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miércoles, 12 de julio de 2017

Jesús nos envía a hacer el anuncio del Reino no solo con palabras, sino con el testimonio de nuestras obras

Jesús nos envía a hacer el anuncio del Reino no solo con palabras, sino con el testimonio de nuestras obras

Gén. 41,55-57; 42, 5-7.17-24ª; Sal 32; Mateo 10,1-7

‘Llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia… y los envió Jesús con estas instrucciones… Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca…’
Un anuncio con obras y palabras, el Reino de Dios está cerca. Entre todos los discípulos que le siguen Jesús ha escogido a Doce – el evangelista nos da la lista de los Doce – que van a ser sus especiales enviados, que van a ser piedra y fundamento de la nueva comunidad. Han de anunciar el Reino, pero lo han de hacer con el testimonio de sus obras. Expulsar espíritus inmundos, curar toda enfermedad y dolencia son signos, valga la redundancia, de mucho significado.
El mal nos oprime, atenaza el corazón del hombre; estamos llenos de sufrimientos que no solo son las enfermedades de nuestro cuerpo; son muchas las cosas que nos hacen doler el alma. Cuando deja de reinar el amor en el corazón del hombre perdemos humanidad; y si no sabemos ser humanos los unos con los otros nos dañamos, nos malqueremos; surgen los orgullos y nos envuelve la insolidaridad, aparecen las envidias que nos corroen interiormente y va floreciendo la violencia de todo tipo; cada uno lucha solo por lo suyo y todos los demás van a ser contrincantes y enemigos; destrozamos nuestras vidas, destrozamos nuestro mundo. Ya no es Dios con su amor el que centra el corazón del hombre, sino que nos convertimos en dioses de nosotros mismos.
El anuncio del Reino de Dios ha de significar el transformar todo ese mundo de dolor en un lugar de felicidad; es el camino que nos lleva al encuentro, a la compasión y a la misericordia; es el camino que nos transforma desde el amor porque nos hace más justos y más solidarios; es un camino donde hay sinceridad en la vida y desterramos toda vanidad y toda hipocresía; es un camino que nos lleva a ser más humanos los unos con los otros y a amarnos de verdad porque nos sentimos hermanos.
Mientras no logremos hacer un mundo mejor, donde haya entendimiento y haya paz, no podemos decir que el Reino de Dios está presente; la concordia, la cercanía, la búsqueda de la felicidad de los otros, la solidaridad que nos lleva a compartir hasta ser capaces de desprendernos de todo lo nuestro para dar vida al otro serán señales de que vamos construyendo de forma autentica ese Reino de Dios.
Triste sería que nos llamemos cristianos, seguidores de Jesús, y no nos amemos, nos hagamos la guerra los unos a los otros, no seamos capaces de perdonarnos, de comprendernos, de aceptarnos. Estaríamos lejos del Reino de Dios. Triste es que siga habiendo discriminaciones entre nosotros, que no se muestre verdaderamente una iglesia de misericordia, porque aun no seamos capaces de ofrecer la misericordia y el perdón a todos, porque seguimos rehuyendo a ciertos pecadores y no se tenga la misma comprensión con todos.
Algunas veces pareciera que la iglesia se dejara contagiar por los criterios del mundo en sus juicios, en sus maneras de actuar y se dejara influir demasiado por lo que digan o pueda decirse en los medios de comunicación. No siempre damos la imagen de la Iglesia misericordiosa de Jesús, aunque proclamemos con muchas palabras eso de la misericordia. No todos sienten esa misericordia de la iglesia en sus vidas y se sienten apartados y discriminados.
Jesús nos envía a hacer el anuncio del Reino no solo con palabras, sino con el testimonio de nuestras obras. Mucho quizá tendríamos que revisarnos.

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