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sábado, 21 de mayo de 2016

Toda persona merece nuestro respeto y la valoración de su dignidad

Toda persona merece nuestro respeto y la valoración de su dignidad

 Santiago 5,13-20; Sal 140; Marcos 10,13-16

Toda persona merece nuestro respeto y la valoración de su dignidad. Y cuando decimos toda persona es toda persona, sea pequeño o mayor, sea de la condición que sea porque de ninguna manera debemos encasillarla desde nuestros prejuicios o valoraciones subjetivas.
Creo que es una primera enseñanza que nos ofrece el texto del evangelio de hoy. Nos habla de unos niños que sus madres acercaban a Jesús para que los bendijera. Pero por allá andan los discípulos cercanos a Jesús que aun necesitaran aprender muchas cosas que no quiere que se moleste al maestro con chiquillerías. Querían escucharlo y estar cerca de El y eso, pensaban quizá, era cosa de mayores, no de niños.
Pero ya vemos la reacción de Jesús. ‘No se lo impidáis… dejad que los niños se acerquen a mí…’ y añade algo más y bien hermoso ‘de los que son como ellos es el Reino de los cielos’. Ya en otros momentos había puesto un niño en medio de ellos y les había enseñado que quien acogía a un niño como aquel, lo acogía a El.  Y es que en aquella sociedad los pequeños no eran valorados, no eran tenidos en cuenta. Y es lo que viene a enseñarnos Jesús. También el niño ha de ser valorado, tiene su dignidad que hemos de respetar pues también es una persona.
Quizá en nuestra sociedad actual no se haga esa valoración negativa del pequeño, del niño, pero sí nos daría para pensar en qué valoración hacemos nosotros de todas las personas; también hay algunos quizá a los que consideramos pequeños en tantas discriminaciones que nos hacemos entre unos y otros; desde aquellos en los que cargamos el sambenito de lo que hayan podido hacer en su vida y ya no nos los vamos a valorar ni tener en cuenta, o ya sea desde discriminaciones de raza o de origen a los que mermamos en sus derechos; los consideramos pequeños, por decirlo con frase suave, y si no pensemos en lo que hacemos o estamos haciendo con los emigrantes que llegan a nuestras tierras buscando una vida mejor y más digna, huyendo de guerras y de miserias, a los que negamos una acogida con toda dignidad.
Yo pienso de forma muy concreta en esos emigrantes que a las puertas de la Iglesia o en las puertas del supermercado están pidiéndonos una ayuda pero ante los que tantas veces pasamos sin ni siquiera mirarles a la cara para desearles unos buenos días. Mucho tendríamos que pensar en todo esto cuando decimos que nosotros queremos vivir el Reino de Dios.
Hoy al hablarnos de los niños que tendríamos que acoger nos decía Jesús que de los que son como ellos es el Reino de los cielos. Hacernos niños, sencillos, humildes, abiertos de corazón, con generosidad espontánea en nuestra vida. De cuantas cosas tenemos que adornar nuestro corazón para que en verdad acojamos el Reino de Dios en nuestra vida.

viernes, 20 de mayo de 2016

Que el Señor nos dé la gracia de comprender en toda su profundidad la grandeza y la maravilla del amor matrimonial que nos lleve a ese encuentro y comunión intima de amor

Que el Señor nos dé la gracia de comprender en toda su profundidad la grandeza y la maravilla del amor matrimonial que nos lleve a ese encuentro y comunión intima de amor

Santiago 5,9-12; Sal 102; Marcos 10,1-12

Jesús hace camino con nosotros en la vida. Lo vemos en el evangelio yendo de un lado para otro siempre al encuentro con la gente. Muchos venían hasta El; El se acercaba a todos; a todos escuchaba, para todos tenía palabras de vida, palabras de luz que iban iluminando sus caminos no siempre fáciles.
Las situaciones vitales que muchos vivían no eran fáciles; estaban las dificultades de cada día por lograr la supervivencia en un pueblo pobre y con muchas necesidades; estaban sus carencias, sus limitaciones que se manifestaban en las enfermedades, en las discapacidades que iban apareciendo en sus cegueras, en su invalidez, en la sordera y así en muchas cosas más; pero estaban también las dificultades de la convivencia en el seno de las familias, en el encuentro con los demás motivados muchas veces desde egoísmos o ambiciones que lo hacían difícil.
Para todos tenía una palabra de luz y de vida; en El encontraban fuerza y esperanza; con El se abrían nuevos caminos para sus vidas. Era la salvación que llegaba con Jesús y a todos alcanzaba; era el Reino nuevo de Dios que se anunciaba y se iba instaurando en aquellos que aceptaban el camino de Jesús.
Vienen hasta Jesús con sus problemas, pero en ocasiones había personas interesadas en tratar de desprestigiarle, o de ponerle a prueba. Es lo que sucede hoy cuando le plantean el problema del divorcio. La respuesta de Jesús es contundente porque recuerda lo que es la voluntad de Dios desde el principio. El matrimonio ha de ser un encuentro de amor para vivirlo en plenitud. ‘Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre’.
Pero como decíamos en el inicio de la nuestra reflexión no siempre los caminos son fáciles. Hemos de tener bien claras cuales son nuestras metas y nuestros principios y por ellos hemos de luchar sabiendo que nos va a costar. Y esa es la realidad que nos encontramos en las familias y en los matrimonio. Nada tendría que llevarnos a la ruptura y al desencuentro; todo tendría que ir orientado siempre a esa comunión de amor y para eso será necesario superar muchas cosas que se nos atraviesan en el corazón y que crean esas rupturas. Somos conscientes de cuanto de todo eso sucede en nuestro entorno y no siempre se tiene la suficiente fortaleza para mantener esa unidad, para preservar esa comunión.
Cristo que se hace presente en nuestra vida con su gracia ha querido convertir la realidad matrimonial en un sacramento de su presencia. Por eso nos da la gracia del sacramento que santifique nuestro amor matrimonial. Sin la gracia del Señor, solo con nuestras fuerzas, seríamos incapaces de mantener esa unidad porque bien sabemos cuantas son las tentaciones que nos acechan y cuanta es la debilidad que hay en nuestro corazón. Pero la gracia sacramental no fue cosa de un momento, allá cuando celebramos el sacramento, sino que es algo que se prolonga en toda nuestra vida a través de cada gesto de amor. En ese amor se hace presente Jesús, nos llena de su gracia,  santifica nuestra vida.
Que el Señor nos dé la gracia de comprender en toda su profundidad la grandeza y la maravilla del amor matrimonial y así podamos preservarlo siempre de todo peligro para que todo, y en todo momento, nos lleve a ese encuentro y comunión intima de amor.

jueves, 19 de mayo de 2016

Para gloria de Dios y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único Sumo y Eterno Sacerdote

Para gloria  de Dios y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único Sumo y Eterno Sacerdote

Is. 52, 23-53, 12; Sal. 39; Hb. 10,12-23; Lc. 22, 14-20
La liturgia nos ofrece en este jueves posterior a la fiesta de Pentecostés la celebración de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. ‘Para gloria tuya (gloria de Dios) y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único sumo y eterno sacerdote’ proclamamos en la oración de esta fiesta.
Jesucristo es nuestro único Mediador, nuestro único Salvación. Viene con la entrega de su Sangre, con la ofrenda de amor de su vida a restaurar la gloria de Dios que el hombre en su pecado ya no sabía dar a su Creador. Así se convierte en Pontífice, el único Mediador, porque solo por El podemos dar gloria a Dios para siempre por toda la eternidad; sólo por El nos llega la salvación porque ha ofrecido de una vez para siempre su vida para que nosotros tengamos vida en el supremo sacrificio de la cruz.
‘Por Cristo, con Cristo, en Cristo, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos’, proclamamos en el momento cumbre de la Eucaristía. Es el momento supremo del ejercicio del sacerdocio de Cristo en la celebración de la Eucaristía.
Si hemos hecho memoria de su pasión, muerte y resurrección, si invocamos al Espíritu para que aquellos dones que ofrecemos sean para nosotros el Cuerpo y la Sangre de Jesús, si nos sentimos en comunión con toda la Iglesia que aun peregrina para quien pedimos el don del Espíritu para mantenernos congregados en la unidad, pero si recordamos a quienes nos han precedido en la fe o nos sentimos en comunión con la Iglesia universal, también la Iglesia del cielo es porque queremos dar esa gloria al Señor para siempre, y lo podemos hacer por Cristo, en Cristo y con Cristo porque es el único Sacerdote, posee el sumo y eterno sacerdocio que permanece para siempre.
Queremos dar gloria a Dios para siempre porque en Cristo hemos alcanzado la salvación; es nuestro único Salvador; solo por El nos llega la gracia, el perdón y la misericordia de Dios. Se convierte así en el Pontífice que nos salva porque es el que como puente nos lleva hasta Dios. Es su Sangre la que nos redime, nos purifica y nos llena de vida. Así se ofreció por nosotros de una vez para siempre. El sacrificio de Cristo en la cruz es irrepetible porque la entrega de su vida tiene valor eterno. Nos hacemos participes de ese misterio de gracia actualizando en nosotros ese sacrificio de Cristo cada vez que celebramos la Eucaristía. No repetimos el sacrificio, lo actualizamos, lo hacemos presente, lo plantamos en nuestra vida haciéndonos partícipes de su gracia y de su salvación.
Para ello el Señor quiso elegir ministros y dispensadores de los misterios de su gracia, como expresamos también en la oración de la liturgia. Son los sacerdotes de la nueva alianza que participan de su sagrada misión para renovar a favor de todos los hombres el sacrificio de la redención.
Por eso esta celebración de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote nos recuerda la misión sacerdotal de todo el pueblo de Dios participe del sacerdocio de Cristo, pero nos hace pensar también en quienes ejercen el misterio sacerdotal por su unión con Cristo. Así es también una jornada sacerdotal, una jornada de oración por los sacerdotes ministros y dispensadores de los misterios de Dios.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Aprendamos de tantos que acaso no viven una vida religiosa como nosotros pero estás más impregnados por los valores del evangelio que les llevan en todo momento a hacer el bien

Aprendamos de tantos que acaso no viven una vida religiosa como nosotros pero estás más impregnados por los valores del evangelio que les llevan en todo momento a hacer el bien

Santiago 4,13-17; Sal 48; Marcos 9,38-40
‘Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros’ era el entusiasmo de Juan por Jesús. Se sentía especialmente amado por Jesús – en su evangelio se describe a si mismo como discípulo amado del Señor – y le parecía que no podía consentir que vinieran otros, que no formaban parte del grupo de los discípulos, para obrar cosas maravillosas en el nombre de Jesús. Ya hemos visto la reacción de Jesús. No se lo impidáis, todo el que hace el bien sea donde sea hay que valorarlo.
Tenemos que aprender a valorar lo bueno que se hace en la vida. No nos podemos creemos que somos nosotros los únicos que sabemos hacer las cosas bien. En el corazón de toda persona hay muchas semillas de bondad, mucha capacidad de hacer el bien, de amar, de sentir preocupación por los demás. Y eso hemos de valorarlo siempre, tenerlo en cuenta, resaltar lo bueno que hacen los demás. Somos una misma humanidad que busca el bien, que quiere lo bueno para los demás y se siente comprometida en cosas buenas a favor de los otros.
Pensemos cómo en el juicio final Jesús nos va a preguntar por esos actos de amor, por ese bien que hayamos hecho a los demás y bien sabemos como a todo eso le da un sentido sublime porque nos dirá que todo eso bueno que hayamos hecho por los demás a El se lo hicimos. Estaba hambriento y me diste de comer, estaba sediento, estaba enfermo, estaba solo, nadie me tenía en cuenta, pero viniste y me diste de comer, me ofreciste un vaso de agua, me acompañaste y fuiste mi consuelo en el momento del dolor o de la soledad, te detuviste a mi lado cuando nadie me tenía en cuenta. 
Hay tantos en la vida con un corazón hermosamente solidario a nuestro lado. Buenos vecinos que comparten, compañeros de trabajo que se ayudan mutuamente, gente que va caminando por la calles de la vida y se detiene junto al que está tirado en la acera. Lo malo sería que aquellos que nos decimos seguidores de Jesús vayamos con nuestras prisas o nuestras preocupaciones y pasemos de largo, acaso por llegar temprano al templo, como expresábamos en aquella canción utilizada tantas veces en la liturgia. Con nosotros esta el Señor y no somos capaces de reconocerlo, no somos capaces de detenernos a su lado y vamos dando rodeos en la vida. Seamos sinceros porque es una tentación que nos amenaza muchas veces.
Aprendamos de tantos que acaso no viven una vida religiosa como nosotros decimos que vivimos, pero están más impregnados por los valores del evangelio que les llevan en todo momento a hacer el bien.

martes, 17 de mayo de 2016

Iba instruyendo a sus discípulos… aprovechando lugares apartados mientras atraviesas Galilea porque Jesús quiere estar a solas con los discípulos

Iba instruyendo a sus discípulos… aprovechando lugares apartados mientras atraviesas Galilea porque Jesús quiere estar a solas con los discípulos

Santiago 4,1-10; Sal 54; Marcos 9,30-37

‘Iba instruyendo a sus discípulos…’ Habían bajado de la montaña, y ahora atravesaban las llanuras y los valles de Galilea aprovechando lugares apartados porque Jesús quiere estar a solas con los discípulos. Una oportunidad para un encuentro más profundo, para hablar con detalle de muchas cosas, para prepararlos a ellos de manera especial en lo que era el sentido nuevo del Reino de Dios del ellos habían de ser testigos especiales, para corregir desviaciones y para orientar en muchas cosas que quedan pendientes de aprender, aunque a ellos les cueste tanto.
Cómo necesitamos en la vida de esos momentos de mayor intimidad y comunicación con aquellos que queremos, con nuestros amigos. La amistad se hace en el compartir del día a día, en ese caminar juntos donde nos vamos conociendo porque nos expresamos con toda confianza con aquellos que queremos; momentos de desahogo, momentos de vaciar el corazón, momentos de soñar juntos y hacerse planes de futuro.
Jesús quiere amasar bien la amistad de sus discípulos, con El porque cada día haya una unión más profunda de corazones, porque se llenen de su vida, porque aprendan ya a no caminar según su sentido y sus valores; pero Jesús quiere amasar la amistad entre los discípulos entre sí. Y es necesario purificar muchas cosas, porque en los corazones fácilmente puede florecer la ambición y los deseos de grandeza considerándose unos mejores o mayores que los otros. Y a todas esas cosas está atento Jesús.
En el camino fue haciéndoles grandes anuncios como era su futura pasión y entrega, aunque a ellos les costara entender. ‘El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle’. A pesar del grado de intimidad y confianza que había querido crear entre ellos y con El, sin embargo no entienden lo que Jesús les dice y le da miedo preguntarle. Muchas barreras quedan aun por caer.
Pero cuando llega a casa les pregunta de qué habían discutido por el camino. Habían ido muy entretenidos en sus discusiones y en sus ambiciones. Todavía para ellos el futuro reino de Dios seguían siendo una estructura de poder y las ambiciones por ese poder afloraban en sus corazones. ‘Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante’. Pacientemente Jesús vuelve a explicarles. ‘se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos’. El que quiere ser grande que se haga el último; quien quiera ser importante piense que en el servicio está la verdadera grandeza.
Nos cuesta también entenderlo. Nos podría parecer que ponernos de servidores de los demás nos humilla, sino embargo hemos de reconocer que eso es lo que en verdad nos engrandece. Y les pone la imagen del niño, al que hay que acoger, al que hay que valorar y respetar. Porque el que no sabe acoger lo pequeño no llegará nunca a comprender el Reino de Dios. Saber escuchar a un niño, saber detenernos ante quien nos pueda parecer insignificante, saber mirar a los ojos a aquel con quien compartimos una limosna, saber interesarnos por aquella persona que nos tiene la mano solicitando una ayuda al paso por la calle, saber hacer silencio para escuchar ese grito de Dios que nos llega a través del hermano, de sus ojos, de su mano tendida, desde ese ponerse ahí a nuestro alcanza aunque parece que no nos dice nada. 

lunes, 16 de mayo de 2016

Tantas veces dudamos, nos distraemos en el camino de nuestra fe y agobiados por los muchos problemas se nos oscurece el alma pero queremos tener fe

Tantas veces dudamos, nos distraemos en el camino de nuestra fe y agobiados por los muchos problemas se nos oscurece el alma pero queremos tener fe

Santiago 3,13-18; Sal 18; Marcos 9, 14-29

‘Todo es posible al que tiene fe’. Una sentencia de Jesús que hemos de tener muy en cuenta. Siempre. Jesús quiere despertar en esa fe en nosotros porque aunque básicamente somos unas personas religiosas y lo que motiva habitualmente la vida es la fe, sin embargo nos vemos cercados por muchas oscuridades en el materialismo con que vivimos la vida, la autosuficiencia con que llenamos muchas veces nuestro corazón, el relativismo con que se vive en nuestro entorno donde lo espiritual y religioso muchas veces se pone en duda, por los agobios de sacar la vida adelante en el día a día en el que solo pensamos en el momento presente buscando prontas soluciones, respuestas rápidas y automáticas a nuestras preguntas con la perdida de la trascendencia que tendríamos que saber dar a lo que hacemos y vivimos.
Las circunstancias que rodean al hecho del evangelio de hoy y que provocará esta sentencia de Jesús está en lo que se encuentran que sucede entre los discípulos cuando El viene bajando del monte Tabor de tan enormes y ricas experiencias. Se encuentra a un padre que le ha traído a su hijo enfermo y los discípulos no han podido hacer nada; se ha armado un fuerte revuelo en su entorno. Cuando llega Jesús aquel hombre acude enseguida a El. Nos hace la descripción el evangelista de lo que le sucede. Pero allí está la suplica de aquel hombre. ‘Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos’. De ahí la sentencia de Jesús. ‘Todo es posible al que tiene fe’. Pero aquel hombre duda, se siente impotente, pero quiere creer. ‘Entonces el padre del muchacho gritó: Tengo fe, pero dudo; ayúdame’.
Ha de ser también nuestro grito, nuestra súplica. Tantas veces dudamos, tantas veces nos distraemos en el camino de nuestra fe, tantas veces nos vemos agobiados por los muchos problemas, tantas veces también se nos oscurece el alma. Queremos tener fe; queremos mantenernos firmes en nuestra fe; queremos que nuestra fe sea cada vez mas madura. Solo en el Señor podemos alcanzarlo; El es quien nos da la verdadera luz, nos hace encontrarnos con la verdad. Vayamos a Jesús con confianza a pesar de nuestras dudas; vayamos a Jesús en búsqueda de esa luz reconociendo nuestras oscuridades.
Ayer celebrábamos Pentecostés y tenemos muy vivo en nosotros todo lo que significa la fuerza del Espíritu en nuestra vida; abramos nuestro corazón al Espíritu divino, nos lo revelará todo, iluminará nuestra vida disipando toda sombra y toda duda, será nuestra fortaleza en medio de tantas debilidades, mantendrá viva en nosotros la alegría de la fe a pesar de las tristezas que nos ofrece la vida. 

domingo, 15 de mayo de 2016

No nos quedemos con las puertas cerradas, al celebrar Pentecostés abramos el corazón a la acción del Espíritu y dejémonos transformar por El.

No nos quedemos con las puertas cerradas, al celebrar Pentecostés abramos el corazón a la acción del Espíritu y dejémonos transformar por El

Hechos 2, 1-11; Sal 103; 1Corintios 12, 3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23
Para siempre nosotros identificamos Pentecostés con el Espíritu Santo, con la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en el cenáculo y que en esa fiesta, como nos narra Lucas en los Hechos de los Apóstoles, se derramó abundantemente sobre ellos.
Bien sabemos que era una fiesta judía, de las siete semanas – de ahí el significado de la palabra – en que se conmemoraba la recolección de las cosechas, ya casi al comienzo del verano, con la entrega de las ofrendas de los diezmos y primicias como estaba prescrito en la ley judía. Era también la fiesta que recordaba sus tiempos en el desierto viviendo en tiendas – otra de las características de la fiesta – y se convertía así en la fiesta de la identificación nacional del pueblo judío, era la fiesta de la ley dada en el Sinaí.
Ahora más que una fiesta de ofrenda del fruto de nuestros trabajos de lo que nosotros podamos ofrecer al Señor, es el recibir el regalo de Dios que nos concede el don de su Espíritu que sí va a ser la identificación del pueblo nuevo de la nueva y eterna alianza. No es la ley la que nos identifica y nos salva, sino que será el Espíritu Santo el que nos va a dar una nueva justificación porque es el que verdaderamente nos hace llevar la salvación.
La lectura de los hechos de los apóstoles está llena de imágenes y de signos que nos tienen que ayudar a profundizar en la verdadera acción del Espíritu que se realiza en nosotros. Las llamaradas o lenguas de fuego, el ruido de viento recio, el nuevo lenguaje que todos entienden – cada uno los entiende en su propio idioma - son signos de esa fuerza transformadora del Espíritu Santo en nosotros que hace arder nuestros corazones en un amor nuevo que nos trasforma a nosotros y contagia de esa transformación a cuantos nos rodean; es esa nueva forma de entender también todo el misterio de Dios que nos tiene que llevar a ese entendimiento y a esa nueva comunión. 
Es el Espíritu que crea en nosotros una nueva unidad, una nueva comunión porque esos diversos carismas, cualidades, valores que cada uno de nosotros tenemos no son anulados sino todo lo contrario puestos siempre al servicio del bien común. En la nueva comunidad de los creyentes en Jesús no caben las insolidaridades ni las búsquedas de mé
ritos para sentirnos mejores o superiores a los demás, sino que en ellas todos hemos de saber compartir porque no sentimos como propio lo que tenemos sino que el Espíritu nos impulsa siempre a ese nuevo compartir para el enriquecimiento humano y espiritual de todos.
Es ese lenguaje nuevo del amor que nos hace cercanos y solidarios, que nos hace sentir hermanos y entrar en una nueva relación, que hace desaparecer barreras creando nuevos lazos de entendimiento y comunión.
Es el Espíritu que nos llena de la verdadera alegría y de la verdadera paz porque nos trae el perdón y la capacidad de la reconciliación y del reencuentro. Con el Espíritu se derrama sobre nuestro mundo, sobre nuestra vida, la infinita misericordia divina, para sentirnos perdonados y encontrar así la paz, pero para encontrar también la capacidad del perdón que generoso concedemos a todos y que nos llevará a la más profunda paz. ‘Recibid el Espíritu Santo a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados…’ les decía Jesús a los discípulos como regalo pascual.
No caben en esta nueva comunidad ni las venganzas ni los resentimientos, los odios y rencores mantenidos cual pequeñas ascuas en el corazón, sino que siempre hemos de estar abiertos a ese perdón generoso, a ese olvido, a ese de nuevo revalorar a las personas para no marcarlas con un sambenito que les angustien para siempre. Por la fuerza del Espíritu seremos capaces de arrancar para siempre de nosotros esos venenos que tanto daño nos hacen y que realmente nos quitan a nosotros la paz.
Sería inconcebible que en la Iglesia que tiene que ser Madre y Maestra de misericordia y de perdón no se tuviera esa capacidad de perdón generoso para todos los pecadores, sean cuales sean sus pecados y su gravedad. Este año de la misericordia que estamos celebrando tendría que hacernos reflexionar profundamente sobre ello para manifieste genuinamente siempre ese rostro misericordioso de Dios.
Celebramos Pentecostés, celebramos el don del Espíritu que hace nacer una nueva comunidad, celebramos el nacimiento de la Iglesia. No nos quedemos con las puertas cerradas, abramos el corazón a la acción del Espíritu y dejémonos transformar por El.