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sábado, 18 de noviembre de 2017

Como creyentes ponemos toda nuestra confianza en Dios que se nos manifiesta en la rectitud de tantos que hacen el bien y que le dan sentido de humanidad a nuestro mundo

Como creyentes ponemos toda nuestra confianza en Dios que se nos manifiesta en la rectitud de tantos que hacen el bien y que le dan sentido de humanidad a nuestro mundo

Sabiduría 18,14-16; 19,6-9; Sal 104; Lucas 18,1-8
La parábola que nos propone Jesús, como nos dice el evangelista, tenía una intención muy clara; quería enseñar a sus discípulos a tener esperanza y confianza en la oración, porque a quien oramos es a un Dios que es nuestro Padre. Pero en las palabras de Jesús podemos encontrar mucho más.  Como se suele decir en expresión muy del pueblo llano no da puntada sin hilo.
Pero tal como sucede en las parábolas Jesús parte de situaciones humanas que Vivian los hombres de su tiempo, muy semejantes en muchas ocasiones a las que nosotros seguimos viviendo hoy. Se trata de una mujer que pide justicia para la situación en la que vive; pero a quien acude es a un juez, que precisamente no parece que brille por la justicia y la imparcialidad. Se trataba de un juez que ni temía a Dios ni sentía ningún respeto por los hombres, por las personas. La imagen es muy dura.
No es solo ya que no temiera a Dios, lo que era inconcebible en un pueblo creyente como era el pueblo judío que centraba toda la historia de su vida y de su existencia en Dios, sino que además no sentía ningún respeto por las personas. ¿Cuál era su justicia?, nos podríamos preguntar. No es que toda la humanidad sea así pero está haciéndonos un retrato de situaciones en las que nos podemos encontrar. No todo el mundo es malo, tampoco podemos decir que los que no sean creyentes no vivan una honradez y una rectitud en su vida con unos principios y también con unos valores.
El respeto por la persona, por toda persona sería algo que, digámoslo así, esta como inscrito o grabado en lo más hondo de todo ser humano. La humanidad en la que creemos todos los hombres, aunque luego tengamos diversos y dispares planteamientos, se basa en ese respeto del  hombre, en ese respeto de toda persona.
Aunque luego podamos encontrarnos quien se haya dejado meter en su corazón tal maldad desde sus orgullos o sus ambiciones que no solo no respete a toda persona, sino que en su injusticia y maldad le hace daño, pretende destruir a quien pueda estar en posiciones enfrentadas a él, y prevalezca su egoísmo y la insolidaridad.
Pero como ya hemos reflexionado más de una vez no nos tenemos que sentir aturdidos por el mal que contemplemos en el mundo que nos rodea. Aunque es una realidad no significa que todo el mundo sea así; algunas veces nos ponemos pesimistas y nos parece verlo todo negro.
Pero hemos de saber descubrir las buenas luces que también brillan; donde menos lo pensamos hay una persona de bien, que busca lo bueno, que quiere ser honrada, que evita hacer daño a los demás, que busca también la justicia, aunque quizá en todas las cosas no piense como nosotros. Pero esas luces pequeñas o grandes que podamos descubrir con buenos ojos nos llenan de esperanza.
Como creyentes que ponemos nuestra esperanza en Dios, sabemos que Dios actúa también en esas personas, a través de esas cosas buenas que en la rectitud de sus vidas quieren también hacer. Como creyentes vemos en ellas también la acción de Dios. Por eso, como nos invita la parábola que hoy nos propone Jesús, hemos de tener esperanza, poner toda nuestra confianza en Dios que el Señor se manifestará a nuestro lado a través también de esas circunstancias de la vida.
Hemos de tener esperanza y por eso también oramos a Dios de que el bien prevalezca y brille, que los corazones de los hombres se pueden ablandar, que la buena semilla un día producirá sus frutos, que la bondad de tantos corazones buenos puede contagiar también a los demás, que entre todos podemos hacer que haya verdadera humanidad y nuestro mundo sea cada vez mejor.
Oramos y oramos con confianza; oramos perseverantes en nuestra oración; oramos a Dios que es nuestro Padre y siempre nos atenderá y nos mostrará su gracia.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Ante lo que nos sucede o nos puede suceder no valen ni fatalismos ni estoicismos, ni desesperanzas ni abandono de obligaciones sino vigilancia en la responsabilidad y esperanza ante la vida futura

Ante lo que nos sucede o nos puede suceder no valen ni fatalismos ni estoicismos, ni desesperanzas ni abandono de obligaciones sino vigilancia en la responsabilidad y esperanza ante la vida futura

Sabiduría 13,1-9; Sal 18; Lucas 17,26-37

Comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían…’ así refería Jesús lo que era la vida ordinaria de la gente y pone dos situaciones distintas. Les recuerda los tiempos de Noe con el diluvio universal, y los tiempos de Lot y la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra.  La vida transcurría con normalidad, hacían lo que se hace todos los días y en todos los tiempos y vinieron aquellas catástrofes del cielo, ya fueran aquellas lluvias torrenciales que todo lo inundaron, o aquel fuego bajado del cielo que destruyo aquellas ciudades del valle del Jordán, fuera lo que fuera lo que realmente sucedió.
Como sucede en todos los tiempos, hacemos nuestra vida, comemos, bebemos, compramos, vendemos, trabajamos, construimos, hacemos vida de familia, nos relacionamos con los demás, y nos suceden cosas inesperadas, un terremoto, unas inundaciones, un volcán que todo lo destruye… Noticias de este tiempo escuchamos continuamente. ¿Significa eso que hemos de vivir la vida con un fatalismo al que no nos podemos oponer? ¿Nos desesperamos o vivimos estoicamente aguantando lo que venga por que nada podemos hacer? ¿Dejamos de cumplir con lo que es nuestra vida porque quizá en algún momento nos pueda sobrevenir algún tipo de calamidad o catástrofe? ¿Vivimos con miedo o sin sentido porque no sabemos como ni cuando va a ser el final de todo?
No es eso lo que nos quiere decir Jesús. Ni fatalidades ni estoicismos. No nos puede abrumar la desesperanza de ninguna manera. Tampoco nos vale abandonar nuestras obligaciones porque las cosas pueden suceder de manera inminente. Es una tentación que se puede tener como se ha tenido en todos los tiempos y así han surgido formas de pensamiento y sentidos o sin sentidos de la vida. Ya san Pablo advierte a los cristianos de Tesalónica que no se podía abandonar las obligaciones; había corrido el pensamiento de que la segunda venida del Señor era inminente y ya algunos se dedicaron a vivir sin trabajar. Es cuando san Pablo les deja aquella sentencia de que ‘el que no trabaja que no coma’.
Jesús quiere invitarnos a la esperanza y a la vigilancia. Tienen las palabras de Jesús también un sentido escatológico de hablarnos del final de los tiempos, pero quiere advertirnos también de la responsabilidad con que hemos de vivir el momento presente. Hay unas obligaciones y responsabilidades con la vida que no podemos abandonar. Pero no olvidamos que todo esto terreno tiene un final pero que vivimos con trascendencia cada uno de los momentos de la vida con sus responsabilidades y esperamos una vida sin fin, un más allá, digámoslo así, que nos habla de vida eterna en el encuentro definitivo con el Señor.
Vigilancia, atención al momento presente y al futuro que ha de venir, responsabilidad en la vida pero trascendencia en lo que hacemos, esperanza de una plenitud que un día en Dios hemos de encontrar, y prepararnos para ese momento del encuentro definitivo con el Señor que queremos que sea siempre para vida y para salvación.
En estos momentos finales del año litúrgico tendremos oportunidad de seguir abundando en nuestra reflexión con el tema.

jueves, 16 de noviembre de 2017

No todo es negro en la vida de nuestro mundo sino seamos capaces de ver que hay muchos corazones buenos que van creando una nueva humanidad

No todo es negro en la vida de nuestro mundo sino seamos capaces de ver que hay muchos corazones buenos que van creando una nueva humanidad

Sabiduría 7, 22 – 8,1; Sal 118; Lucas 17, 20-25

Pero ¿es que esto no va nunca a cambiar? ¿Tenemos que seguir siempre así con la vida tan llena de sombras? Parece que nunca va a prevalecer lo bueno, que nunca vamos a lograr que nuestro mundo sea mejor. Ansiamos y deseamos desde lo más hondo de nosotros mismos que las cosas sean distintas, que las relaciones entre las personas sean más humanas, que no tengamos que estar sufriendo tantas violencias, que desaparezcan todas esas corruptelas y maldades que observamos a nuestro alrededor y que algunas veces nos manchan a nosotros también, que no sigan siendo los ambiciosos del poder los que se adueñen de todo y manipulen a su antojo los hilos y resortes de nuestra sociedad.
Hay gente inquieta tenemos que reconocer, surgen por acá y por allá grupos insatisfechos que querrían cambiar todo de un plumazo, pero se ven muchas veces impotentes y hasta tienen el peligro de verse salpicados por esa maldad que ronda a nuestro alrededor. Se quieren poner normas y leyes; se quiere cambiar el rumbo de la sociedad porque nos parece que nada de lo que teníamos nos vale, porque por sus frutos los conoceréis. Y se siente cierta frustración porque las esperanzas que tenemos puestas en querer hacer que las cosas sean mejor no se ven cumplidas.
Son los descontentos que se aprecian en la sociedad y de lo que también hemos de reconocer algunos tratan de aprovecharse. Y no es meternos en política en el sentido de partidismos sino en querer buscar el bien de la sociedad, lo mejor para nuestra sociedad. ¿Qué hacer? ¿Sucede todo esto solo en nuestro tiempo o es historia repetida a través de los tiempos?
En el momento histórico de Jesús también se vivían en la sociedad situaciones así. El pueblo judío estaba descontento porque se veían oprimidos y sin libertad bajo el dominio de los romanos y ellos siempre habían tenido la esperanza de un Mesías liberador que dada la situación que vivían lo convertían demasiado en un caudillo guerrero que hiciera una liberación en un sentido político también.
Vivían la esperanza de un Mesías anunciado por los profetas y que vislumbraban que llegaba el tiempo de su venida. Ahora se preguntan si no es Jesús ese Mesías esperado cuando El tanto les habla del Reino de Dios y de una nueva forma de vivir donde habría de prevalecer el amor y la paz. Por eso se preguntan si ya es el tiempo de ese Reino de Dios que Jesús anuncia. Son los fariseos los que vienen ahora a preguntarle cuando iba a llegar el Reino de Dios.
La respuesta de Jesús es contundente. El Reino de Dios no va a llegar de forma espectacular ni de la manera que ellos se están imaginando. ‘Mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros’. ¿Qué significará lo que Jesús les está diciendo? El Reino de Dios no llega desde meras imposiciones externas, porque hagamos unas guerras o impongamos unas leyes. El Reino de Dios hemos de comenzar a vivirlo dentro de nosotros. Si en nuestro corazón no aparecen esas características de las que Jesús nos ha venido hablando a lo largo de todo el evangelio, significa que el Reino de Dios no ha llegado a nuestra vida.
Hemos de comenzar por decir que son nuestros corazones los que tienen que cambiar, nuestras posturas y actitudes tienen que transformarse; hemos de comenzar a pensar y a vivir de una forma nueva; nuestra manera de relacionarnos con los demás, de tratar con todas las personas tiene que ser diferente; la paz no será algo externo e impuesto sino que hemos de sentirla dentro de nuestro corazón porque desterremos resentimientos y rencillas, porque hagamos desaparecer el odio  y la malquerencia de nuestro corazón, porque comenzamos a ser más solidarios los unos con los otros, porque nos amamos más, porque nos respetamos y valoramos mutuamente y las envidias y los celos ya no nos reconcomen por dentro.
Comenzaremos a vivir el sentido del Reino de Dios e iremos contagiando a cuantos están a nuestro lado de todos esos valores. Descubriremos las cosas buenas que hay en los demás y veremos que también hay muchos que viven con esa inquietud en el corazón; nos daremos cuenta de que hay muchas personas buenas y no es el mal el que prevalece, sino que hay muchos que van sembrando en sus familias, en sus ambientes, en su trabajo, en la sociedad en que viven buenas semillas que un día darán fruto.
A pesar de las sombras veremos también que hay mucha luz y que también van cambiando muchas cosas, aunque cueste y sea una lucha de amor continua la que tenemos que ir realizando. Tengamos esperanza, vivamos en esperanza, llenemos de la luz de la esperanza a nuestro mundo para que no caigamos en el desaliento. Seamos positivos en la vida.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

No olvidemos poner con verdadera nobleza de corazón en nuestra oración de cada día los sentimientos de gratitud a Dios por cuando de El recibimos

No olvidemos poner con verdadera nobleza de corazón en nuestra oración de cada día los sentimientos de gratitud a Dios por cuando de El recibimos

Sabiduría 6,2-12; Sal 81; Lucas 17,11-19

Se cree que se lo merece todo, pensamos de aquel que nunca sabe dar las gracias. Y hay gente así, es cierto. Aunque de pequeñitos siempre nos enseñaron a decir gracias cuando recibíamos alguna cosa de alguien, sin embargo son costumbres que se pierden, pero cuando vemos a alguien que sabe ser agradecido valoramos su nobleza y también su sencillez y humildad para reconocer que aquello que le ofrecieron no lo merece, pero lo sabe recibir agradecido. Es de corazones nobles el ser agradecido. Y aparte lo que podríamos llamar mala educación podríamos descubrir también corazones orgullos que no sabemos reconocer que no lo tienen todo y que mucho de lo que tienen lo están recibiendo gratuitamente de los demás.
Esto que en las relaciones sociales habituales entre unos y otros lo vemos como lo más normal del mundo tendríamos quizás que plantearnos si en nuestras relaciones con Dios somos igualmente agradecidos. Prontos estamos para pedir desde nuestras necesidades o nuestros problemas, pero cuando recibimos el beneficio de la gracia divina que nos ayuda de alguna manera pronto seguimos corriendo por la vida sin agradecer suficientemente a Dios cuanto de El recibimos.
Si antes hablábamos de nobleza de corazón en nuestras actitudes agradecidas hacia los demás, aquí tendríamos que hablar además del nivel o la calidad de nuestra fe. Y ya no es solo ante cosas, llamémoslas así, extraordinarias que recibamos de Dios cuando le pedimos alguna cosa especial o estamos en alguna situación muy particular, sino es la actitud creyente de quien se siente en las manos de Dios y sabe descubrir su presencia junto a nosotros en el camino de la vida y reconocer la gracia que de mil maneras reparte sobre nosotros.
Cuánto tendríamos que agradecer a Dios desde el donde la vida que de El recibimos. La lista seria haría interminable. Y reconocer el don de su salvación que nos regala en Jesús. Es cierto que el acto de culto central de la vida del cristiano es Acción de Gracias, es Eucaristía y que toda la oración litúrgica está transida de esos sentimientos de gratitud a Dios, pero sí podemos pensar en que la actitud profunda que llevamos en el corazón cuando estamos participando en la celebración de la Eucaristía no sea precisamente la acción de gracias.
Vamos quizá más ansiosos por nuestros problemas y necesidades, por pedir por los nuestros o pedir por la realidad del mundo en que vivimos, todo lo cual es bueno y hermoso, pero la acción de gracias aunque esté muy presente en las palabras litúrgicas pudiera estar muy ausente de lo que sentimos en nuestro corazón. Tenemos que saber rescatar en nuestra oración esa parte de la acción de gracias, por cuanto en Cristo Jesús recibimos en orden a nuestra salvación, uniendo también todos esos motivos principales que podamos tener para nuestra personal acción de gracias.
Es lo que nos está señalando el evangelio que hoy se nos propone. Diez leprosos que allá al borde del camino piden a Jesús que tenga compasión de ellos y Jesús que les manda a presentarse a los sacerdotes siguiendo lo establecido en la costumbre judía, para una vez curados poder volver a encontrarse con los suyos. Felices corren todos sintiendo la alegría de su curación, pero solo uno es el que se volverá hasta Jesús para postrarse ante El reconociendo cuanto de Jesús ha recibido y en su acción de gracias dar gloria a Dios.
‘¿Los otros nueve donde están?’ se pregunta Jesús. ¿Seremos acaso nosotros del grupo de esos nueve que aunque contentos por los beneficios recibidos sin embargo no sabemos volvernos a Dios para darle gracias por cuanto de El recibimos cada día? En la nobleza de nuestro corazón pongamos ese sentimiento de gratitud a Dios en nuestra oración de cada día.

martes, 14 de noviembre de 2017

Somos los hijos que buscamos siempre la gloria del Señor cuando hacemos su voluntad y cuando nuestra vida la convertimos en un servicio para el bien de los demás

Somos los hijos que buscamos siempre la gloria del Señor cuando hacemos su voluntad y cuando nuestra vida la convertimos en un servicio para el bien de los demás

Sabiduría 2,23-3,9; Sal 33; Lucas 17,7-10
‘Yo soy siempre el tonto, el que siempre tengo que estar pendiente de todo mientras los demás están a la suyas’ Algo así habremos dicho quizá alguna vez o en casa se lo hemos escuchado a la madre cuando en un encuentro, en una reunión familiar allá están todos reunidos, charlando, pasándolo bien, esperando quizás que la comida ya esté lista, mientras nosotros, o como decíamos quizá la madre u otra persona siempre dispuesta al servicio, estamos preocupándonos que todo salga bien, que todo esté a punto.
Creo que entendemos la imagen o el ejemplo que trato de reflejar. Nos sentimos quizá medio de mal humor porque no podemos estar nosotros en la fiesta – digámoslo así, o tenemos la tentación de ello – pero cuando todo termina nos sentimos satisfechos de que todo haya salido bien, que las cosas estén bien preparadas y alguien habrá quizás que nos lo valore o nos lo tenga en cuenta.
En el fondo sentimos la satisfacción del servicio que realizamos, nos lo hemos tomado como una responsabilidad y nos sentimos bien. En nosotros hay con toda seguridad un buen corazón, un buen deseo de ayudar, un espíritu de servicio y lo hacemos por la satisfacción de lo bueno que realizamos y porque nos sentimos felices cuando podemos contribuir a la felicidad de los demás.
¿Por qué hacemos las cosas? ¿esperando quizá una recompensa o una alabanza? Es cierto que nos halaga que nos reconozcan las cosas, pero también en nuestra responsabilidad sabemos ser humildes, para considera que simplemente estamos haciendo lo que teníamos que hacer.
De alguna manera esto es lo que nos quiere decir hoy Jesús en el evangelio. Es cierto que nos propone unas imágenes que quizás en nuestro tiempo nos sean más difíciles entenderlas porque al hablar de siervos y de trabajadores habla con el lenguaje y las costumbres de su tiempo. Es cierto también que ante Dios no nos consideramos siervos sino hijos, porque así ha querido El regalarnos con su amor. Somos sus criaturas, porque sabemos que El nos ha creado y la vida la recibimos de El, pero al mismo tiempo sentimos en nosotros la fuerza de su espíritu que nos hace hijos. ‘Mirad que amor nos tiene el Padre que nos llama hijos, y en verdad lo somos’, que nos decía Juan en sus cartas.
En nuestra humildad nos sentimos pequeños ante Dios, pero en el fondo del corazón sentimos que Dios nos ama y que nos mira no como siervos sino como amigos. Jesús les decía a los discípulos en la última cena que no los llamaba siervos sino amigos, porque les había revelado todo lo que el Padre le había manifestado.
En el fondo de nuestro corazón lo que siempre buscamos es la gloria de Dios. ‘Santificado sea tu nombre’, le decimos cada día cuando rezamos el padrenuestro y eso no es otra cosa que manifestar como queremos siempre la gloria de Dios. ‘Tuyo es el poder y la gloria’, que decimos también en la Eucaristía. Y buscamos la gloria del Señor haciendo su voluntad; y buscamos la gloria del Señor  haciendo que todos puedan conocer su nombre; y buscamos la gloria del Señor cuando buscamos el bien del hombre y nuestra vida se deja conducir siempre por los caminos del amor.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Grande y hermosa es la tarea de nuestra vida cristiana pero pedimos una y otra vez que crezca nuestra fe para confiar en la fuerza de la gracia de Dios que está con nosotros

Grande y hermosa es la tarea de nuestra vida cristiana pero pedimos una y otra vez que crezca nuestra fe para confiar en la fuerza de la gracia de Dios que está con nosotros

Sabiduría 1,1-7; Sal 138; Lucas 17,1-6
Cuando los discípulos vieron todo lo que les estaba diciendo Jesús por una parte de la rectitud con que habían de actuar siempre de manera que nunca se hiciera daño a nadie, y por otra parte las actitudes de comprensión que siempre hemos de tener con los demás, reaccionaron como quien ve las cosas difíciles o poco menos que imposibles, y solo le pidieron que les aumentara la fe.
Algunas veces parece que las cosas nos superan; nos cuesta abarcar todo lo que quisiéramos y no solo en todas las cosas que vemos que tendríamos que hacer, sino en las actitudes personales que hemos de tener, los comportamientos correctos sobre todo viendo cuantas cosas se nos ponen en contra y que no podemos avanzar como quisiéramos en la vida.
Es un continuo camino de superación el que tenemos que emprender. Ascesis lo llamaban los maestros de la espiritualidad, porque es un camino de crecimiento, de purificación, de aprender a fortalecernos de verdad para continuar con la tarea de cada día. Poco a poco notaremos ese crecimiento, pero al mismo tiempo nos damos cuenta que ese crecimiento no lo podemos dar por concluido porque siempre habrá una actitud nueva que aprender, una cosa que corregir que nos salio ahí en la vida como un divieso bien molesto.
Es la semilla que se planta, pero que no dejamos a su aire, sino que le proporcionaremos la humedad y calor necesarios para que pueda germinar y en la medida que aquella planta que ha brotado va creciendo tenemos que cuidarla, evitar malas hierbas en su entorno que la ahoguen, fertilizarla lo necesario para que tenga vida y pueda crecer para dar fruto, eliminar podando aquellos ramos superfluos que se pueden comer la fuerza de la planta, evitar que sea dañada con las plagas de insectos que puedan atacarla. Un cuidado esmerado para que podamos al final recoger nuestros frutos.
Así nuestra vida, ese crecimiento y ese cuidado de su vitalidad, esas podas o purificaciones que necesitamos, ese alimento espiritual que nos haga sentir esa fuerza sobrenatural que nos ayude a caminar o luchar contra las adversidades.
Jesús nos habla de lo terrible que es el dañar la vida de los demás con nuestros malos ejemplos y escándalos, pero nos habla de lo comprensivos y misericordiosos que tenemos que ser siempre con el hermano, hasta perdonarle todo lo que sea necesario aunque en nuestros orgullos heridos nos cueste, pero que van a manifestar nuestra madurez espiritual y humana.
Auméntanos la fe, le pedían los discípulos y le pedimos nosotros también. Tenemos que creer en la fuerza de Dios que está en nosotros con su gracia; esa gracia que nos transforma, esa gracia que nos llena de vida, esa gracia que nos fortalece, esa gracia que también nos trae el perdón tras nuestros errores y pecados. La gracia nos reconforta y nos llena de esperanza, porque a pesar de nuestra debilidad sabemos que el Señor sigue contando con nosotros y nosotros podremos una y otra vez reemprender una vida nueva.
Y nos dice Jesús: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar. Y os obedecería’.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Una lámpara encendida con la que hemos de ir al encuentro de todo el que nos encontremos en el camino de la vida o de ese mundo envuelto en tantas oscuridades para iluminarlo


Una lámpara encendida con la que hemos de ir al encuentro de todo el que nos encontremos en el camino de la vida o de ese mundo envuelto en tantas oscuridades para iluminarlo

Sabiduría 6, 12-16; Sal 62; 1Tesalonicenses 4, 13-17; Mateo 25, 1-13

Una salida al encuentro de quien se acerca por el camino, alguien que viene y a quien se espera aunque no se sabe cuando ni lo que puede tardar ni como va a llegar hasta nosotros y cómo lo podremos reconocer, unos caminos que serían tenebrosos sin una luz que los ilumine, unas lámparas que hay que mantener encendidas, unas doncellas que se duermen en la espera por la tardanza, la sabiduría de quien supo tener suficiente aceite para mantener encendidas las lámparas y la necedad de los que no son previsores y se quedan con las lámparas apagadas y si poder participar en la fiesta del encuentro. Muchas imágenes que se suceden una tras otra y que nos hablan, que nos llaman, que nos invitan a estar despiertos y con esperanza, que nos traen un hermoso mensaje.
La parábola que nos propone Jesús descrita con escuetas palabras pero con multitud de detalles enriquecedores parte de lo que es la costumbre de la época y nos habla de las amigas de la novia que han de salir con lámparas encendidas a la espera del novio, lámparas que luego van a servir para iluminar la sala del banquete. Hay contratiempos con la tardanza en la llegada del novio y la falta de aceite suficiente para mantener encendidas las lámparas; una lámpara sin aceite que la alimente de nada nos serviría.
Y Jesús nos está hablando del Reino de los cielos. Y Jesús nos está hablando de una salida a la espera y al encuentro porque siempre en la vida vamos a ir encontrándonos no solo con los que se cruzan en nuestros caminos sino en aquellos que vienen a nosotros o esperan algo de nosotros. Eso significa que sabemos que podemos tener ese encuentro aunque no sepamos cuando ni donde y que no solo hemos de esperar sino también además de dejarnos encontrar también ser capaces de ir nosotros en salida al encuentro de quien viene.
Y no nos podemos dormir, no podemos pensar que ya llegará y cuando llegue nosotros estamos ahí, si estamos dormidos; pero es que nuestra misión es iluminar, no podemos ser lámparas opacas, ocultas debajo de la cama sino que han de estar bien altas para que con su luz podamos ayudar a los que también van por esos oscuros caminos de la vida; pero es necesario para que no dejemos apagar esas lámparas, tener suficiente combustible para que siempre estén encendidas porque muchas son las oscuridades que nos pueden envolver a nosotros o pueden envolver a ese mundo en el que estamos y donde tenemos una misión.
Creo que podemos ir entendiendo, podemos irnos dando cuenta de esa realidad de la vida donde tenemos que ser luz; toda persona debe ser luz para los demás. Todos tenemos el compromiso de hacer de ese mundo en el que vivimos y que se ve envuelto en tantos problemas un mundo mejor. Es con cosas positivas con las que tenemos que iluminar, construir nuestra vida y nuestra sociedad. Las negatividades nos oscurecen y llenan de tinieblas como cuando dejamos meter el odio, la insolidaridad, la falsedad y la mentira, las rivalidades y enfrentamientos, los orgullos que nos aíslan y que ponen distancias entre unos y otros y así tantas otras cosas negativas.
Todo ser humano está llamado a construir de forma positiva ese mundo en el que vivimos. Y todo eso positivo tenemos que llevarlo en nuestra persona, en nuestra manera de vivir y en el sentido que le damos a las cosas, en la mirada limpia con que queremos caminar al encuentro de los demás, en nuestras actitudes y posturas y en todo lo que vamos haciendo por la vida. Es la luz que tenemos que mantener encendida.
Estamos comentando que la parábola puede hablarle a todo ser humano que se quiere tomar en serio su vida y su presencia en el mundo y que cuida unos valores positivos con los que puede enriquecer la vida de los demás y mejorar nuestra sociedad. Pero Jesús con la parábola nos está queriendo decir algo más porque nos hace la comparación con lo que ha de ser el Reino de Dios.
De ahí que podemos pensar en mucho más, aunque todo lo que hemos venido reflexionando es hermoso. Y aquí tenemos que pensar cual es la luz que los que seguimos a Jesús llevamos con nuestras vidas. La luz de nuestra fe, la luz de nuestro amor, la luz que nos hace tener una mirada nueva y distinta hacia todo aquel que nos encontramos en el camino que ya para siempre será un hermano, la luz de nuestro compromiso y nuestra lucha por el bien, por la justicia, por la paz para hacer un mundo mejor y más justo que sea imagen del Reino de Dios, la luz de la Buena Noticia de Jesús.
Una luz que no se nos puede apagar; una tarea en la que no podemos adormecernos; una espera que ya no podrá ser pasiva sino que nos hace salir al encuentro del otro, al encuentro de tantos que se pueden encontrar a oscuras en este mundo en su pobreza, en sus sufrimientos, en su soledad, en las injusticias que padecen, en la paz que les falta en su corazón. Es un mundo atormentado en sus múltiples tinieblas al que tenemos que llevar nuestra luz.
Porque el Señor viene a nuestro encuentro en esos hermanos que sufren, hambrientos, sedientos, abandonados o perseguidos, aislados o marginados, enfermos en sus cuerpos lacerados por la enfermedad o en sus espíritus a los que les falta la paz. Y es que Jesús nos está diciendo que todo lo que hacemos a esos hermanos a El se lo hacemos, que cada vez que nos encontramos con un hermano con El nos estamos encontrando.
Que no nos falta esa luz en nuestra vida; que sepamos alimentarla en nuestro encuentro con el Señor en la oración, en la escucha de su Palabra o de rodillas al pie del sagrario. El alimenta la lámpara de nuestra luz, porque El es la luz que tenemos que llevar.