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martes, 14 de noviembre de 2017

Somos los hijos que buscamos siempre la gloria del Señor cuando hacemos su voluntad y cuando nuestra vida la convertimos en un servicio para el bien de los demás

Somos los hijos que buscamos siempre la gloria del Señor cuando hacemos su voluntad y cuando nuestra vida la convertimos en un servicio para el bien de los demás

Sabiduría 2,23-3,9; Sal 33; Lucas 17,7-10
‘Yo soy siempre el tonto, el que siempre tengo que estar pendiente de todo mientras los demás están a la suyas’ Algo así habremos dicho quizá alguna vez o en casa se lo hemos escuchado a la madre cuando en un encuentro, en una reunión familiar allá están todos reunidos, charlando, pasándolo bien, esperando quizás que la comida ya esté lista, mientras nosotros, o como decíamos quizá la madre u otra persona siempre dispuesta al servicio, estamos preocupándonos que todo salga bien, que todo esté a punto.
Creo que entendemos la imagen o el ejemplo que trato de reflejar. Nos sentimos quizá medio de mal humor porque no podemos estar nosotros en la fiesta – digámoslo así, o tenemos la tentación de ello – pero cuando todo termina nos sentimos satisfechos de que todo haya salido bien, que las cosas estén bien preparadas y alguien habrá quizás que nos lo valore o nos lo tenga en cuenta.
En el fondo sentimos la satisfacción del servicio que realizamos, nos lo hemos tomado como una responsabilidad y nos sentimos bien. En nosotros hay con toda seguridad un buen corazón, un buen deseo de ayudar, un espíritu de servicio y lo hacemos por la satisfacción de lo bueno que realizamos y porque nos sentimos felices cuando podemos contribuir a la felicidad de los demás.
¿Por qué hacemos las cosas? ¿esperando quizá una recompensa o una alabanza? Es cierto que nos halaga que nos reconozcan las cosas, pero también en nuestra responsabilidad sabemos ser humildes, para considera que simplemente estamos haciendo lo que teníamos que hacer.
De alguna manera esto es lo que nos quiere decir hoy Jesús en el evangelio. Es cierto que nos propone unas imágenes que quizás en nuestro tiempo nos sean más difíciles entenderlas porque al hablar de siervos y de trabajadores habla con el lenguaje y las costumbres de su tiempo. Es cierto también que ante Dios no nos consideramos siervos sino hijos, porque así ha querido El regalarnos con su amor. Somos sus criaturas, porque sabemos que El nos ha creado y la vida la recibimos de El, pero al mismo tiempo sentimos en nosotros la fuerza de su espíritu que nos hace hijos. ‘Mirad que amor nos tiene el Padre que nos llama hijos, y en verdad lo somos’, que nos decía Juan en sus cartas.
En nuestra humildad nos sentimos pequeños ante Dios, pero en el fondo del corazón sentimos que Dios nos ama y que nos mira no como siervos sino como amigos. Jesús les decía a los discípulos en la última cena que no los llamaba siervos sino amigos, porque les había revelado todo lo que el Padre le había manifestado.
En el fondo de nuestro corazón lo que siempre buscamos es la gloria de Dios. ‘Santificado sea tu nombre’, le decimos cada día cuando rezamos el padrenuestro y eso no es otra cosa que manifestar como queremos siempre la gloria de Dios. ‘Tuyo es el poder y la gloria’, que decimos también en la Eucaristía. Y buscamos la gloria del Señor haciendo su voluntad; y buscamos la gloria del Señor  haciendo que todos puedan conocer su nombre; y buscamos la gloria del Señor cuando buscamos el bien del hombre y nuestra vida se deja conducir siempre por los caminos del amor.

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