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martes, 10 de octubre de 2017

El encuentro con la persona es un entrar en otra esfera o dimensión llegando a captar el misterio de la persona, descubriendo su grandeza que nos enriquece a nosotros también

El encuentro con la persona es un entrar en otra esfera o dimensión llegando a captar el misterio de la persona, descubriendo su grandeza que nos enriquece a nosotros también

Jonás 3, 1-10; Sal 129; Lucas 10, 38-42

‘Ya hablaremos en otro momento, ahora tengo prisa, tengo tantas cosas que hacer…’ Es la conversación escueta y hasta cortante que muchas veces sostenemos cuando nos encontramos a alguien por la calle. Nos sucede en cuanto somos nosotros los que queremos saludar a la otra persona que tiene tanta prisa, o porque nosotros actuamos así también en más de una ocasión.
Las prisas de la vida, los quehaceres que no se pueden dejar para otro momento, un escudarse quizás en responsabilidades que tenemos y que nos ocupan todo el tiempo, pero no tenemos tiempo para algo importante, para el encuentro, para la relación de amistad, para interesarnos por los demás, para mantener vivo el calor del amor y la amistad.
No es que tengamos que desentendernos de las cosas que son nuestra responsabilidad, sino es saber hacer una buena escala de valores donde mantengamos nuestra humanidad por encima de todo, donde cuidemos que no nos convirtamos en unos autómatas que mecánicamente tienen que realizar una seria de actividades y que parece que eso fuera lo único importante.
Tenemos que aprender a valorar la relación, el cultivo de la amistad, el hacer que en verdad seamos humanos los unos con los otros. El mundo y la vida no es una máquina que ponemos a funcionar y que automáticamente van saliendo las cosas. Muchas veces nos faltan esas relaciones humanas, que le darían un calor y un color distinto a la vida.
No juzgamos ni criticamos a quienes cumplen con sus responsabilidades; es importante que seamos responsables, que sintamos toda la hondura de la responsabilidad, porque muchas veces también nos puede faltar. Simplemente hemos de descubrir la humanidad que hemos de darle a la vida cuidando nuestras relaciones, nuestro trato con los demás. Y cuando le damos importancia a las cosas, o mejor, a las personas más que a las cosas, sabremos tener tiempo, sabremos encontrar tiempo, porque además en el fondo estaremos deseando ese encuentro.
El encuentro con la persona supone un entrar en otra esfera o en otro dimensión cuando llegamos a captar el misterio de la persona, porque descubriremos sus valores, su grandeza; y en el encuentro aprendemos, en el encuentro nos enriquecemos, en el encuentro cuando es de verdad de corazón seguro que nos llevaremos mucho más de lo que ofrecemos.
Algo de todo esto podemos descubrir en el evangelio que hoy nos propone la liturgia. Jesús que al llegar a una aldea es recibido en la casa de unas hermanas; por los textos paralelos de los otro evangelistas sabemos que se está refiriendo a Betania, allí en las cercanías de Jerusalén en el camino que sube desde Jericó a la ciudad santa y que hacían los peregrinos que viniendo de Galilea bajaban por el valle del Jordán para subir desde Jericó hasta Jerusalén.
Allí es recibido por Marta y por María, las dos hermanas. Y mientras Marta seguía en las ocupaciones de la casa – había tanto que hacer, porque además habían de presentarle los signos de la hospitalidad en el agua y la comida que se preparaba – María se quedó a los pies de Jesús escuchándole. Para María lo importante era estar con su huésped, escucharle, sentir el gozo de su presencia, ofrecerle la hospitalidad de su corazón.
Ya conocemos por el texto del evangelio las quejas de Marta y la respuesta de Jesús. Jesús tampoco juzga ni condena, pero si nos hacer qué es lo importante cuando María ha escogido estar con Jesús para escucharle.
Esto nos daría pie para muchas consecuencias en las actitudes de nuestra vida. Como hemos venido reflexionando, el tiempo para el encuentro personal, para el diálogo, para la escucha del otro. Y eso tiene que ser pauta en muchas actitudes, posturas y acciones que realizamos en la vida. Queremos desde nuestro amor ir a ayudar al otro y ofrecemos todo tipo de asistencia, pero ¿habremos sido capaces de detenernos a hablar con él, escucharle, interesarnos de verdad por lo que al otro le preocupa? Mucho nos daría que pensar. Una forma nueva de acercarnos al otro quizás podríamos descubrir.

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