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martes, 9 de enero de 2018

Que el Señor arranque ese espíritu maligno de la indiferencia, de la desgana, de la insensibilidad que se nos ha metido en el corazón

Que el Señor arranque ese espíritu maligno de la indiferencia, de la desgana, de la insensibilidad que se nos ha metido en el corazón

1Samuel (1,9-20); Sal: 1Sam 2,1-8; Marcos (1,21-28)
Se suele decir que ‘obras son amores y no buenas razones’. Y es que por sus obras los conoceréis, como el árbol se conoce por su fruto. Así en la vida nuestras obras hablan por nosotros. No significa que no podemos hablar, que no podemos dar un consejo bueno o hablar una cosa buena para enseñar. Tenemos que hacerlo también, pero que nuestra vida y nuestras obras estén compaginadas, vayan a un mismo ritmo, o sea que no vayan nuestras palabras bonitas por una parte mientras lo que se dice hacer, actuar no actuamos nada.
El evangelio de Marcos, que además es el más breve, es parco en palabras en labios de Jesús. Nos trasmite, por supuesto, también sus enseñanzas, su mensaje, pero lo vemos actuando. Así en estos versículos del primer capitulo de su evangelio. Anuncia el Reino de Dios y nos dice que iba predicando por todos sitios; ahora nos habla de que viene a Cafarnaún, allí se va a establecer, y va a la sinagoga a enseñar; pero no nos dice lo que ha enseñado, el evangelista más bien nos muestras un signo de Jesús.
El Reino de Dios que ha comenzado a anunciar significará que Dios es el único Rey y Señor de nuestra vida; reconocer la soberanía de Dios sobre nosotros, viene a significar creer en el Reino de Dios. Significa que no hay otros dioses, otros señores de nuestra vida; tampoco el mal se puede enseñorear de nosotros, no nos puede dominar. Y ahí está el signo que Jesús realiza. En el lenguaje del evangelio se nos habla de que hay un hombre poseído por el espíritu inmundo y Jesús lo expulsa de él. Es el mal que domina al hombre y Jesús viene a decirnos que El vence al mal, al maligno, y no puede dejar que nos domine, que se enseñoree de nuestra vida.
Es un signo que comprende muy bien aquella gente. Un signo que viene a corroborar las palabras de Jesús. Por eso dicen que habla con autoridad.  '¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen’. Y la gente habla de Jesús de manera que su fama se va extendiendo por todas partes. Es la señal de que comienza un mundo nuevo, de que un mundo nuevo es posible donde desterremos el mal para siempre.
¿No será esa nuestra lucha? ¿Podemos permitir que el mal siga dominándonos a nosotros y siga haciéndose presente en nuestro mundo? Con Jesús tenemos la victoria asegurada. Pero ¿estaremos contando con Jesús? ¿Estaremos los cristianos, los que decimos que tenemos puesta toda nuestra fe en El, luchando de verdad contra el mal, dejando que el mal no nos domine y arrancándolo de nuestro mundo?
Parece que se nos debilita nuestra fe, se nos muere nuestro amor. Sigue habiendo en nuestro corazón egoísmo y orgullo, rivalidades y envidias, resentimientos y deseos de venganza, violencias y vanidades… no terminamos de liberarnos de todo ese mal. Es de lo que está contagiado nuestro mundo y nosotros nos dejamos contagiar por él. Sigue habiendo sufrimiento en nuestro mundo, y nos insensibilizamos tanto que parece que no queremos darnos cuenta de todos los que sufren a nuestro lado.
Un cristiano eso no lo tendría que permitir. Un cristiano tendría que ser la persona más comprometida del mundo. Un cristiano tendría que ser el primero que estuviera delante de todos en su lucha contra el mal. Pero nos escondemos, miramos a otro lado, dejamos pasar las cosas, vivimos encerrados en nosotros mismos, algunas veces hasta nos escudamos en nuestros rezos y en nuestras devociones, pero no vamos más allá.
Es hora de despertar. Es hora de hacer un anuncio del evangelio con nuestra vida. Es hora de que seamos más congruentes con nuestra fe, entre lo que decimos y lo que hacemos. Que el Señor arranque ese espíritu maligno de la indiferencia, de la desgana, de la insensibilidad que se nos ha metido en el corazón.

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