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viernes, 12 de enero de 2018

Sepamos abrir las rendijas cerradas por el pecado de nuestro corazón para recibir el perdón que Jesús nos ofrece con el que nos sana y nos llena de paz

Sepamos abrir las rendijas cerradas por el pecado de nuestro corazón para recibir el perdón que Jesús nos ofrece con el que nos sana y nos llena de paz

1Samuel (8,4-7.10-22a); Sal 88; Marcos 2,1-12

El anuncio que Jesús ha comenzado a hacer es que llega el Reino de Dios. Hay que aceptarlo, creer en El y tener deseos de darle la vuelta a la vida para aceptarlo y vivirlo. Es la invitación a la conversión con la que ha comenzado su predicación.
Como signos de la llegada del Reino de Dios va realizando los milagros, en las curaciones de los enfermos e impedidos, como signo y señal de esa transformación que El quiere realizar en nuestras vidas y en nuestros corazones. Cura a los enfermos, hace caminar a los impedidos, limpia a los leprosos y también le hemos contemplado expulsando los malos espíritus que se han poseído del corazón de tantos. Es la señal de la victoria sobre el mal.
Pero no son solo esos males que podríamos llamar físicos o corporales de los que Jesús nos libera. Es algo más profundo lo que quiere realizar. Ya la en la expulsión del demonio, del espíritu inmundo que poseía a aquel hombre de la sinagoga, contemplamos esa señal. Pero Jesús quiere decirnos algo más. Quiere arrancar desde lo más hondo ese mal que se apodera del corazón del hombre que significa una ruptura interior, una ruptura con los demás, pero fundamentalmente una ruptura con Dios. Es el pecado el que quiere arrancar de nuestro corazón y para eso nos ofrece su perdón.
Nos lo expresa claramente en el episodio que nos narra hoy el evangelio. Es algo que algunas veces nos cuesta, por una parte entender y por otra aceptar en nuestra vida. No terminamos de reconocer la limitación tan terrible que produce el pecado en nosotros. Es todo un signo la parálisis de este hombre que llevan a Jesús y al que Jesús no solo sana de la limitación de sus miembros que le impiden caminar, sino también de la limitación – vamos a llamarla así – que hay en el alma, su pecado.
Cuantas veces nos encerramos en nuestro pecado – que quizá incluso ni queremos reconocer – y hasta nos cuesta llegar a Jesús. Pensemos por ejemplo en lo que motiva la mayoría de las veces nuestras oraciones; pedimos a Dios que nos ayude, que nos auxilie en nuestras necesidades, pedimos quizás por los demás y nos acordamos de quienes queremos, o incluso abrimos más nuestros horizontes para pedir por nuestro mundo, por la paz, por los que pasan necesidad, pero te pregunta ¿qué lugar ocupa en tu oración, yo me digo en mi oración, el pedirle perdón a Dios por nuestros pecados? Quizá se quede reducido a que en la misa comenzamos siempre reconociendo que somos pecadores, o ritualmente en aquellas oraciones en que invocamos al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Al paralítico hubo unas personas que le ayudaron a llegar hasta Jesús. La dificultad de llevarlo en una camilla se vio aumentada con la gente que se agolpaba junto a la puerta e impedía su entrada. Cosas a pensar significativamente para nuestra vida. Ayudarnos unos a otros o ser obstáculo para que otros puedan llegar hasta Jesús. Mucho tendríamos que preguntarnos en este sentido. Pero quienes querían ayudar a aquel hombre sortearon todos los obstáculos hasta abrir un boquete en el techo por donde hacerlo llegar hasta Jesús. Sepamos abrir rendijas de nuestra alma, sepamos disponer de espacios para que otros puedan encontrarse también con Jesús a través de las actitudes positivas que tengamos en la vida.
‘Tus pecados quedan perdonados… levántate toma tu camilla y anda’, son las palabras de Jesús, a las que algunos les cuesta aceptar. Bueno, esto nos daría para más amplias reflexiones. Aceptemos que Jesús nos cura y nos salva.  Aceptemos el perdón y la vida de gracia que Jesús nos ofrece. No seamos como aquellos fariseos que estaban por allí al acecho de Jesús, sintamos la alegría del perdón, del perdón que Dios nos ofrece por lo que tenemos que darle gracias y del perdón que llega de parte de Dios a los demás.
Alegrémonos de esa paz de Dios que puede llegar a todos los corazones. Levantémonos para ir al encuentro de los demás con la Buena Noticia del perdón de Dios que nos llega por Jesús y que dará la verdadera paz a nuestros corazones.

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