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sábado, 12 de diciembre de 2015

Lo maravilloso es hacer extraordinariamente bien las cosas pequeñas de cada día

Lo maravilloso es hacer extraordinariamente bien las cosas pequeñas de cada día

Eclesiástico 48,1-4.9-11; Sal 79; Mateo 17,10-13

Si surgen cosas espectaculares y grandiosas enseguida les prestamos atención, corremos allí donde podamos contemplarlas, y pronto corre la noticia de boca en boca de manera que en poco tiempo todos tienen conocimiento del acontecimiento. Sin embargo hay cosas maravillosas que suceden cada día en el silencio de lo ordinario y sin hacer ruido y a eso no le prestamos atención y pasarán desapercibidas.
Podemos referirnos a acontecimientos o hechos que pueden formar parte de nuestra historia, pero podemos hacer referencia también a las personas; lo que es llamativo, escandaloso enseguida es conocido de todo el mundo, pero esas personas que en el silencio y la humildad no se cansan de hacer el bien, de cumplir fielmente con todas sus responsabilidades y obligaciones en el cumplimiento de su deber o de los compromisos que haya adquirido con la sociedad que le rodea, nadie las conoce y las valora. Cosas para hacernos pensar, para aprender a valorar lo maravilloso de lo ordinario realizado extraordinariamente bien.
En el evangelio escuchamos una pregunta que le hacen los discípulos a Jesús sobre la venida de Elías, el profeta que como narraban las Escrituras había sido arrebatado al cielo en un carro de fuego. Estaba muy extendido en la época de Jesús desde las enseñanzas de las escuelas rabínicas que como había anunciado el profeta Malaquías volvería Elías también de forma espectacular. Estaban expectantes; recordemos que es la pregunta que le hacen al Bautista desde aquella embajada venida de Jerusalén. ‘¿Eres tú Elías?’
Pero Jesús viene a responderles a los discípulos que Elías ha venido ya si así lo quieren aceptar. El evangelista comentará que ellos entendieron que se refería a Juan Bautista. Podríamos recordar que el ángel del anuncio a Zacarías le dice que vendrá con el espíritu y el poder de Elías. Sin embargo como no se había manifestado tal como ellos lo esperaban de forma espectacular no supieron verlo ni aceptarlo. Aquel profeta surgido allá en el desierto en la mayor pobreza y austeridad no daba la imagen para ellos de lo espectacular que esperaban. Pero así se había manifestado Juan con el espíritu y el poder de Elías preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto.
Así también fue la vida de Jesús. El camino que nos enseñaba Jesús que era el mismo que El recorría no era fácil aceptarlo. Era fácil estar con Jesús cuando realizaba signos maravillosos en los milagros ya curara enfermos, les diera de comer en el desierto o resucitara muertos, pero el día a día de la humildad de la sencillez, el día a día en que se acercaba a los pobres y a los últimos, a los enfermos y a todos los que se consideraban marginados era más difícil de seguir. Por eso incluso los discípulos discutían entre ellos peleándose por los primeros puestos pues les costaba entender el camino de hacerse el último, de no dejarse notar y pasar desapercibido, de entregar la vida en el servicio y en el amor hasta llegar al extremo era más difícil de seguir.
Aprendamos a realizarnos en lo pequeño aunque pase desapercibido; aprendamos a poner amor en todo lo que hagamos siendo capaces de hacernos los últimos; sepamos descubrir en esa gente sencilla que camina a nuestro lado todo lo bueno que hacen; seamos capaces de hacer extraordinariamente bien y con fidelidad total esas pequeñas cosas de cada día; no busquemos la espectacularidad en lo que hagamos que ya Jesús nos enseña a que no sepa la mano izquierda lo que hace la derecha; que nos preocupemos simplemente de realizar esas buenas obras de cada día, que ya brillarán por si mismas para que todos den gloria al Padre del cielo. 

viernes, 11 de diciembre de 2015

Vayamos siempre con buen corazón al encuentro de los demás valorando lo bueno que hay en los otros sin desconfianzas ni prejuicios

Vayamos siempre con buen corazón al encuentro de los demás valorando lo bueno que hay en los otros sin desconfianzas ni prejuicios

Isaías 48,17-19. Sal 1. Mateo 11,16-19

¿Por qué siempre tenemos que tener la mosca tras la oreja para no saber valorar lo que hacen los demás? ¿Por qué no podemos pensar que lo bueno que hacen los otros no tiene una segunda intención detrás? Nos pasa demasiado frecuentemente en muchos aspectos o facetas de la vida.
Claro que cada uno tiene sus criterios, su manera de ver las cosas e incluso de hacerlas; es cierto que no siempre tenemos que estar de acuerdo en lo que hacen los demás y nosotros podemos tener nuestro punto de vista. Pero eso no quita para que valoremos lo que es bueno en si mismo, para que demos por supuesto la buena intención, el buen deseo y rectitud en la manera de actuar del otro; pero nos sucede, sobre todo cuando al otro lo consideramos un contrincante, que siempre nos aparece primero ese pensamiento negativo que valorar lo positivo y bueno que tengan los demás.
Como decía nos sucede en todas las facetas de la vida, porque no es ajeno a esta situación lo que sucede en nuestras relaciones familiares, o incluso en nuestro trato con los amigos, y no digamos nada cuando se meten las ideas políticas por medio, en que nunca el contrincante puede tener la razón, o al menos no se la damos ni se la reconocemos.
Es lo que también nos refleja el evangelio del día. Ni querían aceptar a Juan porque les parecía quizá demasiado duro y exigente y en los deseos de desprestigiar llegaban a decir que tenía un demonio dentro, ni aceptaban a Jesús por su cercanía a los pobres, a los pequeños, a los pecadores. Parecéis como niños, les viene a decir Jesús. '¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado'.
Una ocasión que nos da el evangelio para que reflexionemos por una parte en como aceptamos a Jesús y su evangelio, pero también por otro lado para que aprendamos a aceptarnos unos a otros valorando siempre lo bueno que hay en los demás. Que distintas serian nuestras relaciones entre unos y otros si aprendiéramos a valorarnos, a tener en cuenta lo bueno de los demás, a alejar de nosotros esas sospechas de segundas intenciones que tenemos tantas veces cuando vemos lo bueno de los demás, a quitar todo tipo de prejuicios. El mundo lo construimos a partir de ese grano de arena bueno que cada uno pongamos. 

jueves, 10 de diciembre de 2015

No convirtamos la vida en una lucha para los prepotentes, sino en una actitud humilde de servicio para hacer felices a los demás

No convirtamos la vida en una lucha para los prepotentes, sino en una actitud humilde de servicio para hacer felices a los demás

Isaías 41,13-20; Sal 144; Mateo 11,11-15

En la lucha de la vida parece que gana el más prepotente, el que se presenta con más fuerza y parece que con su ímpetu, con sus iniciativas, con su creatividad todo lo avasalla y poco menos que arrasa a los que son más débiles. He comenzado diciendo, sí, en la lucha de la vida, y es que de alguna manera parece que eso es en lo que la hemos convertido, en una lucha de manera que la palabra ya nos sale como espontánea y no hubiera otra que lo definiera. Pero ¿en eso hemos de convertir la vida? ¿En una prepotencia que todo lo arrolla a nuestro alrededor con tal de yo conseguir lo mejor, más poder, más ganancias, más influencias?
Influenciados por el ambiente que nos rodea podemos sentirnos confusos y hasta acobardados si nosotros no logramos ser así. Nos sentimos insatisfechos quizá por no conseguir esos triunfos o porque nos cuesta comprender o hacer comprender que otros tendrían que ser los valores que verdaderamente nos pueden hacer felices haciendo felices también a los demás. Y es aquí donde entran en contraposición los valores del evangelio, lo que Jesús tantas veces nos repite.
Fijémonos en lo que nos dice hoy el evangelio. Jesús nos habla de la grandeza de Juan, el Bautista. ‘Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista’. Y en verdad que así era por la misión con que había venido, de ser el precursor del Mesías. ‘Profeta y más que profeta’, dirá Jesús. Pero a continuación añade: aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él’. El más pequeño que ha entendido lo que es el Reino de los cielos - y cuando digo ha entendido quiero decir que lo ha entendido y lo ha convertido en sentido de su vida - es más grande que el Bautista.
Realmente tendríamos que decir que el Bautista también vivía en esos valores del Reino. Bien sabemos cuál era el estilo de su vida de penitente allá en el desierto. Y escucharemos decir a Juan  que su misión es menguar él para que el que viene, el Mesías anunciado, crezca. Y veremos cómo con la presencia de Jesús pronto Juan irá desapareciendo hasta que inmole su vida en el martirio de su muerte injusta.
Es lo que Jesús nos irá enseñando en el Evangelio; en lo que tanto insistirá a sus discípulos cuando los ve discutiendo por los primeros puestos. Que no puede ser a la manera de los poderosos de este mundo, que el discípulo no se las puede ir dando de prepotente imponiéndose y manipulando a todos; que el verdadero discípulo de Jesús es el que saber hacerse el último y el servidor de todos. El más pequeño es el más grande, que nos dice hoy en su comparación con Juan Bautista.
Que no nos dejemos contagiar por ese espíritu del mundo. Que sepamos ser en verdad los últimos porque seamos servidores de los demás. Que no nos cansemos nunca de hacernos pequeños, servidores. En María tenemos el ejemplo y el estímulo quien era escogida para ser la madre de Dios y sin embargo se llama a si misma la esclava del Señor. En muchas cosas tenemos que meditar en nuestro camino de Adviento para vivir intensamente la esperanza de la venida del Señor.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Una fuerza interior, una espiritualidad que forjamos en Jesús y su evangelio para darnos un sentido profundo a la vida

Una fuerza interior, una espiritualidad que forjamos en Jesús y su evangelio para darnos un sentido profundo a la vida

Isaías 40,25-31; Sal 102; Mateo 11,28-30

¿De dónde saca fuerzas para tanto?, nos preguntamos a veces cuando vemos alguien que se mantiene fuerte en sus luchas a pesar de los problemas que se acumulan y a los que tiene que hacer frente, que es capaz de estar siempre con nuevas iniciativas buscando cómo hacer para ayudar a los demás, o que parece incansable en medio de todas las tareas que ha asumido con responsabilidad comprometido siempre por lo bueno y por lo justo. Nos damos cuenta de que no es solo una fachada exterior ni un activismo superficial lo que lo guía, sino que descubrimos una profundidad, un sentido hondo en todo aquello por lo que está comprometido y que es la fuerza para todo lo que hace.
Terminamos por reconocer que hay en esas personas una fuerza interior que es como el motor de su vida. Suelen ser personas de una vida interior profunda; personas reflexivas pero no concentradas en si mismas; personas con raíces hondas, con principios muy claros sobre lo que quieren y por lo que trabajan; personas de espíritu fuerte, porque tienen una espiritualidad bien anclada en aquello que nunca les va a fallar.
Necesitamos personas así en nuestra vida que nos estimulen a que nosotros también deseemos esa vida interior que será la que nos dará fuerza, la que nos despertará de nuestros letargos y rutinas, la que será fuerza en nuestros cansancios y agobios que nos va presentando la vida. Necesitamos ser esas personas de profunda vida interior que nos aleje de tantas superficialidades a las que nos sentimos tentados; necesitamos forjar una verdadera espiritualidad en nosotros.
Todo eso el auténtico creyente lo va encontrando en Dios; todo eso el verdadero cristiano que no lo es solo de nombre lo ha encontrado en Jesús. Por ahí ha de ir nuestra vida interior, nuestra espiritualidad profunda que nos dará sentido y fuerza para nuestra tarea, para nuestra lucha de cada día, para el desarrollo de nuestras responsabilidades, para ese compromiso que como cristianos hemos de vivir. Es nuestra espiritualidad cristiana bien anclada en la vivencia profunda de la presencia de Jesús en nuestra vida.
‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré…y encontraréis vuestro descanso...’ Es nuestro descanso y es nuestra fuerza, es nuestra vida y es nuestra razón de ser. Con Cristo en nosotros no habrá cansancios ni abandonos; con Cristo a nuestro lado nuestro deseo será amar con su mismo amor.
Por eso el cristiano ha de cultivar una autentica espiritualidad cristiana; necesitamos vivir unidos a Jesús, escucharle profundamente en nuestro interior, sentir su presencia que nunca nos falla. No es solo que digamos de palabra que creemos que tenemos fe en Jesús, sino que en El ponemos toda nuestra esperanza, la confianza de nuestra vida. Un cristiano es un rumiador - permítanme la palabra - del mensaje del evangelio, porque lo reflexionamos, lo hacemos nuestro, lo plantamos allá en lo más interior de nosotros mismos para convertirlo en el sentido de nuestra vida.
El cristiano ha de ser un hombre de oración no solo porque sepa acudir a Dios en todas sus necesidades o darle gracias reconociendo cuanto de Dios recibimos, sino porque sabemos escuchar de verdad la Palabra de Jesús en nuestro corazón. Es una tarea que intensificamos en este camino de Adviento esperando que sea uno de los frutos que como ofrenda presentemos a Jesús en su nacimiento.

martes, 8 de diciembre de 2015

Nos alegramos con María, la bendecida de Dios, que se convierte en aurora de la salvación y anuncio de la misericordia de Dios

Nos alegramos con María, la bendecida de Dios, que se convierte en aurora de la salvación y anuncio de la misericordia de Dios

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas 1, 26-38
‘Alégrate, Dios te salve, la llena de gracia’ la saludó el ángel en Nazaret. ‘Alégrate’ y María se quedó rumiando aquellas palabras. ¿Qué saludo era aquel? ¿Qué significaba aquella invitación a la alegría? ¿Qué quería decirle el ángel del Señor? María se turbó, dice el evangelista.
‘Alégrate…’ llegan en verdad días de alegría; alégrate porque se ha cumplido el tiempo; alégrate porque se comienzan a realizar las promesas hechas desde antiguo; alégrate porque llegan los días de la salvación. Lo que repetidamente habían ido anunciando los profetas ahora tenía su cumplimiento. Llegaba el tiempo de la salvación; llegaba el que escacharía la cabeza de la serpiente, el que venía a vencer al maligno.
¿Qué estaba queriendo anunciarle el ángel? ¿Qué buena noticia se le estaba dando que era motivo de alegría para ella? Más tarde esos mismos ángeles van repetir ese anuncio de alegría, porque será  alegría para todos, para vosotros y para todo el pueblo. ¿Por qué a ella le llegaba ahora ese anuncio y esa invitación a la alegría?
‘Alégrate, llena de gracia’, le había dicho el ángel. Allí estaba la agraciada del Señor, aquella sobre la que el Señor desde siempre la había llenado de gracia porque iba a tener una misión especial. Era, sí, un motivo de alegría. Por eso le dice el ángel, ‘alégrate… no temas, has encontrado gracia ante Dios’, se ha querido fijar en ti, ha vuelto su rostro sobre ti y te ha llenado de gracia. ‘Has encontrado gracia ante Dios’ porque Dios para ti tiene una misión; vas a ser Madre, ‘concebirás en tu vientre’, aunque ahora tu no lo entiendas, ‘y darás a luz un hijo’, que no es un hijo cualquiera, es un hombre como todos los hombres pero es ‘el Hijo del Altísimo… le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará al pueblo de sus pecados’.
María se sentía sorprendida y al mismo tiempo agradecida; era la llena de gracia, en la que Dios se había fijado, vuelto su mirada, a la que Dios había elegido ‘desde antes de la creación del mundo’ la había elegido y la había predestinado. María es la bendecida de Dios y la que hará posible que esa bendición llegue también a toda la humanidad. El Sí con que iba a responder María iba a convertirse en el Sí de la bendición de Dios para todos los hombres.
Alégrate…’ le decía el ángel y continuaba anunciándole cosas que ella no entendía. ‘¿Cómo será eso pues no conozco varón?’ replicaba María, pero el ángel le da la solución de todo. Eres la llena de gracia porque ‘el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Espíritu te cubrirá con su sombra; el Santo que va a nacer de ti se llamará Hijo de Dios’.
Se alegraba María aunque se sentía sobrecogida por lo que Dios le estaba confiando. Lo que habían esperado durante siglos ahora se estaba comenzando a realizar. No era un profeta, no era simplemente un hombre de Dios quien de sus entrañas iba a nacer, era el Hijo de Dios, era el que había sido anunciado como el Mesías Salvador, el que venía a restaurar los corazones, el que nos devolvía la dignidad, el que nos engrandecía haciéndonos a nosotros hijos, el que venía como Redentor del mundo y Juan lo señalaría allá junto al Jordán como el ‘Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’.
‘Alégrate, María, eres la llena de gracia’ y su corazón iba a cantar las glorias del Señor porque su espíritu se regocijaba en Dios su Salvador que se había fijado en su pequeñez, en la humildad de quien ahora se proclamaba la esclava del Señor. ‘Alégrate, María…, porque todas las generaciones te van a felicitar’, porque Dios hace cosas grandes en ti, pero porque eres el tipo y el modelo de cuantos han de escuchar la Palabra de Dios y plantarla en su corazón y Jesús mismo proclamará la bienaventuranza sobre ti.
‘Alégrate, María…’  porque todo va a comenzar siendo nuevo, porque se derrama la misericordia del Señor que El había prometido desde antiguo, porque los humildes y los pequeños serán ensalzados, mientras los soberbios y poderosos serán derribados de sus tronos.
Se alegra María y nos alegramos nosotros hoy en su fiesta. Nos alegramos porque María es aurora que nos anuncia la salvación. En María estamos intuyendo ya los resplandores de luz y de gracia que con Cristo nos van a llegar. En este camino de Adviento, mientras esperamos al Salvador, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo, miramos a María la llena de gracia, la rebosante de la alegría de Dios y nos llenamos de esperanza, y queremos hacer el camino siguiendo los pasos de María; y como María queremos estar rebosantes también de esa alegría de Dios y abrir nuestro corazón a Dios para que se desborde también su gracia sobre nosotros.
Celebramos a María y vemos cómo ella hace posible que se abran las puertas de la misericordia para nosotros porque nos llega el Salvador. ‘Su nombre es santo y su misericordia llega nosotros de generación en generación’  cantaría María. Por eso a ella la llamamos nuestra Madre, la Madre de Dios, pero la madre y reina de la misericordia.
En este día en Roma el Papa ha querido abrir la puerta santa del perdón en el año de la misericordia que hoy se inicia para toda la Iglesia. No podía buscarse otro día mejor que en el que contemplamos a María, la aurora de la misericordia y el perdón, que al aceptar el plan de Dios para su vida, se convierte en plan de salvación para todos los hombres. De mano de María queremos acudir confiados ante Dios porque si sabemos ir como María con humildad y con amor, en Dios siempre vamos a encontrar esa misericordia y ese perdón.
Pero yendo de manos de María aprendamos de su corazón generoso y lleno de amor copiando en nosotros esos sentimientos de misericordia con los que hemos de presentarnos ante nuestros hermanos, los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Que nuestras vidas reconciliadas con Dios e inundadas de esa gracia misericordiosa del Señor se conviertan en signos para los demás que les hablen de ese amor misericordioso de Dios.



lunes, 7 de diciembre de 2015

Nunca seamos barrera que impida a los demás acercarse a la luz de la salvación sino que carguemos con la camilla de los demás para llevarlos a Jesús

Nunca seamos barrera que impida a los demás acercarse a la luz de la salvación sino que carguemos con la camilla de los demás para llevarlos a Jesús

 Isaías 35,1-10; Sal 84; Lucas 5,17-26

Algunas veces la cerrazón de nuestra mente se convierte en obstáculo y dificultad para el bien de los demás. Nos encerramos en nuestras ideas, en nuestra manera de pensar o de ver las cosas y podríamos decir que en todo vemos fantasmas, no creemos en los demás, andamos con desconfianza y a la defensiva, todo lo que hacen los otros filtrado por los ojos de nuestra malicia lo vemos siempre mal o un peligro. Y hacemos daño a los demás; como decíamos al principio nos podemos convertir en obstáculo para que otros se acerquen a la verdad o realicen el bien.
Es un primer pensamiento que me surge al escuchar el evangelio de este día. Jesús estaba enseñando y alrededor estaban los escribas y fariseos. Y ya vemos a lo largo de este episodio y por lo que conocemos de otros momentos del evangelio cuál era su actitud. Estaban siempre al acecho de lo que Jesús dijera o hiciera. En este episodio les veremos saltar enseguida ante lo que Jesús dice y hace.
Pero fijémonos en ese primer momento, porque llegan unos hombres de buena voluntad que traen en una camilla a un paralítico para que Jesús lo cure; pero no pueden entrar porque estaba todo lleno; pero, ¿quiénes eran precisamente los que en ese momento rodeaban a Jesús? aquellos escribas y fariseos que sentados - como a la distancia en sus actitudes - rodeaban a Jesús. Había mucha gente hasta la puerta, pero había obstáculos para poder llegar hasta Jesús. El obstáculo se mostrará también luego en sus juicios y murmuraciones que siempre trataban de desprestigiar a Jesús.
Cosas así siguen sucediendo, y suceden también en nuestro tiempo. Podíamos pensar en muchas cosas; podríamos pensar en todos aquellos que siempre están haciendo un juicio malicioso contra la Iglesia; podríamos pensar también en quienes dentro de la misma iglesia siempre están a la defensiva de lo que hacen sus pastores, de las buenas iniciativas pastorales que puedan tomar y que siempre quieren echar abajo; podríamos pensar, incluso, en ciertas resistencias que el mismo Papa Francisco está encontrando en su entorno para la renovación que quiere realizar en la Iglesia.
Aquellos buenos hombres que vienen con fe hasta Jesús para que el paralítico sea curado no se arredran sino que tomarán la audaz iniciativa de abrir un boquete por la azotea para que el enfermo llegue a los pies de Jesús. Tendríamos que tomar nota que tantas veces nos acobardamos con las dificultades o nos falta iniciativa para encontrar caminos con los que hacer el bien a los demás. Son tantas las camillas de nuestros hermanos que sufren que tendríamos que aprender a cargar. Decimos que no sabemos que hacer muchas veces. Dejemos arder el fuego del amor en el corazón y encontraremos esos caminos; el Espíritu del Señor nos irá inspirando y dando la fuerza que necesitamos.
Mucho más podríamos seguir reflexionando sobre este evangelio. En él vemos realmente la salvación que Jesús quiere ofrecernos. ‘Tus pecados están perdonados’, le dirá al paralítico y luego le mandará que se levante y cargue con su camilla para regresar a casa. Jesús llega a nuestra vida, nos trae el perdón que nos renueva, que nos levanta de esa camilla de tantas limitaciones que tenemos en nuestra vida y que nos atan. Quiere en nosotros una nueva vida. Dejemos que su salvación llegue a nosotros y nunca seamos obstáculo para que llegue a los demás. Es más, hagamos como aquellos buenos hombres, llevemos a los demás hasta Jesús que en El encontraremos siempre la salvación.

domingo, 6 de diciembre de 2015

En el hoy de nuestra historia nos llega también una Palabra de esperanza que nos anima a recorrer los caminos nuevos que construyen el Reino de Dios hoy

En el hoy de nuestra historia nos llega también una Palabra de esperanza que nos anima a recorrer los caminos nuevos que construyen el Reino de Dios hoy

Baruc 5, 1-9; Sal 125; Filipenses 1, 4-6. 8-11; Lucas 3, 1-6
La historia de la salvación está escrita en las mismas páginas de nuestra historia. Es la salvación, que es lo mismo que decir que el amor de Dios se hace palpable en nuestra historia; la historia de todos los tiempos pero es que es también nuestra historia de hoy, la historia del mundo presente en que vivimos y que es también nuestra historia personal.
La historia nos refleja lo que ha sido el desarrollo de la vida del hombre desde su creación y en esa historia ha estado siempre presente Dios, porque El es el origen de nuestra vida, pero también porque no se ha desentendido del devenir humano sino que siempre se ha hecho presente, interviniendo en nuestra historia, en la carrera de nuestra vida, y manifestándonos su amor y su voluntad de salvación.
En un momento concreto de la historia humana se hizo de manera especial en Jesús, el Emmanuel, para ser Dios con nosotros y manifestarnos, revelarnos en plenitud hasta donde llegaba su amor. Miramos ese momento concreto y nos alegramos en él y lo celebramos, pero sintiendo cómo Dios se sigue haciendo presente en el hoy de nuestra historia, en el hoy de nuestra vida, la vida de nuestra humanidad y de ese lugar concreto en el que vivimos y hacemos comunidad, y en nuestra vida personal.
Hoy el evangelio nos ha dado la situación concreta de aquel momento de plenitud de revelación pero ahí hemos de saber hacer lectura de nuestra historia, de nuestra vida y de esa presencia salvadora de Dios, de manera que si situamos aquel momento histórico en que vino la Palabra de Dios sobre Juan como nos dice el texto evangelio, situemos nuestro momento presente con sus luces y con sus sombras donde sigue llegando esa Palabra de Dios sobre nosotros, como verdadera luz para nuestra vida y nuestro mundo.
La Palabra en aquel momento surgía como un torrente de los labios y de la vida de Juan Bautista que venia para preparar los caminos del Señor. Los profetas habían anunciado como en un nuevo éxodo aquellos caminos escabrosos entre montañas y barrancos habrían de convertirse en camino nuevo para que el nuevo Israel caminase con seguridad guiado por la gloria de Dios.
¿Y qué tenemos que decir ahora, en el hoy de nuestra vida, en este año concreto y en este momento histórico concreto en el que vivimos? También en este mundo de tantas inseguridades y angustias, de tantos sufrimientos y problemas - y pensamos en el momento mundial en el que vivimos con crisis de todo tipo, con terrorismos y con guerras, con tantos miedos e inseguridades, con gente que huye y marcha de un lado para otro en nuestro mundo, como cada uno ha de pensar en su vida personal con sus problemas, sus miedos y temores, sus inseguridades, sus sufrimientos y sus carencias… - en este momento nos llega también la Palabra del Señor a nuestra vida y a nuestro mundo.
Una Palabra que nos viene del Señor y que quiere levantar nuestra esperanza; una Palabra que nos habla de ese mundo nuevo que tenemos que comprometernos a construir; una Palabra que quiere poner un rayo de luz en nuestra vida para hacernos ver esos caminos nuevos por donde tendríamos que marchar y que son los que harían mejor nuestro mundo.
Juan predicaba un bautismo de conversión para la renovación total de nuestras vidas y nos decía cómo nuestros caminos tendrían que ser diferentes; no nos podemos dejar devorar por los barrancos que nos hagan caer en precipicios de desolación, ni nos podemos acobardar por las montañas de obstáculos que se nos interpongan en nuestro camino, como no nos podemos dejar seducir por señuelos que nos engañen prometiéndonos felicidades prontas que se vuelven efímeras y nos alejarían de la verdadera meta de nuestra vida.
No nos dejemos engañar por la mentira y los falsos brillos de la comodidad y de la insolidaridad; no nos dejemos confundir dejándonos arrastrar por nuestro orgullo, amor propio o vanidad que nunca nos dejarían satisfechos; no nos encerremos en nosotros mismos pensando que por nosotros solos nos valemos y no necesitamos de los demás ni de caminar haciendo camino juntos; no endurezcamos nuestro corazón haciéndolo insensible al sufrimiento de los que nos rodean.
Son caminos nuevos los que hemos de caminar dejándonos conducir por la gloria del Señor, dejándonos iluminar por su Palabra que nos reprende y nos corrige - cuántas cosas tenemos que examinar y revisar -, pero también nos alienta y nos señala los caminos nuevos del amor para crear en verdad esa civilización del amor. Son los caminos nuevos que nos abren al amor y a la misericordia; que nos hacen comprensivos y nos ayudan a aceptar a los demás para saber caminar juntos; que nos llenan de ternura y nos harán tener gestos y actitudes nuevas de sinceridad, de verdad, de justicia en nuestras relaciones con los demás; son los caminos nuevos que nos conducen a vivir el Reino de Dios.
Así estaremos viviendo verdadero Adviento. Así sentiremos de verdad en el hoy de la historia, de nuestra historia, la presencia salvadora del Señor. Así llegaremos a vivir con todo sentido una verdadera Navidad que ya no será solo un recuerdo de la historia, sino un hacerse historia en el hoy de nuestra vida la salvación y presencia de amor de Dios. Podremos cantar en verdad ‘el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres’.