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lunes, 15 de enero de 2018

Jesús nos llena de esperanza, porque en Jesús sabemos que podemos conseguir ser mejores y también hacer un mundo mejor y esa alegría nadie nos la podrá arrebatar

Jesús nos llena de esperanza, porque en Jesús sabemos que podemos conseguir ser mejores y también hacer un mundo mejor y esa alegría nadie nos la podrá arrebatar

1Samuel 15, 16-23; Sal. 49; Marcos 2, 18-22

Hay personas con las que siempre nos encontramos a gusto, la convivencia se hace fácil y parece que desprenden de si una paz que nos hace sentirnos bien, por lo que deseamos en verdad estar a su lado. Personas así nos trasmiten serenidad, llenan de alegría nuestro corazón cuando estamos a su lado y al mismo tiempo son como un estimulo en nuestra vida para superar tristezas y problemas y para mantener esa lucha diaria que nos hace superarnos y crecer como personas. Es una alegría y una dicha encontrar personas así.
En el camino de la vida, es cierto, que muchas veces nos cuesta encontrar personas así, pero en la medida en que nosotros también queremos llevar esa serenidad y esa paz en el corazón podemos ser también una fuente de alegría para los demás. En medio de las oscuridades de la vida, en medio de tantos egoísmos y ambiciones, en medio de nuestras luchas fratricidas que no son solo las grandes guerras sino esas violencias que nos tenemos cada día con el más cercano a nosotros, tenemos que saber buscar y encontrar esos puntos de luz, que iluminen la vida, que nos sirvan de estimulo, que nos levanten el espíritu, que vayan poniendo un poquito más de felicidad en nuestro mundo.
Los que creemos en Jesús tenemos en El nuestra referencia. Encontrarnos con Jesús es la dicha más grande que podamos alcanzar. Es quien llena de verdad nuestro corazón de paz, es el estimulo grande para nuestras luchas, para superarnos y para crecer. El ya nos dice en el evangelio que es el camino, y la verdad, y la vida, porque en El es donde vamos a encontrar la mayor plenitud de nuestra existencia. Es la fuente más grande de nuestra felicidad y que da sentido a todas las alegrías y momentos de felicidad que podamos alcanzar en esta vida.
Por eso tendríamos que reconocer que tendríamos que ser las personas más felices del mundo. Aunque eso no signifique se acaben los problemas o que no tengamos que mantener nuestras luchas. Pero Jesús nos llena de esperanza, porque en Jesús sabemos que podemos conseguir ser mejores y también hacer nuestro mundo mejor. Y esa alegría nadie nos la podrá arrebatar.
Claro que tenemos que reconocer que no siempre los cristianos damos esa imagen; muchas amarguras perduran en nuestro corazón, no siempre hemos sabido curar las heridas de nuestra alma y equivocadamente muchas veces nos hemos hecho una religión muy llena de tristezas, de mucho convencionalismo, y donde falta que brille la alegría de nuestra fe. Tenemos a Jesús, no nos falta su presencia, la fuerza de su Espíritu.
Hoy le hablan a Jesús de por qué sus discípulos no ayunan como lo hacen los discípulos de Juan y de los fariseos. El ayuno connotaba entonces no solo el hecho de privarse de unos alimentos sino también unos posturas externas de seriedad, de tristeza, de llanto y de duelo. Y Jesús les responde que sus discípulos eso no lo pueden hacer. ¿Cómo los amigos del novio pueden estar tristes cuando están con su amigo celebrando el banquete de bodas?
Muchas actitudes profundas del corazón tenemos que cambiar. Es una nueva forma de ver y vivir la vida cuando estamos con Jesús. Por eso Jesús concluye que no podemos andar con remiendos ni con recipientes viejos. Todo ha de ser nuevo desde la fe que tenemos en El. Tenemos que ser ese hombre nuevo del que nos hablara luego Pablo en sus cartas. Son las actitudes nuevas del espíritu, los valores nuevos que aprendemos en el evangelio de Jesús. Y la alegría de nuestra fe tiene que brillar en nuestra vida para que contagie al mundo del espíritu de Jesús.

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