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domingo, 7 de enero de 2018

El Jesús anunciado como Salvador y Mesías por los ángeles a los pastores es verdaderamente el Hijo de Dios que nos bautizará en el Espíritu para hacernos también hijos de Dios

El Jesús anunciado como Salvador y Mesías por los ángeles a los pastores es verdaderamente el Hijo de Dios que nos bautizará en el Espíritu para hacernos también  hijos de Dios

Isaías 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hechos de los apóstoles 10, 34-38; Marcos 1, 7-11

‘Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán’. Hoy es la fiesta del Bautismo del Señor. Es el relato a que hace referencia el evangelio. Viene a ser la culminación de todas las fiestas de Navidad y forma parte de la gran fiesta de la Epifanía, la manifestación de Jesús.
A los pastores de Belén llegó el primer anuncio; luego vendrían los magos de Oriente guiados por la estrella como un signo de la universalidad de la salvación que no había de quedarse reducida a un pueblo y a una raza; hoy viene a ser toda una proclamación de lo alto revelándonos todo el misterio de Jesús como Hijo de Dios. Si el anciano Simeón allá en el templo, a los cuarenta días del nacimiento alababa y daba gracias a Dios porque sus ojos habían visto ya al Salvador de todos los hombres, ahora desde el cielo se nos confirma todo. Es el Hijo amado del Padre en quien pone todas sus complacencias y a quien hemos de escuchar.
Bien entendemos todos que Jesús no necesitaba de aquel bautismo de Juan. Era el signo de penitencia y conversión que Juan pedía a quienes esperaban el cumplimiento de las promesas hechas a Israel para que preparasen lo caminos del Señor porque su llegada era ya inminente. Juan era el Precursor anunciado por los profetas y bautizaba con agua, repito, como un signo de penitencia y conversión. Pero llegaba en quien estaba puesto el Espíritu del Señor y en Espíritu había de bautizar a quienes creyeran en El para hacer un pueblo nuevo.
Es lo que Juan anuncia y son sus reticencias cuando Jesús se pone en la fila de los pecadores para ser bautizado por él en el Jordán. ¿Soy yo el que ha de ser bautizado por ti y tu vienes a mi? Pero había de realizarse ese bautismo para que se manifestase la gloria del Señor. ‘Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto’. En aquella misteriosa y sobrenatural teofanía se estaba manifestando la gloria del Señor.
Aquel Jesús anunciado como Salvador y Mesías por los ángeles a los pastores y proclamado así también por anciano Simeón es verdaderamente el Hijo de Dios, el Emmanuel anunciado por los profetas y recordado como tal por José cuando lo acepta ante el anuncio del Ángel y a quien había de llamar Jesús porque era la salvación de todos los hombres.
Un nuevo Bautismo comienza a gestarse porque ahora habríamos de ser bautizados no solo con agua sino con agua y en el Espíritu, para nacer de nuevo - como le diría Jesús a Nicodemo - para que quienes creemos en Jesús comencemos también a ser hijos de Dios. Aquel bautismo de Juan no hizo Hijo de Dios a Jesús que por naturaleza divina lo era ya desde toda la eternidad – engendrado del Padre antes de todos los siglos, como confesamos en el Credo -, pero en este nuevo bautismo en el Espíritu hemos de ser bautizados nosotros para que por nuestra participación en el misterio pascual de Cristo nosotros podamos nacer a una vida nueva que por la fuerza del Espíritu a nosotros nos hace también hijos.
Esta celebración, culminación de toda la Navidad, nos tendría que hacer comenzar a ver los frutos de todas nuestras celebraciones navideñas. Ha de ser una celebración que nos ayude a proclamar en toda su integridad y plenitud nuestra fe y tendría que ayudarnos a que reflejemos ya en toda nuestra vida lo que con tanta intensidad hemos querido celebrar. Tendría que verse en nosotros, en nuestras actitudes y en nuestros comportamientos, en el compromiso que asumimos desde esa nuestra fe que en verdad queremos vivir en esos valores del Reino de Dios que Jesús nos enseña y en su nacimiento hemos celebrado.
Terminamos la Navidad y no puede ser un punto y aparte, un ciclo o etapa que acabamos, y ya todo quede atrás casi en el olvido porque volvamos a nuestras rutinas de siempre, porque entremos de nuevo en una tibieza espiritual que nos lleve a enfriarnos en nuestro entusiasmo y a perder todo ese espíritu de lucha y superación que tendría que haber siempre en nuestra vida. Hemos venido diciendo que una auténtica celebración de la navidad tiene que provocar en nosotros un sentido nuevo para nuestra vida porque en verdad creemos en esa salvación que Jesús nos ofrece.
Todo el misterio que hemos venido celebrando si lo hemos hecho con intensidad tiene que provocar en nosotros esa transformación, ese cambio, esos compromisos nuevos, ese en verdad ponernos en salida misionera como la Iglesia nos está ahora pidiendo continuamente. Hemos de hacer anuncio de evangelio pero tenemos que ser creíbles en ese anuncio porque en verdad manifestamos como la gracia del Señor nos transforma, nos hace vivir una alegría nueva y distinta, nos hace entusiastas por Jesús y no podemos ya parar de hablar de El para que el mundo se sienta transformado por su gracia.

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