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sábado, 16 de julio de 2016

Llevar el Escapulario de la Virgen del Carmen es revestirnos del traje de María copiando en nosotros todas sus virtudes y toda su santidad

Llevar el Escapulario de la Virgen del Carmen es revestirnos del traje de María copiando en nosotros todas sus virtudes y toda su santidad

Hoy se multiplican las felicitaciones de un lado para otro porque muchos son los que llevan – llevamos – el nombre de la Virgen del Monte Carmelo; por otro lado los marineros la invocan como la Estrella del Mar que les guía en sus travesías y en las zozobras de sus trabajos, mientras muchos pueblos a lo largo de toda la geografía se engalanan para celebrar a María en esta advocación tan hermosa de la Virgen del Carmen.
Así la llamamos, la Virgen del Carmen, aunque bien sabemos que el auténtico titulo de esta advocación es la Virgen del Monte Carmelo. Las montañas del Carmelo al norte de Palestina e Israel naciendo de las llanuras de Galilea vienen como a desplomarse sobre el mar Mediterráneo formando una cadena montañosa de gran belleza; y fueron unos religiosos, nacidos quizá al calor de las cruzadas como unos eremitas en aquellas montañas para imitar en cierto modo al profeta Elías que allí había encontrado refugio, los que entronizaron en aquellas montañas un altar a la Virgen; de ahí nació el nombre de la Virgen del Monte Carmelo, la bendita imagen de María que allí en el Monte Carmelo se había entronizado.
La Biblia y los poetas cantan la belleza del monte Carmelo, cuyo nombre significa en sí mismo poesía y la belleza de un jardín, cuyo cántico nosotros queremos entonar en honor de la Madre que allí tenemos entronizada, para llevarla también en lo hondo de nuestro corazón.
Bien conocemos que la devoción a la Virgen del Carmen está unida al uso del escapulario. Escapulario que, es cierto, hemos reducido en su tamaño casi a la mínima expresión pero que en su origen eran como un traje que se ponía sobre la ropa normal como un resguardo para el trabajo. Que ese escapulario o medalla de la Virgen que nos acompaña sea, sí, ese resguardo contra los peligros del mal; que sea un recuerdo para nuestra vida de esa presencia de María junto a nosotros que quiere ayudarnos con la gracia que nos alcanza del Señor para que tengamos fuerza en las dificultades, pero para que nos veamos libres de toda tentación y de todo pecado.
Ya sabemos que la verdadera devoción a María es revestirnos de sus virtudes, imitar en nosotros la santidad de su vida, que en verdad copiemos en nosotros todo lo bueno de María y con su protección nos veamos siempre llenos de la gracia del Señor. Sí, es un revestirnos de María, ponernos no solo el traje externo de María con su escapulario sino desde lo más hondo de nosotros mismos vernos transformados a imitación de María para llenarnos así de la santidad de Dios.
Y tal como comenzábamos diciendo felicidades a todos los que llevan el nombre de María, Virgen del Monte Carmelo, Virgen del Carmen, que nos sintamos siempre protegidos con su amor.

viernes, 15 de julio de 2016

Poniendo misericordia en nuestro corazón ayudaremos en verdad a que nuestro mundo sea más feliz porque seremos capaces de amarnos y perdonarnos

Poniendo misericordia en nuestro corazón ayudaremos en verdad a que nuestro mundo sea más feliz porque seremos capaces de amarnos y perdonarnos

Isaías 38,1-6.21-22.7-8; Sal.: Is. 38;  Mateo 12,1-8 

Todos conocemos personas que están excesivamente preocupadas por el orden, porque las cosas estén en su sitio, porque todo esté brillante y reluciente, de manera que se convierte en una obsesión y una manía. Un amigo mío cuando se enteró que ahora yo tenia un perrito lo primero que comentó como lamentándose es que ahora con un perrito en casa cómo iban a estar las cosas todas desordenadas y cuanto me iba a costar el mantenerlo todo limpio y en su sitio. No pretendo con esto justificar mi afición porque además no viene al caso, sino hago referencia a ello por la obsesión de mi amigo por el orden y la limpieza.
Pero esto que digo del orden se convierte en muchos en la obsesión por el cumplimiento de la ley y la observancia escrupulosa de los más pequeños detalles que al final se convierten en cosas esclavizantes. Muy cumplidores de la ley y de las consecuencias practicas que se han sacado para convertirlas en normas que establecen hasta los más mínimos detalles, pero que se convierte en algo frío y poco menos que ritual pero a lo que le falta un alma, un espíritu que anime y dé verdadero sentido a lo que hacemos. Falta humanidad, falta amor y comprensión, falta misericordia y capacidad de perdón que ayude a levantarse a los que hayan errado o cometido pecado.
Es la referencia o la respuesta que Jesús les da a aquellos quisquillosos que se estaban fijando si los discípulos de Jesús al pasar por un sembrado un sábado arrancaban algunas espigas para estrujarlas en la mano y comérselas. Ese gesto ya se convirtió en un trabajo, como si fuera la siega, que no estaba permitido por la ley realizar en el sábado, día del descanso porque estaba dedicado al Señor.
Cumplidores estrictos pero sin corazón. Observantes de leyes y normas pero sin darle ternura a la vida y a las relaciones con los demás. Personas que se dicen buenas porque no faltan a ningún rito o actos religiosos, cumplidoras de ayunos y abstinencias y capaces de muchos sacrificios quizá,  allá las vemos en todas las novenas, en todas las procesiones, en todos los actos piadosos que podamos imaginar, pero luego las veremos con gesto adusto, mala cara, sin una sonrisa en los labios, sin ternura en su corazón con un trato siempre displicente hacia los demás.
‘Misericordia quiero y no sacrificios’, nos dice Jesús hoy en el evangelio. Que no nos falte nunca esa ternura en nuestro corazón; que seamos en verdad comprensivos con los demás, porque nosotros también podemos caer en los mismos fallos; dispuestos siempre al perdón y a tender la mano que levanta, que anima, que ayuda; que no nos falte nunca un corazón generoso para compartir, para amar de verdad, para sembrar ilusión y esperanza en los corazones de los demás; que la sonrisa sincera de nuestros labios despierte simpatías y alegrías para hacer que nuestra convivencia sea siempre agradable para todos y así hagamos en verdad felices a los demás.
Poniendo misericordia de verdad en nuestra vida haremos que todos seamos más felices comprendiendo, amándonos, perdonándonos y siendo siempre capaces de tener la oportunidad de comenzar de nuevo después de nuestros errores.

jueves, 14 de julio de 2016

Seguir a Jesús no será para nosotros una carga pesada porque nos hace caminar por caminos de verdadera libertad que son los caminos del amor

Seguir a Jesús no será para nosotros una carga pesada porque nos hace caminar por caminos de verdadera libertad que son los caminos del amor

Isaías 26,7-9.12.16-19; Sal. 101; Mateo 11,28-30

‘Venid a mí todos los que estáis cansado y agobiados y yo os aliviaré… y encontraréis vuestro descanso…’ ¡Qué palabras más consoladoras! En la vida tenemos muchos momentos de desánimo, de desaliento, en los que los agobios de la vida nos tientan a rendirnos, nos sentimos cansados de nuestras luchas,  no vemos salida a tantos esfuerzos que nos parecen en vano. Necesitamos esa mano que se pose sobre nuestro hombro y nos diga ‘¡Ánimo! Adelante’.
Todos tenemos alguna vez esos momentos bajos y esos cansancios que no solo es lo físico, sino que son cansancios del alma porque nuestro espíritu se siente decaído. ‘El espíritu está pronto, pero la carne es débil’, les decía Jesús allá a la entrada de Getsemaní. Sí, nos parece estar prontos para todo y parece que nos queremos comer el mundo, pero cuando vienen las luchas del día a día y los problemas se acumulan, y parece que nada a nuestro alrededor nos estimula, sino que más bien vemos las cosas negras, estamos prontos, sí, pero para tirar la toalla; aparecen nuestras debilidades, nuestras flaquezas, y nos parece que no somos capaces, y no tenemos fuerzas para seguir adelante.
Vemos cómo Jesús viene a nuestro encuentro para ser ese alivio que nos haga sentir paz aunque sean muchos los agobios, esa fuerza para vencer nuestra debilidad y levantarnos de nuestras apatías, esa luz que nos ilumine y nos haga caminar con esperanza porque no todo es oscuridad y estando con El nunca nos faltará esa luz y ese sentido y valor para nuestra vida.
A Jesús, vemos en el evangelio, que acudían todo tipo de gentes con sus enfermedades, sus sufrimientos, sus dolencias; nos quedamos muchas veces aparentemente solo en las enfermedades o limitaciones físicas porque nos aparecen delante de nuestros ojos las cegueras o las invalicedes, las lepras o la carencia de alguno de los sentidos, pero cuanto se encierra en esas dolencias y sufrimientos; aislamiento y soledad, pobreza e incapacidades que angustiaban el alma, estaban detrás de esas limitaciones físicas y que hacían aumentar los sufrimientos en el interior de las personas. Estaban también las angustias y las esperanzas frustradas en tantas cosas que coartaban su libertad, que limitaban sus posibilidades desde el dominio de los poderosos o las manipulaciones de los que trataban de dominar y controlar sus aspiraciones.
A todos Jesús les dice: ‘Venid a mí todos los que estáis cansado y agobiados y yo os aliviaré… y encontraréis vuestro descanso…’ Jesús con su presencia hace renacer las esperanzas; Jesús quiere en verdad liberar los corazones; Jesús quiere rescatar la dignidad perdida de todas las personas que merecen la mejor de las consideraciones; Jesús quiere un mundo nuevo donde nos sintamos en verdad hermanos porque todos nos queremos; Jesús viene a ser esa luz verdadera que ilumina los corazones para dar un verdadero sentido a sus vidas, a nuestras vidas.
Escuchamos en nuestro corazón también tantas veces atormentado las palabras de Jesús y que renazca nuestra esperanza. Seguir a Jesús no será para nosotros una carga pesada porque nos hace caminar por caminos de verdadera libertad que son los caminos del amor.

miércoles, 13 de julio de 2016

Sintamos la pobreza y la oscuridad en que vivimos, dejemos a un lado nuestros orgullos y podremos sentir ese amor de Dios nos dignifica y nos engrandece

Sintamos la pobreza y la oscuridad en que vivimos, dejemos a un lado nuestros orgullos y podremos sentir ese amor de Dios nos dignifica y nos engrandece

Isaías 10,5-7.13-16; Sal. 93; Mateo 11,25-27

‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla’. Es la oración espontánea que surge del corazón de Cristo para dar gracias al Padre que así se está manifestando a los pequeños y a los sencillos. Solo el corazón que busca con humildad podrá encontrar a Dios. Los engreídos, los que se creen que se las saben todas, los que tienen el corazón henchido por el orgullo no podrán alcanzar el misterio de Dios.
Si estamos hablando del misterio de Dios pareciera que solo los entendidos, los que están llenos de sabiduría podrían en sus elucubraciones intelectuales podrían vislumbrar y descifrar ese misterio. Es cierto que tenemos que utilizar esa inteligencia con la que Dios nos ha creado a su semejanza y ahí entraría ese estudio que pudiéramos hacer de las cosas de Dios. Pero aun así Dios en su inmensidad nos sobrepasa y si podemos encontrarnos con ese misterio de Dios es porque Dios se nos revela, Dios se acerca a nosotros para dársenos a conocer.
Pero no intentemos buscar a Dios y tratar de comprenderlo como si fuera a imagen nuestra, porque en eso erramos tantas veces queriéndonos hacer un Dios a nuestra imagen y así nos creamos una imagen falsa de Dios, y tenemos el peligro de convertir en ídolos de nuestra vida esas mismas cosas que utilizamos aquí en la tierra. Son los que viven el politeísmo de tener muchos dioses y a cada dios, por así decirlo, le asignamos algunas de esas nuestras realidades terrenas como hacían los antiguos.
Miremos el evangelio y veamos cómo Dios se nos manifiesta en Jesús, su Hijo, pero miremos el evangelio y contemplemos quienes son los que verdaderamente abren su corazón a Dios cuando escuchan y aceptan a Jesús, cuando ponen toda su fe en El. Los que se manifiestan hambrientos de Dios en su pobreza podrán palpar ese misterio de Dios que se hace amor y viene a llenar sus vidas.
Los profetas habían anunciado que los pobres serian evangelizados, como recordaría Jesús en aquel texto proclamado en la sinagoga de Nazaret, porque a ellos, los que nada tienen, los que se sienten oprimidos y faltos de libertad, los que en su pobreza e ignorancia van como ciegos en la oscuridad de los caminos de la vida será a los que se va a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios. Para ellos será el año de gracia, en ellos se va a manifestar la misericordia de Dios que les sana y les abre sus ojos para que puedan contemplar y disfrutar de ese amor de Dios, serán que se van a llenar de la luz de Dios.
Sintamos nuestra pobreza y la oscuridad en que vivimos, dejemos a un lado nuestros orgullos y nuestros ‘saberes’, abramos nuestro corazón con humildad sintiendo quizá el peso de muchas cosas que nos llenan de amarguras y de tristezas, y podremos sentir esa presencia de Dios, ese amor de Dios que nos salva, nos dignifica y nos engrandece, nos llena de luz y de vida nueva cuando sintamos que Dios es en verdad el único Señor de nuestra vida.

martes, 12 de julio de 2016

Seamos agradecidos a cuanto hemos recibido del Señor con su gracia a lo largo de nuestra vida

Seamos agradecidos a cuanto hemos recibido del Señor con su gracia a lo largo de nuestra vida

Isaías 7, 1-9; Sal. 47; Mateo 11,20-24

¿Sabremos ser agradecidos por lo que recibimos? Pudiera dar la impresión en muchas ocasiones nos creemos con derecho siempre a que los demás hagan cosas por nosotros y no sabemos valorar la gratuidad y la generosidad de los demás. Hemos de aprender a valorar lo que hacen los otros y ser agradecidos.
En la vida no solo deberíamos estar atentos a lo que recibimos de los otros y saber manifestar nuestra gratitud, sino que tendríamos que saber estar con los ojos bien abiertos para aprender de lo bueno que hacen los demás como al mismo tiempo aprovecharlo todo para nuestro enriquecimiento como personas. No podemos ser insensibles al bien y a lo bueno que hay en los demás. Sería un signo de nuestra pobreza como personas.
Descubrimos así valores en los que quizá no habíamos pensado ni caído en la cuenta, aprenderemos de la manera de actuar no para actuar miméticamente sino que nos sirva de pauta para nuestra manera de hacer las cosas. Hay tantos detalles en los que caminan a nuestro lado que podrían ser lecciones que nos abrieran los ojos en la vida. Si supiéramos aprovecharlos cuanto nos ayudarían en nuestro enriquecimiento humano, en la riqueza de valores que adornarían nuestra vida.
Esto que estamos reflexionando en un lado meramente humano que tanto nos ayudaría en nuestra convivencia podemos ahondarlo un poco mas haciendo referencia a nuestra vida espiritual en el camino de nuestra fe y de nuestra vivencia cristiana. Siendo nuestra fe una respuesta personal que cada uno damos a las maravillas del amor de Dios que se manifiesta en nuestra vida, hemos de ser conscientes que la vivencia de la fe la expresamos en medio de una comunidad y en comunión con los otros creyentes que caminan a nuestro lado.
Somos herederos de una fe que nos trasmitieron nuestros padres pero que estamos recibiendo y al mismo tiempo en el seno de la Iglesia. Ahí en Iglesia la celebramos y también la alimentamos, porque en ella celebramos los sacramentos con los que alabamos a Dios y en los que recibimos su gracia; es en la Iglesia donde recibimos el alimento de la Palabra de Dios que ilumina nuestro camino; es desde la experiencia de fe de la comunidad desde donde nos sentimos estimulados e impulsados a dar testimonio de esa fe en medio de nuestro mundo.
Y es aquí donde siguiendo la reflexión que antes nos hacíamos nos tenemos que plantear y revisar en nuestra vida cuánto hemos recibido en ese camino de nuestra vida cristiana de la Iglesia, de nuestros padres y de tantos que han sido ejemplo y estimulo para nuestro camino creyente. Ha sido una riqueza grande a lo largo de nuestra vida en la Palabra escuchada, en los sacramentos celebrados y recibidos, y en tanto que hemos compartido en el seno de nuestra comunidad cristiana.
¿Cuál ha sido nuestro aprovechamiento espiritual? ¿Cómo ha crecido nuestra espiritualidad? ¿Cuál ha sido nuestra respuesta y el fruto que hemos dado de tanta gracia recibida? Muchas preguntas tendríamos que hacernos. Hoy en el evangelio hemos escuchado la queja de Jesús por aquellas ciudades donde tanto se había prodigado con su predicación, con sus milagros, con su presencia, pero que no dan fruto, no dan respuesta. ¿Tendrá también queja de nosotros? ¿Somos agradecidos a tanta gracia que hemos recibido del Señor? Es mucho quizá lo que tendríamos que revisar.

lunes, 11 de julio de 2016

No busquemos ganancias materiales por lo bueno que hacemos sino que tengamos la esperanza de la plenitud de vida que en Cristo vamos a alcanzar

No busquemos ganancias materiales por lo bueno que hacemos sino que tengamos la esperanza de la plenitud de vida que en Cristo vamos a alcanzar

Proverbios 2,1-9; Sal 33;  Mateo 19,27-29

‘Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?’ Una pregunta muy humana que se hace Pedro y que le plantea a Jesús aunque nos pudiera parecer  por otra parte interesada desde aquello bueno que ha hecho de seguir a Jesús. Una pregunta que en el fondo todos nos hacemos cuando quizá no vemos un fruto inmediato de aquello por lo que quizá nos estamos sacrificando tanto y con una efectividad o ganancia para nosotros. Tanto que he hecho yo por esa persona y así me paga, tenemos la tentación de decir.
De qué me vale todo esto que estoy haciendo si luego sigo en las mismas y no me trae sino sacrificios y renuncias, nos planteamos quizá en alguna ocasión. Para qué todo eso que hago si luego en lugar de agradecimiento lo que encuentro son incomprensiones, malos juicios, desconfianzas porque quizá están viendo segundas intenciones en aquello que hago gratuita y generosamente.
De aquello que hacemos queremos obtener un fruto, un resultado, algo que signifique ganancia para mi vida. Podemos decir que somos interesados pero en fin de cuentas es humano querer ver el fruto de lo que hacemos. Claro que muchas veces el fruto lo queremos ver en lo material y quizá no nos damos cuenta de la riqueza interior que vamos ganando en los valores que vamos desarrollando, en la madurez que vamos alcanzando en nuestra vida, en todo eso que nos enriquece por dentro espiritualmente cuando somos generosos, cuando cumplimos con nuestro deber, cuando hacemos algo por los demás o por mejorar ese mundo en el que vivimos.
Es, repito, la pregunta que se hacia Pedro y le estaba planteando a Jesús. Un día Jesús les había invitado a seguirle y ellos lo habían dejado todo, la barca, las redes, la pesca, lo que era su trabajo y su vida para seguir a Jesús. Con El se habían ido por aquellos caminos de Galilea y de toda Palestina siguiendo al Maestro que anunciaba un mundo nuevo, el Reino de Dios que llegaba pero ellos aun no terminaban de ver las señales de esa llegada.
Algunas veces en su interior estaban aspirando a ver qué lugar iban a ocupar en ese reino nuevo porque no habían terminado de entender el sentido de ese Reino. Discutían por los primeros puestos, Santiago y Juan valiéndose de los parentescos un día le habían pedido a Jesús ocupar  el puesto de la derecha y de la izquierda, los discípulos habían reaccionado llenos de recelos, y Jesús les explicaba que la grandeza estaba en hacerse el último y el servidor de todos, pero era algo que les costaba entender.
Sin embargo Jesús les había ido anunciando también que iban a encontrar incomprensiones y persecuciones, como a El mismo le iba a suceder; anunciaría Jesús lo que significaría su subida a Jerusalén como un camino de pascua, porque iba a ser  entregado a los gentiles, incluso, y lo condenarían a muerte; es cierto que anunciaba resurrección pero ellos seguían teniendo sus dudas. ¿Y si era cierto lo que decían los saduceos que no había resurrección?
Ahora Jesús les dirá claramente ‘Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna’. Pero ¿cómo habían de entender estas palabras?
Un anuncio de vida eterna, un anuncio de plenitud, una esperanza que ha de haber en el corazón, un descubrir lo que son en verdad los auténticos valores por los que luchar y hasta sacrificarse. Si en otra ocasión diría que un vaso de agua dado en su nombre no se quedaría sin recompensa, esa entrega, ese darse, esas renuncias que habían hecho en sus vidas un día se transformarían en plenitud. No nos importe hacer el bien aunque quienes estén a nuestro lado no lo entiendan; entendamos cuál es la verdadera ganancia para nuestra vida, busquemos lo que es la plenitud de la vida eterna que el Señor nos ofrece.

domingo, 10 de julio de 2016

Portémonos como prójimos practicando la misericordia con el prójimo que es siempre nuestro hermano

Portémonos como prójimos practicando la misericordia con el prójimo que es siempre nuestro hermano

Deuteronomio 30, 10-14; Sal 68; Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37
‘Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ Es la pregunta con la que aquel letrado se presentó delante de Jesús. Pero tres preguntas se suceden y ya de antemano podríamos decir que tienen la misma respuesta. ‘¿Qué está escrito en la ley?... ¿Quién es mi prójimo?... ¿Quién te parece que se portó como prójimo…?’ Y la respuesta fundamental la tenemos al final. ‘¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ nos preguntamos. Pórtate como prójimo del que está a tu lado, practica la misericordia con él sea quien sea.
Yo me atrevería a decir que no se trata ya solamente de saber quién es mi prójimo sino de aprender a portarse como prójimo del otro. Saber quien es mi prójimo – aunque quizá a veces interesadamente lo olvidamos o no queremos saber quien es – es muy fácil porque la misma palabra lo expresa. Prójimo, el que está próximo, el otro sea quien sea, y dándole hondura la proximidad no significa solo una proximidad física sino que va más allá para abarcar en esa palabra al otro, como decíamos, sea quien sea, esté cercano o esté lejos, pero es aquel que como persona tiene la misma dignidad que yo porque es una persona, aunque no siempre la queramos reconocer.
Prójimo entonces no es solo mi pariente o mi vecino, aunque también algunas veces los olvidamos y no es con esas personas cercanas y a quien más conocemos con quienes nos comportamos como prójimos, no es solo es que es de mi misma raza o condición o del mismo lugar o nación donde yo esté, no es solo el que me cae bien o en algún momento quizá ha sido bueno conmigo, no son solo los amigos de siempre sino también ese desconocido con el que me encuentro en los caminos de la vida. Es el otro y no puede haber ninguna exclusión.
Pero como decíamos no se trata solamente de saber quien es mi prójimo sino cuál ha de ser mi actitud, cómo he yo de comportarme con él. En el diálogo entre aquel letrado y Jesús – que hemos de reconocer que no venía con demasiadas buenas intenciones a hacer la pregunta a Jesús – la pregunta que le hace a Jesús de quien es su prójimo es, como diríamos vulgarmente, una manera de escurrir el bulto.
La primera pregunta que le hace a Jesús es realmente ociosa, pues era un letrado, un maestro de la ley, alguien formado y encargado en medio de la comunidad para enseñar la ley. Por eso la respuesta de Jesús es remitirlo a lo que estaba escrito en la ley. ‘¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?’, le pregunta Jesús y será el letrado el que exprese con sus palabras lo que todo buen judío había de saber incluso de memoria. Y es cuando viene su pregunta que podría parecer la principal ‘¿Quién es mi prójimo?’, pero tras escuchar la parábola que propone Jesús vendremos a decir que la pregunta más incisiva será la que Jesús haga finalmente. ‘¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?’
Para el sacerdote y el levita que pasaron por el camino prójimo era, es cierto, el que estaba allí tirado por los suelos malherido; es más, podríamos decir, que había una cierta cercanía porque era judío probablemente de Judea como ellos, pero no supieron abrir los ojos ni abrir su corazón a la misericordia y a la compasión. Quisieron cerrar los ojos, ‘dieron un rodeo y pasaron de largo’ que dice la parábola.
No tan próximo, sin embargo, era aquel samaritano que hacia el mismo camino, y digo no tan próximo porque era de un pueblo diferente con el que había una enemistad ya de siglos de manera que ni siquiera se hablaban judíos y samaritanos. Sin embargo no solo lo vio como prójimo sino que se comportó como prójimo, tuvo compasión y misericordia conmoviendo su corazón para atenderle, para curarle, para llevarle a una posada y correr con todos los gastos de su recuperación.
Por eso a la pregunta fundamental de Jesús ya conocemos la respuesta. Se comportó como prójimo aquel que tuvo misericordia del que estaba caído a la vera del camino. Y es cuando nos sentencia Jesús: ‘Pues, anda, haz tú lo mismo’.
¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?  Practicar la misericordia con el prójimo que siempre para mí será un hermano. Cuántas oportunidades tenemos cada día. Porque no vamos a estar esperando a que nos encontremos a alguien a quien hayan dejado malherido algunos malhechores. Cercanos o lejanos siempre encontraremos a nuestro lado con quien practicar la misericordia.
Desde esa palabra de aliento que hemos de saber decir al que está decaído a nuestro lado, hasta esos ojos bien abiertos para descubrir cuantos sufrimientos padecen tantos a nuestro alrededor; desde esa mirada nueva y esa sonrisa en mis labios y en mi semblante con el que voy a ir caminando por la calle haciendo agradable el encuentro con los demás, hasta esa mirada nueva a ese que tenemos el peligro de discriminar porque nos parece tan desagradable y que nos está pidiendo a nuestra puerta o en las puertas de la iglesias, porque tiene no sé qué vicios que siempre sabemos ver enseguida, porque no es de nuestra tierra o ha venido de emigrante o refugiado desde lugares lejanos.
Es ese aceite y vino con que hemos de saber vendar tantas heridas y tantos sufrimientos que si abrimos bien los ojos vamos a ir descubriendo a nuestro alrededor. Cuidado con los rodeos que vamos dando en la vida, muchas veces disimulados y muchas veces descaradamente porque se nota que no queremos encontrarnos con ese dolor humano que marca tantas vidas. Es cierto que cuesta, que no es fácil, que hay muchas rémoras en nuestro corazón que nos arrastran hacia abajo, que nos llevan por caminos de egoísmo y de insolidaridad. Pidámosle al Señor que nos transforme el corazón con su gracia, pero nosotros dejémonos transformar.
Portémonos como prójimos porque en verdad practiquemos la misericordia con el prójimo que es siempre nuestro hermano.