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sábado, 14 de mayo de 2016

Que sigamos viviendo con la misma intensidad las alegrías de las fiestas de la Pascua

Que sigamos viviendo con la misma intensidad las alegrías de las fiestas de la Pascua

Hechos 1, 15-17. 20-26; Sal 112; Juan 15, 9-17

Mañana llegamos a clausurar con la solemnidad de Pentecostés las fiestas de Pascua que hemos venido celebrando. La oración de la liturgia de este día nos hace pedir que sigamos viviendo con la misma intensidad las alegrías de las fiestas de la Pascua. La alegría pascual no se puede agotar nunca en el corazón de un creyente. Clausurar simplemente cerrar un ciclo que hayamos estado recorriendo y ahora es como comenzar una cuenta nueva. En el camino de nuestra fe y de nuestra vida cristiana eso no tendría sentido porque siempre tiene que haber una continuidad en crecimiento. No es comenzar de nuevo de cero.
Las celebraciones de nuestra fe con las que queremos cantar la gloria y la alabanza del Señor expresando así la fe y el amor que tenemos en el Señor recordando sus maravillas y toda la historia de la salvación, son al mismo tiempo para nosotros un motivo de riqueza y crecimiento interior que nos impulsa en ese camino de nuestra vida cristiana.
Llegamos es cierto mañana a la culminación de las fiestas de Pascua con la solemne celebración de Pentecostés – nos hemos venido preparando y mañana lo reflexionaremos y viviremos hondamente – pero aunque sea el final de un ciclo litúrgico no es un punto y aparte en nuestra vida cristiana. Toda esta alegría que hemos vivido en la Pascua y que a tantas cosas buenas nos ha impulsado la hemos de seguir viviendo con la misma intensidad, ha de seguir haciéndonos crecer en nuestra vida cristiana en todo ese proceso que ha de ser nuestra vida de seguimiento de Jesús.
No nos puede faltar nunca esa alegría en nuestra vida. Ya sabemos que tantas veces los caminos se nos oscurecen pero la luz y la fuerza del Espíritu siempre están con nosotros. No nos puede faltar la esperanza porque sabemos bien de quien nos fiamos y que con nosotros está el Señor que prometió que estaría siempre hasta la consumación de los tiempos. Esa alegría y esa esperanza que hemos de manifestar a través de tantos gestos hermosos que podemos tener con los que están a nuestro lado.
Cuantas sonrisas podemos despertar, cuanta luz podemos poner en los corazones atormentados, cuanta solidaridad puede resurgir en los que quizá caminan pensando solo en si mismos, pero que si ven un gesto solidario en quien está a su lado puede que se despierte su conciencia. Así en pequeños detalles cuantas cosas podemos hacer cada día para hacer un mundo mejor y más feliz, para que se haga más presente el Reino de Dios.
Finalmente recordar que hoy catorce de mayo celebramos a san Matías, el que fue elegido en sustitución de Jesús allí en el propio cenáculo en las vísperas de Pentecostés – coincidencia este año en la fecha vísperas de Pentecostés - . El Espíritu del Señor elige y llama al servicio del pueblo de Dios a los que quiere. Que seamos dóciles a esa moción del Espíritu y nos dejemos conducir al tiempo que sepamos aceptar a los que han sido elegidos del Señor.

viernes, 13 de mayo de 2016

Queremos decirle a Jesús que lo amamos no fruto de un fervor pasajero sino convencidos cuando hemos sentido su amor

Queremos decirle a Jesús que lo amamos no fruto de un fervor pasajero sino convencidos cuando hemos sentido su amor

Hechos 25, 13-21; Sal 102; Juan 21, 15-19

‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?’ la pregunta de Jesús a Simón Pedro podía sentirla hondamente como una daga que le atravesara la entrañas; más aun cuando la pregunta se repite hasta en tres ocasiones.
‘Tú lo sabes todo, tú sabes cuánto te amo’. Le había prometido un día que estaría dispuesto a todo, incluso a dar la vida, aunque cuando llego el momento de dar la cara se echó para detrás; son las debilidades de la vida, prometemos y prometemos pero no sabemos el alcance que puedan tener nuestras palabras y nuestras promesas. Vemos quizá en un momento determinado las cosas fáciles fruto de un entusiasmo y de la emoción de un momento. Cuantas cosas hemos prometido al final de unos ejercicios espirituales vividos con mucho fervor, pero que quizá nos hizo pensar que fuera iba a seguir el mismo fervor y nada se nos iba a oponer.
‘Tú lo sabes todo, tú sabes cuánto te amo’. Un día había dejado redes y barca para seguirle. Impresionado en la pesca milagrosa aquel mediodía se había sentido un humilde pecador – ‘Apartate de mi, Señor, que soy un pecador’, le había dicho – pero Jesús le prometía una pesca mejor y en otros mares más profundos. El había lanzado la red en aquella ocasión solamente porque se fiaba de su palabra ‘en tu nombre echaré la red’ y algo nuevo había comenzado en ellos.
‘Tú lo sabes todo, tú sabes cuánto te amo’. Se había dejado conducir por Jesús y había sabido escuchar la voz del Padre en su interior que le revelaba el misterio de Jesús. Fue Pedro el que se adelantó a dar la respuesta cuando Jesús preguntaba que decía la gente de El o qué decían ellos mismos. ‘Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo’. Pero como le diría Jesús no eran revelaciones humanas, no eran cosas aprendidas de memoria, había sido el Padre del cielo el que se lo había revelado en su corazón.  ¿Cómo no iba a amar a Jesús?
‘Tú lo sabes todo, tú sabes cuánto te amo’. Con Jesús y elegido en especial por Jesús había subido al Tabor para aquella mañana de oración. Allí había sido testigo de la gloria de Dios. Tanto disfrutaba que ya estaba pensando en hacer unas tiendas para quedarse allí para siempre aunque los cálculos no fueron certeros en su previsión. Había escuchado de nuevo la voz del Padre: ‘Este es mi Hijo amado, escuchadlo’. Claro que había que escucharle y seguirle; era lo que en todo el camino recorrido habían intentado aunque aun les costara entender lo que significaba la pasión y la muerte.
Yo quisiera escuchar en mi corazón esa misma pregunta de Jesús. ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?’ Pero importante es la respuesta que nosotros le demos a Jesús. Una respuesta que no pueden ser solo palabras. Repasemos la respuesta de Pedro como la hemos ido viendo reflejada en su vida y tratemos de calcarla nosotros en nuestra vida.
Le vamos a prometer, sí, que lo amamos a pesar de nuestras dudas, a pesar de nuestras debilidades. No nos vamos a quedar solo en momentos de fervor, sino que vamos a querer ser constantes en nuestro amor. Vamos a amarle porque en verdad queremos escucharle y porque queremos ser sus discípulos. Vamos a amarle y a recibir en nuestras manos esa misión que a nosotros también nos confía. No vamos a tener lo que de pasión y cruz tiene la pascua porque la vida del seguidor de Jesús es un participar de la Pascua de Cristo, una pascua que en toda su profundidad también nosotros hemos de vivir.

jueves, 12 de mayo de 2016

Los cristianos con nuestras divisiones, nuestros recelos, desconfianzas, orgullos estamos poniendo palos en las ruedas del Reino de Dios

Los cristianos con nuestras divisiones, nuestros recelos, desconfianzas, orgullos estamos poniendo palos en las ruedas del Reino de Dios

Hechos 22, 30; 23, 6-11; Sal 15; Juan 17, 20-26

Cuando ponemos gran empeño en sacar un proyecto adelante, un proyecto que consideramos de gran trascendencia para nosotros y para ese mundo nuevo que queremos construir, lo menos que desearíamos es que desde dentro, desde las personas que realizan ese proyecto se pusieran trabas o maquinásemos para destruirlo. Un encargo y un deseo sería que en verdad lo cuidáramos y no hiciéramos nada que pudiera ser obstáculo para llevarlo adelante. La experiencia de la vida nos dice cómo siempre encontraremos quienes están poniendo palos a las ruedas, desde las envidias, los orgullos, los recelos y en lugar de construir destruimos. Esto lo vemos claro en tantos hechos de la vida.
Son las recomendaciones y la oración que Jesús está haciendo por los discípulos, por el Reino de Dios que se está constituyendo, por la Iglesia que está naciendo. Es la oración por la unidad. ‘Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’. Es importante esa unidad de todos los creyentes para que el mundo crea. Si nos ven divididos ¿cómo van a creer en la Palabra que les anunciamos?  Si nos ven desunidos mala imagen estamos dando del Reino de Dios.
Este tema de la unidad nos puede llevar a variadas consideraciones con muchas consecuencias en nuestra vida cristiana y en la vida de la Iglesia. Ya es un drama grande que a lo largo de los siglos se haya producido tantas rupturas y que teniendo todos una misma fe en Jesús nos etiquetemos con tan diversos nombres y hayamos creado esos abismos inmensos de separación y división. Damos gracias a Dios por los gestos de cercanía que se están dando en los últimos tiempos.
Pero yo quiero pensar ahora en nuestras propias comunidades parroquiales o en las comunidades religiosas. ¿Trabajaremos de verdad para que haya esa verdadera comunión y unidad en el día a día de nuestras comunidades? Bien sabemos de los recelos y desconfianzas que muchas veces aparecen. Mucho daría que pensar, porque lo triste sería que fuéramos nosotros los propios cristianos los que desde dentro estuviéramos frenando el avance de la Iglesia. Nos pide Jesús que vivamos unidos, que no nos destruyamos. Con el corazón en la mano nos lo esta pidiendo Jesús. 

miércoles, 11 de mayo de 2016

Tenemos que ir a las periferias del mundo para hacer el anuncio del evangelio y no refugiarnos en los de siempre y donde no vamos a encontrar dificultades

Tenemos que ir a las periferias del mundo para hacer el anuncio del evangelio y no refugiarnos en los de siempre y donde no vamos a encontrar dificultades

Hechos 20, 28-38; Sal 67; Juan 17, 11b-19

Seguimos escuchando y meditando en estos días la oración sacerdotal de Jesús. Qué consuelo sentimos allá en lo más hondo de nosotros mismos sabiendo que Jesús ora por nosotros.
En aquellos momentos de despedida tendría que ser un verdadero bálsamo de paz para los discípulos saber que Jesús oraba por ellos. El camino que se abre ante sus vidas es incierto y no va a estar exento de dificultades. Como seguimos viviendo nosotros hoy. Algunas veces queremos buscar como un refugio que nos aísle o nos desconecte de este mundo adverso y lleno de dificultades.
Tememos enfrentarnos al mundo haciendo el anuncio del evangelio, nos encerramos en nuestras iglesias, en nuestros grupos parroquiales, en nuestras cofradías y hermandades y en todo lo que haga referencia al culto, porque quizá mientras estamos allí dentro estamos tranquilos, nadie nos molesta, y quizá en ocasiones no nos llegue esa palabra revulsiva que nos haga salir de nosotros mismos para ir al encuentro con los demás en el anuncio del evangelio. El Papa nos está llamando la atención continuamente para que, como dice él, salgamos a las periferias. Pero quizá preferimos quedarnos en aquello que no nos da mucho problema.
Pero ese no es el espíritu del evangelio, el espíritu misionero que tiene que haber en nuestra vida de cristianos. Ya nos dice Jesús hoy que no pide al Padre que nos saque del mundo – eso que quizás nosotros prefiramos – sino que ahí en medio de ese mundo tenemos que dar testimonio de la verdad, ahí en medio de ese mundo es donde tenemos que santificarnos.

Nos hace falta el arrojo y la valentía de aquellos primeros discípulos y apóstoles que se lanzaron al mundo. Ellos sabían que contaban con la fuerza del Espíritu, por eso Jesús oraba por ellos. Es lo que nosotros tenemos que experimentar dentro de nosotros. Pidamos con intensidad en estos días en que nos acercamos a Pentecostés que venga el fuego del espíritu renovador de nuestra vida, que nos caldeemos en su amor, y que seamos en verdad testigos y misioneros de la verdad del Evangelio.

martes, 10 de mayo de 2016

Una oración sacerdotal y eclesial que hemos de saber hacer con Jesús porque todos han de tener cabida en nuestro corazón y con todos hemos de cantar la gloria de Dios

Una oración sacerdotal y eclesial que hemos de saber hacer con Jesús porque todos han de tener cabida en nuestro corazón y con todos hemos de cantar la gloria de Dios

Hechos 20, 17-27; Sal 67; Juan 17, 1-11a
Las palabras que vamos escuchando estos días en el evangelio son el final de aquel discurso de despedida después de la cena pascual en que Jesús iba abriendo su corazón a los suyos dejando entrever su ternura y su amor. Los momentos de despedida son propicios para ese desnudar el corazón dejando entrever todos los entresijos del  alma; momentos de confidencias, momentos en que uno descubre la intimidad más profunda del alma.
Todos lo habremos experimentado en alguna ocasión, cuando hemos tenido que arrancarnos de aquellos que amábamos con un amor especial. Son palabras de testamento no solo en el sentido de últimas voluntades sino más bien querer recordar con especial intensidad todo aquello que hayamos vivido; y vienen los recuerdos y las recomendaciones, los buenos deseos y las promesas de fidelidad y de amor que nunca quiere acabarse.
Jesús les habla de su gloria y de la gloria de Dios. Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste’. ¿En que se va a manifestar esa gloria de Dios? ¿Cómo va a ser glorificado Jesús? Va a dar la vida eterna a los que el Padre le había confiado. Ahí está la gloria de Dios.  ‘Que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo’.
En la entrega suprema de la cruz se nos revela la gloria de Dios; porque en la entrega suprema de la cruz se va a manifestar el amor más grande. El sacrificio de Cristo es la gloria del Señor. Por eso nosotros queremos dar gloria a Dios y la hacemos en el sacrificio del altar, que no es otro que el sacrificio de la cruz. Todo honor y toda gloria, decimos, con Cristo, por Cristo, en Cristo. Todo honor y toda gloria al Padre de la gloria para siempre desde el sacrificio de Cristo, desde el amor de Cristo.
Y ahora Jesús dice que ruega por nosotros, que estamos en el mundo aunque no somos del mundo. Ruega por nosotros que tenemos que continuar nuestra tarea en medio del mundo, porque ahí tenemos que manifestar la gloria del Señor, para que nos sintamos seguros, para que no sintamos su ausencia. Es el padre, el amigo, el hermano que no nos quiere dejar solos, que nos quiere dar garantías de que estará siempre con nosotros. En el fondo está la promesa del Espíritu que nos va a enviar desde el seno del Padre.
Hacemos nosotros también esta oración sacerdotal de Jesús para sentir su fuerza y su gracia, pero hacemos esta oración sacerdotal de Jesús porque en nuestro corazón tienen que caber todos los hermanos y por ellos también nosotros hemos de pedir. Es la oración que con verdadero sentido eclesial  hemos de saber hacer siempre. 

lunes, 9 de mayo de 2016

Cuando tenemos la confianza de estar en las manos del Padre no tenemos miedo, tenemos asegurada la victoria final

Cuando tenemos la confianza de estar en las manos del Padre no tenemos miedo, tenemos asegurada la victoria final

Hechos 19,1-8; Sal 67; Juan 16,29-33
La experiencia y la sensación de sentirse solo y como abandonado cuando nos vienen los problemas es muy dura de asimilar y producen muchas tristezas y angustias en el alma. Es algo que sucede con demasiada frecuencia y no siempre sabemos reaccionar ante situaciones así; muchas veces cuando no hay la suficiente madurez y fortaleza interior bien sabemos que suelen acabar en tragedias.
Es lo que Jesús les anuncia que le va a pasar a él. En el relato evangélico que estamos escuchando estamos en las vísperas de la pasión y lo que Jesús les está diciendo va a suceder esa misma noche con El. Cuando llegue la hora del prendimiento en Getsemaní comenta el evangelista que todos le abandonaron y huyeron. Alguno como Pedro se llegó hasta los patios del sumo pontífice para ver en qué acababa aquello, y bien sabemos que en su cobardía le negó; solo Juan llegó hasta el final porque será el único que encontremos al pie de la cruz junto con su madre y las piadosas mujeres.
Pero Jesús nos da una clave. ‘Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre’. No se siente abandonado porque en manos del Padre pondrá su vida, porque no ha venido sino a hacer su voluntad. Y cuando tenemos la confianza de estar en las manos del Padre no tenemos miedo, tenemos asegurada la victoria final. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo’. Tenemos la victoria de nuestra parte.
Ya nos diría en otra ocasión cuando nos anunciaba persecuciones y cárceles que no tuviéramos miedo porque el Espíritu del Señor pondría palabras en nuestros labios. Creo que tenemos que recordarlo, pero recordarlo de una forma viva. Porque sabemos muchas cosas quizás, pero en el momento de la dificultad, cuando vienen los problemas seguimos sintiéndonos solos y sin fuerzas. ¿Por qué? Porque olvidamos las palabras de Jesús. ‘Pero tened valor: yo he vencido al mundo’.
Es esa espiritualidad profunda que tenemos que ir logrando en nuestra vida, porque en verdad nos vayamos llenando de Dios, porque sintamos siempre la fuerza de su Espíritu, porque nos dejemos conducir por sus inspiraciones, porque no perdamos nunca esa paz interior por muchas que sean las dificultades, porque sepamos en todo momento ponernos en las manos del Padre. Para eso es necesario orar mucho, orar dejándonos impregnar por el Espíritu divino, orar escuchando a Dios en nuestro corazón, orar haciendo una lectura de nuestra vida y de cuanto nos sucede a través del filtro del Espíritu, del filtro de la Palabra de Dios.
Pidamos con fuerza la presencia del Espíritu en nuestra vida en esta última semana de Pascua que va a desembocar en Pentecostés. Que nos sintamos renovados y rejuvenecidos en el Espíritu.

domingo, 8 de mayo de 2016

La ascensión nos hace levantar nuestra mirada, contemplar la meta, el camino que Jesús nos ha abierto, pero no nos desentendemos de este mundo en el que tenemos que ser testigos de luz

La ascensión nos hace levantar nuestra mirada, contemplar la meta, el camino que Jesús nos ha abierto, pero no nos desentendemos de este mundo en el que tenemos que ser testigos de luz

Hechos 1, 1-11; Sal 46; Efesios 1, 17-23; Lucas 24, 46-53
Hoy es la fiesta de la Ascensión del Señor al cielo donde esta sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso, como confesamos en el credo. En la piedad del pueblo cristiano esta fue una fiesta del tiempo pascual que se celebraban con gran devoción y solemnidad. Como muestra de ello todo esos signos que se realizan en la celebración de este día como las lluvias de pétalos que en muchos lugares caen sobre los fieles al paso de la procesión con el Santísimo.
Si durante toda la cuaresma queríamos avanzar en el misterio de Cristo – como lo expresábamos en la oración del primer domingo de cuaresma – ahora llegamos al conocimiento de esa plenitud del misterio de Cristo glorificado en su Ascensión. Es lo que nos decía el apóstol Pablo en la segunda lectura de este domingo. Espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo… descubrir la esperanza a la que nos llama, comprender esa riqueza de gloria que recibimos en herencia cuando nos llama a ser santos.
La ascensión nos hace levantar nuestra mirada; queremos contemplar la meta; contemplamos el camino que Jesús nos ha abierto, pero no nos hace desentendernos de este mundo. Y es que a este mundo hemos sido enviados con una misión. Esa maravilla del misterio de Dios que así nos ama y nos salva tenemos que anunciarlo.
Contemplar la ascensión del Señor no es simplemente una despedida. Jesús se va pero  viene a nosotros; está sentado a la derecha del Padre con todo poder y majestad, pero esta siempre con nosotros a nuestro lado. Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo nos dice. Por eso nos promete el envío del Espíritu que será nuestra fortaleza y nuestra vida, será el que nos lo enseñe todo y el que nos vaya guiando allá en nuestro interior como sigue guiando también a la Iglesia.
Celebrar la ascensión es ponernos en camino de Ascensión. Muchas veces hemos visto y reflexionado en ese camino de subida de Jesús. Subida al monte Tabor para la oración; subida a Jerusalén para la pascua; subida que es superarnos, esforzarnos, no contentarnos con quedarnos a ras de tierra, darnos cuenta de nuestras limitaciones y aspirar a algo mejor; subida que es ponernos metas en la vida; subida que es aprender a entrar en un camino de espiritualidad profunda. Celebramos la ascensión queriendo vivir todo esto con intensidad, pero también proponiéndolo a cuantos nos rodean.
Cuando no nos ponemos metas que nos hagan levantar nuestra vida, nos dejamos arrastrar por tantas rémoras que aparecen en la vida y que nos frenan, no nos dejan avanzar, nos impiden crecer de verdad. La vida es camino, es crecimiento, es superación; quedarnos en lo de siempre sin empujarnos un poquito para avanzar hará que al final más bien reculemos y caigamos por la pendiente de la rutina y la frialdad.
Porque no podemos olvidar que recibimos una misión. Jesús nos invita a esperar el cumplimiento de la promesa del Espíritu para que luego seamos testigos. Testigos de ascensión, de vida, de luz, de amor. Cuánto necesita nuestro mundo que brillen esos testigos porque estamos demasiado en sombras de muerte. Por eso, esta semana, con intensidad vamos a pedir que venga el Espíritu sobre nosotros, sobre su Iglesia, sobre nuestro mundo.