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sábado, 11 de marzo de 2017

Los hijos del Reino de Dios nos diferenciamos por un amor generoso y universal para todos

Los hijos del Reino de Dios nos diferenciamos por un amor generoso y universal para todos

Deuteronomio 26,16-19; Sal 118; Mateo 5,43-48
Parece normal que en nuestras relaciones con los demás en la vida estemos más cercanos a aquellos que son más afines a nosotros, con quienes nos podemos entender mejor, con los que han sido nuestros amigos de siempre, con las personas cercanas y ya no solo por parentesco sino que en la vecindad se ha ido creando con ellas unos lazos de amistad.
Otros serán simplemente conocidos, y a otros los veremos más lejanos a nuestra vida porque quizá nunca hemos establecido relación con ellos, o nos hemos ido creando unas distancias que pueden ser fruto de muchas causas, enemistades que se han creado, momentos tensos de enfrentamiento de opiniones quizá en el planteamiento de muchas cuestiones, o porque quizá sus lugares de origen o su raza o religión nos hacen desconfiar y algo así como que los queremos tener lejos de nuestra vida. Son cosas que nos suceden habitualmente en nuestras relaciones con los demás.
El evangelio nos pide dar un paso más. El evangelio nos está enseñando un nuevo sentido de fraternidad porque nunca hemos de poner barreras en nuestras mutuas relaciones sino más bien buscar todo aquello que nos una y crear unos nuevos lazos de amor y hermandad. Nada tendría que distanciarnos, ningún condicionamiento tendría que crear barreras, todos vivimos en una casa común y como una misma familia sentirnos siempre unidos.
Por eso Jesús nos dice hoy Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo…’ A nadie podemos considerar enemigo. Es cierto que podemos tener diferencias de pensamiento, podremos proceder de lugares distintos o el color de la piel nos haga exteriormente diferentes pero eso nunca tendría que llevarnos al enfrentamiento.
Es cierto también que en ocasiones en la vida quizá no nos tratamos con la delicadeza y la justicia con que deberíamos hacerlo porque en verdad somos débiles y se nos pueden atravesar orgullos o  envidias en la vida, pero todo eso tendríamos que aprender a superarlo llenando siempre nuestro corazón de misericordia y de comprensión.
Igual que el otro me habrá molestado a mí en alguna ocasión también mis gestos, mis actos o mis actitudes en un momento determinado no le caen bien a los otros; por eso hemos de saber ser comprensivos mirándonos primero que nada a nosotros mismos y reconociendo nuestras debilidades.
Por eso nos dirá Jesús ‘rezad por los que os persiguen’. Cuando llegamos a ser capaces de darle un lugar en nuestro corazón, en nuestra oración a aquel que quizá en un momento me hizo daño, estaré comenzando a amarlo y no nos faltará la ayuda y la gracia del Señor para  aprender a superar esos malos momentos que puedan aparecer en mi vida o en mi relación con los demás.
Dios es el Padre bueno de todos que ‘hace salir el sol sobre malos y buenos y hacer caer la lluvia sobre justos e injustos’, nos dice Jesús.  Además nos dice Jesús que quienes le seguimos y optamos por el  Reino de Dios en algo tenemos que diferenciarnos de los demás; nuestra diferencia está en el amor, un amor universal y generoso para todos.

viernes, 10 de marzo de 2017

Desde la autenticidad y coherencia de nuestra vida creyente hemos de saber buscar siempre los caminos del reencuentro y la reconciliación sanándonos por dentro con la verdadera paz

Desde la autenticidad y coherencia de nuestra vida creyente hemos de saber buscar siempre los caminos del reencuentro y la reconciliación sanándonos por dentro con la verdadera paz

Ezequiel 18,21-28; Sal 129; Mateo 5,20-26
Autenticidad y coherencia, dos valores que manifiestan nuestra madurez humana. No tememos manifestarnos como somos, porque no tenemos nada que ocultar, porque con nuestra manera de actuar estamos manifestando limpiamente lo que somos, porque no tenemos intenciones ocultas ni inconfesables dentro de nosotros cuando hacemos las cosas, porque siempre deseamos construir lo bueno y buscamos la paz, porque aunque cometamos errores en la vida – que todos cometemos porque somos débiles – estamos siempre con el deseo de corregirnos y mejorar nuestra vida.
Esto nos lleva a la coherencia en nuestro ser y en nuestro manifestarnos; tenemos unos principios por los que queremos regir nuestra vida y somos fieles hasta sus ultimas consecuencias aunque nos cueste y hasta nos duela en ocasiones. No queremos ser de palabras fáciles y charlatanas que siempre vamos diciendo cosas bonitas pero luego en el día a día de nuestra vida parece que fuéramos por otros caminos.
Es cierto que en nuestra debilidad hay ocasiones en las que fallamos, pero ahí esta nuestra capacidad de reconocer aquello en lo que fallamos y levantarnos para emprender un camino corregido. Y seremos capaces de pedir perdón y buscar siempre la reconciliación porque queremos tener paz en nuestro interior, pero es que queremos tener paz siempre con los que nos rodean.
Realmente reconocemos que muchas veces no es fácil. Herimos o nos podemos sentir heridos y no sabemos como actuar, como resolver los conflictos, nos sentimos confundidos, nos aparece el orgullo y el amor propio, pero hemos de saber tener la valentía de busca solución, de salir de esa situación, de buscar la manera de encontrarnos de nuevo con esa persona herida o que nos ha herido para restablecer el dialogo y la paz.
Como decía, sabemos que muchas veces no es fácil, y tiene que desarrollarse todo un proceso interior que busque la manera de sanarnos por dentro y no buscar una falsa paz. Buscaremos quien nos ayude, nos anime, nos diga la palabra acertada que nos levante el animo, que nos haga sentirnos con fuerza para ir dando esos pasos. Hoy Jesús nos señala en el evangelio algunas de esas situaciones en las que podemos decir mal de los demás, ofender con palabras hirientes, romper la comunicación y la comunión. El nos señala los caminos de la reconciliación.
Como creyentes sabemos donde podemos encontrar esa fuerza y esa gracia. Con nosotros va el Señor ayudándonos en esa cruz que nos hace sufrir ya sea por lo que hayamos recibido o ya sea por nuestra propia debilidad que hayamos hecho sufrir a los demás.
‘Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica…’ rezábamos en el salmo que hoy nos ofrece la liturgia, porque sabemos que ‘del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él nos redimirá de todos nuestros delitos’. Confiamos en el Señor, confiamos en su Palabra, sentimos su presencia alentadora siempre junto a nosotros. El camina a nuestro lado y nos ayuda a caminar por esas sendas de rectitud, caminos de autenticidad y de coherencia.

jueves, 9 de marzo de 2017

Acudimos a Dios con la confianza de que siempre nos escucha, la humildad de reconocer nuestra incapacidad y debilidad, y la perseverancia que da el amor

Acudimos a Dios con la confianza de que siempre nos escucha, la humildad de reconocer nuestra incapacidad y debilidad, y la perseverancia que da el amor

Esther, 14, 1-14; Sal. 137; Mateo, 7. 7-12
Perseverancia, humildad, confianza cualidades importantes en lo que hacemos en la vida. Sin perseverancia en luchar por aquello que deseamos no lo conquistaremos, aunque muchas veces nos sintamos tentados a tirar la toalla, nos cansemos; no siempre es fácil, encontramos resistencia, necesitamos  esfuerzo y sacrificio, la constancia es importante.
Pero igualmente hemos de ser humildes por una parte para reconocer nuestras limitaciones, pero humildad también para no volvernos exigentes; hoy en todo nos creemos con derechos y por eso exigimos, pero quizás eso que por derecho nos pertenece lo conseguimos mejor por un camino de humildad; humildad no es postración ni sumisión, sino que se ha de manifestar por nuestros buenos gestos, por nuestras palabras sencillas y nunca exigentes, en ese reconocimiento agradecido también por lo que recibimos. Un corazón humilde alcanza las cosas mejores y las más altas cotas.
Y al mismo tiempo confianza porque sabemos creer en los demás, porque no nos falta nunca la esperanza de alcanzar esos ideales por los que luchamos, porque confiamos también con humildad en nosotros mismos que somos capaces de muchas cosas, porque admiramos y valoramos la bondad de los demás o de aquel con quien caminamos en la vida.
Valores estos que estamos comentando importantes en nuestra vida, importantes para nuestro crecimiento interior, para nuestra maduración como persona, para nuestras relaciones con los demás. Valores que hemos de cultivar también en nuestra relación con Dios, en nuestra oración.
De eso nos esta hablando la Palabra de Dios en este jueves de la primera semana de cuaresma cuando nos habla de la oración y Jesús nos esta enseñando como ha de ser nuestra oración. ‘Pedid y se os dará, buscad y encontrareis, llamad y se os abrirá, porque quien pide recibe, quien busca encuentra, y al que llama se le abre…’ Y nos habla del padre que atiende a su hijo y siempre le dará lo que le pide o lo mejor.
Un modelo lo tenemos también en la hermosa oración de la reina Esther de la que nos ha hablado la primera lectura. Conocemos las circunstancias en la que su pueblo se veía perseguido y ella intenta interceder ante el Rey. Pero no lo hace por si misma; además de pedir al pueblo que ayune y haga oración a Dios por ella y lo que ha de hacer, la vemos también orando al Señor con humildad, con confianza, con una insistencia grande para que el Señor ponga palabras en su boca, fortaleza en su espíritu para poder presentarse ante el Rey y lograr el bien de su pueblo.
En muchas ocasiones en la vida cuando nos encontramos con problemas, cuando le pedimos ayuda al Señor para salir airosos de nuestras dificultades casi podríamos pedir prestadas estas palabras de Esther para que sean también nuestra oración. No pedimos milagros, pedimos la asistencia del Espíritu del Señor que nos ayude a hacer lo mejor, a encontrar el mejor camino, a descubrir el modo de superar la dificultad.
No nos presentamos al Señor exigencias sino con la confianza  de saber que el Señor siempre nos escucha, con la humildad de reconocer nuestra pequeñez, nuestra ignorancia o nuestra debilidad, con la perseverancia que da el amor.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Buscamos pruebas que nos garanticen la verdad de nuestra fe y no sabemos descubrir tantos signos del amor de Dios en nuestra vida con los que también tenemos que signos para los demás

Buscamos pruebas que nos garanticen la verdad de nuestra fe y no sabemos descubrir tantos signos del amor de Dios en nuestra vida con los que también tenemos que signos para los demás

Jonás 3,1-10; Sal 50; Lucas 11,29-32
En el camino de la vida hay momentos en que nos aparece la duda, el desencanto quizás, si acaso aquel camino que estamos realizando es el correcto, se nos enturbian los pensamientos haciendo una mezcolanza muy peligrosa dentro de nosotros por lo que nos podemos sentir tentados a tirar la toalla porque acaso nos pueda parecer que no tiene sentido aquello que estamos haciendo, aquellas cosas por las que estamos luchando.
Se nos produce un desasosiego interno que nos hace hacernos preguntas, buscar quizás pruebas que nos garanticen que vamos por el camino correcto. Es bueno preguntarnos, revisarnos, buscar como mejorar lo que hacemos o  lo que vivimos pero la petición de pruebas quizás pueda ser peligrosa porque si no vemos palpablemente lo que buscamos podemos perder el norte.
Nos pasa en los trabajos, nos pasa en las opciones fundamentales que hemos hecho en la vida, nos pueden aparecer esos planteamientos sobre la convivencia con quienes vivimos ya sea la pareja matrimonial, ya sea nuestra relación de amigos, como nos puede pasar allá en lo mas hondo de nosotros mismos en nuestros sentimientos religiosos o en el compromiso de nuestra fe. También buscamos muchas veces pruebas sobre nuestra fe, sobre aquello en lo que creemos, quizás en el Dios en quien hemos de confiarnos.
¿Qué hacer? Ahí tiene que expresarse claramente lo que es nuestra madurez humana y cristiana. Si un día hemos hecho opción por Jesús y su evangelio, por los valores del Reino de Dios, ahí tendríamos que mantenernos firmes y seguros porque a eso debería conducirnos siempre nuestra fe. Tiene que manifestarse nuestra madurez humana pero también la sencillez y la humildad de nuestro espíritu para sabernos dejar conducir por el Espíritu del Señor que nunca nos engañara. Ahí tenemos que abrir bien nuestro corazón a la Palabra de Dios pidiendo la inspiración y la fuerza del Espíritu para saber leerla, para saber plantarla en nuestro corazón.
‘Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás’. Se queja Jesús de la incredulidad de muchos de los que le rodean. No quieren ver los signos que Jesús realiza. Siempre están pidiendo algo más, pero no siempre es con la sinceridad del que busca humildemente, sino del que orgulloso de si nunca querrá reconocer las pruebas. Y Jesús les habla de Jonás y de los ninivitas que se convirtieron con la palabra de Jonás. O les habla de la reina del sur que hizo grandes viajes por conocer la sabiduría de Salomón.
Allí esta Jesús en medio de ellos y no quieren ver ni reconocer las señales. Su incredulidad y su ceguera los condenan. Pero Jesús sigue ofreciendo siempre su salvación, su palabra de vida. Nosotros dudamos también y nos hacemos preguntas, pero no nos encerremos en nosotros mismos, no seamos incrédulos, abramos los ojos del corazón para descubrir lo que parece invisible. Pero Dios esta ahí a nuestro lado con tantas señales de su amor; Jesús continua invitándonos a seguir su camino, a convertir de verdad nuestro corazón.
Y finalmente pensemos también en una cosa; somos creyentes a pesar de nuestras dudas, queremos seguir los caminos del Señor a pesar de nuestras debilidades y flaquezas; pensemos si acaso nosotros también no tendríamos que convertirnos en signos para los demás; pensemos que señales estamos dando con nuestra vida de nuestra fe y de que vivimos los valores nuevos del Evangelio. A través de esas señales también muchos podrán acercarse  a Jesús y creer en El.

martes, 7 de marzo de 2017

Transformados tendríamos que sentirnos después de rezar con sentido el padrenuestro, la oración que Jesús nos enseño

Transformados tendríamos que sentirnos después de rezar con sentido el padrenuestro, la oración que Jesús nos enseño

Isaías 55,10-11; Sal 33; Mateo 6,7-15
En una ocasión se acerco a un prudente y santo sacerdote una pareja que tenia graves problemas en su matrimonio; habían surgido conflictos entre ellos a lo que se había sucedido algo que a uno y otro le costaba perdonar en su pareja; ya sabemos bien que si no hay una buena predisposición para comprendernos nuestros errores y fallos y se capaces de querer perdonarnos será bien difícil la convivencia; querían ellos resolver sus problemas, reencontrarse, pero no sabían como dar ese paso que les llevase a esa comprensión y a ese perdón.
Este sacerdote prudente sacerdote solo les pidió una cosa, que en aquel momento parasen en sus discusiones y enfrentamientos y rezaran juntos en alta voz el padrenuestro; les pidió que lo hicieran despacio, dándole hondo sentido a cada una de las palabras, frases y peticiones de la oración; después de un momento de duda porque no comprendían bien lo que les pedía el sacerdote comenzaron a rezarlo con mucho detenimiento. Cuando llegaron a aquellas palabras de ‘perdonanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden’ se detuvieron en principio incapaces de decirlas con todo sentido, tras unos momentos de silencio tímidamente continuaron balbuciendo aquellas palabras, mientras asomaban a sus ojos las lagrimas y el amen final fue darse un abrazo de reconciliación y de mutuo perdón.
¿Somos en verdad conscientes de lo que decimos, de lo que pedimos, de aquello a lo que nos comprometemos cuando rezamos el padrenuestro? Creo que tendríamos que quedarnos quizás ahora en esta pregunta que nos hagamos. Muchos padrenuestros rezamos en la vida, cada día en nuestras oraciones personales, cada vez que participamos en una celebración litúrgica, cuando nos acercamos al templo y visitamos el sagrario, pero quizás demasiado deprisa decimos sus palabras. ¿Por qué no salimos transformados después de rezar el padrenuestro?
En el evangelio de este martes de la primera semana de cuaresma Jesús nos enseña a orar y nos propone la formula del padrenuestro. Pero ya nos dice Jesús que cuando vamos a orar no necesitamos de muchas palabras, porque, como nos dice, ya nuestro Padre celestial bien sabe lo que necesitamos. Y nos enseña, si, a pedir y que pensemos lo que en verdad es importante que le pidamos. No son solo nuestras necesidades materiales que también pedimos por ello  cuando decimos que no nos falte el pan de cada día.
Pero nuestra oración es algo más, tiene que ser algo más. Saboreemos esas primeras palabras con las que nos dirigimos a Dios que es nuestro Padre que nos ama; busquemos en verdad su gloria, santo es el nombre del Señor y con toda la creación bendecimos a Dios; descubramos su voluntad, queramos vivir y gozarnos viviendo en su Reino, apartemos de nosotros todo mal, sabiendo que en verdad no nos faltara nunca la gracia del Señor para poder lograrlo y vencer la tentación.
Pero para saborear todo esto no podemos ir ni con prisas ni con carreras. No es necesario repetirlo muchas veces, sino que cada palabra que vamos diciendo la vayamos sintiendo en lo mas hondo de nosotros mismos. Que surja ese gozo del Espíritu allá desde dentro de nosotros como María que quería siempre proclamar la gloria del Señor. ‘Se goza mi espíritu en Dios mi Salvador’, que decía María. Que sintamos nosotros ese gozo porque también nos sintamos llenos de Dios, porque seamos capaces de descubrir como Dios esta obrando maravillas también en nosotros. Disfrutemos del padrenuestro, disfrutemos de nuestra oración, verdadero encuentro con el Señor.

lunes, 6 de marzo de 2017

Los caminos de santidad por los que hemos de hacer discurrir nuestra vida son los caminos del amor que ayudan a restablecer la dignidad de todo ser humano

Los caminos de santidad por los que hemos de hacer discurrir nuestra vida son los caminos del amor que ayudan a restablecer la dignidad de todo ser humano

Levítico 19,1-2.11-18; Sal 18; Mateo 25,31-46
‘Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo’. Es bueno escuchar esta invitación y este mandato de manera especial en este inicio del camino de Cuaresma. Claro que entendemos bien que no solo hemos de ser santos en estos días o en estos días de manera especial pensar en ello sino que esto ha de ser el ideal y la meta de cada día de nuestra vida.
Pero ¿Qué implica eso de ser santos? Es lo que tenemos que reflexionar muy bien. Ser santos no significa encerrarnos en una religiosidad muy personal y muy individual, encerrarnos en nuestros rezos y devociones, encerrarnos quizás en la Iglesia y sus ritos y novenas por decirlo de alguna manera y nos entendemos, y así encerrados en esa como caparazón no tener ya el peligro de contaminarnos de otras maldades o de otras impurezas. Reconozcamos que demasiado hemos encerrado nuestra religiosidad y nuestra manera de entender el cristianismo en promesas y novenas, en ritos y en rezos repetidos machaconamente sin darle otro sentido a nuestra vida.
No me invento nada. Simplemente me quiero dejar conducir, aun con mis limitaciones y las limitaciones que pueda imponer en mi torpeza a su interpretación, a la Palabra de Dios que hoy la Iglesia nos ofrece en este lunes de la primera semana de cuaresma.
¿Qué nos dice hoy la Palabra? ¿Qué nos ha dicho en concreto el libro del Levítico? Tras esa invitación y mandato a ser santos, y el motivo y el modelo lo tenemos en la santidad de Dios, nos va desgranando una serie de cosas en las que hemos de cuidarnos para no ser injustos con los demás. No robar ni defraudar, no engañar de ninguna manera, no explotar a nadie en el trabajo ni retener su salario, no maldecir ni ser injusto en los juicios o sentencias, no ser chismoso para andar con cuentos de acá para allá, nunca odiar a nadie ni guardar rencores ni mantener envidias…
Nos va detallando una serie de cosas de las que hemos de prevenirnos para que actuemos siempre humanamente con los demás, para que seamos justos, para que no hagamos daño a nadie. Y todo esto teniendo como referencia lo que es el amor compasivo y la misericordia de Dios. Porque nos fijamos en su amor con un amor semejante hemos de tratar a los demás. ¿Qué mejor resumen de los derechos humanos que ahora tanto proclamamos podemos encontrar que lo que nos señala el mandamiento del Señor?
Pero esto lo completamos con la visión que Jesús nos da en el evangelio. ‘Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’. Nos invita a heredar el Reino, a gozar de la santidad de Dios, a vivir en la presencia de Dios para siempre. Es la santidad de Dios que ya vamos a vivir en plenitud. ¿Quiénes van a ser participes de esa visión de Dios? ‘Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios’, nos había dicho Jesús en las Bienaventuranzas. Los limpios de corazón, los que purificaron su corazón de toda injusticia y de toda maldad, los que arrancaron de su corazón todas las negruras del odio y del desamor, los que fueron capaces de llenarlo de verdad de amor.
No es solo ya que evitemos el mal, evitemos todo lo que sea injusto, todo lo que pueda dañar la dignidad de la persona en cualquiera de nuestros hermanos, sino lo que fueron capaces de levantar al hermano para darle una nueva dignidad; los que fueron capaces de compartir de tal manera que en nadie perdurara el sufrimiento, la pobreza, la soledad. Nos dice Jesús no solo lo que no tenemos que hacer, sino más se entretiene en describirnos las obras del amor que debemos hacer.
Dar de comer y beber al hambriento y al sediento, acoger al peregrino o acompañar al enfermo, cubrir la desnudez del hermano; en tantas cosas que se pueden traducir estas palabras de Jesús; tantas cosas con las que hemos de saber ir al encuentro con el hermano con nuestra presencia, con nuestro amor, con nuestro compartir, con nuestro saber estar a su lado, con esa sonrisa que hacemos florecer en sus labios y en su corazón, con esa esperanza que despertamos, con esa dignidad nueva y plena en la que les hemos de hacer sentir.
Son los caminos de la santidad por los que hemos hacer discurrir nuestra vida. Mereceremos que un día se nos diga ‘Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’. Y podamos así gozar de la heredad de Dios, de la visión de Dios, de la plenitud de Dios en su santidad verdadera.

domingo, 5 de marzo de 2017

Cuaresma, cuarenta días para irnos al desierto, para hacer desierto, para en el silencio del corazón abrirnos a Dios y a su Palabra y caminar hacia la Pascua

Cuaresma, cuarenta días para irnos al desierto, para hacer desierto, para en el silencio del corazón abrirnos a Dios y a su Palabra y caminar hacia la Pascua

Génesis 2,7-9; 3, 1-7; Sal 50; Romanos 5,12-19; Mateo 4,1-11
Cuaresma, cuarenta días que nos faltan para la pascua. Cuarenta días que nos dan para mucha reflexión, cuarenta días que pueden ser un buen ejercicio espiritual con sus silencios, con sus escuchas, con ese tiempo pausado en medio de tantas carreras, con la mirada puesta en lo alto para elevarnos a algo mas espiritual que esas materialidades que son los pasos que cada día vamos dando. Cuarenta días para irnos al desierto, para hacer desierto, silencio para escuchar a Dios, para descifrar sus caminos, para dejarnos envolver por Dios, para que nos conduzca el Espíritu.
Cuarenta días, como aquellos cuarenta días con sus noches que paso Jesús en el monte de la Cuarentena, en el silencio y en la austeridad, en la apertura a Dios pero también siendo tentado por el diablo.
Cuarenta días como aquellos cuarenta años de desierto, de purificación del pueblo de la Alianza que hacia camino de liberación hacia la libertad, que caminaba a una vida nueva, que no solo era salir de las esclavitudes de Egipto sino de sus propias esclavitudes en la cerrazón de sus vidas, en sus egoísmos y en sus sueños y ambiciones, en que aprendieron a caminar juntos, a hacerse pueblo, en los que fueron desmontando los ídolos a los que adoraban a sus vidas que eran algo mas que el becerro de  oro que se hicieron al pie del Sinaí.
Como los cuarenta días de Moisés en lo alto del Sinaí para escuchar a Dios y recibir su ley, o los cuarentas días de Elías vagando también por el desierto hasta el Monte de Dios.
Nos dice hoy el evangelio que ‘Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre’. Es el comienzo del relato de las tentaciones y nos habla de la tentación de convertir las piedras en panes, el aplauso fácil del que caía de lo alto del pináculo del templo sin que nada le pasara, o la de la adoración de Satanás con tal de obtener el dominio sobre todos los reinos del mundo.
Tres tentaciones que Jesús siente en lo mas hondo de si mismo cuando va a comenzar a cumplir su misión. ¿Seria con el milagro fácil con el que Jesús iba a lograr la atención de todos para que escucharan su mensaje? ¿Cómo podría realizar su misión para el anuncio del Reino? Ya lo veremos a lo largo del evangelio como las gentes muchas veces pueden sentirse mas cautivadas por Jesús por los milagros que realiza y muchos quizás serán los que vienen hasta El solo buscando el milagro. Pero el anuncio de Jesús es el Reino de Dios, es la proclamación de la Palabra viva y salvadora de Dios la que en verdad nos va a traer la salvación y con fe hemos de escucharla.
Es lo que Jesús ira repitiendo continuamente; es por la fe por lo que podemos obtener la salvación de Dios. No querrá en muchas ocasiones que los milagros se divulguen porque ese no es el camino para acoger y aceptar el Reino de Dios. Solo desde la conversión del corazón y desde la fe mas honda y mas autentica es como acogeremos en verdad esa Buena Nueva de Jesús.
Las tentaciones de Jesús reflejan muy bien lo que fueron las tentaciones del pueblo de Israel en el desierto camino de la tierra prometida, como reflejan también las tentaciones que sufrimos los hombres de todos los tiempos. Los judíos en el desierto añoraban los ajos y cebollas que comían en Egipto aunque fuera en la esclavitud, como nosotros añoramos también tantas cosas en las que como en falsos ídolos ponemos la salvación aunque luego vivamos esclavizados a ellas.
Son nuestras ambiciones y nuestros afanes por una manera de vivir en la que predominan en nosotros el materialismo y la sensualidad de la vida. Cuantas veces hablamos de un estado del bienestar que fundamentamos solamente en la posesión de cosas materiales, y en el simplemente pasarlo bien queriendo muchas veces cerrar los ojos u olvidar el sufrimiento que puedan tener muchos seres a nuestro lado.
Es por otro lado esa pérdida de ese lado espiritual de la vida y de ese sentido de trascendencia limitándonos a vivir el momento presente sin poner otras metas y otros ideales más altos en nuestra vida que nos ayuden a crecer realmente como personas. Así brota fácilmente la insolidaridad y el egoísmo, aparecen los rebrotes del orgullo y del amor propio, surgen nuestros sueños de grandeza, de poder y de dominio haciendo lo que sea para yo sentirme siempre por encima del otro y poderlo manipular todo a mi antojo.
Hoy Jesús en el evangelio da tres respuestas al tentador que nos siguen siendo validas totalmente para nuestras propias situaciones y tentaciones. ‘No solo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios… No tentaras al Señor, tu Dios… al Señor tu Dios adoraras y al El solo darás culto…’
Pongamos a Dios en verdad en el centro de nuestra vida porque solo en El vamos a encontrar nuestra mayor grandeza y dignidad. Dios había creado al ser humano a imagen y semejanza de Dios, nos dice la Biblia, pero fijémonos en lo que consistió la tentación de la serpiente. ‘Sereis como dioses’, les dice. No es ser a imagen y semejanza de Dios sino convertirnos en dios. Es la gran tentación del orgullo del hombre, de la autosuficiencia para creerse grande y creerse dios. ¿Por qué ha de escuchar a Dios? ¿Por qué ha de dejarse conducir por la ley del Señor? Es la eterna pregunta de la rebelión, de cuando queremos sustituir a Dios por nuestro yo, es nuestro pecado porque queremos hacernos dioses. Y ya hemos escuchado la respuesta de Jesús.
Son solo unas breves pinceladas para la reflexión de este primer domingo de la cuaresma. Muchas más cosas nos puede sugerir el Espíritu del Señor en nuestro corazón. Dejémonos conducir por El y emprendamos este camino en aquel sentido que decíamos al principio, un camino que nos llevará a encontrar a Dios y vivir su salvación.