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martes, 15 de agosto de 2017

Contemplar y celebrar la glorificación de María en su Asunción es sentirnos estimulados porque ella es nuestro modelo y nuestro consuelo que nos llena de esperanza

Contemplar y celebrar la glorificación de María en su Asunción es sentirnos estimulados porque ella es nuestro modelo y nuestro consuelo que nos llena de esperanza

Apoc. 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Sal 44; 1Cor. 15, 20-27ª; Lc. 1, 39-56

En la vida necesitamos puntos de referencia que de alguna manera nos marquen el camino; no solo es señalarlos la verdadera ruta sino además servirnos como de estimulo para que sigamos avanzando a pesar de que en ocasiones el camino se nos vuelva dificultoso o nos aparezcan los problemas. No son simples señales de trafico que nos dicen por donde ir correctamente, y que si las seguimos con fidelidad estamos seguros de no errar en nuestra ruta.
Eso sería como muy elemental y más que marcas materiales, o leyes y normas que nos digan lo que podemos o no podemos hacer, como decíamos, lo que necesitamos son estímulos en quienes vemos que han hecho ese camino y nos están dando esperanza porque de alguna manera nos dicen que ellos lo hicieron antes que nosotros y nosotros podemos hacerlo también. Son los ejemplos que podemos encontrar en los demás; una persona que vemos vivir en rectitud a pesar de los avatares de la vida es la mejor prédica que podamos tener para nosotros vivir también en esa misma rectitud.
Son los ejemplos que podemos admirar en nuestros padres o las personas que influyen en nuestra educación. La altura moral que podemos descubrir en nuestros educadores es el mejor testimonio que podamos recibir para cultivar en nosotros nuestra propia personalidad. No simplemente copiados sino que su testimonio es estimulo que se puede convertir en fuerza interior para nuestro crecimiento personal.
En el camino de nuestra vida espiritual y cristiana tenemos el evangelio que nos señala cual ese ideal de nuestra vida para vivir intensamente el Reino de Dios que nos anuncia Jesús. Por supuesto sabemos que no nos falta la gracia del Señor que fortalece nuestras vidas para alcanzar esa plenitud de vida eterna que nos ofrece Jesús con su salvación.
Pero esa gracia de Dios llega a nosotros en el testimonio de los santos que ante nosotros se presentan como modelos de lo que es vivir ese camino del seguimiento de Jesús y al mismo tiempo son estimulo para nosotros para superar cuanto hayamos de superar y vencer para vivir plenamente el Reino de Dios. Es así siempre como hemos de ver los santos al lado de nuestra vida, no como unos talismanes que nos van a solucionar los problemas milagrosamente sin que nosotros pongamos de nuestra parte ese esfuerzo en el seguimiento de Jesús.
Eso podemos decir del conjunto de los santos que nos acompañan en nuestro caminar, sean los santos que en el transcurso de la historia nos han quedado ahí como modelos permanentes de nuestra vida cristiana, sean los santos que caminan aun a nuestro lado cuando el camino junto a nosotros pero cuyo testimonio podemos contemplar en su entrega, en su dedicación y en la santidad de sus vidas.
Pero ¿qué no podemos decir de María, la madre de Jesús y nuestra Madre? La hemos endiosado por llamarla la Madre de Dios, y lo es, y parece que algunas veces la hemos hecho supraterrena y la hemos colocado demasiando alta en sus altares, olvidando que ella fue una como nosotros, que caminó también sobre el barro de esta tierra al lado de Jesús y así es el mejor ejemplo de Madre que a nosotros nos puede acompañar en el camino de nuestro seguimiento de Jesús.
Hoy precisamente la contemplamos glorificada en su Asunción al cielo y la hemos llenado demasiado de mantos y de joyas, que sí es cierto le ofrecemos en nuestro amor de hijos, pero que pudieran alejarla de nosotros y no terminemos de ver cuales son las verdadera joyas que adornan su vida y en lo que es verdadero ejemplo y estimulo de lo que tiene que ser nuestro seguimiento de Jesús.
‘Ella es figura y primicia de la Iglesia’, como la proclama la liturgia de este día de su glorificación. Así tenemos que verla, contemplarla. El evangelio de hoy la presenta caminante para el servicio, cuando va a casa de su prima Isabel donde sabe que la pueden necesitar.
Somos, sí, ese pueblo peregrino, ese pueblo caminante aquí en medio de nuestro mundo y también con una misión. Nuestra misión no es otra que la del servicio, la del amor. El mundo que nos rodea necesita de nuestro amor, necesita ver nuestra dedicación al servicio de los demás, necesita esa palabra y esa luz que les puede ayudar e iluminar para encontrar también un sentido nuevo y un valor nuevo de cuanto hacemos. Es el testimonio del servicio que nosotros hemos de dar, aunque muchas veces nos cueste salirnos de nosotros mismos.
Y contemplamos hoy a María, que se pone en camino, cuando quizás ella necesitaba en su incipiente maternidad ayuda de los demás, pero es capaz de olvidarse de si misma para ir al encuentro de Isabel. ¿No es eso lo que nosotros también tendríamos que hacer? Tenemos el peligro y la tentación tantas veces de reservarnos para nosotros mismos. Miremos a María, que nos estimula con su ejemplo, con su amor, con su caminar para que aprendamos y tengamos fuerzas para hacer lo mismo. ‘Consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra’, que repito la proclama hoy la liturgia.
Hoy, como decíamos, la contemplamos glorificada en su Asunción al cielo. Es la gloria de la Iglesia, es la gloria que un día esperamos nosotros también alcanzar. Hacemos este camino del Reino de Dios con la esperanza de la gloria del cielo. Sabemos que podemos alcanzarla. Jesús nos decía que El iba a prepararnos sitio. Con esas metas de eternidad feliz y dichosa junto a Dios caminamos este camino de nuestro mundo sembrando esas semillas del Reino de Dios con nuestra entrega, con nuestro servicio, con la responsabilidad con que queremos vivir el momento presente de nuestra vida, sin perder nunca la alegría de la fe porque hay esperanza en nuestro corazón.
Miramos a María y nos sentimos estimulados a seguir haciendo ese camino; miramos a María y sentimos fuerza en nuestro corazón porque no nos falta la gracia del Señor que ella intercede por nosotros y para nosotros; miramos a María y pretendemos parecernos a ella para ser luz para nuestro mundo, para llevar esa luz de Cristo como ella supo y sabe seguir llevándola para iluminar nuestros caminos.
La llamamos en nuestra tierra María de Candelaria, y así la celebramos también gozosamente en este día, porque nos trajo la candela, nos trajo la luz, sigue iluminando nuestro camino con la luz de Jesús. Hoy doblemente en nuestra tierra nos sentimos llenos de gozo en esta fiesta de María, por cuanto significa su Asunción y glorificación, por cuanto la podemos llamar Madre de Candelaria para iluminarnos de su luz, que es siempre la luz de Jesús.

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