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jueves, 20 de julio de 2017

Jesús nos abre la mansedumbre de su corazón para que encontremos consuelo y descanso en nuestros agobios pero aprendamos a tener también un corazón acogedor para los demás

Jesús nos abre la mansedumbre de su corazón para que encontremos consuelo y descanso en nuestros agobios pero aprendamos a tener también un corazón acogedor para los demás

Éxodo 3, 13- 20; Sal 104; Mateo 11,28-30

Qué paz y qué satisfacción sentimos dentro de nosotros mismos cuando en los avatares de la vida nos encontramos con alguien que nos escuche, que sea capaz de detenerse en su caminar para tener tiempo para uno y escucharle. Vivimos entre carreras y agobios y no sabemos detenernos al lado del hermano para saber descubrir una tristeza que quizá se oculta tras sus ojos que a pesar de los pesares intentan sonreír.
Nos encerramos en nosotros mismos por nuestras preocupaciones o cosas que tenemos que hacer pero también estamos provocando que quienes se ven envueltos en los sufrimientos que la vida les ofrece se encierren en su soledad y se tengan que comer solos el pan de su amargura.
No nos enteramos ni queremos enterarnos de lo que pueda hacer sufrir a los demás porque decimos que con lo nuestro tenemos. Pero cuando encontramos a alguien que nos escuche y que pierda su tiempo por nosotros, nos sentimos en verdad agradecidos. Nos va faltando humanidad y honda comunicación a pesar de que hoy tenemos tantos medios de todo tipo para comunicarnos con el que pueda estar al otro lado del mundo, pero quizá no sabemos entrar en sintonía con el que está a nuestro lado.
Comencé haciéndome esta reflexión pensando en el gozo que sentimos cuando somos escuchados en nuestros agobios y problemas. Espiritualmente lo necesitamos. Y nuestra fe nos puede hacer entrar en sintonía con quien de verdad es el consuelo y el descanso de nuestra vida. Es lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio. Que vayamos a El, que no temamos, que en El podemos encontrar esa paz que tanto necesitamos, que El es en verdad la fuerza y el aliciente de nuestra vida, que El colma todas nuestras esperanzas y da satisfacción a las aspiraciones mas hondas y mas nobles. En El podemos llenar espiritualmente nuestra vida de la mayor plenitud.
‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré’, nos dice hoy en el evangelio. Cómo lo entendían aquellos enfermos que a El acudían, cómo lo entendían los leprosos que se veían apartados y discriminados y que solo pensando en Jesús sentía fuerza en su interior para llegar hasta El porque en El sabían que iban a encontrar vida. Cómo lo entendían los pecadores, los publicanos y las prostitutas que eran despreciados de todos, pero que se acercaban a Jesús allá donde estuviera y sabían que podían sentarse a su mesa. Cómo lo pudo entender Pedro que tras su negación veía como Jesús seguía confiando en El y que solo le pedía que hubiera amor en su vida. Cómo lo entendían aquellas multitudes que venían de lejos, de todas partes porque querían escuchar aquellas palabras de Jesús que tanta esperanza ponían en su corazón.
Así tenemos que entenderlo nosotros que tan locos vamos por la vida, que parece que hemos perdido el norte y el sentido; así hemos de entenderlo en este mundo loco de carreras, pero tan materializado que ya no sabe levantar los ojos a otros valores más espirituales y trascendentes, y en Jesús podemos sentir que El eleva nuestro espíritu, nuestros pensamientos, da profundidad a nuestros deseos más nobles, nos arranca de nuestros egoísmos insolidarios y abre nuestros horizontes a algo nuevo, abre nuestra mirada a quienes están a nuestro lado y nunca quizás miramos.
Vayamos a Jesús para que encontremos nuestros descanso, pero aprendamos a disponer nuestro corazón para en nombre de Jesús acoger a tantos que pasan a nuestro lado y están necesitando esa sonrisa que les alegre el alma y esa palabra de animo que les levante de su postración. Tenemos tanto que hacer. Tengamos siempre un corazón acogedor para los demás.

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