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miércoles, 17 de enero de 2018

Que nos cure el Señor de nuestros raquitismos, de la invalidez en que dejamos que se nos quede la vida y la fe que no hemos sabido hacer crecer y madurar para manifestarla comprometida

Que nos cure el Señor de nuestros raquitismos, de la invalidez en que dejamos que se nos quede la vida y la fe que  no hemos sabido hacer crecer y madurar para manifestarla comprometida

1Samuel 17,32-51; Sal 143; Marcos 3, 1-6

‘Entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo…’ Nos parece incomprensible. Si aquel hombre podía ser curado y poder realizar su vida con total normalidad sin limitaciones ¿por qué esa obstinación y ese acoso a Jesús?
Con las explicaciones que nos dan acerca de lo que era la ley del descanso sabático parece que podemos entenderlo, pero tratemos de trasplantar, por así decirlo, esa situación o situaciones que tengan algún tipo de parecido en nosotros. Nos cuesta hacer el bien muchas veces porque ponemos por medio nuestros prejuicios, nuestros intereses personales, nuestros orgullos heridos, ciertos resabios de racismo o discriminación que nos surgen en tantas ocasiones, las desconfianzas que aparecen en nuestro interior. Podríamos hacerlo, pero pasamos de largo. Nos falta valentía para hacer el bien y olvidarnos de presiones que podamos soportar, o porque a veces estamos demasiado pendientes del juicio de los demás.
Aquel hombre tenía una parálisis en un brazo, dice el evangelista. Hay cosas que nos paralizan, o en ocasiones se nos ha paralizado la fe y el amor. Nos volvemos raquíticos, nos sentimos sin fuerzas. Tenemos que buscar que Jesús nos sane a nosotros también. Porque nuestra fe anda paralizada, parece que no tiene vida o no se nos manifesté viva. Aunque decimos que tenemos fe y tenemos quizá muchas manifestaciones religiosas no siempre llega a envolver totalmente nuestra vida de manera que aquello que hacemos o que vivimos vaya impregnado por el sentido de esa fe,
No podemos encerrar nuestra fe tras los muros de unos templos o limitarla a algunos ejercicios piadosos que realicemos cuando nos sobre tiempo de otras cosas. No podemos encerrar nuestra fe en el ámbito solo de lo privado o de lo que decimos que llevamos en el corazón.
No podemos quedarnos en una fe que tenemos simplemente porque heredamos de nuestros padres o de un ambiente religioso en el que hayamos vivido sin hacerla personal y comprometida que se manifieste como un compromiso de la vida. no podemos encerrar nuestra fe solamente en las palabras de un credo que nos sabemos de memoria si no somos capaces de dar razón de esa fe para trasmitirla a los demás, para hablar de ella claramente a los demás, para ser capaces de dar respuestas desde esa fe a los interrogantes fundamentales que se nos planteen en la vida.
Es necesario también que nos formemos en esa fe, que tratemos de profundizar en lo que creemos para que en verdad la reflejemos luego en nuestras actitudes y comportamientos, en el compromiso de nuestra vida. En la vida vamos madurando en muchas cosas en la medida en que crecemos, pero no siempre maduramos ni crecemos al mismo tiempo en nuestra fe, y nos quedamos fácilmente en una fe infantil con la que ahora en la madurez no sabemos dar respuestas, dar razón de esa fe.
Jesús curó a aquel hombre de la parálisis de su brazo saltando sobre los raquitismos de aquellos que le rodeaban que en nombre de unas prácticas religiosas querían impedir aquella curación, o al menos estaban al acecho de lo que hacia Jesús para poder acusarlo.
Que nos cure el Señor a nosotros de nuestros raquitismos, de la invalidez en que dejamos que se nos quede la vida y la fe. Que nos despierte la fe para que podamos hacerla madura. Que la fuerza de su Espíritu nos llene interiormente para que podamos reflejarla con valentía en las actitudes y comportamientos de nuestra vida.

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