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miércoles, 21 de febrero de 2018

Solo los humildes y sencillos de corazón serán capaces de descubrir el misterio de Jesús, caminemos por esos caminos y encontraremos a Dios que nos sale al encuentro en la vida

Solo los humildes y sencillos de corazón serán capaces de descubrir el misterio de Jesús, caminemos por esos caminos y encontraremos a Dios que nos sale al encuentro en la vida

Jonás 3,1-10; Sal 50; Lucas 11,29-32

¿Pedir señales y milagros? Reconozcamos que todos lo hacemos. Queremos que las cosas se nos den hechas y nosotros no tengamos que poner mucho esfuerzo. Algunos lo pueden llamar casualidades, suerte, pero en el fondo estamos deseando el milagrito fácil. Que se nos resuelvan los problemas así por si mismos, que nos toque la lotería o que aunque tengamos que pasar por marejadas y peligros que no nos pase nada. Así andamos muchas veces en las cosas cotidianas de la vida.
Pero para convencernos de algo, queremos razones; es lógico andamos en un mundo racional que tiene sus lógicas, donde tenemos que andar con razonamientos, donde buscamos pruebas poco menos que científicas para todo.
Pero ¿y cuando tenemos que creer en las personas? ¿Cuándo tenemos que aceptar una palabra que nos dicen? ¿Cuándo tratan de darnos un planteamiento, unos principios y valores que pueden afectar a nuestra vida? Queremos que nos lo prueben. Sin embargo hay razones que aunque las tengamos delante de los ojos algunas veces no somos capaces de verlas o no queremos verlas. Y surgen desconfianzas, y decimos que no comulgamos con ruedas de molino, que si ellos creen que somos tontos que vamos a aceptar las cosas así por que sí, porque nos lo digan. Parece que esa sea la tónica de nuestro actuar o de nuestros planteamientos y puede que nos ceguemos.
Cuando entramos en el ámbito de la fe parece que las cosas se nos complican todavía más. O somos unos crédulos, así al menos nos lo echan en cara, y tenemos la fe del carbonero como suele decirse que todo lo aceptamos, nos creemos cualquier cosa extraordinaria que nos digan que sucedió aquí o allá – cómo vamos corriendo tras las cosas asombrosas y los milagritos - o nos volvemos unos incrédulos o unos incordios que siempre le estamos dando vueltas y vueltas al asunto, pidiendo razones y no terminamos de hacer que esa fe afecte y envuelva totalmente nuestra vida. Es complejo todo esto.
Es necesario, sí, una búsqueda intensa y sincera, pero es necesario un dejarnos sorprender por el misterio de Dios que llega a nuestra vida y se nos puede manifestar de muchas maneras; es necesaria una apertura del corazón y confiar. Y aprenderemos a confiar cuando seamos capaces de dejarnos sorprender por el amor, sensibilizar nuestro corazón al amor. Cuando nos falte esa capacidad de amor estamos como encallecidos, y cuando ponemos una costra sobre nuestro espíritu poca cosa podrá penetrar en él.
Es cierto que la vida muchas veces nos endurece por las mismas dificultades que en la vida vamos encontrando, luchas por todas partes, cosas que nos hieren y nos hacen daño, y esas cicatrices nos pueden jugar, es cierto malas pasadas. Hay un bálsamo que tenemos que seguir usando siempre, que es el bálsamo del amor, para que se suavice nuestro corazón, para que aprendamos a valorar la ternura que podamos encontrar, y todo eso  nos irá ayudando a que nos abramos a Dios, y dejemos que el misterio de Dios penetre en nuestra vida.
En el evangelio de hoy vemos la reticencias que tantos tenían ante Jesús y se habían cerrado tanto en si mismos que no eran capaces de ver las obras de amor que Jesús realizaba. Por eso seguían pidiendo signos y más signos y nunca se dejaban convencer por el amor. Solo los humildes y sencillos de corazón serán capaces de descubrir el misterio de Jesús. Ya escuchamos en otro momento como Jesús da gracias al Padre que se revela a los humildes y sencillos de corazón. Caminemos por esos caminos y encontraremos a Dios que nos sale al encuentro en la vida.

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