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sábado, 5 de diciembre de 2015

El rostro compasivo y misericordioso de la Iglesia con todos los pecadores y los que sufren hace presente el Reino de Dios

El rostro compasivo y misericordioso de la Iglesia con todos los pecadores y los que sufren hace presente el Reino de Dios

Isaías 30,19-21.23-26; Sal 146; Mateo 9,35–10,1.6-8

‘Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas…’ En pocas palabras resume el evangelista la manera de actuar de Jesús.
Y nos sentimos confortados. Sabemos cómo en Jesús encontramos consuelo y alivio en nuestros sufrimientos, carencias y necesidades. Contamos con Jesús, con su amor, con su compasión, que humanamente no siempre encontramos en los demás. Como nos decía el profeta cuando el Señor vende la herida de su pueblo y cure la llaga de su golpe’ sentiremos paz en nuestro corazón, alivio y salud en nuestros sufrimientos, consuelo en nuestras penas y soledades, salvación para nuestra vida. Con confianza total podemos acudir a Jesús, tenemos que acudir a Jesús.
Pero es la misión que nos ha encomendado; es la misión que le ha encomendado a sus discípulos y a cuantos creen en El; es la misión que tiene que seguir realizando la Iglesia. ‘Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. A estos doce los envió…. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis’.
Así tiene que manifestarse siempre y con todos la Iglesia, compasiva y misericordiosa. No pueden ser otros los sentimientos ni la manera de actuar con los pecadores, con todos los que sufren. Quiere hacerlo la Iglesia y ahí contemplamos cuantas obras de misericordia realiza en sus hijos a través de todos los tiempos y en todos los lugares. Ahora estamos a las puertas del año de la misericordia al que nos ha convocado el Papa y que comenzará el próximo martes.
Que se manifieste esa misericordia de verdad en el rostro de la Iglesia y así lo expresen sus pastores para con todos, y así lo vivamos todos los creyentes en Jesús los unos con los otros. Demasiadas veces nos hemos manifestado o se ha manifestado la Iglesia con un rostro demasiado severo y justiciero. Hay muchos que están sintiendo sobre sí ese rostro severo y no llegan a descubrir esa misericordia del Señor que les ha de llegar en el rostro de la Iglesia. Jesús acogía siempre a los pecadores, a todos los pecadores y para todos tenía esa palabra y ese gesto de la paz y del perdón. Algunas veces pudiera dar la impresión de que para algunos no es esa paz que viene de Dios por algunas manifestaciones que escuchamos o palpamos en nuestro entorno. Y el perdón y la paz que ofrece Jesús son para todos.
Que nosotros que sentimos en nuestra vida esa mirada misericordiosa del Señor seamos capaces de llevar esa paz a los demás, a todos, porque siempre nuestro corazón esté lleno de la ternura y misericordia del Señor y así con esa compasión y ternura nos acerquemos nosotros a los demás. Que no  nos falte esa ternura para con los demás; que siempre llevemos una sonrisa en nuestro rostro cuando nos acerquemos al otro sea quien sea; que abramos en verdad nuestro corazón para que en él quepan todos nuestros hermanos. Así haremos presente el Reino de Dios como lo iban haciendo los discípulos de Jesús curando a los enfermos limpiando a los leprosos, resucitando a los muertos, echando a los demonios. Son tantas las cosas que en este sentido podemos hacer. Así haremos un  verdadero camino de Adviento.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Reconociendo nuestras cegueras y oscuridades con la nueva luz de Jesús en nuestra vida sembremos amor y esperanza en los que caminan a nuestro lado

Reconociendo nuestras cegueras y oscuridades con la nueva luz de Jesús en nuestra vida sembremos amor y esperanza en los que caminan a nuestro lado

Isaías 29, 17-24; Sal. 26; Mateo 9,27-31

 ‘Aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos’. Así lo anunciaba el profeta para los tiempos mesiánicos. En el Evangelio como un signo lo vemos realizado.
Jesús realiza el milagro, es cierto. Hasta Jesús acudían aquellos dos ciegos gritándole: ‘Ten compasión de nosotros, hijo de David’.  Quieren ver, no quieren seguir en su ceguera. Triste es la vida de unos ojos sin luz. Tenían la confianza absoluta de que en Jesús podían encontrar luz para sus ojos. Y así sucedió. ‘Que os suceda conforme a vuestra fe. Y se les abrieron los ojos’. Comenzaron a ver y a pesar de la prohibición de Jesús de que el hecho se conociera ellos no paraban de hablar de Jesús. Es que no podían hacer otra cosa que dar gloria a Dios por lo sucedido dándolo a conocer a todo el mundo.
Son los signos de los tiempos mesiánicos, decíamos desde el principio de nuestra reflexión, y como un signo lo vemos realizado en Jesús. Es cierto, los milagros son signos. No es solo la oscuridad de nuestros ojos ciegos lo que Jesús viene a curar. Hay otra oscuridades más hondas cuando nos falta la fe; oscuridades cuando caminamos como sin sentido por la vida sin saber a donde vamos ni qué debemos hacer; oscuridades en nuestras soledades cuando nos sentimos como aislados de los demás o sin el apoyo que en determinados momentos quizá necesitamos; silencios y caminos oscuros que vamos haciendo en la vida en medio de nuestras luchas y los problemas que nos van apareciendo en la vida; oscuridades porque quizá hemos elegido caminar solos y sin contar con nadie, pero peor aun sin nosotros querernos comprometernos con nada ni con nadie; oscuridades porque cerramos los ojos ante las necesidades o los problemas de los demás porque creemos que lo nuestro ya lo tenemos resuelto por nosotros mismos.
Tenemos que pararnos en ese camino sin sentido que muchas veces vamos recorriendo en nuestra inconsciencia para reconocer nuestras cegueras y buscar la verdadera luz que ilumine nuestras vidas. Por ahí tenemos que comenzar, por reconocer nuestras cegueras y nuestras oscuridades. Y que surja, sí, el grito desde nuestro corazón como el de aquellos ciegos de los que nos habla el evangelio. ‘Ten compasión de nosotros, hijo de David’.
Pidamos al Señor esa luz que necesitamos; que se nos despierte la fe; que volvamos a tener esperanza en algo nuevo que se puede realizar en nuestra vida; que se nos abran los ojos para los caminos nuevos que el Señor nos va señalando; que se despierte la sensibilidad de nuestro corazón para saber mirar con mirada nueva a nuestro alrededor y ver allí donde podemos poner luz, poner paz, poner esperanza en tantos que caminan a nuestro lado y lo necesitan. Que desaparezcan nuestros miedos y cobardías que tantas oscuridades van sembrando en nuestro corazón.
Que caminemos a la luz de la fe y del amor para que en verdad sigamos a Jesús, nos podamos encontrar con Jesús.

jueves, 3 de diciembre de 2015

El proyecto de la vida cristiana es el proyecto de amor que Dios Padre tiene para nosotros que hemos de saber descubrir y realizar

El proyecto de la vida cristiana es el proyecto de amor que Dios Padre tiene para nosotros que hemos de saber descubrir y realizar

Isaías 26,1-6; Sal 117; Mateo 7,21.24-27

Las imágenes que nos propone Jesús en el evangelio son fáciles de entender porque todos tenemos la experiencia o sabemos que para poder levantar un edificio se han de tener primero unos buenos cimientos. Nos vale en el tema de la construcción pero es imagen para lo que son los proyectos que nos hacemos y queremos realizar en la vida.
Hemos de tener claro qué es lo que queremos conseguir, pero también estudiamos detenidamente cómo vamos a conseguirlo, los medios con los que contamos o los que necesitaríamos para poderlo realizar, los pasos que se han de ir dando poco a poco, pero también si nos sentimos capaces y con medios para poder comenzar a realizarlo. Son los fundamentos necesarios para un buen proyecto que luego no se nos quede truncado por falta de previsiones.
Nos vale, digo, en todos los aspectos de la vida, porque no es cuestión solamente de ser buenos soñadores que nos imaginemos las cosas o que nos quedemos en bonitas palabras que luego no somos capaces de plasmarlas en el día a día de la vida. Necesitamos buenos fundamentos, buenos cimientos siguiendo con la imagen. Nos vale en todo lo que hace referencia a nuestra fe y al seguimiento de Jesús. No nos podemos quedar en entusiasmos de un momento. Esos entusiasmos y fervores nos animan, pero hemos de poner los pies sobre la tierra en el sentido de que hemos de fundamentar bien nuestra fe.
Muchos se quedan en una religiosidad fruto de una emoción o en otras ocasiones que surge desde nuestras necesidades, nuestros problemas o nuestras angustias. Acudimos a Dios como un refugio o una solución fácil y pronta para todo, surgen las lágrimas de la emoción o del sufrimiento en el que andemos metidos y nos hacemos mil promesas que, o bien pronto olvidamos cuando pasamos de aquella situación, o bien se queda en la ofrenda de cosas pero que realmente no tocan nuestro corazón y la raíz que dé sentido a nuestra vida.
Nuestra religiosidad, nuestra relación con el Señor tiene que ser algo mucho más hondo en lo que impliquemos toda nuestra vida. Nuestra relación con el Señor no se puede quedar en algo momentáneo movido por esas situaciones quizá imprevistas que se nos presenten y que nos puedan angustiar.
Jesús nos enseña continuamente en el evangelio cómo hemos de saber dirigirnos y encontrarnos con Dios. Es nuestra Roca y la fortaleza de nuestra vida, pero es el Padre bueno que nos ama y con quien hemos de saber mantener una relación de amor, correspondiendo a su amor, filial cuando nos sentimos hijos porque nos gozamos en su amor de Padre. No es un amor solo de palabras sino que tiene que ser un amor que surja desde lo más hondo de nuestra vida; es un amor se que se va a plasmar en hacer aquello que el Señor quiere, lo que es su voluntad que se refleja en sus mandamientos y que no nos están pidiendo otra cosa que una integridad de nuestra vida por una parte y una vida llena de amor para los demás a quienes hemos de considerar siempre como unos hermanos.
Como nos dice hoy en el evangelio no nos basta decir ‘Señor, Señor’ sino en cumplir la voluntad del Padre que está en el cielo. Es el fundamento de nuestra vida, de nuestro amor, de lo que somos y de lo que queremos ser. Es la realización de ese gran proyecto de amor que Dios tiene para cada uno de nosotros.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Demos respuesta con nuestra solidaridad y desprendimiento a ese mundo de dolor y sufrimiento que nos rodea buscando una esperanza

Demos respuesta con nuestra solidaridad y desprendimiento a ese mundo de dolor y sufrimiento que nos rodea buscando una esperanza

Isaías 25,6-10; Sal 22; Mateo 15,29-37

‘Acudió mucha gente a Jesús…’ Había venido bordeando el lago, había subido al monte y acudió mucha gente a Jesús que sentado les enseñaba. Acudían a Jesús, dice el evangelio, trayendo a sus enfermos para que los curase,  ‘tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros’; venían con sus sufrimientos y con sus dolores, con sus discapacidades y con todas aquellas cosas que les impedían ser felices haciendo una vida normal; venían hasta Jesús con las ansias más profundas de su corazón, sus necesidades y sus inquietudes, con hambre de bien, de justicia, de paz, de amor quizá.
Y dice el evangelio que Jesús los curaba. Como había anunciado el profeta ‘Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país’. Enjugaba las lágrimas, consolaba, curaba, daba vida. Jesús quería saciar las ansias más nobles había en el corazón del hombre.
Jesús se dio cuenta de que llevaban varios días detrás de él y no tenían que comer. Y llamó a sus discípulos más cercanos para comentárselo. ¿Para descubrirles quizá lo que ellos tendrían que hacer? Entienden, es cierto, que es mucha la gente que está allí siguiendo a Jesús pero no saben que hacer porque están en despoblado y no tienen donde comprar pan.
Buscaban remedios, buscamos remedios. Pero Jesús quiere enseñarnos como tenemos que actuar, qué es lo que tenemos que hacer. No podemos buscar fuera de nosotros soluciones. Busquémoslas en nosotros mismos. Aparecerá la solidaridad de quien pone a disposición los pocos panes que tiene. Puede parecer que aquello no vale para tantos. Pero el pan se multiplicará y todos comerán hasta saciarse.
Por aquí podemos ir descubriendo algo en este camino de adviento que vamos haciendo. Estamos nosotros con nuestra vida y con nuestras inquietudes, también quizá con nuestros sufrimientos o soledades, o con nuestras ansias de hacer algo cuando contemplamos ese mundo que nos rodea con sus problemas, con sus sufrimientos, con su hambre que no solo es de pan.
¿Qué podemos hacer nosotros que somos tan poquita cosa? Jesús nos está señalando caminos y comprometiéndonos. Tendremos solo siete panes y unos pocos peces pero eso que nos parece pequeño puede convertirse en grande. Despertemos nuestra solidaridad; seamos capaces de desprendernos de nuestro yo, de nuestro pensar solo en nosotros mismos, de lo que tenemos aunque nos parezca que es poco y quizá no nos baste ni para nosotros mismos.
Comencemos a hacernos presente en ese mundo de sufrimiento llevando una sonrisa de esperanza; sepamos tener una palabra buena que conforte y que anime; vayamos realizando gestos de cercanía junto a aquellos que están envueltos en sus angustias, aunque no sea otra cosa que hacernos presentes; abramos los ojos bien fuerte para ver el dolor de tantos a nuestro lado aunque eso nos parezca que nos puede herir por dentro. Vayamos sembrando esas pequeñas semillas quizá pero que se convertirán en una espiral de amor que se irá agrandando y hará que muchos a nuestro alrededor vayan comenzando a sonreír también en su corazón.
Estaremos haciendo presente al Señor. Aquello que decía el profeta: ‘Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte’.

martes, 1 de diciembre de 2015

En el camino del adviento seamos desde nuestra humildad y ternura instrumentos con los que creemos lazos de armonía y paz en los que nos rodean

En el camino del adviento seamos desde nuestra humildad y ternura instrumentos con los que creemos lazos de armonía y paz en los que nos rodean

Isaías 11, 1-10; Sal 71; Lucas 10, 21-24

Aquel dicho antiguo de que el hombre es un lobo para el hombre encuentra hoy su contrapartida en la Palabra del Señor que hemos escuchado. Es la triste realidad que todos podemos constatar; muchas veces los hombres parecemos lobos que nos queremos tratar a los otros hombres.
¿No es eso lo que sucede en nuestro mundo tan roto por guerras y rivalidades? ¿No es ese el endurecimiento del corazón con que en nuestros orgullos y ambiciones ciegas nos tratamos injustamente los unos a los otros? ¿No es así la insensibilidad en que nos encerramos en nosotros mismos en que cada uno solo piensa en si mismo olvidándose de los demás? ¿Por qué somos así? ¿Por qué llegamos esas situaciones tan duras e injustas?
Muchas preguntas, muchas negruras, muchas inquietudes que quizá surjan en la bondad de nuestro corazón o en lo mejor que tengamos en nosotros mismos. Creo que es bueno que pensemos y analicemos estas cosas. Es nuestra vida real de cada día en la que no nos sentimos satisfechos, porque aunque muchas veces todos podamos haber actuado así, cuando nos viene un momento de lucidez nos damos cuenta de nuestros errores y quisiéramos que las cosas fueran de otra manera.
Y es además, que en este camino de adviento que como creyentes y cristianos estamos queriendo hacer, hemos de recorrerlo partiendo precisamente de ese carril de nuestra vida con esas negruras y sombras, con esos interrogantes y también con esas esperanzas. La esperanza es una virtud fundamental que avivamos de manera especial en este tiempo de Adviento, porque decimos que estamos a la espera de la llegada del Señor a nuestra vida. Y el Señor viene a nuestra vida a poner luz en esas oscuridades, a sanarnos en todas esas flaquezas que nos debilitan y nos llevan por caminos de muerte.
Viene el Señor y nos llena de su Espíritu; viene el Señor con su espíritu de prudencia y sabiduría, de consejo y valentía, de ciencia y de temor del Señor. Viene el Señor y quiere transformar nuestro corazón. Son bellas las imágenes que nos ofrece el profeta donde vemos una naturaleza reconciliada donde no tienen por que haber enemigos ni enfrentamientos, sino que todo ha de ser paz y armonía. Son las imágenes bellas de esas fieras que podrían ser enemigos irreconciliables y sin embargo pacen juntos en total armonía. Ojalá reconstruyéramos era armonía de la naturaleza, y no me quedo en lo ecológico sino que voy más allá pensando en la armonía que tendría que haber entre todos los hombres. Es la salvación que Jesús nos ofrece, nos regala, viene a traer a nuestro corazón.
Pero como oiremos decir al Bautista hemos de tener un corazón bien dispuesto. Esa armonía que conseguiremos con la presencia de Dios en nuestra vida no la podremos entender ni llegar a vivir si seguimos con nuestros corazones llenos de orgullo y de soberbia. El orgullo y la soberbia corrompen nuestro corazón y lo que hacen es crear divisiones y enemistades.
En el evangelio Jesús da gracias al Padre porque se revela a los pequeños y a los humildes. Es que solo con un corazón humilde podemos llegar a conocer a Dios. Solo con un corazón humilde podremos entender y llegar a vivir lo que el Señor nos pide. Solo con un corazón humilde podremos alcanzar esa armonía y esa paz. Solo con un corazón humilde lograremos que nunca más el hombre sea un lobo para el hombre, sino que en verdad todos nos sintamos hermanos y vivamos en paz.
En este camino de adviento pon cada día tu granito de arena para construir la paz allí donde estés. Que tu sonrisa y tu ternura te acerquen a los demás y sean el instrumento con que vayamos creando esos lazos de amor que a todos nos unan. 

lunes, 30 de noviembre de 2015

Descubramos ‘otros caladeros’ que hay a nuestro lado a los que nos envía Jesús para hacer el anuncio de la Buena Noticia del Reino

Descubramos ‘otros caladeros’ que hay a nuestro lado a los que nos envía Jesús para hacer el anuncio de la Buena Noticia del Reino

Romanos 10, 9-18; Sal 18; Mateo 4, 18-22

Leyendo un comentario sobre el evangelio de esta fiesta de san Andrés surgía la pregunta que se nos quedaba como interrogante al final del mismo: ¿A qué «caladeros» nos llevaría la llamada del Señor?’, ¿en qué otros mares querrá el Señor que realicemos nuestras pesca?
El evangelio nos habla de cómo estando los pescadores allí junto al lago repasando sus redes tras la pesca pasa Jesús y primero a Pedro y a Andrés, su hermano, y luego a los hijos del Zebedeo Santiago y Juan les invita a seguirle dejando aquellas redes y aquellos caladeros para realizar otras pescas. ‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’.
Nos habla de la disponibilidad de aquellos primeros discípulos que lo dejan todo y se van con Jesús. ¿A dónde van? ¿Qué significará ese ser pescadores de hombres? Casi tres años se pasarán con Jesús aprendiendo lo que significa aquella nueva pesca. Aprenderán que solo en su nombre es como han de echar las redes al agua, sintiéndose sobrecogidos hasta sentirse pecadores en su presencia por el poder de la palabra de Jesús. Aún al final querrán seguir pescando en aquellos lagos y se encontrarán sin pesca, necesitando que ‘alguien’ desde la orilla les señale por donde han de echar las redes. Y aún así cuando llegan a la orilla arrastrando las redes que casi se rompían se encontrarán que allí ya hay algunos pescados sobre las brasas preparados para comer.
Andrés un día con su amigo Juan, tras las indicaciones del bautista que aun no terminaban de entender, se habían ido tras aquel nuevo profeta que estaba surgiendo preguntando por su vida, preguntando donde vivía. A su invitación se habían ido con él y bastó una tarde y una noche para a la mañana siguiente correr hasta su hermano Simón para decirle que habían encontrado al Mesías y llevarlo hasta Jesús.
Poco a poco habían ido aprendiendo que la grandeza estaba en el servicio, que era necesario hacerse el último y el servidor de todos, porque el Reino nuevo que Jesús anunciaba no era el de los poderes y grandezas de este mundo.  No valían influencias de ningún tipo, ni aun las familiares, sino que lo importante era el amor, que había de ser su distintivo para siempre.
Aprendiendo lo que significaba aquella invitación de Jesús habían marchado un día de dos en dos como les señalara el maestro y volverían contentos porque hasta los demonios se les sometían en el nombre de Jesús. Y ya en Jerusalén en las inmediaciones de la Pascua definitiva habían servido de mediadores para que otros también conocieran a Jesús. A ellos habían venido unos gentiles, llegados quizá de lejos, que querían conocer a Jesús y como un día hiciera Andrés con Simón Pedro, ahora también los habían presentado a Jesús.
Eran las señales de lo que significaban esos nuevos caladeros a los que los quería llevar Jesús porque en la Ascensión se habían sentido enviados por todo el mundo para anunciar la Buena Nueva del Nuevo Reino de Dios a toda criatura. Así habían recibido la fuerza del Espíritu Santo para ser sus testigos hasta los confines del mundo.
Cuando hoy nosotros celebramos a san Andrés y escuchamos este evangelio también nos sentimos llamados y enviados. ¿Cuáles serán los caladeros donde Jesús quiere que realicemos nuestra pesca? Es lo que tenemos que descubrir. Necesitamos estar con Jesús, como estuvieron aquellos discípulos, para aprender, para escuchar en el corazón, para impregnarnos de su amor, para que también vayamos allá a donde Jesús nos envíe. ¿Será cerca, será lejos? Para cada uno tiene una misión el Señor. Quizá muy cerca de nosotros haya muchos que están necesitando escuchar esa palabra, hacer resucitar de nuevo la esperanza en el corazón, sentir el bálsamo del amor de Dios en medio de sufrimientos y angustias; ahí puede estar ese caladero donde nos invita el Señor que realicemos su pesca.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Adviento una trayectoria que hacemos en el hoy de nuestra vida fundamentados en la fe que nos impregna y con la esperanza cierta de la plenitud

Adviento una trayectoria que hacemos en el hoy de nuestra vida fundamentados en la fe que nos impregna y con la esperanza cierta de la plenitud

Jeremías 33, 14-16; Sal. 24; 1Tesalonicenses 3,12-4,2; Lucas 21,25-28.34-36
La vida del ser humano transcurre en el presente del hoy de su historia concreta afirmado en el camino recorrido como cimiento sobre el que ha edificado su vida de hoy pero con la mirada levantada hacia metas futuras que le hacen aspirar a una nueva vida y a un mundo mejor que ha de construir.
Somos herederos de un pasado, nuestro propio pasado pero también el pasado de todos los que antes que nosotros han ido construyendo nuestra historia, la historia del mundo en el que vivimos y eso de forma muy concreta en las circunstancias históricas que cada uno vive. Pero al mismo tiempo queremos dejar un mundo mejor en herencia y soñamos con lo que vamos a dejar. Porque nuestra historia no son solo recuerdos sino cimientos de vida; si fueran solo recuerdos serian casi como adornos que se ponen y se quitan. Y el camino no es al azar sino una trayectoria que hay que recorrer con sentido.
Todos buscamos ese sentido. Todos ahondamos en nuestra historia que es también nuestra cultura. Todos soñamos con esperanza en eso nuevo que queremos construir. Y eso lo hacemos en lo humano, como seres humanos en el vivir de cada día y en la medida que lo asumimos somos más y más maduros, pero eso los creyentes lo vivimos también desde el sentido de la fe.
Esa fe que impregna y configura nuestra vida. Que no es un adorno porque no es algo que se pone y se quita como un recuerdo que podemos recordar o podemos querer olvidarlo. Esa fe que se hace presencia viva en nuestra vida y que nos hace elevar también nuestra mirada con esperanza buscando esas metas altas que finalmente nos hagan alcanzar la plenitud de nuestra vida. Es esa trayectoria, como decíamos, que queremos vivir con verdadero sentido, el color y el sentido de la fe.
Esto el verdadero creyente cristiano, consciente de su fe y que quiere vivir una fe madura lo va plasmando cada día en su vida. No se trata simplemente de dejar correr la existencia a lo que nos vaya saliendo en cada momento. Hemos mamado, por así decirlo, esa fe en esa educación que hemos recibido, pero que nos hace mirar hondo a lo que es el memorial hondo de nuestra fe en todo lo que ha sido la historia de la salvación. Y eso lo vamos ahora viviendo en ese testimonio que cada día queremos ir dando mientras vamos al tiempo celebrando todo ese misterio de nuestra fe. Y lo hacemos con esperanza, con esperanza de plenitud cuando lleguemos a la plenitud de la salvación en ese encuentro definitivo con el Señor.
Y eso lo que ahora queremos intensificar; eso es el Adviento que la Iglesia ahora nos invita a vivir, no como meros recuerdos que hagamos de unos momentos de esa historia de la salvación en la próxima celebración de la Natividad de Jesús, sino todo inmerso en esa trayectoria, como decíamos.
Por eso vamos a recoger todo lo mejor de lo que fue la vivencia del pueblo creyente que esperaba la llegada del Mesías Salvador, para al tiempo que celebramos el memorial del nacimiento del Emmanuel, seguimos viviendo en esa esperanza de plenitud pero queriendo conseguir aquí y ahora esa vida nueva y mejor y construir ese mundo nuevo que tanto ansiamos.
No vivimos ahora el adviento ni viviremos luego la Navidad como un paréntesis de lo que es la vida que ahora vivimos en este mundo concreto del hoy. En nuestro corazón y en nuestra vida tienen que estar todas esas ansias y angustias, todas esas esperanzas y también los sufrimientos que vive nuestro mundo hoy tan convulso y tan lleno de problemas. Ni olvidamos el terrorismo que azota nuestro mundo, ni corremos un velo para no ver ese mundo de hambre y de miseria que tenemos hoy; no podemos olvidar esa falta de paz que vive nuestro mundo ni las injusticias y sufrimientos de tantos seres humanos que son también hermanos nuestros; aquí podríamos traer a la memoria lo que son todas las miserias de nuestro mundo.
Y en ese mundo concreto queremos vivir la esperanza del Adviento y la alegría de la próxima Navidad. Y tenemos que dejar que la Palabra del Señor nos ilumine, que su Espíritu nos revuelva por dentro y nos inspire para ir descubriendo cómo podemos devolverle la esperanza a nuestro mundo; dejar que nuestro corazón se renueve de verdad para que salten todas esas corazas y cadenas de egoísmo e insolidaridad en que tantas veces nos envolvemos y lleguemos a descubrir de verdad qué es lo que tenemos que hacer.
No es fácil porque muchas veces tenemos muy enturbiada nuestra mente y nos cuesta ver; no es fácil porque nos puede resultar duro y doloroso arrancar tantas costras de apegos que podemos tener en nuestro corazón.
Pero no podemos seguir caminando de cualquier manera sin encontrarle el sentido más profundo a lo que hacemos a lo que es nuestra vida; un sentido que descubrimos desde esa fe que no es un adorno sino que tiene que ser algo que vivimos profundamente y profundamente nos compromete. Si lo vamos intentando cada día iremos en verdad dando pasos de adviento, iremos haciendo esa trayectoria que nos puede conducir a la plenitud.
Con nosotros está el Señor en ese camino. Y hoy nos invita a estar despiertos, a estar vigilantes, a mantenernos firmes, a no perder la paz porque nos llenemos de miedo, a dar pasos de compromiso quitando de nuestra vida todas esas rutinas, por decirlo muy suave, que nos embotan la mente y nos ciegan el corazón. Así nos lo dice el Evangelio. Es el Adviento que hemos de vivir confiados siempre a la misericordia del Señor.