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sábado, 3 de septiembre de 2016

No podemos olvidar que el ser humano con sus valores y su dignidad ha de estar por encima de todo y lo hemos de preservar siempre con la mejor relación con los demás

No podemos olvidar que el ser humano con sus valores y su dignidad ha de estar por encima de todo y lo hemos de preservar siempre con la mejor relación con los demás

1Corintios 4, 6b-15; Sal 144; Lucas 6, 1-5

Mientras en la vida nos encontramos con gente que no acepta ninguna norma o regla que trate de regir su conducta viviendo en un subjetivismo total y absoluta que se puede convertir en anarquía, por otra parte nos encontramos con otros que todo tienen que tenerlo reglado y reglamentado hasta en los más mínimos detalles de manera que no sabrían hacer nada que se saliera o no estuviera contemplado en esas normas, preceptos o reglamentos.
Creo que llevar al extremo ambas posturas es algo peligroso y que si bien necesitamos unas normas que nos den las pautas de lo que ha de ser nuestra conducta, la formación de una buena conciencia hará que descubramos lo que verdaderamente es bueno y aquello de lo que nos hemos de apartar. Las normas aunque necesarias en el conjunto de una vida social sin embargo no nos han de atar y esclavizar de tal manera que pareciera que el objetivo de nuestra vida sea simplemente el cumplir unas normas. Ya se que esto que estoy comentando daría para más abundantes reflexiones y podría ser tema de un dialogo muy interesante.
Hoy nos encontramos con este tema en el evangelio cuando vienen a echarle en cara a Jesús que sus discípulos están haciendo lo no permitido por la ley porque en sábado al pasar por un sembrado han cogido unas espigas y las van estrujando para obtener unos granos que echarse a la boca. Era sábado, el sábado no se puede trabajar, estaba reglamentado todo hasta casi los pasos que pudiéramos dar para no convertirlo en trabajo y aquel gesto tan humano y tan sencillo se podía considerar como que estaban espigando o segando el trigo con lo que había que considerarlo un trabajo. Vemos aquí como se lleva hasta un extremo casi esclavizador las normas del cumplimiento del descanso del sábado.
‘El Hijo del Hombre es señor del sábado’, termina diciéndoles Jesús para ayudarnos a entender el autentico sentido del descanso sabático, en este caso. ¿Leyes y normas que regulen nuestra convivencia y nuestra relación social? Está bien y son necesarios. Una cosa creo que es importante y hemos de tener bien en cuenta. El ser humano con sus valores y con su dignidad ha de estar por encima de todo. Y lo que nos tiene que preocupar es ayudar a mantener esa dignidad de todo ser humano, de toda persona. Por eso es tan importante nuestra apertura a los demás, la consideración de las personas, el valor de lo que tenemos como propio si no está en función de esa dignidad de todo ser humano.
¿Cómo puedo yo apoderarme de tal manera de esas cosas que poseo que mientras a mi quizá hasta me sobra porque llego a acumular hay otros seres humanos que pasan necesidad? Y así podríamos seguir haciéndonos muchas preguntas por ejemplo sobre a qué dedicamos nuestro tiempo de descanso y si en nuestros planes y objetivos está el ir al encuentro con los demás sobre todo para compartir con aquellos que mayor necesidad tienen de ese encuentro y de esa presencia. Muchas veces no son solo las necesidades materiales las que tenemos que atender, sino la soledad, el abandono, la discriminación que de alguna manera pueden estar sufriendo tantos cerca de nosotros y casi no nos damos cuenta.

viernes, 2 de septiembre de 2016

En la novedad del evangelio no nos valen remiendos ni podemos encerrar la fuerza del reino de Dios en un odre viejo y debilitado

En la novedad del evangelio no nos valen remiendos ni podemos encerrar la fuerza del reino de Dios en un odre viejo y debilitado

1Corintios 4, 1-5; Sal 36; Lucas 5, 33-39

Las novedades casi siempre nos desconciertan. Nos acostumbramos a unas determinadas cosas, a una manera de actuar, a unas costumbres, a un estilo de hacer las cosas que cuando viene alguien y nos dice que las cosas pueden ser de otra manera, que quizá haya costumbres que cambiar, que hay una nueva manera de actuar que es mejor nos sentimos desconcertados porque nos habíamos acostumbrado a aquella manera de hacer y de vivir y nos parece que era la mejor. ¿Para qué vamos a cambiar si con lo que hacíamos o como lo hacíamos nos iba bien? Tenemos algo de conservadores dentro de nosotros mismos.
Nos sucede en los ámbitos de la vida social, en las costumbres de los pueblos, en la vida política, y nos sucede hasta en nuestros planteamientos religiosos. Cuántas veces añoramos otros tiempos, viejas costumbres, estilos de la vida social. Nos queremos en ocasiones quedar estancados en viejas costumbres que se han convertido quizá en rutinas de nuestra vida. El esfuerzo de ver las cosas de distinta manera, romper la rutina de lo que ya hacíamos casi sin esfuerzo, nos cuesta, nos ponemos reticentes, desconfiamos. Casi preferiríamos ir haciendo algunas acomodaciones y no hacer rupturas que nos parece que no sabemos a donde nos van a llevar.
Fue lo que significó la novedad de la Buena Noticia del Reino de Dios que anunciaba Jesús. Había gente con el corazón abierto porque realmente estaban deseando otra cosa y le seguían entusiasmados, pero había gente que se resistía y todo eran objeciones, dudas, reticencias, desconfianzas. De cualquier cosa nueva que planteara Jesús hacían un problema; todo querían discutírselo; ese estilo nuevo que Jesús quería darle a la vida para vivir el Reino de Dios no les parecía que era lo adecuado.
Preguntaran de manera reticente cual es el mandamiento principal o preguntarán por qué sus discípulos no ayunan como ha sido siempre la costumbre del pueblo, como hacen los discípulos de Juan, o como cumplen a rajatabla el grupo de los fariseos. Pero Jesús viene a decirles que no pueden andar con remiendos; que la Buena Noticia exige una conversión, un cambio profundo del corazón. Y habla de vino nuevo, pero de odres nuevos, porque la fuerza del vino nuevo no la puede aguantar un odre que ya está viejo y medio corroído. Así tiene que ser el nuevo corazón que tiene que haber en nosotros.
Son cosas que se nos siguen planteando en el hoy de nuestra vida. Hemos de saber escuchar en todo momento esa novedad del Evangelio del Reino con todo lo que tiene que significar de cambio, de renovación profunda en nuestro corazón. Pero muchas veces seguimos con nuestras rutinas y no nos abrimos a la novedad del Evangelio; cuando se nos ofrecen nuevos caminos, cuando nos damos cuenta de nuevas exigencias también nos ponemos reticentes y predominan quizá posturas negativas en nuestra vida. Y aparece un conservadurismo en nuestra vida y hasta en la vida y la marcha de nuestra Iglesia; y habrá gente que hace oposición y nos querrán dar mil razones para que las cosas sigan como siempre y no tengamos que hacer el esfuerzo del cambio. Y comenzamos a hacer nuestras interpretaciones particulares muchas veces interesadas para que no tengamos que salir de las rutinas de siempre.
No olvidemos que Jesús nos dice que con el evangelio no valen remiendos, ni podemos encerrar toda su riqueza y toda su fuerza en la debilidad de unos odres viejos.

jueves, 1 de septiembre de 2016

En los mares de la vida hemos de aprender a decir como Pedro aunque por nosotros no hayamos sido capaces de coger nada, en nombre echaré la red

En los mares de la vida hemos de aprender a decir como Pedro aunque por nosotros no hayamos sido capaces de coger nada, en nombre echaré la red

1Corintios 3, 18-23; Sal 23; Lucas 5, 1-11

‘Nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada…’ Parecen palabras de desaliento; ahora están lavando y repasando las redes después de una noche infructuosa de trabajo. Cuántas veces nos sucede algo parecido y el desaliento nos invade; no sabemos qué más o mejor podemos hacer, pero no conseguimos quizá los objetivos que nos habíamos programado, la vida muchas veces se nos vuelve dura, nos aparecen dificultades y contratiempos, y como decíamos nos invade el desaliento.
Serán problemas en el trabajo – cuántos se sienten desalentados porque no encuentran un trabajo digno -, serán problemas en la familia, con los hijos, en la convivencia familiar, serán los problemas de índole social en que nos vemos envueltos en un momento en que no parece que haya salida, que los que tienen que dirigir nuestra sociedad no son capaces ni de ponerse de acuerdo en cómo han de hacerlo. Podríamos seguir enumerando muchas otras situaciones que nos pueden llenar de desaliento en la vida.
Simón Pedro, aun en medio de sus dudas y de los interrogantes que aun se le planteaban en el corazón en relación con aquel predicador o profeta que había aparecido entre ellos y que les cautivaba con sus palabras, ahora tiene la intuición o la fe de confiarse en Jesús. ‘En tu nombre echaré las redes’. Y la cosa cambió. Las redes se llenaron de pescado y las barcas rebosaban, teniendo que llamar a otros compañeros que les ayudaran. Todo era distinto ahora. Se siente pequeño en la presencia de Jesús y comprendiendo la grandeza de su Jesús y su pequeñez ante El no se cree digno de estar en su presencia. ‘Apártate de mí que soy un hombre pecador’.
Esos problemas que tenemos en la vida y en los que luchamos tanto por superarlos, por encontrar una salida o una solución no los podemos mirar como algo ajeno a nuestra fe. Necesitamos una fuerza interior que nos mantenga firmes a pesar de las dificultades, necesitamos una gracia que nos haga ver las cosas con otros ojos, necesitamos la sabiduría del Espíritu que nos haga encontrar soluciones y salidas, necesitamos la presencia del Señor a nuestro lado para sentir su fuerza, para con El sentirnos renovados, con un fuerza nueva en nuestra corazón, con una vida nueva ante nosotros que hemos de vivir de otra manera.
Necesitamos aprender hoy de Pedro a decir ‘en tu nombre echaré las redes’, aunque me parezca imposible salir de estas situaciones que vivimos, aunque el mar de la vida lo veamos tan negro o embravecido, aunque pareciera que no hay un rumbo porque ya no sabemos que hacer; pero en tu nombre echaré las redes, en tu nombre y con la fuerza de tu gracia quiero seguir adelante.
El Señor también confía en nosotros y ante nosotros pone una tarea hermosa. A Simón Pedro y a aquellos pescadores les dijo que los haría pescadores de hombres, porque eran otros mares, otros mundos en los que habían de realizar su tarea. Otros mares, otros mundos, otro sentido de la vida también nos ofrece Jesús a nosotros y quiere ponernos en camino.
Seamos capaces de dejar atrás nuestras redes de siempre, nuestras rutinas que tantas cansancios producen en nuestra vida; también nosotros nos sentimos indignos y pecadores; pero abramos nuestro corazón a la novedad de Jesús y pongámonos en camino que El nos ofrece un camino nuevo, una vida nueva.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Quien ha experimentado el amor en su vida será capaz en todo momento de ponerse en camino para el servicio y para repartir amor a los demás

Quien ha experimentado el amor en su vida será capaz en todo momento de ponerse en camino para el servicio y para repartir amor a los demás

1Corintios 3, 1 9; Sal 32; Lucas 4, 38 44

Todo el que tiene su corazón lleno de amor siempre estará en deseos de ir al encuentro con los demás para compartir su amor, para regalar su ternura, para buscar siempre la mejor manera de expresar el amor que lleva dentro. Quien ha experimentado el amor en su vida, porque gratuitamente se le ha ofrecido algo que le haga más feliz, necesariamente quiere corresponder a ese amor no solo en esa persona de quien lo ha recibido sino también ofreciéndolo en la misma gratuidad a los demás.
Si la persona se encierra en si misma podríamos decir que algo está haciendo de barrera para no sintonizar con el amor que le puedan ofrecer los demás, muchas veces quizá porque se ciega con sus propias negruras y problemas o por experiencias negativas que haya tenido en la vida y que no ha sabido aun superar. Por eso quienes son capaces de experimentar en si mismos lo que es el amor verdadero, han de saber estar abiertos para detectar esas negruras que pudiera haber en la vida y ponerse en camino de alguna manera para iluminarlas con la nueva y vitalizante luz del amor.
Triste sería que hubiera un cristiano que se encierre así en si mismo y no sepa abrirse al amor para compartirlo también con los demás. Muchos quizá andan por la vida con ese sobrenombre de cristianos, pero que les cae largo porque aun han sabido sintonizar con ese amor que les haga grandes de verdad en la vida. Un cristiano que no ama, mal cristiano es, mal lleva el nombre de cristiano.
El evangelio que hoy nos ofrece la liturgia yo diría que todo él es un derroche de amor. Está el amor compasivo y misericordioso de Jesús que va repartiendo vida allá por donde va. Ha salido de la sinagoga de Cafarnaún y va a casa de Pedro donde le dicen que la suegra de Simón está en cama con fiebres; allá va Jesús que la toma de la mano la levanta. Pero luego contemplaremos como al atardecer de aquel sábado se agolpan a la puerta una multitud de enfermos e impedidos a los que cura de sus males y enfermedades.
Aunque la gente a la mañana siguiente quiere forzarle a que se quede con ellos, El se pone en camino, el amor le pone en camino, porque ese anuncio de vida, esa Buena Nueva del Reino ha de anunciarse a todos en todas partes. Ahí estamos contemplando el rostro compasivo y misericordioso de Dios que se manifiesta en Jesús que libera a todos de su mal.
Pero como decíamos quien está lleno de amor porque ha experimentado el amor en su vida, no puede menos que amar también. Cuando la suegra de Simón Pedro es levantada de su cama y curada, dice el evangelista que se puso a servirles. Es la respuesta del amor, es la prontitud del amor que pronto comienza también a darse a los demás.
¿Viviremos y experimentaremos así nosotros el amor? ¿Habrá también esa apertura y esa generosidad en nuestro corazón para ponernos en camino, para disponernos a servir a los demás?

martes, 30 de agosto de 2016

Dejemos que Jesús llegue a nuestra vida y nos libere de tantas cosas que nos poseen y nos impiden alcanzar plenitud

Dejemos que Jesús llegue a nuestra vida y nos libere de tantas cosas que nos poseen y nos impiden alcanzar plenitud

1Corintios 2,10b-16; Sal 144; Lucas 4,31-37
Nos sentimos en tantas ocasiones tan atados por las cosas que nos poseen que no somos capaces de liberarnos de ellas aunque bien sepamos lo que tenemos que hacer o el bien que podamos alcanzar. Y digo bien, las cosas que nos poseen, por las cosas son para poseerlas nosotros, tenerlas o utilizarlas en el uso ordinario de la vida para nuestro bien o nuestra utilidad o para el bien que podamos hacer con ello a los demás.
Pero nos sucede en tantas ocasiones al revés, en lugar de poseerlas nosotros nos sentimos poseídos por ellas, porque nos domina la obsesión de tenerlas, no nos podemos pasar sin esas cosas llámense bienes materiales o placeres y nos sentimos como esclavizados por su tenencia o posesión. Es la avaricia que nos puede dominar y corroer como todo tipo de concupiscencia que nos puede dominar. Cuántas cosas, por ejemplo, nos imponen las nuevas tecnologías y que parece que sin ellas no nos podemos pasar. Podríamos hacer una lista muy grande de esas cosas que cada día tenemos en nuestras manos y nos controlan.
Hemos de aprender a ser libres de verdad, y cuando digo libres no es solo del dominio que otros puedan ejercer sobre nosotros, sino del dominio de las cosas, de las materialidades o sensualidades de la vida, porque la libertad verdadera ha de nacer desde nuestro más profundo interior.
Jesús llega a nuestra vida con una buena nueva de salvación, porque nos anuncia y quiere para nosotros esa liberación más profunda para que podamos vivir la vida en la mejor plenitud y sin ninguna esclavitud. Los signos – milagros – que le vemos realizar en el relato del evangelio eso quieren significar para nuestra vida.
Escuchamos hoy en el relato del evangelio cómo un hombre poseído por el espíritu del mal se resiste ante la presencia de Jesús. Pero Jesús lo liberará de aquella posesión dándole la más hermosa libertad y felicidad. Y aunque el hombre se vio retorcido por la fuerza del mal, al liberarse de él por la fuerza de la Palabra de Jesús se sintió más entero, más en plenitud que nunca lo había estado antes. ‘El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño’ comentaba el evangelista y todos los que presenciaron la escena estaban estupefactos y daban gloria a Dios.
Dejemos que Jesús llegue a nuestra vida, abramos nuestro corazón a su Palabra que nos salva, dejémonos transformar por la gracia del Señor, busquemos esa plenitud de libertad, de vida, de paz, de amor que Jesús quiere darnos. Hablábamos al principio de tantas materialidades o sensualidades que nos dominan y nos poseen; son muchas las cosas que nos enturbian el corazón y nos impiden ver la luz verdadera con la que Jesús quiere iluminarnos; el mundo que nos rodea muchas veces no nos ayuda en este camino porque quiere atraernos con sus cosas y entonces nosotros nos resistimos. Aprendamos a contar con la gracia y la fuerza del Señor. El está siempre con nosotros para darnos la verdadera libertad a nuestro corazón, la más maravillosa plenitud a nuestra vida.

lunes, 29 de agosto de 2016

Juan Bautista testigo de la verdad hasta su muerte nos enseña a ser testigos ante el mundo por la autenticidad, rectitud y sinceridad de nuestra vida

Juan Bautista testigo de la verdad hasta su muerte nos enseña a ser testigos ante el mundo por la autenticidad, rectitud y sinceridad de nuestra vida

1Corintios 2,1-5; Sal 118; Marcos 6, 17-29

Celebramos hoy el martirio de Juan Bautista. En Junio celebrábamos con gran alegría su nacimiento, con la alegría de todo el pueblo como ya expresaba el mismo evangelio su nacimiento allá en las montañas de Judea por donde había corrido la noticia. Hoy celebramos su martirio.
Como expresa la liturgia en las oraciones de esta fiesta Juan Bautista fue el precursor del nacimiento y de la muerte de Jesús. Normalmente pensamos en el Bautista como el Precursor, porque había venido a preparar los caminos del Señor con su predicación y su testimonio allá en el desierto en las orillas del Jordán donde bautizaba invitando a la penitencia y la conversión del corazón para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto. Le había precedido en su nacimiento y eso hacía también que lo llamáramos el precursor, el que había venido antes.
Sin embargo la liturgia de este día nos lo señala también como el precursor de su muerte cuando hoy estamos celebrando su martirio. Es el testigo de la verdad y por su fidelidad a esa verdad y a la rectitud llegó a dar su vida. El que cuando preparaba los caminos del Señor a cuantos acudían a él les señalaba caminos de rectitud, de justicia, de honradez, de solidaridad para preparar los corazones, por esa valentía de su palabra dio testimonio con su vida. A Herodes le señalaba que el camino de su vida estaba lleno de pecado porque no hacía lo que era justo y recto, y las envidias y las intrigas lo llevaron a la cárcel y a la muerte.
Ya escuchamos el evangelio. Herodías odiaba a Juan y tramaba como quitarlo de en medio a pesar del aprecio que por otra parte parecía que Herodes podía tenerle. Pero la debilidad de Herodes, en esa espiral de pecado en la que se había visto envuelto terminaría por cortar la cabeza de Juan ante las intrigas de Herodías. Cuando caemos en la pendiente del pecado todo parece que se vuelve más resbaladizo bajo nuestros pies y poco a poco unas cosas nos precipitan en otras. La verdad que Juan proclamaba resultaba incomoda a quienes Vivian envueltos en la vanidad de la vida que hace que todo se vuelva falsedad y mentira.
El testigo de la verdad que era Juan por la valentía de su palabra y la rectitud de su vida lo convertiría así con su muerte en precursor de la muerte de Jesús. También Jesús ante Pilatos se había proclamado testigo de la verdad y que para eso había venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Aquí sería ahora el escepticismo de Pilatos que se preguntaba qué era la verdad, lo que le llevaría a la cobardía de lavarse las manos para tratar de quitar de sí la mancha de la cobardía de la condena de Jesús.
Pero en la oración litúrgica de esta fiesta pedimos que ‘asi como Juan murió mártir de la verdad y de la justicia, luchemos nosotros valerosamente por la confesión de nuestra fe’. Y confesar nuestra fe no ha de ser solo con palabras, sino que tenemos que confesarla con el testimonio de nuestra vida; y ese testimonio de nuestra vida nos lleva a esa lucha por la verdad y por la justicia. Nuestra fe nos compromete. Los cristianos tendríamos que ser las personas más comprometidas del mundo por la verdad y por la justicia, por el bien, por el testimonio del amor, por la solidaridad más profunda.
¿Daremos en verdad así testimonio de nuestra fe? ¿Hasta donde llega nuestro compromiso por el amor y la justicia? ¿El estilo de nuestra vida nos hace testigos de la verdad por nuestra autenticidad, por nuestra sinceridad, por la rectitud de nuestra vida en consonancia con nuestras palabras?

domingo, 28 de agosto de 2016

‘Cuando des un banquete invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos, a los que nada tienen y no pueden pagarte’.

Jesús nos pide que con nuestra sencillez, nuestra humildad y nuestro amor derribemos tantas fronteras que nos construimos entre unos y otros

Eclesiástico 3, 19-21. 30-31; Sal 67; Hebreos 12, 18-19. 22-24ª; Lucas 14, 1. 7-14
En nuestras relaciones humanas y de convivencia solemos ir trazándonos unas normas de buen estilo para facilitarnos esa convivencia y evitar situaciones en que por nuestro orgullo o nuestras malas maneras hagamos desagradable nuestra presencia a los que nos rodean. Momentos de encuentro y de convivencia con los demás es cuando nos sentamos juntos alrededor de una mesa en la que no solo compartimos los alimentos que necesitamos para nuestra subsistencia sino que es ocasión de encuentro, de cultivo de nuestra amistad y también de sano disfrute de esa convivencia que se convierte en fiesta llena de alegría. Cada uno ha de saber su puesto y cada uno habría de contribuir desde su ser y saber estar a ese encuentro amistoso.
Mencionábamos sin embargo que nuestros orgullos, nuestras malas maneras, nuestras ambiciones pueden enturbiar esa relación y esa alegría de fiesta que puede significar ese encuentro alrededor de una mesa. Es lo que Jesús está observando en aquella ocasión en que lo habían invitado a comer en casa de uno de los principales fariseos. Los convidados poco menos que se daban de codazos por conseguir los puestos que consideraban principales. Eso podría significar muchas cosas que podrían enturbiar la convivencia del encuentro, porque se formarían grupos que discriminasen a otras personas, por ejemplo.
Jesús viene a recordarnos entonces cuales son las actitudes de sencillez y de humildad que deben prevalecer en toda ocasión. No es esa carrera loca por primeros puestos lo que debe guiar nuestro comportamiento. Ya en otra ocasión dirá a sus discípulos que ese no ha de ser su estilo porque esas aspiraciones se deben transformar en humildad y en espíritu de servicio. Nuestra verdadera grandeza está en el servir. Que no sea así entre vosotros, como hacen los poderosos de este mundo, advertía a sus discípulos.
No es que tengamos que humillarnos por humillarnos, no es que vayamos a ocultar o disimular nuestros valores, pero la actitud de una persona sencilla y humilde se gana los corazones de los demás. El respeto que nos merecemos los unos a los otros no es porque tengamos más poder o podamos dominar sobre los otros. El respeto nos lo ganamos por nuestro buen saber hacer, por la sencillez y humildad con que vayamos al encuentro de los demás, por la bondad de nuestro corazón siempre dispuesto al servicio y a ayudar a los otros.
No son simples normas de convivencia y de urbanidad las que hemos de cuidar de guardar, sino han de ser las actitudes de nuestro interior, de nuestro corazón, que nos llevará a estar abiertos siempre a los demás, para aceptar a todos, para convivir con todos, para a todos manifestar nuestra bondad y la generosidad de nuestro corazón.
Por eso termina hoy Jesús haciendo unas recomendaciones con motivo de aquel banquete, y creo que hemos de tenerlas bien en cuenta. Muchas veces en esa convivencia puede aparecer un egoísmo interesado, donde hacemos para que hagan con nosotros, y si no han hecho o no pueden hacer nada por nosotros no somos capaces de tener ese gesto de generosidad. Pareciera que con las cosas buenas que nos hacemos estamos pagándonos o buscando que nos paguen por lo que hacemos. Somos buenos quizá de forma interesada, solo para que luego sean buenos con nosotros.
Es lo que nos está pidiendo hoy Jesús. ‘Cuando des un banquete invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos, a los que nada tienen y no pueden pagarte’. Qué regla más hermosa nos está trazando aquí Jesús. Invitar a un amigo o un familiar que un día va a corresponder invitándome a mi no tiene nada de extraordinario. Es lo que nos decía del amor, y del amor que habíamos de tener también a los enemigos. Saludar al que te saluda, hacer el bien al que te ha hecho el bien, invitar al que luego te va a invitar a ti, eso lo hace cualquiera. Nuestro estilo ha de ser otro, en algo que tiene que diferenciarse nuestro amor que ha de ser en el estilo con que Jesús me ama a mi.
Pensemos que el bien que le hagamos a los demás lo hacemos con el amor de Dios y aun más Jesús nos enseñará en el evangelio que todo lo que le hacemos a los demás, a El se lo estamos haciendo. Recordemos lo del juicio final. ‘Tuve hambre y me disteis de comer, era forastero y peregrino y me acogisteis… cuando lo hicisteis con uno de estos humildes hermanos’, nos dirá Jesús.
Esto ha de ser siempre norma en nuestra vida. Ya sé que no es fácil. Que es abrir nuestro corazón y nuestra vida a los demás, y eso nos cuesta. Cuantas ocasiones tendríamos hoy en los momentos difíciles de crisis en que vivimos, o cuando tantos llegan a las puertas de nuestra tierra y que vienen en busca de refugio por las situaciones difíciles que se viven en sus países de origen. Cuántas fronteras tenemos que derribar, y no solo entre unas naciones y otras, sino entre unos corazones y otras que bien que nos las construimos.