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domingo, 15 de octubre de 2017

La Palabra de Jesús nos interpela y nos compromete a celebrar ese banquete en el que quepamos todos, nos pone en camino, en salida y quiere llegar a nuestro corazón y transformarlo

La Palabra de Jesús nos interpela y nos compromete a celebrar ese banquete en el que quepamos todos, nos pone en camino, en salida y quiere llegar a nuestro corazón y transformarlo

Isaías 25, 6-10ª; Sal 22; Filipenses 4, 12-14. 19-20; Mateo 22, 1-14

No nos habrá pasado quizá, pero si nos pasara una cosa así, ¿qué haríamos nosotros? Podría ser que a alguna madre de familia le haya sucedido algo parecido. Había puesto todo su empeño en preparar aquella comida en la que quería que estuvieran todos sus hijos; era la fiesta del pueblo quizá, o algún acontecimiento familiar que ella quería recordar y quería tener a todos sus hijos en torno así, y les dijo que vinieran a comer; no comentó con nadie más nada, pero ella se afanó en preparar la mejor comida, aquella que sabia que le gustaba a sus hijos.
Pero cuando llegó el momento los hijos no aparecieron. No le habían dando importancia, tenían sus compromisos, alguno de camino para casa de su madre se encontró con unos amigos y se fue con ellos, y aquí podemos poner todas las circunstancias, las disculpas, los silencios quizás que tanto dolieron al corazón de la madre que había preparado aquella comida con tanta ilusión. Le dieron ganas de tirarlo todo y quizás encerrarse a llorar. O llamar a los vecinos porque daba pena tirar todo aquello, o ver quizá donde podría enviar aquella comida que fuera útil, pero de sus hijos quizá no quería saber nada.
He querido hacer un supuesto de algo parecido a la parábola del evangelio de hoy que nos puede pasar a nosotros. La parábola que Jesús propone en el evangelio nos habla de la boda del hijo del rey que su padre había preparado también con mucha ilusión. Pero la gente también pasaba de aquel rey, de la boda del hijo del rey y de las comidas o banquetes que pudiera organizar e invitarlos. Ellos también tenían sus cosas que hacer. Pero ¿si era el rey el que invitaba como es que se buscaran disculpas de cualquier clase para no asistir? Para ellos no valían ni siquiera los protocolos.
Aunque vemos la reacción muy humana del rey que quiere destruir a todos aquellos que considera malvados por no comparecer cuando les invitaba, sin embargo no se contenta con eso. ‘La comida está preparada y los invitados no han venido… salid a los cruces de los caminos’, a las plazas, a los pueblos o a las aldeas, traed a todos, no importa que sean pobres, que estén enfermos o tengan mil discapacidades, sean quienes sean, buenos o malos. ‘A todos los que encontréis invitadlos a la boda y traedlos…’ les dice a sus criados. ‘Y la sala del banquete se llenó de comensales’, continua diciendo la parábola.
La imagen de la boda o del banquete nos puede traer a la mente muchas significaciones. El banquete de la vida que no es solo para unos pocos sino al que todos estamos invitados, podemos pensar. Banquete que ya sabemos que no solo es la comida sino es también el encuentro, la alegría y la fiesta como signos de felicidad, la abundancia en la riqueza del mundo en el que vivimos y todas esas cosas que harían posible que fuéramos más felices. El banquete que no es solo para unos pocos y al que quizá los podrían tener mejor conocimiento de la vida sin embargo no saben valorar lo suficiente.
En el caso de la parábola aquellos primeros invitados se comportaron de una forma orgullosa y egoísta, no quisieron participar, querían hacerse su fiesta y su felicidad a su manera o por su cuenta, no apreciaron y valoraron lo que el rey les ofrecía. Rehusaron participar en aquel banquete, rehusaron lo que significa de encuentro y de caminar juntos; quizá no querían mezclarse con todos. Se excluyeron, como quizá tantas veces ellos habían excluido a otros de ese banquete de la vida, porque en su prepotencia y en sus orgullos se lo querían acaparar todo para ellos.
En los cruces de los caminos había muchos que si no esperaban – aunque la esperanza nunca se pierde – al menos no pensaban en aquel momento que fueran a ser invitados. Se habían acostumbrado quizás a su exclusión, a vivir en su aislamiento porque nadie pensaba en ellos. Pero aquel rey tuvo una buena intuición, una buena idea; en los cruces de los caminos y más allá había tantos que necesitaban de aquel banquete, de aquel encuentro. Y esos fueron los llamados.
Miremos nuestra realidad; ahí están los que piensan solo en si mismos, en los suyos, en sus allegados o sus amigos, los que hoy yo te invito a ti para que tu me invites mañana, los que queremos pasarlo bien con nuestras cosas sin querer mirar más allá, se encierran en su propio particular círculo. Aquellos que ni son capaces de ver que haya otras personas en el mismo mundo y que entre todos tenemos que construir; aquellos que no quisieran mezclarse con cualquiera porque se suben en sus pedestales.
Pero miremos también los cruces de los caminos y más allá de los arcenes de los caminos por los que solemos transitar, estarán en las esquinas de nuestras plazas o los habremos desplazado a lugares que queremos considerar más alejados. Pasan desapercibidos o  no los queremos ver, los excluimos quizá hasta sin darnos cuenta, o son otros que llegan desde puntos lejanos y a los que no estamos acostumbrados; o son esos que viven una vida marginal y decimos que no los entendemos y no es cuestión de idiomas porque hablan incluso nuestra misma lengua o siempre hay manera de entenderse cuando buscamos los encuentros de verdad.
Y podemos pensar en muchos más, tantos que viven la soledad de su ancianidad, las limitaciones de sus discapacidades, los abandonos de los que nadie quiere, el silencio callado y doloroso de tantos enfermos, algunos quizás abandonados. La lista se haría larga.
Para esos y para todos es ese banquete de la vida. ‘Salid a los cruces de los caminos…’ decía aquel rey, y si con sinceridad estamos escuchando esta Palabra será a nosotros a quienes se nos está diciendo que salgamos a los cruces de los caminos y más allá. Los que creemos en Jesús, invitados como estamos a ese banquete al mismo tiempo tenemos que ser mensajeros que vayamos a buscar, que vayamos a anunciar, que vayamos a invitar, que vayamos a decirles que el banquete es para todos.
Cuidado que seamos nosotros los que no llevemos adecuadamente el traje de fiesta porque siga habiendo en nosotros desconfianzas o ciertas reticencias, nos falte arrojo y valentía, o sigamos teniendo nuestros miedos en nuestro interior.
La Palabra de Jesús nos interpela. La Palabra de Jesús nos hace ver también a muchos comprometidos a celebrar ese banquete en el que quepamos todos; la Palabra de Jesús nos pone en camino, en salida; la Palabra de Jesús quiere llegar a nuestro corazón y transformarlo. Dejémonos transformar por la fuerza del Espíritu.


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