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viernes, 8 de diciembre de 2017

Celebrar la Inmaculada Concepción de María es contemplar como Dios volvió su rostro sobre ella inundándola de su presencia que la hizo llena de gracia para siempre

Celebrar la Inmaculada Concepción de María es contemplar como Dios volvió su rostro sobre ella inundándola de su presencia que la hizo llena de gracia para siempre

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas 1, 26-38

Hay a quien le cuesta entender lo gratuito; parece que por todo hay que pagar, a todo le ponemos un precio y cuando viene alguien y nos ofrece una cosa valiosa de forma gratuita nos extraña. Y el que recibe algo gratuito algunas veces  no sabe qué hacer, de alguna manera se siente turbado porque no termina de entender que haya alguien tan generoso que venga a ofrecerle un regalo, él que quizá nunca le ha dado nada a nadie.
Parece como que si nos regalan nosotros tenemos también que regalar o que nadie nos va a regalar nada si antes nosotros no le habíamos regalado algo. Pueden ser cosas valiosas, objetos de valor, cosas por las que sentimos gran aprecio y para nosotros tiene un valor mas allá de una cuantía material, o pueden ser favores o servicios que le hagamos a la otra persona, un detalle que no tiene que ser valioso en lo material pero que queremos tener u ofrecerle a la otra persona.
Como decíamos se siente turbada la persona que lo recibe porque se ve sorprendida, no se siente merecedora, o no cree que haya hecho nada para que le puedan tener en cuenta. Y eso es lo valioso de lo gratuito; damos algo gratuitamente porque hay generosidad en nuestro corazón, porque sentimos aprecio por la persona con la que compartimos, o porque queremos tener una muestra de nuestro amor.
Hay una palabra que en el lenguaje cristiano y religioso empleamos con mucha frecuencia, pero no sé si llegamos a caer en la cuenta de todo su significado; es más, algunas veces parece como si la despojáramos de su sentido espiritual y la cosificamos. La palabra es ‘gracia’. Decimos la gracia de Dios y parece como si fuera una cosa que ahí conservamos en nosotros, no se donde, pero que no llegamos a captar todo el sentido maravilloso que tiene esa palabra.
Hablamos de gracia y tendríamos que estar pensando en el amor gratuito de Dios. El amor de Dios es gratuito, es un regalo de Dios que en su amor nos inunda con su presencia. Ya tendríamos que recordar aquello que nos dice san Juan en sus cartas. ‘El amor no consiste en que nosotros amemos a Dios, sino en que Dios nos amó primero’. Sí, Dios nos amó primero, no porque nosotros lo mereciéramos sino porque El que nos ha creado nos regala para siempre su amor con una generosidad, como es la de Dios, infinita.
Es todo lo que consideró María, y por lo que se sentía turbada como dice el evangelio, cuando recibió la visita del Ángel en Nazaret. Allí estaba ella experimentando ese amor gratuito de Dios que piensa en ella y la elige desde toda la eternidad porque la quería hacer su Madre. Con razón la llama el ángel ‘la llena de gracia’. Y como si no se llegara a entender todo lo que quiere decir el ángel con estas palabras, luego le dice que ha encontrado gracia ante Dios, Dios la ha mirado y la ha mirado con una mirada especial. ‘El Señor está contigo’, le dice. Y si Dios está en María ella se siente envuelta en esa presencia de Dios, en ese amor de Dios.
Es en lo que quiero fijarme hoy de manera especial cuando estamos celebrando esta fiesta tan hermosa de María. La estamos proclamando Inmaculada, toda limpia, toda pura, toda llena de gracia, toda llena de la presencia de Dios desde el primer instante de su Concepción.
Decíamos que Dios había pensado en María y la había escogido desde toda la eternidad, había vuelto su mirada sobre ella y la había inundado de su presencia porque en ella había de encarnarse el Hijo de Dios. No podía haber en ella mácula de pecado porque estaba llena de Dios. Así la llamamos Inmaculada, Inmaculada en su Concepción, desde el primer instante en que fue concebida fue preservada por esa gracia de Dios, por es presencia de Dios incluso del pecado original con el que todos nacemos.
Por eso la contemplamos así resplandeciente y llena de luz y de gracia; por eso nos queremos gozar en esta fiesta tan hermosa que tanto nos dice y tanto gozo nos produce porque todo hijo se goza en su madre, en las alegrías de su madre. Con ella de manera especial nos sentimos unidos en esta fiesta, como no puede ser menos. Porque María es la Aurora de la Salvación; su concepción y su nacimiento fue el inicio de un camino que nos traería la salvación, porque de ella había de nacer Jesús que es nuestro Salvador.
Hace unos días tras una breve consideración que en las redes sociales se hacia de la presencia de María en la vida del cristiano y como habíamos de aprender de ella a hacer este camino de Adviento que nos lleva a la navidad, alguien me comentaba que no teníamos que adorar a María porque no es Dios y nuestro único Salvador es Jesús. No sé de donde aquella persona sacó el que estuviéramos diciendo que había que adorar a María y que ella fuera nuestra salvación.
Algunas veces hay quien quiere hacernos decir cosas que no decimos y que ellos por principio parece que siempre quieren rechazarnos en lo que es la devoción que los cristianos le tenemos a María. A María, es cierto, nunca la adoramos porque bien sabemos que no es Dios. Y tenemos muy claro que nuestro único salvador es Jesús porque no hay otro nombre en quien se nos de la salvación. Pero los cristianos amamos a María porque es la Madre del Señor y El nos la ha querido dejar como Madre; y de ella como buenos hijos queremos aprender, queremos imitarla porque es el más hermoso ejemplo de santidad para nosotros que nos acerca a Jesús.
Si hoy la contemplamos llena de gracia porque así Dios ha querido volver su rostro sobre ella para inundarla de su presencia, tenemos que pensar también cómo Dios vuelve su rostro sobre nosotros y también nos quiere inundar con su presencia y su gracia. No sabemos muchas veces corresponder a esa maravilla de la gracia de Dios en nosotros y por eso acudimos a María, para aprender de ella en esa acogida a la presencia de Dios, y para que como madre nos ayude a que sepamos dar esa respuesta. ¿No acuden siempre los hijos a su madre para pedirles su presencia y su ayuda en sus problemas o sus necesidades? Y ahí siempre estará la presencia de la madre junto a sus hijos. Así María con nosotros, así nosotros acudimos también a María.
Que también nosotros sepamos llenarnos de la gracia de Dios; que aprendamos a sentirnos inundándoos por su presencia y así nuestra vida será santa.


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