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sábado, 2 de julio de 2016

La alegría con que manifestamos nuestra fe sea evangelio para los demás que anuncia el gozo del Reino de Dios que queremos vivir

La alegría con que manifestamos nuestra fe sea evangelio para los demás que anuncia el gozo del Reino de Dios que queremos vivir

 Amós 9,11-15; Sal 84; Mateo 9,14-17

‘¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?’ Es la respuesta que les da Jesús a aquellos que vienen a preguntarle por qué sus discípulos no ayunan mientras sí lo hacen los discípulos de Juan y los de los fariseos.
Hemos de entender esta comparación entre el ayuno y la alegría de una fiesta de bodas por lo que eran las costumbres entonces. Recordamos que en una ocasión Jesús nos dirá que cuando ayunemos que no lo note la gente, sino que nos lavemos la cara y nos perfumemos para que nadie sepa que estamos ayunando; y es que la costumbre era que quien ayunara tenía que mostrar con esas señales exteriores de tristeza y de duelo que estaba haciendo ayuno. De ahí la respuesta de Jesús ‘¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?’
Creo que nos pasa a muchos cristianos, no manifestamos con nuestro porte, con nuestra manera de presentarnos la alegría de nuestra fe, el gozo de sentir con nosotros la presencia del Señor. Hay tantos que van siempre con el ceño fruncido, que parece que van amargados por la vida, a pesar quizá de ser muy religiosos, de venir mucho a la Iglesia. No se les nota la alegría de la fe, parece que siempre están malhumorados. Creo que es un contrasentido.
El cristiano tendría que ser la persona más alegre del mundo. ¿Sabéis por qué? Porque un cristiano se siente siempre amado de Dios. Y quien se siente amado tiene que sentir gozo en su corazón; y esa alegría y ese gozo del corazón no es para guardárselo y tratar de ocultarlo sino manifestarlo con toda nuestra vida, con ese entusiasmo por la vida, con ese optimismo en sus luchas y por su esperanza. Y eso contagia a los demás, eso despierta en los demás deseos de vivir también esa alegría y esa esperanza. Es lo que tenemos que hacer.
Todavía pesa quizá en nosotros aquello que nos decían de pequeños que en la Iglesia teníamos que comportarnos bien, y eso significaba estar seriecitos, poco menos que inmóviles para no molestar a nadie mientras durara la celebración. Casi no nos podíamos reír. Y eso queda de alguna manera en muchos cristianos en nuestras celebraciones tan serias, tan faltas de alegría y de entusiasmo. Quizá escuchemos aun a alguna persona mayor, y no solo por los años, quejándose de lo bulliciosas que pueden ser unas celebraciones en las que los jóvenes participan intensamente con sus cantos y con su alegría.
Hoy Jesús termina diciéndonos en el evangelio que es necesario unos odres nuevos para el vino nuevo y que no nos valen remiendos. Tenemos el vino nuevo de la fe, del Reino de Dios que queremos vivir, de la presencia del amor del Señor en nuestra vida, unas nuevas actitudes, una nueva alegría tiene que brillar de verdad en nuestra vida. Con esa alegría con que manifestamos nuestra fe también nos estamos haciendo evangelio para los demás, porque contagiar esa alegría de la fe es contagiar del evangelio nuestra vida y la vida de los demás.

viernes, 1 de julio de 2016

Que sea auténtica la misericordia que proclamamos porque le demos cabida en nuestro corazón a todos sin ninguna distinción

Que sea auténtica la misericordia que proclamamos porque le demos cabida en nuestro corazón a todos sin ninguna distinción

Amós 8,4-6.9-12; Sal. 118; Mateo 9,9-13

¿Cómo es que te mezclas con esa gente? Hay que mirar bien con quien uno anda, porque el que nos vea va a pensar que somos todos iguales, hay que andarse con cuidado con quien uno anda no nos vayan a catalogar de la misma manera, hay que mantener y cuidar la imagen… Cosas así habremos oído muchas veces y no sé si las habremos pensado o actuado de esa manera.
Decimos que no somos racistas, que respetamos a todos, pero luego en la forma de actuar, en la forma de mantener una relación nos queremos guardar, queremos mantener las distancias, por si acaso… Y nos fijamos en las apariencias, y cuando tienen otra manera de presentarse que no es de nuestro agrado los queremos como apartar de nuestro lado; y si tienen una manera de pensar que nos pueda parecer revolucionaria, somos tan conservadores que no somos capaces de atisbar lo bueno que pudiera haber en su pensamiento, o la crítica que pudiera significar para nuestra manera de actuar en la que algunas veces caemos en el fariseísmo. Que eso nos está pasando todos los días, hemos de reconocerlo, y no siempre nuestra forma de actuar está muy acorde con lo que nos enseña Jesús en el Evangelio, que no hace ninguna discriminación.
Fijémonos en el evangelio que hoy nos propone la liturgia. Jesús pasa por delante del mostrador de los impuestos donde está Leví realizando su responsabilidad. Y Jesús se detiene para decirle a Leví que quiere contar con él. Jesús que quiere contar con un recaudador de impuestos entre el grupo de sus discípulos más cercanos. Pero si es un publicano, ya están pensando muchos; cómo es que a Jesús se le ocurre traerse a una persona de esa condición para formar parte del grupo.
Y Leví sigue a Jesús. Es más, agradecido por ese llamamiento e invitación de Jesús le ofrece una comida en la que van a estar también los que han sido siempre sus amigos y compañeros de profesión. Allí con Jesús y los discípulos que le han seguido siempre, en casa de Leví están sentados también un grupo de publicanos, que es como los llamaban los judíos a los recaudadores de impuestos, considerándolos a todos unos pecadores y ladrones.
¿Cómo es que a Jesús se le ocurre sentarse a la mesa con publicanos y pecadores? Allá aparecen pronto las críticas de los escribas y fariseos comentándoselo a los discípulos de Jesús. ‘¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?’ Y Jesús que escucha estos comentarios. Es verdad pueden ser pecadores, aunque no los podemos considerar a todos de la misma manera, meterlos a todos en el mismo saco, pero el médico está para curar a los enfermos. Y esa es la misión de Jesús. Por eso en su corazón siempre va a resplandecer la misericordia.
¿De qué nos vale considerarnos buenos porque somos muy cumplidores religiosamente pero luego no somos capaces de tener misericordia con el hermano? ¿Cómo es que podemos decirle a Dios ‘perdona nuestras ofensas como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden’, si no hay la más mínima misericordia en nuestro corazón? ¿Cómo podemos hablar de misericordia y hasta querer convertirla en un lema y programa si luego discriminamos, si no somos capaces de perdonar de verdad, si no llegamos a tener la osadía y valentía de restituir en su dignidad al hermano que quizá haya caído pero se ha arrepentido?
Todo esto tenemos que reflexionarlo mucho y reflexionarlo también en nuestra iglesia. Que resplandezca esa misericordia no porque hagamos en un momento determinado unos gestos muy bonitos o hablemos mucho de eso si luego seguimos discriminando, no aceptando de verdad, marginando y olvidando a tantos porque no los consideramos dignos porque son unos pecadores. Cuántas personas puede haber heridas por esta causa y nadie se fija en ellas porque quizá eso no vende ante los ojos del mundo.
Misericordia quiero y no sacrificios’, nos dice hoy el Señor. Misericordia que de verdad salga del corazón, de lo más profundo de nuestro ser. 

jueves, 30 de junio de 2016

Lo que Jesús nos ofrece no es solo la curación de nuestras enfermedades físicas sino otra curación más profunda de la persona que nos regala con su perdón y su gracia

Lo que Jesús nos ofrece no es solo la curación de nuestras enfermedades físicas sino otra curación más profunda de la persona que nos regala con su perdón y su gracia

 Amós 7,10-17; Sal. 18; Mateo 9, 1-8

¿Qué nos pediría una persona que se siente discapacitada en su invalidez, que no puede moverse por si misma, que tiene que valerse de los demás para cualquier cosa que quisiera hacer, que pasa muchas horas de soledad y angustia en su postración? Poder moverse, poder valerse por si misma, recuperar la capacidad de sus miembros para vivir su vida en lo que solemos llamar total normalidad.
Pero quizá nosotros nos preguntemos o esa persona nos ofrecerá su experiencia más profunda y nos daremos cuenta que su discapacidad física no será lo más importante porque como ya hacíamos mención hay otras penas en su interior, otras angustias que corroen el alma, otras discapacidades  más profundas que lo físico o lo corporal. Cuántos interrogantes y preguntas, cuántas dudas, cuántas angustias, cuántas soledades, cuántas miradas perdidas, cuántos silencios… van surgiendo en el corazón de la persona que nos callamos muchas veces pero que se pueden reflejar en actitudes, en reacciones en determinados momentos, en silencios prolongados, en miradas que van más allá de lo que tengamos delante de los ojos.
O quizá también nos demos cuenta que discapacitados no son solamente los que tienen esas limitaciones físicas, porque nosotros los que nos llamamos normales (?) también tengamos muchas discapacidades en el alma que quizá tratamos de obviar pero que también nos producen muchos pesares y muchas angustias en nuestro espíritu. ¿Qué hay en nuestro interior? ¿Todo es tan sano y brillante como muchas veces queremos aparentar?
¿Queremos entonces solo la curación de nuestras enfermedades físicas o realmente estaremos necesitando otra curación más profunda de la persona? Son cosas que algunas veces nos cuesta entender y aceptar,  pero ahí están en nuestra vida.
Me surgen estos pensamientos reflexionando con el texto del evangelio que hoy se nos presenta. ¿Qué nos ofrece Jesús? Como nos narra el evangelio en el relato de Mateo con menos detalles que los que nos ofrece san Lucas le traen a Jesús a un paralítico para que Jesús lo cure. Y Jesús quiere curarlo, pero curarlo desde lo más hondo de su ser. Ya conocemos el relato del evangelio, las palabras de Jesús, las reacciones de los que allí están y la salud más profunda que aquel hombre va a alcanzar.
‘Tus pecados están perdonados’, le dice Jesús. Luego completando la escena y tras la reacción de los presentes le dirá ‘ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa’. Ponte en pie, no te quedes postrado, levántate de esa angustia, no dejes que las penas agobien tu espíritu, no te encierres en ti mismo, abre tu corazón a los demás; vete a tu casa, a los tuyos, a aquellos con los que convives aunque algunas veces cueste, sigue caminando en la vida y no permitas que nadie coarte tu libertad, tus inquietudes, tus sueños; no te sientas limitado, porque tu vales también mucho; siéntete querido y valora lo que otros hacen por ti como esos que han cargado tu camilla para llegar hasta aquí; ahora te toca ir a cargar con la camilla de los demás, para también darles esperanza, ve sembrando vida por la vida.
‘Levántate y anda’, nos está diciendo Jesús a nosotros también.

miércoles, 29 de junio de 2016

La confesión de la fe verdadera pasa por el camino de la Iglesia ayudándonos a transformar nuestra vida y a iluminar nuestro mundo con la luz del evangelio

La confesión de la fe verdadera pasa por el camino de la Iglesia ayudándonos a transformar nuestra vida y a iluminar nuestro mundo con la luz del evangelio

Hechos  12, 1-11; Sal 33; 2Timoteo 4, 6-8. 17-18; Mateo 16, 13-19

'Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará’, le dice Jesús después de la afirmación de fe de Pedro. ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’. Había preguntado Jesús que decía la gente de él, pero también les había preguntado directamente al grupo de los discípulos más cercanos ‘y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Pedro se había adelantado a dar la respuesta en nombre de todos y es a continuación cuando surge la promesa de Jesús ‘sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’.
La fe verdadera y auténtica en Jesús pasa por el camino de la Iglesia. Confesamos nuestra fe en Jesús pero la confesamos en Iglesia, en medio de la comunidad de los que creemos en Jesús, fortalecidos por la esencia de la Iglesia en la que está Jesús. De la fe en Jesús nace la Iglesia, en la comunidad de los que creemos en Jesús confesaremos nuestra fe en Jesús. Sobre Pedro, por la fe de Pedro, se fundamenta la Iglesia; en la Iglesia con esa fe que nos trasmitió Pedro, que nos han trasmitido los apóstoles vivimos con seguridad nuestra unión a Jesús porque ‘el poder del infierno no la derrotará’; tendremos así la garantía de la autenticidad de nuestra fe.
Muchos quieren vivir la fe a su aire, por su cuenta, desde su subjetivismo particular, no quieren saber nada de la fe de los demás, quieren aislarse de todos y de la Iglesia en la manera de vivir la fe y la convierten en algo muy particular, muy suyo, donde terminarán haciéndose una fe a su imagen y semejanza, porque aceptaran solo lo que les guste, rechazarán aquello que pueda convertirse en exigencia para su vida, ya no viven entonces una fe eclesial, ya no podrá llamarse auténticamente una fe cristiana, es solo su fe particular. Claro así no nos extrañe que al final la reduzcan solo al ámbito de lo privado, no será algo que se manifieste de forma publica y no será en verdad transformadora de la vida y transformadora de nuestra sociedad.
Cuando hoy estamos celebrando la fiesta de los santos apóstoles san Pedro y san Pablo queremos hacer una profesión de fe auténtica en Jesús como le contemplamos a Pedro. Por eso queremos hoy sentir el gozo de nuestra pertenencia a la Iglesia y proclamarlo también con toda nuestra vida. Sabemos que en la Iglesia tenemos la garantía de la fe verdadera. A Pedro Jesús confió la misión de pastorear al pueblo de Dios. Después de su profesión de fe y aun contando con la debilidad de su vida que le hiciera poner en peligro incluso su fe en el momento duro de la pasión donde terminaría incluso negándole en su cobardía, Jesús le pide que se mantenga firme para que cuando se recupere ayude a los hermanos a mantenerse firmes en la fe.
Tenemos también nuestras debilidades y nuestras caídas en la infidelidad del pecado y de la negación, tenemos dudas y tentaciones en tantas ocasiones, pero vamos a dejarnos llevar de mano de la Iglesia que nos garantiza la fe verdadera y nos ayuda a mantenernos firmes en la fe. Es en la Iglesia donde la celebramos con gozo, pero en la que recibimos la gracia de los sacramentos, el alimento de la Palabra que nos fortalece en nuestra fe.
No lo olvidemos la confesión de la fe verdadera con nuestra vida, nuestras obras y nuestras palabras pasa por el camino de la Iglesia; así lo quiso Jesús. Será así como nuestra vida se siente transformada por la fe y como podremos transformar nuestro mundo iluminándolo con la luz del evangelio.

martes, 28 de junio de 2016

Tenemos la seguridad que en las negruras más tremendas o en las tentaciones mas fuertes por las que podamos pasar no nos faltará nunca la presencia del Señor

Tenemos la seguridad que en las negruras más tremendas o en las tentaciones más fuertes por las que podamos pasar no nos faltará nunca la presencia del Señor

Amós 3,1-8; 4,11-12; Salmo 5; Mateo 8,23-27
Hay ocasiones en que la vida parece que se nos llena de nubarrones oscuros; las cosas parece que marchan bien pero en un determinado momento nos surgen los problemas, nos sentimos agobiados sin saber qué solución encontrar, nos parece que nadie nos entiende o nos dejan solos en medio de esas dificultades y no sabemos cómo salir adelante.
O pudiera ser que en nuestra vida espiritual y en nuestro compromiso cristiano vamos logrando superarnos, somos capaces de irnos comprometiendo más y más ya sea en el ámbito familiar o en el compromiso con el que queremos realizarnos en el bien de los otros, pero nos aparecen las dudas, nos sentimos zarandeados con cosas que considerábamos que ya teníamos superadas y la tentación nos acecha y nos aparece una y otra vez como fantasmas que quieren distraernos de nuestro camino del bien o en esos aspectos en que espiritualmente íbamos avanzando y creciendo en la vida. En esos momentos de duda y de tentación parece que todo son oscuridades o que nos faltan las fuerzas para luchar y para superarnos una vez más como si estuviéramos solos y hasta Dios ya ni se acordara de nosotros.
Así nos pueden ir apareciendo en la vida esas situaciones difíciles de superar como tormentas que parece que nos van a hacer hundir la barca de nuestra vida. Pienso en estas cosas como podríamos pensar en muchas más escuchando el evangelio de este día que nos da mucha luz para esos momentos difíciles.
Nos habla el evangelio de que iban atravesando en barca el lago los discípulos con Jesús cuando de repente se desató una fuerte tormenta que parecía que iba a hacer zozobrar la barca. Los discípulos están asustados, a pesar de ser hombres avezados a atravesar aquel lago y verse quizás en otras ocasiones en medio de sus trabajos de pesca en situaciones parecidas. Pero Jesús dormía allá en un rincón sobre un almohadón sin que la tormenta lo despertara.
‘¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!’, fue el grito, fue la súplica de los discípulos que asustados ya no sabían qué hacer. ¿Será también nuestro grito? ¿Será también nuestra súplica en medio de esas tormentas de nuestra vida? Nos parece sentirnos solos, que el Señor no nos escucha, que estamos abandonados, todo se nos vuelve oscuro. Como creyentes tendríamos que saber que el Señor está ahí, aunque a veces no lo veamos, aunque nos parezca que no nos escucha El está a nuestro lado, El nos lleva en las palmas de sus manos, que si no fuera esa presencia del Señor que nos parece invisible ya quizá nos hubiéramos hundido del todo.
‘¡Cobardes! ¡Qué poca fe!’, les dice Jesús ante sus miedos y sus dudas. ¿Nos lo dirá a nosotros? ¿Nos sucederá como a tantos que en medio de esas oscuridades y dificultades de la vida nuestra fe se enfría, nuestra fe se pierde? Reavivemos nuestra fe. El Señor está ahí y no  nos abandona, con nosotros estará siempre la fuerza de su Espíritu y aun en la peor de las tentaciones o en la negrura más tremenda podremos salir adelante porque el Señor está siempre con nosotros. Que no nos falte esa fe.

lunes, 27 de junio de 2016

Te seguiré, Señor, a donde quiera que vayas, a donde quieras llevarme, en lo que quieras pedirme

Te seguiré, Señor, a donde quiera que vayas, a donde quieras llevarme, en lo que quieras pedirme

Amós 2,6-10.13-16; Sal. 49; Mateo 8, 18-22

‘Maestro, te seguiré donde quiera que vayas’, escuchamos hoy de nuevo decir al escriba que quería ir con Jesús. Ayer domingo leíamos este texto en el evangelio de san Lucas, hoy en la lectura continuada lo hacemos con san Mateo.
Parece una buena disponibilidad. Y nos recuerda a Pedro cuando en la cena le promete a Jesús que está dispuesto a ir con él incluso a la muerte si fuera necesario. Entonces le dirá Jesús a Pedro que no valen solo las buenas promesas, que habrá que prepararse interiormente para en verdad estar fuerte, pues ya le anuncia Jesús que incluso le va a negar esa noche antes de que el gallo cante.
Ahora a aquel que se ofrece a seguirle a ser su discípulo le recordará el desprendimiento que tiene que haber en su vida para vivir una vida de pobreza. ‘Las zorras tienen madrigueras, los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’. La vida de Jesús es itinerante, ha dejado Nazaret y ahora andará de un lugar para otro anunciando el Reino de Dios. Es el anonadamiento del que siendo de condición divina se hizo hombre y pasó por uno de tantos; es el que nació pobre en Belén no teniendo por cuna sino el pesebre de un establo de animales; es el que desprendido de todo le despojarán de sus vestiduras para morir desnudo en una cruz.
Si a éste que ahora se ofrece a seguirle le habla de este desprendimiento y de esta pobreza, recordamos que cuando envíe de dos en dos a sus discípulos a predicar los enviará pobres y desprendidos también; no han de llevar ni siquiera túnica de repuesto, solamente un bastón para el camino, pero ni dinero en la alforja. El discípulo ha de estar siempre en camino y el caminante no necesita llevar alforjas pesadas que sean pesos muertos que le impidan la libertad de movimiento.
Cuantos apegos nos quedan en el corazón; en cuantas cosas queremos apoyarnos para caminar en la vida olvidando quien ha de ser nuestro único y principal apoyo; cuantas cosas que nos hacen volver la vista atrás añorando otros tiempos u otras cosas y no sabiendo aceptar el momento y las condiciones que ahora tenemos y que es donde tenemos que estar; cuantas veces nos volvemos a lo que nos lleva a la muerte, porque despertamos de nuevo malos sentimientos en nuestro corazón reavivando cosas que nos hacen daño.
Finalmente podríamos recordar que en las condiciones que le pone al verdadero discípulos está el olvidarse de si mismo, el negarse a si mismo y cargar con la cruz de cada día. Será siempre el camino del amor porque el amor es darse, el amor es olvidarse de si mismo para darse a los demás sin ninguna reserva ni condición, el amor es vivir cada día con intensidad siempre capaz de poner en ello todo lo mejor que llevamos en el corazón, y por amor somos capaces de aceptar aquellas cosas que quizá puedan ser duras o difíciles pero con las que somos capaces de hacer una ofrenda de amor.
Te seguiré, Señor, a donde quiera que vayas, a donde quieras llevarme, en lo que quieras pedirme; todo mi corazón para ti.

domingo, 26 de junio de 2016

Dejémonos impregnar por la novedad del evangelio que nos lleva a un sentido y estilo de vida nueva

Dejémonos impregnar por la novedad del evangelio que nos lleva a un sentido y estilo de vida nueva

1Reyes 19, 16b. 19-21; Sal 15; Gálatas 4, 31b - 5, 1. 13-18; Lucas 9, 51-62
El evangelio no lo podemos escuchar simplemente como una historia bonita que nos agrada por su riqueza literaria o por los hechos que nos cuenta de la vida de Jesús pero mirándolos en la distancia casi como algo ajeno a nosotros a nuestra vida. El evangelio es confrontación con nuestra vida, porque nos hace reflexionar, nos hace mirarnos a nosotros mismos, revisar nuestras actitudes y comportamientos y preguntarnos hasta donde llega nuestro seguimiento de Jesús.
No podemos olvidar que evangelio es buena noticia, y el evangelio es la buena noticia de Jesús, una buena noticia que llega a nuestra vida con anuncios salvadores, es cierto, pero con mensajes que enriquecen nuestra vida y nos plantean ese seguimiento de Jesús si en verdad no solo nos llamamos sino en verdad queremos ser cristianos, discípulos de Jesús. El evangelio además nos ayuda a ese ir a los demás que tenemos que vivir como discípulos de Jesús, aunque quizá muchas veces en ese ir a los demás con nuestro mensaje encontremos dificultades o nos encontremos en ocasiones un mundo muy adverso. Nos enseña cuales son esas verdaderas actitudes que hemos de tener y nos ayuda a encontrar la manera de hacer ese anuncio.
No es fácil hoy el anuncio del evangelio; y no me refiero a la dificultad de ir a lugares lejanos, sino a ese anuncio con nuestra vida y también con nuestras palabras que hemos de hacer en el día a día de nuestra vida y ahí de manera concreta donde estamos haciendo nuestra vida. Las noticias nos hablan de mucha gente que de una forma o de otra se manifiesta en contra del hecho religioso y constatamos cómo de alguna manera se quiere borrar todo lo que huela a religioso, todo lo que suene a Iglesia o todo aquello que desde el nombre cristiano queríamos hacer. Algunas veces andamos un tanto asustados por eso que oímos o que constatamos.
Pero yo diría que no es solo en ese nivel sino que si miramos nuestro entorno nos encontramos un mundo de indiferencia ante lo religioso cuando no de manipulación en otros casos. Como decíamos, no es fácil el anuncio que hemos de hacer del evangelio. ¿Nos sucederá a nosotros como a los hermanos Zebedeos que cuando no fueron acogidos en aquella aldea de Samaria, por el hecho de ir a Jerusalén, sintieron deseos de hacer bajar fuego del cielo contra todos aquellos que consideraban infieles? Bien sabemos que en la historia muchas veces quizá los cristianos hemos actuado así a la manera de los Zebedeos.
En la actitud paciente de Jesús estamos encontrando un mensaje y una lección. Quizá al final si no nos reciben en un sitio hayamos de marchar a otro sitio para hacer ese mismo anuncio, pero nunca la violencia ni la imposición tiene que acompañar de ninguna manera el anuncio del evangelio. ‘Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?’, se preguntaban los discípulos, pero ya vemos la respuesta de Jesús. ‘El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.’
Y es que tanto el anuncio del evangelio como el seguimiento de Jesús hemos de hacerlo desde la libertad total. Nada nos debe condicionar. Pero hemos de ser conscientes también de lo que entraña seguir a Jesús. Cuando uno se ofrece a seguirle a donde sea Jesús le recuerda que ‘las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza’. No queremos seguir a Jesús desde unos intereses humanos o buscando, por así decirlo, unas ganancias terrenas. Nos es necesario disponibilidad, generosidad de corazón, decisión firme, ponernos en camino para saber ir a la par de los pasos de Jesús. ‘No es el discípulo mayor que se maestro’, nos recordará Jesús en otra ocasión.
El evangelio nos dice que Jesús iba camino de Jerusalén. Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén’. Ponernos en camino, decimos, y no necesitamos demasiados pertrechos, porque como decíamos, no son seguridades humanas las que buscamos. Nuestra confianza está en el Señor, nuestra fuerza será la fuerza de su Espíritu que nos acompañará siempre. Ni miramos atrás con añoranzas ni nos entretenemos en cosas de muerte. Es un mensaje de vida para vivir la vida, pero no una vida cualquiera porque estaremos llenos de la vida de Jesús. Todo lo que sea muerte o nos conduzca por caminos de muerte hemos de arrancarlo de nuestra vida.
Muerte son nuestros apegos, nuestra mentalidad tan materialista y tan interesada, las violencias que nos dominan en tantas ocasiones o la forma con que quizá avasallamos a los demás queriendo imponer nuestras ideas o nuestras maneras de ver las cosas, las pasiones que nos hacen perder el control, todo lo que merme nuestra libertad, lo que nos llene de sombras y haga turbia nuestra mirada y ennegrezca nuestro corazón en los malos deseos o las malas querencias hacia los demás.
‘Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios’, le dice a uno. ‘El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios’, le responde al otro.
Y nosotros, ¿cómo andamos? ¿Estaremos poniendo también condiciones o buscando disculpas cuando se trata de hacer el anuncio del Reino? Cuando confrontamos nuestra vida con el evangelio ¿qué actitudes, qué posturas, qué maneras de hacer las cosas tendríamos que corregir? Dejémonos impregnar por la novedad del evangelio que nos lleva a un sentido y estilo de vida nueva.