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sábado, 13 de febrero de 2016

Aprendamos de la misericordia de Jesús a acercarnos con amor a los corazones rotos para renovarlos y llenarlos de vida

Aprendamos de la misericordia de Jesús a acercarnos con amor a los corazones rotos para renovarlos y llenarlos de vida

Isaías 58,9-14; Sal 85; Lucas 5,27-32

Misericordia es el encuentro del amor con un corazón roto para restaurarlo y renovarlo. Qué hermoso cuando uno se siente amado en esos momentos en que te encuentras roto en medio de tus miserias y te parece que nadie piensa en ti ni nadie quiere saber de ti. Sentir el calor de ese amor que te aprecia y te valora, te anima y te levanta, hace que puedas volver a creer en ti, porque estás saboreando ese amor que te llena de vida. Se siente uno renovado, rejuvenecido, lleno de nueva vida, con ganas de luchar de nuevo para levantarse y rehacer su vida.
Necesitamos experimentar ese amor en nosotros, gozarnos por sentirnos queridos, saber que siguen creyendo en ti, y todo eso te hará salir de tus soledades y de tus negruras. Seguro que quien haya tenido esa experiencia de misericordia en su vida, sabrá tener también un corazón generoso en el amor para expresar siempre esa misericordia incondicional con los demás. Así en verdad haríamos un mundo nuevo y renovado desde lo más hondo. No olvidemos esas experiencias de misericordia que hayamos tenido en nuestra vida.
Y eso los que creemos en Jesús lo habremos experimentado muchas veces. Hemos de ser conscientes de cómo se derrama en Cristo esa misericordia de Dios sobre nosotros. Cristo es el rostro de la misericordia de Dios. Cristo nos está manifestando continuamente cómo Dios nos ama por encima de esas discriminatorias miradas humanas. Sí, porque a los hombres nos cuesta expresarnos con misericordia con los demás. Nos endurecemos dentro de nosotros mismos y nuestras miradas se vuelven discriminatorias porque solo queremos amar a los que nos aman o solo a aquellos que nosotros consideramos dignos de nuestro amor. Cuántas marcas vamos poniendo en los que nos rodean, cuantas distinciones y cuantas diferencias vamos haciendo porque nos creemos justos y buenos.
Y no es así el amor que Dios nos tiene. En Dios no hay discriminación sino siempre amor incondicional que se acerca a nuestro corazón aunque esté lleno de miserias para ofrecernos su perdón y llenarnos de vida. Tenemos que revivir y reavivar esa experiencia de la misericordia de Dios en nosotros para obrar nosotros siempre con la misma misericordia con los demás. Cuánto tenemos que aprender para actuar así y de qué manera tiene que manifestarse eso en nuestra Iglesia que siempre ha de ser misericordiosa, pero no siempre lo manifiesta con todos.
Es la experiencia que contemplamos hoy en el evangelio. Jesús quiere contar con todos y a todos busca y llama. Así va llamando a sus discípulos y escogiendo a aquellos que van a formar parte del grupo de los doce. Hoy le vemos llamar a Leví el publicano. No va a ser bien visto por los puritanos de siempre, los escribas y fariseos, que les veremos criticando a Jesús porque participa en una comida en casa de Leví con otros recaudadores de impuestos amigos de Leví. Pero como les dice Jesús el médico es para los enfermos o sienten la enfermedad en su vida y quieren curarse, por eso va en busca de los pecadores para contar con ellos también. Es el estilo de su Reino. Es la misericordia divina que viene a sanar los corazones rotos y llenarlos de vida.
Damos gracias a Dios porque en su misericordia sigue contando con nosotros. Aprendamos también de la misericordia del Señor a mirar con mirada nueva a los hermanos que caminan a nuestro lado. Que siempre haya misericordia en nuestro corazón para con el hermano caído; que con nuestra mirada de amor vayamos también restaurando los corazones rotos de los que están a nuestro lado. Que nunca dejemos meter en nosotros la discriminación ni la mala mirada hacia los demás.

viernes, 12 de febrero de 2016

Que ayunar sea algo más que privarnos de unos alimentos para descubrir que hay otros ayunos que hacen una auténtica desintoxicación de nuestra vida, de esos tóxicos de nuestros males

Que ayunar sea algo más que privarnos de unos alimentos para descubrir que hay otros ayunos que hacen una auténtica desintoxicación de nuestra vida, de esos tóxicos de nuestros males

Isaías 58,1-9; Sal 50; Mateo 9,14-15

Si nos ponemos a pensar en la palabra ‘ayuno’ a la manera de la dinámica de la lluvia de ideas seguramente nos surgirán muchos pensamientos en torno a esta palabra. Ayunar es abstenerse de alimentos es el primer y elemental pensamiento; pero podemos pensar en los que ayunan o se abstienen de alimentos porque nada tienen que comer, lo que seria un ayuno obligatorio por necesidad; pero pensamos en aquellos que ayunan porque se quieren abstener de ciertos alimentos por conservar su figura, por decirlo de alguna manera, o los que lo hacen como una medida en cierto modo higiénica para hacer una limpieza de su organismo, una desintoxicación del cuerpo; claro que podemos pensar en quienes lo hacen por alguna otra motivación ya sea de solidaridad con quienes no tienen que comer para sufrir en su carne lo que aquellos padecen, o como un entrenamiento donde aprendemos a renunciar a cosas pequeñas para ser capaces de ser libres ante cosas de mayor importancia, o los que lo hacen con un espíritu de sacrificio, en donde podemos entrar ya en un sentido religioso del ayuno al que le queremos dar otro significado más trascendente. Muchos pensamientos o motivaciones nos pueden surgir.
En el evangelio escuchamos hablar del ayuno y la Iglesia en estos días de la cuaresma es algo que también nos ofrece. Pero es aquí donde tenemos que reflexionar para darle un buen sentido y significado y no nos quedemos simplemente en el cumplimiento formal de una norma que se nos pueda imponer. Claro que tampoco nos podemos quedar en la simple literalidad del ayuno como abstención de alimentos, sino que esa ofrenda que nosotros queramos hacer con nuestro ayuno podemos convertirla en algo hermoso a través quizá de tantas cosas de las que tendríamos que ayunar.
En el evangelio hemos visto que le están planteando a Jesús los discípulos de Juan como en otros momentos se lo veremos hacer a escribas y fariseos el por qué sus discípulos no ayunan. En esto eran muy formales y estrictos los fariseos porque además rodeaban de mucha vanidad el hecho del ayunar y cumplir con esos requisitos legales.
En la mente de Jesús está quizá lo que ya había anunciado el profeta que hemos escuchado en Isaías. No quiere Jesús que hagamos las cosas como mero cumplimiento, sino que lo que hacemos tiene que ser algo que salga de verdad del corazón, pero de un corazón que queremos purificar, queremos que sea puro para que pura sea la ofrenda que hagamos a Dios.
Ya decíamos anteriormente que no podemos reducir el ayuno a la abstención de unos alimentos simplemente porque eso lo hacen también los que quieren conservar la línea. En nosotros tiene que haber algo más, una motivación más profunda, algo que implique nuestra vida, una auténtica desintoxicación de nuestra vida, pero de esos tóxicos de nuestros males, de nuestras malas costumbres, de nuestras rutinas o de nuestros caprichos, de nuestros orgullos o de nuestras vanidades.
El profeta nos decía que el ayuno que el Señor quiere ha de pasar por ‘Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne’. Ahí nos da el profeta muchas pistas de por donde han de ir nuestros ayunos, porque si no hay amor en nuestro corazón de qué nos valdrían esos ayunos o esos sacrificios.
Ayuna, pues, de tus caprichos y de tus vanidades; ayuna de esas cosas que manejamos o utilizamos cada día y que se han convertido casi hasta en una esclavitud porque parece que sin ellas no te puedes pasar (cuantos aparatitos podemos poner en esta lista); ayuna de tu mal humor y de tu mal semblante para hacer más agradable tu presencia con aquellos con los que convives; ayuna de los paternalismos con que nos podemos presentar ante los demás incluso cuando queremos hacer algo bueno, y de los aires de superioridad; ayuna de esas soledades en las que te encierras y sal al encuentro con los otros de los que tanto puedes recibir y tanto también puedes aportar; ayuna de esas comodidades y sensualismos con los que rodeamos nuestra vida donde solo a lo que aspiramos es a pasarlo bien; ayuna de tus tristezas y angustias poniendo alegría en tu vida, sonrisas en tu semblante, palabras amables que trasmitan paz y serenidad a los que están a tu lado…
 ‘Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: Aquí estoy’.

jueves, 11 de febrero de 2016

Hagamos el camino de la vida que es camino de entrega y de amor, de olvido de si mismo y de darnos por los demás, que es camino que nos llena de plenitud

Hagamos el camino de la vida que es camino de entrega y de amor, de olvido de si mismo y de darnos por los demás, que es camino que nos llena de plenitud

Deuteronomio 30,15-20; Sal 1; Lucas 9,22-25

Queremos vivir, queremos la vida; y cuando decimos que queremos vivir, queremos decir ser felices, que las cosas nos marchen bien, que nada nos perturbe ni nos reste felicidad, que todo sea triunfo, que seamos tenidos en cuenta; poco menos que queremos estar subidos sobre pedestales y todos nos hagan reverencias. Quizá pueda parecer un poco exagerado todo esto que voy diciendo, pero, como solemos decir, ¿a quién le amarga un dulce?
Claro que razonamos y pensamos qué es realmente vivir; nos planteamos si todo ha de ser por el camino del triunfo por donde hemos caminar, porque si todos queremos ser triunfadores al final quizá terminemos enfrentándonos unos a otros porque no queremos quedarnos por debajo. Por eso quizá pensamos cuál realmente es el sentido de nuestra vida, por qué hemos de luchar y qué es lo que verdaderamente merece la pena, qué es lo más hermoso que llevamos dentro de nosotros mismos y que realizándonos nos hará verdaderamente felices.
Creo que en el fondo todos queremos ser amados y amar y por ese camino es por donde podemos llegar a una verdadera realización de nosotros mismos. Cuando amamos comenzamos a pensar menos en nosotros mismos y mas en ese amor que queremos dar a los demás, en esto que queremos compartir con los otros. Será, pues, en un camino de donación de nosotros mismos donde verdaderamente nos realicemos y hagamos caminos de plenitud que nos hagan sentir verdaderamente felices. Es por ahí por donde podremos encontrar un sentido de verdad para nuestra vida. Qué felices nos sentimos cuando vemos que estamos contribuyendo a que los demás sean un poco más felices.
No nos han de extrañar, entonces, las palabras que escuchamos hoy en el evangelio en boca de Jesús cuando nos invita a seguirle. Ese es el sentido que El quiere dar a nuestras vidas, que quiere que nosotros descubramos. Y para eso El va delante de nosotros. No se trata de lo que El pueda exigirnos, sino de lo que realmente estamos nosotros viendo en El y en lo que queremos imitarle para seguirle de verdad.
El ha venido a decirnos que ha venido para amarnos, que el sentido de su vida es el amor, porque por amor se ha hecho hombre para compartir nuestro camino. Ya nos lo recuerda el evangelio en otro lugar cuando nos habla del amor grande que nos tiene el Padre que nos entrega a su propio Hijo; es el regalo de Dios que pone en nuestras manos, su Hijo que se ha encarnado en Jesús. Es lo que Jesús ha ido haciendo a lo largo del evangelio. Y hoy nos dice que sube a Jerusalén en nombre de ese amor, y en nombre de ese amor va a ser entregado en manos de los gentiles para morir por nosotros.
Quizá nos asuste ese camino de Jesús porque sabemos bien que fue un camino de Cruz que le llevo hasta el Gólgota, hasta morir colgado de esa cruz. Pero lo que Jesús nos está diciendo que fue el camino del amor, porque no hay amor mas grande que el de que se da hasta entregarse a la muerte por el amado. Es lo que hizo Jesús.
Y ahora nos dice a nosotros que si queremos seguirle, hemos de seguir ese camino del amor, que puede ser cruz, porque la cruz no nos faltará cada día, pero que amando como El nos ha amado tenemos asegurado el camino del triunfo verdadero. Aquello que decíamos al principio que todos añoramos. Habla de negarse a si mismo, habla de olvidarse de si mismo, ama de entregar la vida, porque es en ese camino de amor donde ganaremos la vida, donde alcanzaremos la vida en plenitud.
Cuando estamos en los inicios de la Cuaresma, camino de Pascua como hemos reflexionado, sabemos que nos estamos poniendo en el camino del amor. Ese amor que nos renueva, que nos hace hombres nuevos, que nos llena de la verdadera vida. Busquemos la manera de seguir siempre ese camino de vida.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Una invitación a caminar hacia la plenitud de la Pascua que nos recuerda el sentido pascual y trascendente que tiene nuestra vida desde la plenitud de Cristo

Una invitación a caminar hacia la plenitud de la Pascua que nos recuerda el sentido pascual y trascendente que tiene nuestra vida desde la plenitud de Cristo

Joel 2,12-18; Sal 50; 2Corintios 5,20–6,2; Mateo 6,1-6.16-18

Hoy es miércoles de ceniza. Hoy iniciamos un camino, un camino que nos recuerda cual es el camino de la vida. Para muchos quizá se quede este día en un rito que tiene la Iglesia del que casi nos quedamos sin entender su sentido. Nos podemos quedar quizá en que se nos recuerde la muerte, por aquello de las cenizas en las que todos nos convertimos y así pueda quedarse todo en el recuerdo de un destino fatal en que todo se acaba y ya no hay nada más, cuando de verdad no tenemos un verdadero sentido de trascendencia en nuestra vida.
Pero celebrar este día del miércoles de ceniza es mucho más, algo mucho más profundo. Ya decíamos que iniciamos un camino. Hoy comenzamos una peregrinación que nos conduce a una celebración pascual. En consecuencia viene a recordarnos ese sentido de pascua que tenemos en nuestra vida desde nuestra fe en Jesús, muerto y resucitado. Vamos a celebrar de una manera intensa en su conmemoración anual algo que da sentido a nuestra vida y que de alguna forma vivimos o hemos de vivir cada día.
Y es que la vida del cristiano tiene que estar impregnada de ese sentido de pascua. Vivimos esa presencia del Señor en nosotros que nos llena de gracia y de salvación. Es el paso del Señor que nos salva; es el paso del Señor que nos llena de su amor. Y eso hemos de vivirlo cada día. Y ese paso del Señor con su salvación tuvo, digámoslo así, su plenitud en la muerte y en la resurrección del Señor. De ello nos hemos hecho partícipes desde nuestro bautismo que nos hizo renacer en Cristo en virtud de su muerte y su resurrección. Desde entonces toda nuestra vida ha de estar, como decíamos, impregnada de ese sentido pascual.
Necesitamos recordarlo, revivirlo. Y a esto viene a ayudarnos el sentido cíclico de nuestras celebraciones de cada año. Por eso decíamos que hoy miércoles de ceniza emprendemos un camino, que es el camino que cada día hacemos, pero que ahora con motivo de las celebraciones de la pascua queremos vivir con mayor intensidad. Esto nos ayudará a que vivamos así en esa plenitud cada día ese sentido de nuestra vida.
Caminamos, sí, hacia la pascua en el recorrido de la Cuaresma. Nos recordará el sentido de nuestra vida y nos ayudará a vivirlo con toda plenitud. La liturgia con sus signos, con la Palabra de Dios que nos ofrece cada día, en ese recorrido que nos recuerda lo que era el catecumenado que preparaba a los catecúmenos para el bautismo, nos va ayudando así a que renovemos nuestra vida. Cuando llegue la Pascua vamos a hacer una renovación de nuestro compromiso bautismal, nuestras promesas bautismales y la profesión de nuestra fe; ahora en este peregrinaje cuaresmal nos vamos preparando.
Este rito con el que iniciamos la cuaresma en este día llamado miércoles de ceniza  por el signo que empleamos nos recuerda nuestra meta, y nos recuerda que quizá hemos tenido muchos tropiezos en el camino que vamos haciendo cada día y que tenemos que enderezar el rumbo. Por eso más que recordarnos la muerte es invitarnos a la conversión, a creer en el evangelio, a buscar ese sentido de trascendencia y de plenitud que tiene nuestra vida, a renovar cuanto en nuestra vida está torcido y empañado por el pecado. No es solo recordar la debilidad de nuestra vida, sino recordar la grandeza y trascendencia que nuestra vida tiene invitándonos a caminar hacia la plenitud que en Cristo podemos encontrar.
Escuchemos con atención esa invitación que se nos hace desde la palabra del Señor y convirtamos de verdad esta cuaresma que iniciamos en un tiempo gracia y de salvación.

martes, 9 de febrero de 2016

Jesús nos pide autenticidad en nuestra vida alejando de nosotros todo tipo de vanidad y de hipocresía para manifestarnos como verdaderos creyentes en todo lo que hagamos


Jesús nos pide autenticidad en nuestra vida alejando de nosotros todo tipo de vanidad y de hipocresía para manifestarnos como verdaderos creyentes en todo lo que hagamos

1Reyes 8,22-23.27-30; Sal 83; Marcos 7,1-13
Algo que valoramos mucho en las personas es la autenticidad. Nada hay mas desagradable que una persona falsa y vanidosa, que no sabe ser congruente en la vida, fiel a unos principios en su comportamiento y que lo que hace no es otra cosa que aparentar y querer dar una figura de lo que realmente no es ni siente. Manifestarnos con verdad, expresar realmente lo que somos, alejar de nosotros actitudes farisaicas y de hipocresía son valores muy a tener en cuenta. Las personas de dos caras  no nos gustan.
Sin embargo reconocemos que en cierto modo es una tentación por la que pasamos aunque nos cueste reconocerlo, porque en el fondo queremos ocultar algo que no  nos gusta y no queremos que nos puedan juzgar mal, queriendo mantener la imagen, por así decirlo. De alguna manera se  nos crea muchas veces un conflicto interior porque reconocemos por otra parte que somos débiles y ciertamente no somos tan buenos como queremos aparentar. Nos puede parecer contradictorio lo que estoy diciendo, pero así es muchas veces nuestra vida, si somos capaces de ser sinceros con nosotros mismos.
De esto nos habla hoy el evangelio. Jesús pide autenticidad y congruencia en la vida a sus discípulos; denuncia la actitud hipócrita con que se presentan los fariseos, los letrados o maestros de la ley y muchos en su entorno. Ahora vienen reclamándole a Jesús porque sus discípulos no guardan escrupulosamente la ley del ayuno o porque no guardan todas las prescripciones de las que habían llenado su vida sobre las impurezas legales de lavarse o  no lavarse las manos a la hora de sentarse a la mesa a la vuelta de la plaza. Jesús les habla de otra pureza interior que hay que tener en el corazón y que no nos podemos quedar en el hecho de lavarse las manos o no.
El cumplimiento de lo que es la voluntad del Señor no se puede quedar en ritos externos o en el mero cumplimiento de normas, sino que es algo que tiene que en verdad partir del corazón. Les recuerda lo anunciado por el profeta: Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres’.
Es la autenticidad con que hemos de vivir nuestra vida. No hacemos las cosas solo por cumplir, sino nuestro corazón está muy lejos de querer hacer lo que es la voluntad del Señor. Sería una falsedad, una hipocresía. Y bien que vamos, desgraciadamente, muchas veces poniéndonos muchas caretas en la vida para guardar las apariencias, para vivir en la vanidad de lo que realmente no sentimos en nuestro interior.
Igual que estos días en estas fiestas de carnaval vemos como la gente se disfraza para divertirse, como queriendo aparecer otra cosa de lo que realmente se es, y con el disfraz parece que ya nos desinhibimos y podemos hacer lo que sea, así vamos poniéndonos caretas en la vida, disfrazándonos con muchas apariencias y vanidades para aparecer quizá como cumplidores, mientras en nuestro interior le damos poco valor a lo que el Señor nos pide. Las caretas a la larga no son solo de estos días de carnaval, sino algo que podamos llevar puesto muchos días del año. Cuántas cosas habría que revisar en este sentido.
Seamos de verdad auténticos en nuestra vida cristiana; seamos congruentes con lo que decimos que es nuestra fe, porque la fe no puede ser un vestido que nos pongamos en algunas ocasiones, mientras en otros momentos de la vida nos olvidamos de esa auténtica actitud del creyente. Somos o  no lo somos. Y como creyentes y seguidores de Jesús tenemos que manifestarnos en todo momento.

lunes, 8 de febrero de 2016

Vayamos hasta Jesús toquemos la orla de su manto para que se restablezca con toda dignidad nuestra vida

Vayamos hasta Jesús toquemos la orla de su manto para que se restablezca con toda dignidad nuestra vida

1Reyes 8,1-7.9-13; Salmo 131; Marcos 6, 53-56

‘Colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos…’  Allá por donde fuera Jesús se iba encontrando con el dolor y el sufrimiento y su presencia era signo de la llegada de la liberación y de la paz. Todos ansiaban tocar a Jesús.
Queremos sanarnos; el enfermo tiene ansia de salud, porque todos deseamos la vida y tener ansias de salud es tener deseos de vida, pero de vida en plenitud, sin limitaciones, sin dolor, sin muerte. Y ya no es solo el dolor o la enfermedad física, las limitaciones que las discapacidades de nuestro cuerpo puedan producirnos.
Es algo más, porque hay otros sufrimientos, otras limitaciones, otras angustias que no solo afectan a nuestro cuerpo sino que las tenemos en lo más hondo de nosotros mismos, que nos afectan a nuestro ser, que nos restan dignidad, que nos hacen ir como perdidos sin sentido ni orientación, que nos envuelven de soledad, que nos aíslan de los demás, que nos encierran en nosotros mismos, que nos distancian de todo cuanto hay en nuestro entorno, que nos hacen perder el sentido de la vida.
Buscamos la salud, la vida, el sentido, el camino, el encuentro. Es una búsqueda continua de nuestra vida porque siempre queremos crecer, porque queremos recuperar la dignidad perdida, porque queremos tener paz en nuestro corazón, porque buscamos el amor, amando y sintiéndonos amados, porque queremos ver lo bueno que los otros nos puedan ofrecer, porque queremos compartir la pequeña o grande luz que llevamos dentro, porque ansiamos encontrar ese sentido de la vida que dé plenitud a nuestra existencia.
Vamos a Jesús como aquellos enfermos, de los que nos habla el Evangelio, como toda aquella gente que se arremolinaba en torno a Jesús y querían tocarle, aunque solo fuera la orla de su manto. Vamos a Jesús y queremos que El tienda también su mano sobre nosotros, al menos llegue su sombra sobre nuestras vida, porque sabemos que en El vamos a encontrar vida, porque su mano y su sombra nos va a llenar de luz, porque sabemos que con Jesús aprenderemos a ir al encuentro con los demás y nunca nos sentiremos solos, porque en El vamos a ver restablecida nuestra dignidad, porque con El ya para siempre vamos a tener razones para vivir, para buscar la vida, pero también sobre todo para compartirla.
Jesús tendía su mano y tocaba al leproso curándole no solo de su lepra sino restableciendo su dignidad; tomaba de la mano al paralítico para levantarlo de la camilla y caminar por si mismo con dignidad; tocaba los ojos del ciego para hacerle tener una visión nueva y una mirada nueva; tocaba la lengua y los oídos del sordomudo para que aprendiera el lenguaje nuevo del amor que le hiciera encontrarse con los demás. Vemos tantos momentos así en el Evangelio y queremos también que llegue a nosotros con su vida.
Sí, vayamos hasta Jesús porque en El siempre vamos a encontrar vida.

domingo, 7 de febrero de 2016

Sepamos seguir descubriendo las maravillas de Dios y escuchando lo que nos sigue pidiendo para seguir sembrando la semilla de la Palabra

Sepamos seguir descubriendo las maravillas de Dios y escuchando lo que nos sigue pidiendo para seguir sembrando la semilla de la Palabra

Isaías 6, 1-2a. 3-8; Sal 137; 1Corintios 15, 1-11; Lucas 5, 1-11
Hay hechos que suceden en nuestro entorno o acontecimientos que van surgiendo en la historia de la vida de las personas y en ese mundo en el que vivimos y que no nos es nada ajeno que producen un impacto en nosotros y que de alguna manera van marcando nuestra vida obligándonos incluso a tomar decisiones muy importantes. No nos podemos sustraer a esos acontecimientos y aunque algunas veces quisiéramos olvidarlos o pasar página ahí están con ese impacto que han producido en nosotros. Seguro que en hechos más o menos importantes o trascendentales todos tenemos unas ciertas experiencias de ese tipo. Son acontecimientos que si bien para algunos pudieran parecer de poca importancia se pueden convertir en trascendentales para nuestra historia y también, por qué no, para aquellos con los que convivimos.
Es lo que podemos descubrir en los hechos que se nos relatan en el evangelio de hoy y que tienen su resonancia o en cierto modo paralelismo en lo escuchado también en el profeta Isaías. Van a ser acontecimientos que van a marcar la vida de los que van a ser sus primeros discípulos en un caso o la llamada del profeta en lo referido en la primera lectura.
La gente se agolpa alrededor de Jesús porque todos quieren escucharle. Poco menos parece que casi lo tiran al agua. Allí están también aquellos pescadores que han regresado de su infructuosa tarea en aquella ocasión y mientras repasan sus redes también estarán con oído atento para escuchar al Maestro. Unos y otros ya le habrían escuchado en alguna ocasión o habrían visto lo que iba haciendo.
Ahora les pide en cierto modo prestado la barca para desde ella enseñar más fácilmente a la multitud congregada en la playa y todos le puedan escuchar. No nos dice el evangelista cual es el anuncio que hace Jesús pero está anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios que llega y en el que hay que creer y al que hay que convertirse.
Cuando parecía que todo se había acabado y podrían seguir con las labores habituales Jesús les pide volver a adentrarse en el lago y echar de nuevo las redes para pescar. Grande seria el desconcierto porque realmente estaban cansados de una noche bregando sin coger nada. Pedro lo manifiesta de alguna manera pero de alguna manera Jesús había ido tocando su corazón porque se fía de Jesús. No hemos cogido nada en toda la noche, pero porque tú lo dices, en tu nombre echaré de nuevo las redes.
Y comienzan los acontecimientos, donde antes no habían pescado nada ahora las redes están hasta reventar. Han de llamar a los compañeros de la otra barca para que les echen una mano. No salen de su asombro y es Pedro el que comienza a reconocer tal maravilla, pero comienza a reconocer también su pequeñez. Las barcas casi se hundían por la redada de peces tan grande. Pedro termina echándose a los pies de Jesús porque sabe reconocer las maravillas de Dios que está obrando en Jesús. Habían escuchado que Jesús hacía cosas maravillosas o ellos mismos habían sido testigos de algunos de aquellos milagros. Pero ahora se sienten sorprendidos en lo más hondo. ‘Apartate de mi, Señor, que soy un pecador’.
El asombro se había apoderado de él y de todos los que con él estaban. No sabían qué decir pero todo va a cambiar a partir de aquel momento. Jesús les está abriendo nuevas puertas, nuevos caminos, nuevos mares; Jesús les está pidiendo que tomen decisiones que van a ser radicales. Estaban llenos de temor, pero Jesús tiene palabras para ellos que les llenan de paz y les ponen en camino a una nueva vida. ‘No temas, desde ahora serán pescadores de hombres’.
Como Isaías que se había sentido sobrecogido con la visión que había tenido del templo de Dios. También Isaías escuchaba una voz que le invitaba a dar un paso. Una voz que le llamaba la atención y que esperaba respuesta. ‘¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mi?’ había escuchado y allí estaba su respuesta: ‘Aquí estoy, mándame, Señor’. En el lago ellos sacaron las barcas a tierra, pero lo dejaron todo y lo siguieron. La respuesta fue radical. El acontecimiento había cambiado sus vidas y sus preferencias.
Habían escuchado la voz que les llamaba. Podíamos recordar la actitud del niño Samuel allá en la antigüedad: ‘Aquí estoy, Señor, vengo porque me has llamado’, que luego se convertiría en un ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’. Es la disponibilidad del corazón y el dejarse conducir. Nos cuesta porque nos sabemos las cosas y creemos que sabemos siempre lo que tenemos que hacer y cómo tenemos que hacerlo. Como Pedro, avezado pescador de aquellos lagos. Pero se dejó conducir. Confió en la palabra que escuchaba allá en lo hondo del corazón. Y se puso manos a la obra. ‘Puestos a la obra, hicieron una redada de peces bien grande’.
Es la disponibilidad y es la humildad, para dejarse conducir, pero también para admirar las maravillas de Dios.  Es necesario saber descubrir las maravillas de Dios. No confundirnos, no pensar que es obra de nuestras manos. Es abrirse al misterio de Dios. Es ponerse en camino en la obra de Dios. No van a ser nuestras obras; no nos llenemos de orgullo por lo que hacemos o lo que somos capaces, sino demos gloria al Señor reconociendo que es su obra y nosotros somos solo sus instrumentos, sus pescadores o sus sembradores. La fuerza y el fruto son obra del Señor.
Tenemos que seguir poniéndonos en la sintonía de Dios para lo que Dios quiera de nosotros en cada momento. La obra no está terminada de realizar; hay mucha obra por delante porque la Buena Noticia tiene que seguir anunciándose y nosotros seguimos siendo esos instrumentos en las manos de Dios para lo que Dios quiera de nosotros. Donde y cuando el Señor lo quiera. Sepamos escuchar al Señor en nuestro corazón y sepamos descubrir esas maravillas que el Señor sigue realizando y estemos atentos para ver lo que sigue queriendo de nosotros.