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martes, 20 de marzo de 2018

Sabemos de quien nos fiamos, en quien confiamos, cuales son los brazos de amor que nos está acogiendo y miramos al que está levantado en lo alto y ponemos toda nuestra fe en El


Sabemos de quien nos fiamos, en quien confiamos, cuales son los brazos de amor que nos está acogiendo y miramos al que está levantado en lo alto y ponemos toda nuestra fe en El

Números 21,4-9; Sal 101; Juan 8,21-30

‘Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada’.
La imagen del Hijo del Hombre levantado en lo alto se repite varias veces en labios de Jesús en el evangelio de san Juan. Ya había dicho que igual que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto así tendrá que ser levantado el Hijo del Hombre para encuentro la salvación quien crea en El. En otros momentos nos dirá que levantado en lo alto atraerá a todos hacia El. Ahora nos dice que conoceremos realmente quien es El.
El centurión dirá cuando acabe todo aquello que se había convertido en espectáculo para mucho que aquel hombre que había muerto en la cruz era inocente, era un hombre justo. Aunque pagano se le abrían los ojos a la fe. Pero ya sabemos como otros le desafiaban diciéndole que si era en verdad el Hijo de Dios que se bajara de la cruz para creer en El o ese Dios a quien llamaba su Padre lo salvara de aquel tormento.
Pero Jesús no se bajó de la cruz. Allí permaneció hasta entregar su ultimo suspiro poniendo su espíritu es manos de Dios. Es cierto que en Getsemaní había gritado al Padre para que pasara de él aquel cáliz tan duro de beber, pero por encima había prevalecido lo que era su deseo que era cumplir la voluntad del Padre. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’, clamaba allá en el huerto. Ya El había dicho que su alimento era hacer la voluntad del Padre y ansiosamente había deseado que llegara la hora de su glorificación que era la hora de su entrega de amor y de su muerte en la cruz.
‘No hago nada por mi cuenta, sino que hablo lo que el Padre me ha enseñado’, nos dice hoy. Por eso su confianza y aunque grite en la cruz ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ recogiendo el lamento de todos los que sufren y sus vidas se llenan de negruras y amarguras, continuando con ese mismo salmo que había iniciado allí en la cruz, en Dios ponía toda su confianza. ‘El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada’.
¿Será esa también nuestra confianza? ¿Así deseamos nosotros cumplir siempre la voluntad del Padre, aunque muchas veces se nos haga difícil y cuesta arriba el camino? Quizá también haya veces en el camino de la vida que  no quisiéramos que fuera tan oscuro o tan tortuoso. Se nos vuelve oscuro cuando somos tan autosuficientes que queremos hacer el camino a nuestro aire y llega un momento que no sabemos por donde vamos; se nos hace oscuro y tortuoso por no decir también tormentoso cuando nos aparecen las dificultades, los contratiempos, y cuando tenemos que caminar en medio del dolor y el sufrimiento.
Queremos también gritar ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’, pero tenemos que aprender a hacerlo como lo hizo Jesús en la cruz. Sabía que estaba en las manos del Padre, tenemos que aprender nosotros también de una vez por todas a confiar porque estamos en las manos del Padre y El no nos abandona a pesar de las oscuridades por las que pasemos en la vida.
Sabemos de quien nos fiamos, en quien confiamos, cuales son los brazos de amor que nos está acogiendo, que sentimos sobre los hombros de nuestra alta para alentarnos, y nos van llevando, nos van empujando suavemente para que nos perdamos el norte en el camino. Miramos al que está levantado en lo alto y ponemos toda nuestra fe en El.




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