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lunes, 24 de julio de 2017

No nos ceguemos para reconocer en verdad a Jesús como nuestra vida y salvación creando con nuestra autenticidad y con nuestro amor sincero un mundo nuevo y mejor

No nos ceguemos para reconocer en verdad a Jesús como nuestra vida y salvación creando con nuestra autenticidad y con nuestro amor sincero un mundo nuevo y mejor

Éxodo 14,5-18; Sal.: Ex 15,1-2.3-4.5-6; Mateo 12,38-42

Qué hermoso es ir por la vida con sinceridad y siendo auténticos. Las hipocresías y las falsedades oscurecen nuestro ser, no nos dejan ser lo que realmente somos sino que tratamos de parapetarnos tras apariencias vanas. Un día se caerán esos cortinajes de vanidad y mentira tras lo que tratamos de ocultarnos y entonces nos sentiremos peor porque nos sentiremos desnudos ante los demás con la mentira como corona de nuestra vida. Por eso, digo, es mucho más hermoso ir con sinceridad.
Desgraciadamente sabemos que esto no es siempre así. Muchos se parapetan tras esas vanidades y orgullos queriendo ocultar lo que realmente son o lo que sienten en su interior. Querrán ocultar quizás esa maldad que han dejado introducir en la vida y al final van a quedar peor. Es una tentación que todos podemos sufrir de una manera o de otra. Muchas veces en la vida no queremos manifestarnos como somos, bien porque queramos ponernos a unas alturas que no son las nuestras, bien porque queramos ocultar esas intenciones sesgadas que aparecen muchas veces en nuestro interior.
Y cuando vamos así por la vida sospechamos enseguida de los demás, vemos malas intenciones en lo que puedan hacer los otros, nos entra la desconfianza y así es difícil mantener una buena relación con los otros. Las desconfianzas rompen los lazos de afecto que puedan unirnos a los demás; con la confianza no sabremos colaborar en lo bueno que los otros hacen; aparece la envidia en nuestro corazón y la malquerencia. Nuestros ojos se vuelven turbios y opacos y no seremos capaces de ver lo más claro de la bondad que hay en los otros.
Es lo que le sucedía a muchos en torno a Jesús como contemplamos en el evangelio. Siempre estaban en la desconfianza, al acecho, viendo dobles intenciones, pidiendo una y otra vez pruebas y signos, sin llegar a ver el amor que Jesús nos mostraba, los signos maravillosos que hacia, la esperanza y la vida que podían encontrar en sus palabras y en sus gestos. No creían en Jesús. No se terminaba de despertar la fe en ellos porque su corazón estaba demasiado agriado, demasiado lleno de cosas turbias, sus ojos estaban cegados.
Una vez más le piden a Jesús un signo para creer en El. No les bastaban todos aquellos milagros que hacia, no les bastaba aquella palabra de vida eterna que Jesús les decía. Y Jesús les habla de las gentes de Nínive que creyeron en Jonás que fue un signo de salvación para ellos con lo que le sucedió en su vida y con su predicación; y les habla de la Sabiduría de Salomón reconocida en su tiempo hasta por la reina del Sur que vino para escucharle.
Ante ellos está quien con su vida, con su entrega hasta la muerte, con su resurrección va a ser ese verdadero signo de salvación para todos los hombres; ante ellos esta la Sabiduría eterna de Dios, la Palabra eterna de Dios que en Dios estaba y que de Dios vino a nosotros plantando su tienda entre nosotros para que quienes creyeran pudieran ser hijos de Dios.
Que nosotros no nos ceguemos para que podamos reconocer en verdad a Jesús como nuestra vida y salvación. Que reconozcamos a Jesús y escuchemos su Palabra para que llenándonos de vida comencemos a vivir esa vida nueva donde todos nos amamos, nos aceptamos, vamos con sinceridad caminando los unos junto a los otros, creando con nuestra autenticidad y con nuestro amor sincero un mundo nuevo y mejor.

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