Vistas de página en total

sábado, 12 de septiembre de 2015

Busquemos en el Evangelio los verdaderos cimientos de nuestra vida que nos conduzcan por caminos de plenitud

Busquemos en el Evangelio los verdaderos cimientos de nuestra vida que nos conduzcan por caminos de plenitud

1Timoteo 1,15-17; Sal 112; Lucas 6, 43-49

¿Dónde hemos puesto los cimientos de nuestra vida? Bien sabemos que no podemos edificar pensando solamente en lo que van a ser los ornamentos de nuestro edificio. Si no hay un profundo cimiento sobre algo firme sabemos que todo se nos puede venir abajo en cualquier momento o ante cualquier tempestad o tormenta de la vida.
Los cimientos hemos de tenerlos bien anclados en nuestro corazón. Hemos de saber encontrar lo que sean los verdaderos fundamentos de nuestra vida, esos principios que nos den autentico sentido y valor. No nos podemos quedar en superficialidades ni apariencias, porque el brillo exterior pasa y desaparece y solo quedará lo que es la verdadera fortaleza de nuestra vida.
Hay demasiadas vanidades en la vida; corremos y nos afanamos por cosas que son superfluas y efímeras; buscamos la felicidad en las cosas que nos atraen por esos brillos externos y cuando no tenemos una verdadera profundidad en la vida buscamos sucedáneos que nos hagan pasar un buen momento aunque luego nos quede amargor en el corazón. Tenemos el peligro incluso de utilizar esas cosas buenas de la vida como si fueran lo único que merece la pena, pero cuando no le hemos dado un buen sentido y valor a lo que hacemos, o cuando incluso no hemos sabido valorar a las personas con las que estamos sino que en el fondo con ello lo que hacemos es buscarnos a nosotros mismos de una forma egoísta, luego sentiremos un vacío interior que no sabremos en verdad cómo llenarlo de sentido.
Hemos de saber tener verdadera madurez en la vida dándole profundidad a lo que hacemos. Como decíamos, hemos de saber encontrar ese verdadero cimiento de nuestra vida que nos lleve por caminos de plenitud. El cristiano que verdaderamente se ha encontrado con Cristo y su Palabra, que ha descubierto el evangelio como la verdadera luz de su vida, sabrá ir encontrando esos caminos de profundidad. Nos ha hablado Jesús del edificio construido sobre arena o sobre roca. ‘El que se acerca a mi, escucha mis palabras y las pone por obra’, nos dice Jesús.
Lo que nos va enseñando Jesús en el Evangelio es para que encontremos esa verdadera grandeza de nuestra vida. Y si vamos llenando nuestro corazón de esos valores que nos enseña el evangelio daremos auténticos frutos de justicia, de fraternidad, de amor, de paz en nuestras relaciones con los demás creando de verdad un mundo nuevo. Como nos decía hoy Jesús en el Evangelio  ‘lo que rebosa del corazón, lo habla la boca’. Por eso nos decía Jesús que por los frutos habría de conocérsenos.
Por eso hemos de darle autenticidad a nuestra relación con el Señor. No podemos vivir una religiosidad superficial, ni vamos al encuentro con el Señor para que nos resuelva milagrosamente nuestros problemas. No podemos hacer nuestra expresión religiosa solo de apariencias. La fe que nos lleva al encuentro con el Señor la hemos de vivir desde lo más profundo de nosotros mismos y luego ha de traducirse en las obras buenas y de justicia y amor que tengamos con los demás y nos haga comprometernos con el mundo que nos rodea.
Fundamentemos bien nuestra vida en Cristo. El es la verdadera Roca de nuestra vida.  Con Cristo a nuestro lado, con Cristo en el centro de nuestro corazón, ¿a quien hemos de temer? ¿quién nos puede derrotar?

viernes, 11 de septiembre de 2015

El camino de la vida no lo hacemos en solitario sino sintiendo la ilusión y la esperanza de los que comparten con nosotros sus sufrimientos y sus alegrías

El camino de la vida no lo hacemos en solitario sino sintiendo la ilusión y la esperanza de los que comparten con nosotros sus sufrimientos y sus alegrías

1Timoteo 1, 1-2. 12-14; Sal 15; Lucas 6, 39-42
El camino de la vida no es algo que hagamos en solitario. Ay de aquel que así quisiera hacerlo queriendo prescindir de todo y de todos. Es cierto que cada uno ha de realizar su propio esfuerzo, caminar sus propios pasos y hacer su propio camino, pero no vamos solos. A nuestro lado siempre hay quien está haciendo camino y en muchas cosas podemos coincidir y lo normal es que quienes van haciendo camino juntos se ayuden, se apoyen, se animen mutuamente y hasta en ocasiones seamos capaces de llevarles las cargas de los demás. Pero el camino que hacemos, la meta que ansiamos necesariamente tendría que hacernos solidarios los unos con los otros.
Esto vivido en un plano meramente humano es realmente hermoso y estimulante. En ese camino vamos construyendo juntos, porque juntos compartimos ilusiones y esperanzas y querríamos poder superar las dificultades propias de ese camino, pero también desearíamos que el camino, o el mundo en el que vivimos y por el que vamos haciendo ese camino, sea cada día mejor dejándoselo así como buena y hermosa herencia a los que vienen detrás de nosotros. Si nos encontramos una piedra o un obstáculo atravesado en el camino no solo nos vamos a preocupar de sortearlo, sino que además quisiéramos quitar ese obstáculo para que no se encuentren con él los que vienen detrás.
Cuando ese camino además lo hacemos desde un sentido distinto y superior, porque queremos seguir los caminos que nos traza el evangelio en el que nuestra meta la tenemos en Cristo y en el Reino de Dios, con mayor razón aun nos damos cuenta que ese camino no lo hacemos solos, que necesitamos sentir esos pasos de los hermanos que caminan junto a nosotros haciendo ese mismo camino, pero que la común esperanza, el mutuo amor  y la fe que nos anima harán que nos sintamos como más obligados, desde el amor, a ayudarnos y a apoyarnos los unos en los otros para hacer ese camino.
Creo que en la onda de lo que estamos reflexionando nos pueden ayudar mucho las palabras que le escuchamos a Jesús hoy en el evangelio. Es cierto que, como nos dice Jesús, un ciego no puede guiar a otro ciego, y va en el sentido de que quitemos el orgullo que nos ciega y nos impide ver la realidad del camino que hacemos. Nunca será desde el pedestal de nuestro orgullo desde el que vamos a caminar junto a los demás. Hemos de sentirnos en ese plan de igual de quienes se sienten hermanos y con humildad sabemos tendernos la mano para apoyarnos como para ofrecer una buena palabra que nos evite esos tropiezos que podamos encontrar en el camino.
Qué hermoso cuando sabemos hacerlo así; que alegría e ilusión nos da el hacer un camino así donde compartimos tanto alegrías como sufrimientos; se nos hace más llevadero el camino y es que haciéndolo así vamos a sentir la compañía y la fuerza del Espíritu del Señor que siempre llenará nuestra vida.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Hagamos un mundo más humano sembrando semillas de amor y de perdón para que encontrar la verdadera paz para todos

Hagamos un mundo más humano sembrando semillas de amor y de perdón para que encontrar la verdadera paz para todos

Colosenses 3,12-17; Sal 150; Lucas, 6,27-38
Qué desgraciada hacemos nuestra vida cuando en nuestro orgullo llenamos el corazón de violencias, resentimientos, envidias, desconfianzas. En nuestro orgullo nos cegamos y creemos que porque guardemos rencor y no perdonemos a aquel que nos haya podido ofender somos nosotros los que salimos ganando, pero hemos de reconocer que en el fondo nos sentimos más infelices, más insatisfechos y como suele suceder entramos en una espiral que seguirá generando en nosotros más y más destructores sentimientos.
Es a nosotros a los primeros que nos hacemos daño cuando guardamos en nosotros esos malos sentimientos, aunque nos cueste reconocerlo y que pensemos que acaso todo eso es consecuencia de aquel mal o aquella ofensa que nos hayan hecho. Somos nosotros mismos los que nos estamos haciendo daño guardando esos resentimientos y no perdonando.
Qué hermoso es que lleguemos a sentir verdadera paz en el corazón dejando que no nos afecten esa malquerencia que podamos sufrir siendo generosos para no tener en cuenta lo que nos hayan podido hacer, para olvidar, pasar pagina y llegar incluso a tener la valentía de perdonar. No valoramos lo suficiente esa paz del corazón y por eso no la buscamos de verdad y no ponemos empeño en superar nuestros orgullos.
Y esto es lo que nos enseña Jesús en el sermón de la montaña. Quiere el Señor que mantengamos esa paz en el corazón para que seamos capaces de ser en verdad constructores de paz en medio de nuestro mundo que tanto la necesita. Hay demasiados orgullos y violencias en el mundo que nos rodea, excesivos resentimientos y rencores, muchas e innecesarias marginaciones y divisiones que nos vamos creando y nos van separando cada vez más.
Por eso Jesús nos enseña a ir sembrando las semillas del amor y de la bondad, del perdón y del olvido de la ofensas, de la autenticidad en la vida que nos lleve a trabajar sinceramente por el bien de los demás. Muchas buenas semillas tenemos que ir sembrando en nuestro mundo que aunque aparentemente muchas veces nos parezca que no dan fruto, quizá pasen un tiempo enterradas en el corazón pero un día han de germinar y producir buenos frutos.
Alguna vez quizá nos ha sucedido que de repente brota en nosotros un buen sentimiento que pensábamos que no erramos capaces de tener, pero que ha sido una buena semilla que alguien un día enterró y ahora germina y comienza a dar fruto. Es la esperanza con la que trabajamos por lo bueno; es la esperanza con que los padres al educar a sus hijos van sembrando esas buenas semillas que quizá no ven brotar tan pronto como quisieran pero que un día han de salir a flote; es la esperanza con que todos hemos de ir siempre haciendo el bien.
Hemos escuchado que Jesús nos habla hoy del amor a los enemigos y del perdón. ‘A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian…si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?... Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros’. Queden ahí textualmente las palabras de Jesús que hemos de escuchar en lo más hondo del corazón. Ha de ser esa buena semilla que un día germinará y fructificará.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Un mensaje desconcertante pero que si aprendemos a vivirlo llenaremos de una nueva luz nuestra vida y nuestro mundo

Un mensaje desconcertante pero que si aprendemos a vivirlo llenaremos de una nueva luz nuestra vida y nuestro mundo

Colosenses 3, 1-11; Sal 144; Lucas 6, 20-26

El mensaje de las bienaventuranzas siempre es totalmente desconcertante. Parece que no se pudieran decir unas palabras así. Son incomprensibles para nuestra manera humana de entender y nos queremos dar muchas explicaciones.
El texto de Lucas es más breve y escueto, pero podríamos decir también que más duro. Simplemente nos dice: ‘dichosos los pobres… dichosos los que tienen hambre… dichosos los que lloran…’ Parece que eso no se puede decir. ¿Qué dicha pueden tener los que nada tienen, los que lloran y sufren o los que no tienen que comer? De la misma manera que sus ‘ayes’ o lamentaciones. ‘¡Ay de vosotros, los ricos… ay de vosotros, los que ahora estáis saciados… ay de vosotros los que ahora reís…!’
Y nos dice que de los pobres es el Reino de los cielos, que los que lloran encontrarán consuelo, o los que tienen hambre quedarán saciados, de la misma manera que se lamenta de los ricos porque ya tienen todo su consuelo en las cosas que tienen, o de los que están saciados terminarán teniendo hambre, o los que ahora ríen harán duelo y llorarán.
¿Qué nos dice Jesús? ¿Qué promete? Nos está hablando del Reino de los cielos, nos está hablando de un mundo nuevo, nos está hablando de la esperanza de que un día todo esto cambiará y será distinto.
La pobreza será siempre pobreza y será dolorosa, es cierto, pero quizá podremos aprender a valorar lo que es verdaderamente importante y donde habremos de poner nuestro corazón; desde nuestro sufrimiento quizá podremos aprender a mirar con mirada nueva a los demás y entender mejor el sufrimiento de los otros y compartiendo ese dolor encontrar una esperanza que nos dé verdadero consuelo; desde nuestras necesidades aprenderemos a compartir y el pan compartido aunque sea poco será menos amargo.
Es un mundo nuevo, es un estilo nuevo que será difícil de comprender para los que se sienten ya saciados y hasta hartos en si mismos y en lo que tienen. Es un mundo nuevo en el que descubriremos nuestros vacíos cuando queremos llenar la vida simplemente de cosas y no hemos sabido valorar a las personas ni lo que es una verdadera amistad.
Es un mundo nuevo en el que la más pequeña flor hará brillar los ojos con un nuevo resplandor y el más pequeño detalle de amor que tengamos con los demás va a resplandecer con un brillo especial y podrá llenar de alegría y de dicha muchos corazones.
Cuando nos encontramos con personas a nuestro lado que saben compartir parece que nuestra vida se llena de luz, hay en nosotros un nuevo resplandor porque renace la esperanza, porque nos damos cuenta que podemos hacer un mundo mejor, porque vamos venciendo todo mal y todo egoísmo.
Es el estilo nuevo del Reino de Dios; es el estilo nuevo que ponemos en nuestra vida cuado tenemos a Dios como único centro de nuestra existencia, el único Señor de nuestra vida. Escuchemos de verdad el mensaje de Jesús y pongamos el espíritu de las bienaventuranzas en el estilo y sentido de nuestra vida. 

martes, 8 de septiembre de 2015

Celebramos con devoción el nacimiento de María, Virgen perpetua y Madre de Dios, cuya vida ilustra de esplendor a todas las Iglesias

Celebramos con devoción el nacimiento de María, Virgen perpetua y Madre de Dios, cuya vida ilustra de esplendor a todas las Iglesias

Miqueas 5, 1-4ª; Sal 12; Mateo 1,1-16.18-23

‘Celebremos con devoción en este día el nacimiento de María, Virgen perpetua y Madre de Dios, cuya vida ilustra de esplendor a todas las Iglesias’. Así proclama una de las antífonas de la liturgia en este día de Natividad de la Virgen María.
Con María se derramaron todas las bendiciones de Dios para toda la humanidad. Con María nos llegó Jesús. Ella es como la aurora que anuncia la llegada de la salvación. María es bendita de Dios, la bendecida del Señor con todas las gracias. ‘Llena eres de gracia porque el Señor está contigo’, le dijo el ángel en la Anunciación. El Señor se fijó en María, la escogió y predestinó desde toda la eternidad para que fuese la Madre del Hijo de Dios hecho hombre. En sus purísimas entrañas habría de encarnarse el Hijo de Dios y así nos llegaría el Salvador, así llegaría la salvación para toda la humanidad.  
Justo es que nos alegremos en su nacimiento por todo lo que iba a significar para la humanidad. Si en la vida nuestra de cada día recordamos y celebramos el día de nuestro nacimiento y festejamos el cumpleaños de aquellos seres cercanos y queridos de nosotros, con razón nosotros tenemos que festejar el cumpleaños de María, celebrar su nacimiento como hoy lo hacemos.
Muchas son las advocaciones con que la invocamos en este día en nuestras Iglesias. Por mencionar advocaciones cercanas en mi geografía particular la llamamos Virgen de la Luz y Virgen de los Remedios, aunque también se celebran otras fiestas de la Virgen en su patronazgo sobre pueblos y regiones en nuestro entorno, como es la Virgen del Pino en nuestra diócesis hermana de Canarias. Da igual el nombre con que la invoquemos, porque quiere expresar un vínculo de especial devoción o queremos resaltar de alguna manera lo que María puede significar en el camino de nuestra vida. Lo importante es el amor que le tenemos porque es la madre, la Madre del Señor y también nuestra madre.
Y como los buenos hijos que quiere alegrar el corazón de la madre al ofrecerle las flores de nuestro amor y nuestro cariño lo queremos expresar también sintiéndola cercana a nosotros, pero queriendo acercarnos nosotros a ella no solo para manifestarle nuestras cuitas y deseos sino también para escucharla y sentirla cerca de nuestro corazón como los hijos hacen siempre con las madres.
Escuchamos a María que siempre nos está mostrando a Jesús y señalando el camino que nos lleva a Jesús. Con ella siempre encontraremos a Jesús y en El nuestra vida y nuestra salvación. Así nos lo muestra el evangelio cuando los pastores, los magos de oriente o las gentes de Belén o los ancianos del templo hasta ella se acercan; encontrarán siempre a Jesús. Pero a ella la contemplamos también siguiendo los pasos de Jesús para plantar la Palabra de Dios en su corazón igual que un día el Verbo de Dios se había encarnado en sus entrañas. Y a ella la contemplaremos también al lado de Jesús en el momento supremo de la entrega, del sacrificio; allí junto a la cruz de Jesús estaba María, su madre.
¿No serán esos los caminos que María nos está señalando ya desde el día de su nacimiento? seguir esos caminos que ella nos señala será, pues, la mejor forma de presentarle nuestra felicitación en su nacimiento, hacerle la más hermosa ofrenda de amor filial. Amemos así a María, sintamos amor tan cercano, tan dentro de nuestro corazón, y escuchemos y sigamos el camino que nos señala que nos llevará siempre hasta Jesús.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Dejemos que el Señor nos cure de esas cegueras, nos libere de esas parálisis de nuestro espíritu, ponga una mirada nueva en nuestros ojos

Dejemos que el Señor nos cure de esas cegueras, nos libere de esas parálisis de nuestro espíritu, ponga una mirada nueva en nuestros ojos

Colosenses, 1,24-2,3; Sal 61; Lucas 6,6-11

En este texto del evangelio en que vemos cómo Jesús en la sinagoga cura al hombre que tenía el brazo con parálisis a pesar de ser sábado, no termina uno de entender la postura y la actitud de los escribas y fariseos que daba la impresión que no buscaban el bien de aquel hombre. Para ellos primaba más la ley y la norma que la persona, que aunque con aquel precepto se buscaba el que se diera gloria al Señor en el sábado sin embargo olvidaban que damos gloria al Señor más profundamente cuando buscamos el bien del hombre.
Pero, ¿buscaremos siempre nosotros el bien de las personas en el actuar de nuestra vida? Es cierto que vemos despertar en nuestra sociedad unos nuevos aires de solidaridad y nos sentimos afectados por el sufrimiento de nuestro mundo y vemos surgir muchos movimientos con ese sentido de solidaridad. Testigo de esto son también las redes sociales que se llenan de mensajes cuando se ve alguna situación de injusticia o cuando sale a relucir el sufrimiento de tantos inocentes y que de alguna manera nos hacen salir de nuestro letargo. Eso es bueno, lo considero como algo positivo que se ve en el resurgir de nuestra sociedad y hay que saber valorarlo.
En esas situaciones más notorias - estos días estamos viendo esos movimientos de solidaridad ante esa avalancha de emigrantes que huyendo de las guerras tocan a las puertas de Europa o los que cruzan el Mediterráneo que se ha llenado también de cadáveres provenientes de África - parece que hay un nuevo despertar, pero hemos de cuidar el día a día que vivimos con los más cercanos a nosotros y que tenemos el peligro de cerrar los ojos o no quererlos ver.
Pesan aún muchas parálisis en nuestra mente cuando de manera cercana tocan a las puertas de nuestra solidaridad. Si en el evangelio contemplamos aquellas reservas que se hacían los escribas y fariseos ante lo que Jesús pudiera hacer o no aquel sábado en la sinagoga, también en nuestra mente podemos hacernos nuestras reservas cuando se nos acerca alguien por la calle solicitándonos una ayuda o una limosna o los contemplamos a las puertas de nuestras Iglesia, por ejemplo.
Seamos sinceros con nosotros mismos y enfrentémonos con esa parálisis de nuestra mente tan llena de sospechas, de desconfianzas, o con las que quisiéramos dar lecciones de cómo hacer las cosas, pero quizá nosotros no movemos un dedo. Es la realidad que pesa en nuestro interior tan lleno de suspicacias y que tiende a que cerremos los ojos para no ver, que pasemos de largo para que no nos molesten o hieran nuestra sensibilidad, o no nos distraigan de aquellas cosas que decimos que tenemos que hacer porque ahora voy a mi trabajo, porque ahora yo voy a Misa y que no me molesten, porque ahora yo estoy ocupado en mis cosas y así tantas y tantas disculpas que nos buscamos y nos inventamos.
¿Qué es lo que realmente tenemos que hacer? Dejemos que el Señor nos cure de esas cegueras, nos libere de esas parálisis de nuestro espíritu, ponga una mirada nueva en nuestros ojos, transforme nuestro corazón endurecido en el orgullo por un corazón de carne lleno de misericordia. Actuaríamos de una forma distinta, tendríamos otra mirada y nuestra solidaridad sería verdaderamente eficiente.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Aún en medio de tantas negruras que nos hacen preguntarnos ¿dónde está Dios? abramos los ojos y destapemos los oídos porque viene el Señor con su salvación

Aún en medio de tantas negruras que nos hacen preguntarnos ¿dónde está Dios? abramos los ojos y destapemos los oídos porque viene el Señor con su salvación

Isaías 35, 4-7ª;Sal. 145; Santiago 2, 1-5; Marcos 7, 31-37
‘Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará’. Viene el Señor y viene en persona; viene el Señor y llega la salvación. Así anuncia claro y valiente el profeta. Pero ¿todos verán y sentirán esa salvación anunciada, esa venida del Señor? Por eso el profeta sigue diciendo que han de abrirse los ojos del ciego, los oídos del sordo, que lo verán como una señal cuando los desiertos se llenen de aguas y de manantiales y todo lo reseco comience a reverdecer.
Las imágenes que nos ofrece el profeta son como las de un poeta - hemos de reconocer incluso la belleza literaria de sus palabras - porque los poetas utilizando las mismas palabras que nosotros utilizamos todos los días sin embargo les dan un significado más profundo, un significado muchas veces que nos parece oculto y que hemos de saber interpretar, saber leer en su sentido. Es la manera en que ahora nos está hablando el profeta. Todo tiene su sentido y su significado. Nos invita a ser fuertes y alejar de nosotros toda cobardía y todo temor.
Y es que ante ese anuncio que nosotros también hacemos algunos quizá sigan preguntándose ¿y dónde está Dios? Hace unos días era el grito amargo de un amigo que está pasando por verdadero drama familiar y me hacia, me gritaba esa pregunta. ¿Dónde está Dios? Yo no creo en Dios, me decía, porque no lo veo ahora que lo necesito y que grito por El.
¿Dónde está Dios? quizá muchos se hayan preguntado ante estas imágenes que hemos visto estos mismos días de esas familias que huyen de la guerra y cruzan mares y países y se ven encerrados ante unas fronteras que no se les abren.
¿Dónde está Dios? más de uno se habrá preguntado cuando hemos visto esa imagen del niño muerto en la orilla de la playa cuando su familia quería atravesar los mares y naufragaban ya casi a las puertas de poder conseguirlo. Es una pregunta, un grito que quizá oímos resonar repetido en muchas gargantas y en muchos corazones en sus tormentos, en sus sufrimientos, en las injusticias humanas que sufren.
Los sufrimientos de tantos inocentes que contemplamos a lo largo y a lo ancho de nuestro mundo, los tormentos y sufrimientos que quizá podamos sufrir nosotros también en nuestros cuerpos doloridos por enfermedades o en nuestro espíritu pueden cegarnos y nos pueden algo así como incapacitar para ver la luz, para encontrar respuestas, para encontrar a Dios, a quien buscamos quizá como un solucionador de problemas que con su varita mágica nos vaya sacando de esos precipicios en que nos vemos abocados.
Pero recordemos las imágenes del profeta cuando nos decía que venía Dios con su salvación. Nos hablaba de que era necesario abrir los ojos ciegos o destapar los oídos cerrados para poder ver y para poder oír. Imágenes que son las señales de la llegada del Reino, de la llegada del Mesías Salvador.
¿Dónde están esos ojos ciegos, tenemos que preguntarnos, esos oídos cerrados? Quizá vamos buscando el milagro que abra los ojos de los ciegos que haya a nuestro alrededor en el mundo, o de esas personas que no oyen ni pueden hablar por deficiencias orgánicas que puedan tener en su cuerpo. Pero ¿no tendríamos más bien que mirarnos a nosotros mismos y ver la ceguera o la sordera que pudiera haber en nuestro espíritu, en nuestro corazón?
Ese es el signo del que nos habla verdaderamente el profeta y que vemos realizar a Jesús en el evangelio. ‘Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos’. Y aquel hombre se dejó hacer. ‘El, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua’. Necesitamos que nos toque el Señor - ‘metió los dedos en los oídos y la saliva le tocó la lengua -, que la mano del Señor llegue a nosotros. Pero llegará esa mano del Señor como El quiera. Porque somos muy reticentes y queremos que las cosas se hagan a nuestra manera, como a nosotros nos gustaría.
Y ahí en esas amarguras que tenemos en nuestra vida, esas cosas que nos duelen y que nos hacen gritar incluso hasta algunas veces contra Dios - no temamos reconocerlo, que tenemos dudas, que nos hacemos preguntas, que nos rebelamos interiormente - tratemos de abrir los ojos para ver al Señor, para escuchar en nuestro corazón esa palabra que nos dice que nos tengamos miedo ni nos acobardemos, que seamos valientes aunque haya muchas negruras en nuestra vida, porque ante nosotros se pueden abrir caminos nuevos. Quizá muchas veces nos cueste encontrarlos pero no desesperemos que la Palabra del Señor es veraz y es fiel y la Palabra del Señor se cumple. Tratemos de sintonizar con el Señor aunque muchos sean los ruidos que haya en las ondas amargas de la vida porque El dejará oír su voz, nos hará sentir su salvación.
Entendemos las palabras casi poéticas del profeta, pero que son verdaderos signos y señales para nuestra vida. Y la vida florecerá; no sabemos cómo porque el desierto nos parece demasiado erial, un día brotarán esos manantiales de gracia que reverdecerán el campo de nuestra vida y florecerá la gracia del Señor en nosotros para que en verdad podamos dar frutos.
Avivemos nuestra fe y nuestra esperanza. ‘Effetá’, nos dice también a nosotros tocando nuestra vida con su gracia.