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domingo, 19 de noviembre de 2017

De lo que tú contribuyas con eso que llamas tu pequeño talento quizás puede estar dependiendo el bienestar de una persona y su desarrollo, el que viva en un mundo mejor con menos sufrimientos

De lo que tú contribuyas con eso que llamas tu pequeño talento quizás puede estar dependiendo el bienestar de una persona y su desarrollo, el que viva en un mundo mejor con menos sufrimientos

Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Sal 127; 1Tesalonicenses 5, 1-6; Mateo 25, 14-30

No importa tanto la cantidad que tengamos como el valor que le demos a lo que tenemos. Miramos a los demás y nos parece que son tantas las cosas que tienen en comparación con lo que a nosotros nos parece nuestra pobreza.
Esto lo podemos pensar en los aspectos más materiales de la vida, como en referencia a los valores, a las cualidades, a los dones naturales que nos parece que otros tienen; nosotros quizá nos vemos pobres, nos parece que nosotros no valemos nada en comparación con lo que los otros son, nos sentimos empequeñecidos y tenemos la tentación se anularnos, de sentir que no valemos nada, que con lo que somos no merece la pena luchar porque poco o nada vamos a conseguir y tenemos el peligro de tirar la toalla. Las comparaciones son odiosas por crean en nosotros desconfianzas, envidias, orgullos en nuestro interior que nos hace sentirnos dolidos, y terminamos que dándonos poco valor.
Tenemos que aprender a descubrir el valor de lo que somos o tenemos; quizá somos un diamante en bruto que cuando lo lleguemos a pulir debidamente va a salir una preciosa joya, aunque antes solo nos pareciera un trozo de carbón terroso; quizá tenemos en nuestras manos esa joya de nuestra vida que no hemos sabido desenterrar, que no hemos aprendido a valorar, que en nuestra torpeza nos hace sentirnos inútiles y nos arrimamos a un lado en la vida porque como no valemos damos paso a otros cuando nosotros podríamos ser capaces de hacer mucho más.
En una falsa humildad nos sentimos inútiles y terminamos enterrando con miedo lo que somos que quizá pueden ser grandes valores. Que importante es que en la educación, quienes tienen esa misión, ayuden a descubrir al educando todos sus valores y aprendan a darle la importancia que tienen sus vidas. Cuántas personas quizá ya en el ocaso de su vida llegaron a descubrir todo lo que valían y no habían desarrollado y ahora se lamentan porque no contribuyeron a la sociedad con todos los valores que encerraban y que se habían mantenido ocultos.
Me estoy haciendo estas consideraciones al hilo de la parábola que hoy nos propone Jesús en el evangelio. La conocemos como la parábola de los talentos. Aquel señor que al irse de viaje confió a sus empleados diversa cantidad de talentos con la misión que los trabajaran o negociaran en su ausencia para recoger luego el fruto de aquellos trabajos. Fue el tercero, el que recibió menor cantidad de talentos, solo uno frente a los cinco o los diez que recibieron sus compañeros, el que lo enterró por miedo a que se perdiera, para luego devolvérselo intacto al regreso de su amo.
Tuve miedo, decía, y por eso no me atreví a hacer nada. Como veníamos reflexionando es lo que nos puede pasar a nosotros que nos parece o nos vemos infravalorados y por eso terminando no haciendo nada; tememos a arriesgarnos, nos puede salir mal, nosotros no valemos, nos decimos tantas veces. Hoy se habla mucho de la autoestima, pero démosle el nombre que le queramos dar, aprendamos a valorar lo que en verdad somos.
Algunos dicen la vida es una aventura, yo no lo diría de esa manera, pero en la vida tenemos que saber ser valientes, audaces, sentir curiosidad por nosotros mismos para descubrirnos y para conocernos, ser capaces de lanzarnos adelante con lo que somos, con lo que valemos, que somos capaces de hacer muchas cosas. Y es que nuestro grano de arena, aunque sea pequeño, forma parte de la riqueza y de la belleza del conjunto.
Son las responsabilidades que todos tenemos en la vida. No todos somos iguales, es cierto, no todos tenemos los mismos valores, pero precisamente en esa diversidad está la riqueza, ahí está lo que le da belleza al conjunto.
Y esto lo podemos ver desde el descubrimiento y desarrollo de nuestro yo personal que encerramos una semilla capaz de dar grandes frutos en nuestra madurez humana y espiritual, como lo vemos, tenemos que verlo, en el lugar que ocupamos en la sociedad y en la Iglesia.
Nadie se puede desentender; nadie se puede considerar inútil ni incapaz; todos tenemos que aportar desde lo que somos y contribuir a la mejora de nuestra sociedad en relaciones humanas, en el desarrollo de las personas, en un bienestar para todos, en esa paz y esa armonía que entre todos hemos de conseguir, en esa lucha por la justicia, por los derechos y los valores de toda persona, en lograr que haya mas humanidad entre todos, en que logremos que desde nuestra solidaridad vayamos desterrando todo lo que pueda hacer sufrir a alguna persona de nuestro entorno o de nuestro mundo. De lo que tú contribuyas quizá puede estar dependiendo el bienestar de una persona, su desarrollo, el que viva en un mundo mejor con menos sufrimientos.
Y es lo que como creyentes y miembros de una comunidad eclesial tenemos que hacer para que se haga más presente en nuestro mundo el Evangelio y el Reino de Dios. En esa comunidad que es la Iglesia todos somos piedras valiosas que mucho podemos y tenemos que hacer en bien de la Iglesia, en el anuncio del evangelio, y en mejorar nuestro mundo desde lo que son los valores que vivimos desde el evangelio.
Descubramos nuestro lugar, el aporte que cada uno de nosotros puede hacer, sintamos el compromiso de la evangelización de nuestro mundo, vivamos nuestro ser iglesia como el mejor tesoro y la mayor alegría para nuestras vidas. El gozo del evangelio nunca se puede apagar en nuestro corazón.

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