Es lo que va a ser el eje de la predicación de los Apóstoles a partir de Pentecostés. Allí Pedro proclamará que Jesús por su resurrección ha sido constituido Señor y Mesías; y escucharemos a Pedro anunciando que no hay otro nombre que pueda salvarnos, sino Jesús.
Con la fuerza del Espíritu del Señor podremos en verdad confesar nuestra fe en Jesús como nuestro único salvador. Con la fuerza del Espíritu del Señor sentiremos en verdad para siempre su presencia en medio de nosotros. Es el Espíritu que nos congrega en la unidad; es el Espíritu que nos hará siempre presente a Jesús y de manera especial en los sacramentos. Confesemos con alegría nuestra fe; lejos de nosotros toda tristeza de despedidas porque con nosotros para siempre estará el Señor.

lunes, 11 de mayo de 2015

Que no se debilite ni tambalee nuestra fe, porque siempre estemos abiertos a la Sabiduría del Espíritu

Que no se debilite ni tambalee nuestra fe, porque siempre estemos abiertos a la Sabiduría del Espíritu

Hechos,  16,11-15; Sal 149; Juan 15,26-16,4a
‘Os he hablado de esto, para que no se tambalee nuestra fe’. Y nos habla Jesús del testimonio que hemos de dar muchas veces en un mundo adverso; pero nos habla Jesús del ‘Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, y que dará testimonio de Mí’. Nos anuncia que con nosotros estará siempre la fortaleza del Espíritu Santo.
‘Para que no se tambalee nuestra fe’. Muchas veces nos sucede o nos puede suceder. Por una parte serán los problemas que nos irán apareciendo en la vida, los dolores y sufrimientos de todo tipo que van marcando nuestro cuerpo con la enfermedad y las limitaciones o nuestro espíritu que se nos llena de dudas; será ese mundo adverso, como decíamos, en donde vamos a encontrar oposición a ese testimonio que hemos de dar o que nos puede llevar incluso a la persecución; o será la frialdad o la rutina que se nos va metiendo en el alma y hace que nuestra espíritu decaiga y se debilite, se tambalee nuestra fe.
Nos cuesta muchas veces; nos llenamos de dudas; aparece la tentación de mil maneras y nuestra vida se puede ir oscureciendo cuando le falta la luz y la fortaleza de la fe. Jesús quiere prevenirnos para que estemos atentos, vigilantes porque como nos dirá san Pedro en su carta, el león anda rondando a nuestro alrededor buscando a quien devorar.
Y la fortaleza de nuestra fe la tenemos en el Espíritu del Señor que nos acompaña, se hace presente en nuestra vida. Como decimos tantas veces tenemos que fortalecer nuestra espiritualidad. ¿Y qué es fortalecer nuestra espiritualidad sino llenarnos del Espíritu del Señor? Quizá ese crecimiento espiritual lo podemos traducir en fortalecer e intensificar nuestra oración, en cultivar nuestro mundo interior, en abrir no solo nuestros oídos sino especialmente nuestro corazón a la Palabra de Dios, en la vivencia intensa de la vida sacramental. Pero todo eso no es otra cosa que abrirnos al Espíritu, dejarnos conducir por el Espíritu, sentir la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.
Ese es el crecimiento de nuestra espiritualidad. Porque nuestra espiritualidad cristiana está fundamentada en el Espíritu Santo. No es solo que nos hagamos más reflexivos y rumiemos cada vez más lo que nos va sucediendo. Eso está bien y tenemos que hacerlo, pero no lo hacemos por nosotros mismos, lo hacemos guiados  por el Espíritu divino que es nuestra Sabiduría y nuestra fortaleza. No es solo nuestro espíritu, esa profundidad que queremos darle a nuestro corazón, sino que es la fuerza del Espíritu Santo que Jesús nos ha prometido.
Que no se debilite ni tambalee nuestra fe, porque siempre estemos abiertos a la acción del Espíritu divino en nosotros, a la Sabiduría del Espíritu.

domingo, 10 de mayo de 2015

Activemos el amor y conoceremos a Dios, comenzaremos de verdad a sentirnos hermanos y alcanzaremos la alegría y la dicha en plenitud

Activemos el amor y conoceremos a Dios, comenzaremos de verdad a sentirnos hermanos y alcanzaremos la alegría y la dicha en plenitud

Hechos, 10, 25-26. 34-35. 44-48; Sal. 97; 1Juan 4, 7-10; Juan 15, 9-17
Todo arranca desde el amor y todo se centra en el amor. Pero parte del amor de Dios ‘ya que el amor es de Dios’, porque ‘El nos amó primero… porque él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados’. Y se centra en el amor porque no es otra cosa lo que tenemos que hacer. Es lo que tenemos que aprender a reconocer; es lo que tiene que ser nuestra vida y de ahí podríamos sacar muchas consecuencias.
Pero, ¿cómo podemos conocer a ese Dios que es amor y llegar a reconocer ese amor que nos tiene? Amando, podríamos decir en una palabra. Porque solo el que ama puede conocer a Dios, ‘el que ama ha nacido de Dios… y el que no ama no puede conocer a Dios’. Muchas veces queremos buscar a Dios, buscamos razonamientos, buscamos pruebas, pareciera que estuviéramos dando palos de ciegos, decimos que nos cuesta creer y aceptar ese misterio de Dios. Activemos el amor en nosotros y podremos comenzar a descubrir a Dios, podremos comenzar a conocer a Dios.
Esa capacidad de amor está ahí en nosotros, en nuestra propia naturaleza, pero algunas veces parece que nos cerramos al amor. Activemos esa capacidad de amor; es como un programa que tenemos en el ordenador, por ejemplo, una aplicación, la hemos bajado, instalado, pero no la hemos activado; la tenemos y es como si no la tuviéramos; cuando la activemos podremos sacarle todo partido y nos funcionará. Así nos pasa con esa capacidad de amar que nos haría conocer a Dios. Activemos, repito, esa capacidad de amor.
Es hermoso lo que nos dice san Juan tanto en su carta como en el evangelio trasmitiéndonos las palabras de Jesús. ‘Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor’. Ese amor que arranca de Dios Padre y que nos llega, se nos manifiesta en Jesús; ‘él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados’, que nos decía san Juan en su carta. Pero sintiendo todo ese amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús, en su amor, en su entrega, comencemos nosotros a amar de verdad ‘permaneced en mi amor’.
Pero ese permanecer en el amor de Dios no es solo algo como místico y espiritual que solo hiciera referencia a Dios, desentiéndenos de los demás; permanecer en su amor es comenzar a amar y amar de verdad a los demás, a cuantos nos rodean. Es el fruto que nos pide el Señor. De la misma manera que hay esa comunión de amor en Dios, en las tres divinas personas, así tenemos nosotros que comenzar a entrar en esa comunión de amor con los demás. No es de otra forma como vamos a dar respuesta al amor que Dios nos tiene. Siempre el amor de Dios nos va a llevar a sentirnos en comunión de Iglesia con nuestros hermanos. Es el mandamiento del Señor.
Decíamos antes que de todo esto que estamos considerando de lo que es el amor de Dios y nuestra respuesta podríamos sacar muchas consecuencias. Efectivamente si fuéramos capaces de entrar en esa órbita del amor estaríamos haciendo un mundo mejor, porque estaríamos haciendo un mundo de hermanos, un mundo donde nos amamos y no de cualquier manera.
Los evangelistas, sobre todo los sinópticos, nos hablan continuamente del Reino de Dios. Es el anuncio que hace Jesús desde el comienzo de su predicación cuando nos invita a la conversión y a creer en el Reino de Dios que está cerca; luego a través de todo el evangelio nos van describiendo con las palabras de Jesús y con el actuar de Jesús cómo vamos construyendo ese reino de Dios. Y cuando construimos ese Reino de Dios comenzamos por reconocer que Dios es nuestro único Señor, el único Rey y Señor de nuestra vida; pero cuando reconocemos que es el Señor, lo vamos a hacer entrando en una nueva manera de vivir, de actuar, de relacionarnos con los demás a quienes ya comenzaremos a considerar como hermanos; y si somos hermanos, comenzaremos a amarnos.
Es lo que ahora nos está diciendo el evangelio de san Juan y su carta, que en este domingo estamos escuchando y reflexionando. Es lo que nos señala en ese camino del amor en el hemos de entrar, que se ha de convertir en el sentido de nuestra vida. ¿Y no seríamos en verdad más felices si todos nos amaramos, nos aceptáramos, nos comprendiéramos y hasta nos perdonáramos, fuéramos capaces de caminar juntos?
Hoy nos dice Jesús que nos está trasmitiendo todo esto para que tengamos su alegría en plenitud. Tener la alegría de Jesús es una hermosa experiencia, tendríamos que reconocer. La alegría de Jesús resucitado; la alegría de Jesús lleno del Espíritu; la alegría de estar en medio de nosotros, porque su delicia es estar con los hijos de los hombres; la alegría y la paz del pastor que encuentra la oveja perdida o el padre que acoge al hijo pecador que vuelve a la casa; la alegría y la fiesta del que nos invita al banquete de bodas y al festín donde ya no hay ni luto ni llanto ni dolor.
Es la alegría que hemos de tener porque nos sentimos amados de Dios y llenos de su Espíritu, porque ya Jesús nos llama amigos y nos trasmite todos los secretos del misterio de Dios; es la alegría y la paz de sentirnos acogidos por el abrazo del Padre a pesar de nuestras debilidades y pecados; es la alegría nueva y viva que vamos a sentir cuando vivimos como hermanos y nos amamos de verdad, alejando de nosotros todo tipo de envidias y resentimientos; es la alegría y el gozo que sentimos dentro de nosotros porque vamos dando pasos por hacer un mundo nuevo, un mundo mejor a imagen de lo que ha de ser el Reino de Dios.
Todo arranca desde el amor y todo se centra en el amor, decíamos en el comienzo de esta reflexión en torno a la Palabra de este domingo. Activemos el amor en nosotros y conoceremos a Dios; activemos el amor en nosotros y comenzaremos de verdad a sentirnos hermanos; activemos el amor en nosotros y alcanzaremos la alegría y la dicha en plenitud.