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sábado, 3 de febrero de 2018

Es la sintonía que hemos de tener siempre en nuestra vida, la sintonía del amor, para la bella tarea que hemos de realizar

Es la sintonía que hemos de tener siempre en nuestra vida, la sintonía del amor, para la bella tarea que hemos de realizar

1Reyes 3,4-13; Sal 118; Marcos 6, 30-34

En ocasiones nos programamos lo que vamos a hacer y todo lo tenemos a punto, pero nos surge un imprevisto y parece que todo se nos viene abajo. Y no tiene que ser necesariamente porque sea algo desagradable lo que nos ocurre sino que puede ser una cosa buena pero que  nos echa por tierra lo que teníamos planeado. Tenemos que atender aquella llamada, recibimos aquella visita, nos surge que vemos una necesidad que tenemos que atender y seremos capaces de hacer una pausa en aquello que teníamos previsto para atender lo que ahora se nos solicita.
Claro que somos capaces de darnos cuenta del valor y de la importancia de lo que se nos solicita, por muy bueno que fuera aquello que teníamos previsto realizar. Lo normal seria que no nos agobiáramos por ello sino que todo lo tomáramos en un sentido positivo. Ya sabemos, es cierto, que hay quien se pone de mal humor por estas cosas porque se rompen sus esquemas, aunque fuera algo bueno lo que nos acontece de improviso.
Jesús había planeado irse con los discípulos a un lugar solitario al descampado para tener unos días de descanso. Como se nos dirá en otra ocasión había días en que no tenían tiempo ni para comer; ahora habían regresado los discípulos después de haber cumplido la misión que Jesús les había encomendado y era bueno aquel tiempo de descanso y de compartir que Jesús quería tener con los discípulos.
Se habían ido a un lugar apartado, pero la gente se había enterado y le salieron al paso a Jesús. Al llegar al lugar se encontraron con una multitud que les esperaba. Se fueron al traste todos los planes que se habían hecho. ¿Qué hace Jesús? ¿Despedir a la gente porque ahora quería el tiempo para El y sus discípulos? Nos dice el evangelista que  le ‘dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma’.
Jesús, el que paso por todas partes haciendo el bien, como diría más tarde Pedro. Jesús, el que había venido no a que le sirvieran, sino ‘a servir y a dar su vida en rescate por muchos’ como nos enseñará continuamente en el evangelio. Jesús, con un corazón siempre abierto y acogedor que nos muestra el corazón amoroso del Padre. Sintió lástima, dice el evangelista, entro en la sintonía del amor y comprendió el ansia de todos aquellos que le buscaban, y supo darse y ofrecerse con generosidad como siempre lo hacia. No podía dejarles solos y abandonados, que siguieran perdidos a su rumbo. Allí estaba su Palabra como una luz, su presencia como signo del amor más verdadero.
Jesús que nos pone en camino para que siempre por encima de todo vayamos al encuentro con los demás, a tener un corazón amplio y generoso donde quepan siempre todos nuestros hermanos, un corazón compasivo y misericordioso como el de nuestro Padre celestial.
Es la sintonía que hemos de tener siempre en nuestra vida, la sintonía del amor. El amor que escucha, que comprende, que acepta, que es capaz de ver siempre el buen corazón de los demás, que está atento al sufrimiento y a las necesidades de los otros, que sabe estar siempre al lado del hermano, que ofrece una sonrisa de amor, que mitiga las lagrimas del dolor de cuantos lloran a nuestro lado, que es capaz de olvidarse de si mismo para darse a los demás. Bella tarea de amor que tenemos siempre que realizar. 

viernes, 2 de febrero de 2018

Acudimos a María de Candelaria para felicitarla en su día y salimos de su presencia resplandecientes con la luz del evangelio para llevarla a los demás, para iluminar a los demás

Acudimos a María de Candelaria para felicitarla en su día y salimos de su presencia resplandecientes con la luz del evangelio para llevarla a los demás, para iluminar a los demás

Malaquías 3,1-4; Sal 23; Hebreos 2,14-18; Lucas, 2, 22-38
‘Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés llevaron al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor como prescribe la ley de Moisés, todo primogénito varón será consagrado al Señor…’
Es lo que en la liturgia celebramos en este día cuando estamos a cuarenta días de haber celebrado el nacimiento del Señor. Ya conocemos por el evangelio y muchas veces lo hemos comentado cuánto sucedió aquella mañana en el templo de Jerusalén. Allí estaban aquellos piadosos ansiones que aguardaban el consuelo de Israel con el cumplimiento de las promesas que salen al encuentro y comienzan a alabar y bendecir al Señor. En paz puede entregar su alma al Señor aquel piadoso anciano Simeón, ‘sus ojos han visto al Salvador’; su vida se ha iluminado en su vejez porque ha contemplado al ‘sol que viene de lo alto para iluminar a todos los pueblos’; cuantos están en el templo reciben la buena noticia porque la anciana Ana se encargará de hablar del Niño a los que esperaban la futura liberación de Israel’.
‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’ es la ofrenda de aquel día. Allí estaba aquel cuyo alimento era cumplir la voluntad del Padre. La ofrenda y consagración de aquella mañana encontrará su cumbre cuando Jesús mismo diga ‘no se haga, Padre, mi voluntad sino la tuya’ y en las manos del Padre entregue su espíritu en lo alto del Calvario. Comienza la ofrenda y comienza el sacrificio, comienza la entrega de amor y comienza a realizarse el Reino de Dios.
Pero al lado de toda esta escena contemplamos a María. Se le anuncia que una espada traspasará de dolor su corazón, pero ya su corazón está traspasado por el amor porque en ese amor ha hecho ya su entrega a Dios. También ella ha hecho la ofrenda de su voluntad para cumplir la palabra de Dios en su vida. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’. Es la esclava del amor, es la que ha entregado todo su corazón por amor a Dios, es la que ha plantado la Palabra de Dios en su corazón y de ella ha nacido Jesús. En silencio está María contemplando todo aquello que está sucediendo ante sus ojos en aquella mañana del templo, pero como siempre ella lo está guardando todo en su corazón.
Hoy nosotros los canarios la contemplamos resplandeciente y gloriosa presentándonos y ofreciéndonos a Jesús. Ella, María de Candelaria, la primera misionera de Canarias porque nos trajo la luz, porque nos trajo a Jesús. Así la contemplamos en su imagen con Jesús y con la luz como un signo en la candela que lleva entre sus manos. Pero esa candela es el signo que nos habla de Jesús; esa candela es la que hemos de tomar nosotros también de sus manos para llegar esa luz de Jesús a los demás, a cuantos están a nuestro lado.
María es la primera evangelizadora porque nos trae esa Buena Nueva de Jesús pero quiere que esa luz se siga trasmitiendo para que llegue e incendie todos los corazones en el amor de Jesús. Es la tarea que pone en nuestras manos, la tarea que en esta hora de nueva evangelización en la que estamos embarcados en nuestra tierra nosotros tenemos que comprometernos. No solo queremos acudir a María, visitándola en su santuario y llevándole todas nuestras penas y nuestros amores, sino que de allí tenemos que salir mas encendidos en esa luz que ella quiere trasmitirnos.
Como Moisés que bajó con el rostro encendido y resplandeciente de la montaña así nosotros salimos de la presencia de María resplandecientes con la luz del evangelio para llevarla a los demás, para iluminar a los demás. Bien necesita nuestro mundo tan lleno de dolor y de oscuridades de esa luz. Allí donde hay tanta indiferencia, tanta desgana y tanto egoísmo encendamos la luz del amor; allí donde siguen prevaleciendo las sombras del orgullo, de las envidias y rivalidades, de la violencia y de la insolidaridad encendamos nosotros esa luz del amor que los contagie y los transforme; allí donde hay tantos que han perdido el norte de su vida y ya nada creen y en nada esperan encendamos esa luz que nos trae María para que se transformen los corazones, renazcan las esperanzas y encontremos en Dios el sentido de nuestras vidas y la fuerza para nuestro caminar.
Nos gozamos hoy en esta fiesta de María de Candelaria, nos alegramos con la Madre y la felicitamos con todo  nuestro amor como los hijos saben hacer, pero sabemos que ese amor de Madre de María nos compromete y de su presencia no podemos salir de la misma manera; María nos ayuda a transformar nuestro corazón, pone nueva ilusión y esperanza en nuestras vidas, nos impulsa a amar con un amor nuevo que se enciende cada vez más en la hoguera del corazón de Jesús.

jueves, 1 de febrero de 2018

El equipaje más importante que hemos de llevar en nuestra vida es siempre un corazón lleno de amor, así será autentico nuestro anuncio del evangelio


El equipaje más importante que hemos de llevar en nuestra vida es siempre un corazón lleno de amor, así será autentico nuestro anuncio del evangelio

I Reyes 2,1-4.10-12; Marcos 6,7-13

¿A dónde vas con tanto equipaje? Quizá nos dijeron un día cuando nos vieron preparar la maleta para un viaje que íbamos a hacer. Empezamos a poner cosas y no acabamos, si nos puede faltar esto, si aquello otro lo voy a necesitar, esto lo llevo por si acaso lo necesite, y comenzamos a poner y poner cosas en el equipaje que luego no sabemos si lo podremos transportar.
Pero no es solo en los equipajes para los viajes turísticos o de trabajo que tengamos que hacer. La cosa está en que en la vida nos vamos llenando también de tantas cosas que se convierten en apegos que no nos dejan actuar con verdadera libertad. Miremos nuestras casa, nuestra habitación, las cosas que poseemos, ¿las necesitamos todas para ser verdaderamente felices? Más bien, como decíamos, nos restan libertad de movimientos en la vida, nos quitan generosidad y disponibilidad en nosotros porque nos sentimos apegados a ellas y parece que sin ellas no seríamos nadie. Pero ¿somos por las cosas que poseemos, o somos por lo que en nuestro propio interior valemos? Las cosas que poseemos se convierten en una rémora para nuestra vida. Un barco necesita cada cierto tiempo limpiar sus fondos, porque son tantas las cosas que se van apegando a su casco que no lo dejan deslizarse con la necesaria velocidad.
Por eso quizás nos sorprenda hoy las instrucciones que Jesús da a los discípulos que ha escogido como apóstoles cuando los envía a predicar, a anunciar el Reino.Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto’. Y además les decía que no tenían que preocuparse donde habían de vivir sino aceptar la hospitalidad que les ofrecieran las gentes.
Solamente un bastón para el camino. Desprendimiento total, el único apoyo es el del amor, lo único que tiene que empujarnos a caminar es el amor. No vamos buscando intereses, no queremos beneficios, solo vamos a darnos, a repartir y compartir, a dar lo que más hondo llevamos en nuestro corazón, nuestra fe y nuestro amor. Es el anuncio que hemos de hacer, el Reino de Dios; es el testimonio que hemos de dar, que Dios nos ama y nos regala su amor. Por eso curamos, sanamos desde lo más hondo; son los enfermos del cuerpo, pero son los que necesitan resucitar el espíritu. Y eso se consigue solo con la fuerza del amor.
Es lo importante en nuestra tarea de evangelización. Algunas veces andamos un tanto confundidos y pensamos más en los medios materiales de los que dispongamos que en el propio mensaje que hemos de trasmitir. Los medios solo tienen que ser eso, medios, nunca en objetivos primordiales, porque el objetivo es el anuncio del Reino de Dios, es la vida de Dios. Por eso es el amor el que nos tiene que guiar; es de amor de lo que tenemos que llenar nuestro corazón; es el amor el verdadero equipaje de nuestra vida y es el que quizá algunas veces nos falta.
Nos dice muchas cosas este evangelio; para nuestra tarea evangelizadora dándole verdadera importancia a lo que ha de tenerlo, pero también para nuestra vida personal, en la que tenemos que desprendernos de tantos apegos. Que vivamos siempre con un corazón libre, un corazón limpio de apegos, un corazón generoso y desinteresado, un corazón lleno de amor.

miércoles, 31 de enero de 2018

Con qué facilidad queremos ensombrecer la luz que podemos recibir de los demás


Con qué facilidad queremos ensombrecer la luz que podemos recibir de los demás

2Samuel 24,2.9-17; Sal 31; Marcos 6,1-6

Ante quien comenzamos a ver destacar de entre nuestro entorno más cercano o de los que hemos conocido de siempre suelen surgir distintas reacciones; están los que se sienten orgullosos de que alguien de su pueblo vaya teniendo nombre propio y sea conocido por lo que sabe o por lo que hace, aunque también aparecen los que se quieren apuntar un tanto como quien arrastra el ascua hasta su propia sardina para decir que se conocen de siempre, que son amigos íntimos y no se cuantas cosas más; pero están también los que no soportan que alguien de sus vecinos destaque más que los demás, y surgen o se crean las desconfianzas, aparecen las envidias, se trata de desprestigiar de la forma que sea, les decimos que ya los conocemos y que detrás de tanta facha hay aviesas intenciones y así muchas cosas más; en un pueblo pequeño esto se multiplica de manera exagerada, mientras otros que se creen poderosos no pueden permitir que nadie les haga sombra.
Así somos los humanos, como aquello del perro del hortelano que ni como él ni deja comer al amo. No nos extrañe pues la reacción de las gentes de Nazaret ante la llegada de Jesús. A sus oídos habían llegado noticias de lo que hacia por Cafarnaún y otros lugares, cómo la gente lo acogía y corría detrás de él para escucharle, y cómo los enfermos eran curados por las obras maravillosas que realiza.
‘¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?’
Son las reacciones y los comentarios cuando el sábado Jesús va a la sinagoga y hace el comentario a la lectura de los profetas que se ha proclamado. ¿Dónde ha aprendido todas esas cosas? ¿Quién se cree que es El? Y le quieren recordar que ellos bien lo conocen porque allí estas sus parientes y allí ha pasado su infancia y su juventud y a ningún sitio, a ninguna escuela rabínica ha ido a aprender. Qué bien refleja este texto lo que entre nosotros sucede tantas veces.
Nos dirá el evangelista que no hizo allí milagros por su falta de fe. Y Jesús les recuerda lo que era un dicho popular entre ellos: ‘No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa’. Pero Jesús continúa su misión enseñando por otros lugares.
Creo que el mensaje que hoy quiere trasmitirnos la Palabra de Dios quiere incidir en nosotros en cómo acogemos nosotros la Palabra de Jesús; pero en concreto como acogemos esa Palabra que nos llega a través de la Iglesia y de sus ministros. Es cierto que los ministros de la Palabra han de testimoniar con su vida la Palabra que proclaman y el mensaje que quieren trasmitirnos, pero bien nos sucede cuantas veces somos críticos con lo que nos dicen o enseñan porque quizá están tocando muy directamente en las llagas de nuestra vida que habría que curar. Una nueva actitud de acogida nos está pidiendo hoy el Señor a través de su Palabra.
Pero recogiendo el primer pensamiento con el que iniciamos nuestra reflexión también tendríamos que pensar como acogemos y valoramos nosotros lo bueno de los demás. Hemos de aprender a quitar esos ‘peros’ que tantas veces ponemos en la vida a lo que recibimos de los otros.
Con qué facilidad queremos ensombrecer la luz que podemos recibir de los demás; cómo nos duele en muchas ocasiones que otros puedan resplandecer con su propia luz; cuántos sentimientos negativos aparecen fácilmente en nuestro corazón; qué manchado está el cristal a través del cual miramos a los otros porque dejamos que se peguen en nuestro corazón esos malos sentimientos y así pensamos o vemos a los demás. Quitemos esas vigas que se nos meten en nuestros ojos y que nos impiden mirar nítidamente la claridad que podamos recibir de los otros.

martes, 30 de enero de 2018

El camino se nos hace largo con sus oscuridades en la vida pero en la fe encontraremos siempre la luz al final que nos hace caminar con esperanza

El camino se nos hace largo con sus oscuridades en la vida pero en la fe encontraremos siempre la luz al final que nos hace caminar con esperanza

2Samuel 18,9-10.14b.24-25a.30–19,3; Sal 21; Marcos 5,21-43

La fe es un camino que no siempre es fácil, muchas veces se nos vuelve doloroso, parece que se  nos alarga sin fin hasta que podemos alcanzar la luz, pero hemos de saberlo recorrer con confianza, con perseverancia, siempre con deseos de búsqueda, abiertos a una vida nueva que se nos puede ofrecer.
En la vida tenemos momentos dolorosos, llenos de dificultades, donde todo parece que se nos vuelve oscuro. Serán las enfermedades, o serán los problemas de cada día en nuestra convivencia con los demás o en esas cosas que no nos salen como a nosotros nos gustaría, será ese camino de superación que se nos hace costoso porque muchos son los apegos de los que sabemos que tenemos que desprendernos o serán los vientos en contra que podamos encontrar cuando hay oposición a nuestras ideas o planteamientos o la imposibilidad que sentimos en nuestra propia debilidad para alcanzar las metas que deseamos, o pudieran ser los cantos de sirena que escuchamos desde muchos lados invitándonos a abandonar nuestra lucha para seguir caminos que nos dicen que son más fáciles y placenteros.
Ahí se va a descubrir la madurez de nuestra vida con nuestras luchas, con nuestra constancia, con la búsqueda sincera de la luz, con la apertura de nuestro corazón, con la trascendencia que le queremos dar a nuestra vida. El creyente ha de sentirse seguro en ese camino aunque nos pudiera parecer tenebroso en ocasiones, sabe de quien se FIA. El verdadero creyente sabe de la presencia de Dios que siempre está a nuestro lado aunque nos parezca que no lo veamos; el verdadero creyente se fía, se fía de la Palabra de Dios que viene a ser su fortaleza; el verdadero creyente sabe donde puede poner toda su confianza, porque Dios no le fallará.  Basta que nos mantengamos en nuestra fe.
Un hombre acude a Jesús porque ya es su última esperanza; tiene a su niña enferma que está en las últimas y acude a Jesús. Jesús se ofrece a ir a su casa. Parece que el camino se hace largo, gente que le sale al paso a Jesús, la mujer de las hemorragias que provoca también con su fe el milagro de su curación, los que viene a avisar que ya no hay nada que hacer porque su hija a muerto, la desolación que encuentra en su casa, todo se le vuelve oscuro. Pero Jesús le dice No temas; basta que tengas fe’.
Es lo que necesitamos escuchar tantas veces nosotros en los caminos de nuestra vida, en nuestras luchas, en nuestros cansancios y desalientos, cuando nos falta la esperanza. Ahí está la Palabra de Jesús que nos invita a confiar. Encontraremos la luz; encontraremos la vida; saldremos adelante y venceremos porque tenemos asegurada la victoria con Jesús. ‘Yo he vencido al mundo’, nos dirá en otra ocasión. Y con Jesús nosotros podremos.
Nos acercaremos con confianza, como aquella mujer, que sabia que con solo tocarle el manto seria suficiente. Y lo fue. ‘Tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud’, le dice Jesús. Nos lo dice a nosotros también. Sigamos en el camino, vayamos con Jesús, caminemos tras sus huellas, anunciemos a los demás las maravillas que el Señor hace en nosotros.
La gente se quedó viendo visiones, nos dice el evangelista cuando Jesús hizo volver a la vida a la niña. Lo vieron, lo experimentaron, lo palparon. Alababan a Dios que realiza tales maravillas. Nosotros somos testigos que hemos de dar testimonio de lo que vivimos, de nuestra fe, esa fe que nos alienta y nos hace caminar y encontrar la luz. Los que están a nuestro lado quizá no lo vean, solo vean oscuridad y muerte, pero nosotros que hemos encontrado la luz tenemos que enseñarles el camino de la luz. El mundo necesita nuestro testimonio; el mundo necesita testigos y nosotros tenemos que dar ese testimonio.

lunes, 29 de enero de 2018

Jesús nos está diciendo también ‘Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia’

Jesús nos está diciendo también ‘Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia’

2Samuel 15,13-14.30; 16,5-13ª; Sal 3; Marcos 5,1-20

No siempre aquello bueno que hacemos es comprendido y aceptado por los demás. Hay quien no entiende que uno quiera ser bueno; no se si es que estamos muy maleados en nuestro corazón que nos pueda parecer imposible que uno quiera hacer cosas buenas. También pueden aparecer por otro lado los intereses que nos guían en la vida y quizá aquello que hacemos venga a ser como un espejo donde nos veamos y nos demos cuenta lo malo que llevamos en el corazón.
Cuando nos materializamos en la vida viendo solo lo puedan ser ganancias y beneficios materiales, podemos fácilmente reaccionar si podemos ver en peligro esos intereses nuestros. Andamos demasiado por intereses terrenos y nos olvidamos quizá de darle altura a nuestra vida o tener otros ideales y otras metas más altas. Las cosas del espíritu las relegamos con demasiada frecuencia a un segundo plano, como solemos decir, para cuando tengamos tiempo. No todos tienen nuestras mismas metas, nuestros mismos objetivos, nuestra forma de ver las cosas y encarar la vida y eso puede producir ciertos choques de visión o de intereses.
Jesús había invitado, como hemos escuchado recientemente, a los discípulos a ir a la otra orilla. Ya reflexionamos sobre las peripecias de la travesía con la tempestad que sobrevino anuncio quizá de otras dificultades mayores. La otra orilla a la que llegaron Jesús y los discípulos en la barca era la región de los gerasenos; no eran judíos, tenían otras costumbres y otra manera de ver la vida, aunque también con sus dificultades y con sus problemas.
Claro que la llegada de Jesús, aunque les liberara de un problema que era aquel hombre poseído del mal que tanto daño les hacia, con el milagro que Jesús había hecho para liberar a aquel hombre del mal, había dañado sus intereses particulares. Por eso, aunque ven a aquel hombre curado y sin que ya les pudiera hacer daño, sin embargo le piden a Jesús que se marche a otro lugar; no quieren aceptar, ni recibir a Jesús. Y Jesús se embarcó y se fue a otro lugar. Nos enseña Jesús como tenemos que aprender a encajar los rechazos que podamos recibir en la vida por lo bueno que hacemos.
Pero hay un detalle en este final del episodio del evangelio. Aquel que había sido curado ahora quería irse con Jesús. ¿Sentimientos de gratitud? ¿O sentirse cautivado por Jesús por lo que había realizado en él? Pero Jesús no le deja irse con El sino que lo manda a su casa, a los suyos con un encargo. Ha de contar a todos las maravillas que Dios ha realizado en su vida. Le está pidiendo que sea portavoz de su evangelio, lo está de alguna convirtiendo en misionero y apóstol.
Creo que este detalle puede o debería provocar en nosotros una buena reflexión. Irse con Jesús significaría para aquel hombre marchar a otros lugares y quizá luego realizar también esa tarea de anuncio del evangelio en otros lugares más distantes. Pero en este caso Jesús quiere que vaya a los suyos, que se quede en su lugar, que sea allí ese evangelizador, ese portavoz de la Buena Nueva de la salvación de Jesús.
En nuestro interior y en nuestro amor por Jesús y su evangelio también sentimos quizá en ocasiones ese impulso de lanzarnos para ir a otros lugares, para ser misionero, para ir a hablar de Jesús en otras partes donde no lo conocen. Es necesario, es cierto, que haya misioneros que se lancen por el mundo en el anuncio del evangelio. Será a los que Dios llame con esa misión especial. Pero quizá nuestra llamada, nuestra vocación no está en lugares lejanos sino ahí donde estamos.
A unos le podría parecer cómodo porque no tendrán que desplazarse a otros sitios; pero quizá a otros les pueda parecer más difícil, porque no es precisamente a los nuestros, a los que son más cercanos a nosotros donde nos resulte más fácil hacer esa labor. Pero ahí en los cercanos, en los que nos rodean hacen falta esos misioneros y ese misionero puedes ser tú, puedo ser yo.
Nos daría esto para pensar mucho, para reflexionar y revisar cómo estoy yo siendo testigo del evangelio allí donde estoy, en mi propia casa o con mis vecinos, con mis familiares o con mis amigos, en mi lugar de trabajo o en donde hago mi vida social.
¿Hablamos de Jesús? ¿Tratábamos de trasmitir con valentía esos valores del Reino de Dios? ¿Actuamos según los criterios del evangelio sabiendo elevar nuestro espíritu o nos sentimos demasiado influenciados por el espíritu materialista y sensual de nuestro mundo? ¿Nos presentamos en nuestro actuar como personas llenas del Espíritu y que tenemos altos ideales y metas en nuestro corazón?
Merece la pena que nos lo pensemos, porque Jesús nos está diciendo también Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia’. Es ahí donde primero tenemos que realizar nuestra tarea evangelizadora.

domingo, 28 de enero de 2018

Escuchar la Palabra liberadora de Jesús nos tiene que despertar, nos tiene que comprometer para ser ese hombre nuevo, para hacer ese mundo nuevo

Escuchar la Palabra liberadora de Jesús nos tiene que despertar, nos tiene que comprometer para ser ese hombre nuevo, para hacer ese mundo nuevo

Deuteronomio 18, 15–20; Sal 94; 1Corintios 7, 32-35; Marcos 1, 21-28

Muchas veces  nos podemos sentir encantado por las palabras que escuchamos; se puede ser un buen orador, tener recursos para hacernos una presentación bonita de lo que nos quiere trasmitir, ofrecernos muchos argumentos para que creamos en aquello que nos dice, pero al final quizá sentimos que todo aquello que nos dicen o nos presentan suena a hueco, a palabras y razonamientos muy bien aprendidos pero queremos analizar algo más, porque queremos ver que eso sea factible, queremos ver las obras que serán las buenas razones que nos convenzan.
En la sociedad en la que vivimos, ya sea desde la publicidad que nos incita al consumismo, ya fuera desde los ideólogos, por llamarlos de alguna manera, que nos ofrecen un mundo ideal, o desde aquellos que se presentan como servidores o salvadores de la sociedad y nos ofrecen muchas cosas, que pasado un tiempo se olvidan, nunca se van a llevar a la práctica o hacerse realidad, o descubrimos detrás de todo eso unos intereses o unos deseos de ganancia que de alguna manera nos dejan frustrados, nos hacen sentirnos engañados, o nos dan una sensación de vacío cuando no de manipulación.
Encontrarnos a la persona sincera que va a desarrollar todo lo que nos promete hasta el final con un compromiso serio sería muchas veces como encontrar una joya preciosa, un tesoro escondido. Algunas veces, por eso, tras el encanto de bonitas palabras al final quizás nos sentimos hastiados.
Hoy nos presenta el evangelio un texto que nos ofrece todo lo contrario, o mejor dicho, nos hace descubrir quien es ese tesoro escondido por el que merece la pena venderlo todo para seguirlo, para encontrarlo. Nos habla del entusiasmo de las gentes cuando escuchan a Jesús. Entienden que no son palabras dichas de memoria, que allí hay vida, que lo que ofrece es algo cierto, que ese Reino de Dios que anuncia es algo que se puede hacer realidad, que llena de esperanza ciertamente los corazones. Porque sus palabras van acompañadas de los hechos.
Este texto del evangelio de Marcos que nos ofrece algo así como el resumen de la actividad de un día, yo diría que tiene su paralelismo en el texto conocido del evangelio de Lucas cuando nos habla de su presentación en la sinagoga de Nazaret. Marcos nos centra la actividad de Jesús en Cafarnaún y es en su sinagoga donde es invitado al anuncio y comentario de la Palabra. Es el cumplimiento de lo anunciado por los profetas. Es ese nuevo profeta del que nos habla la primera lectura que proclama de verdad no su palabra sino la Palabra de Dios.
Y los profetas habían anunciado a aquel que venia a proclamar una buena noticia que seria la liberación de Israel. Con el Reino de Dios que Jesús anuncia se realiza esa liberación, porque cuando lleguemos a aceptar ese Reino nos veremos liberados de verdad de todo lo que puede esclavizar al hombre desde lo más íntimo de sí. Pero no son solo palabras lo que pronuncia Jesús sino que lo realiza.
Allí hay un hombre poseído por el espíritu del mal que ante la presencia de Jesús siente que tiene que liberarse de todo ese mal que lo ata y esclaviza desde lo más profundo de sí. Con Jesús y queriendo vivir el Reino de Dios no se puede vivir atado a esas esclavitudes del mal. Y aquel hombre se ve liberado del mal. Se realiza lo que anuncia Jesús y eso se puede realizar en nosotros también. Es lo que sienten aquellas personas y por eso prorrumpen en esas alabanzas a Dios.
¿Qué es esto?, se preguntan. Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen’. Y como nos dice el evangelista la fama de Jesús se extendió por todas partes.
¿Sentiremos nosotros eso mismo cuando escuchamos a Jesús? ‘Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis el corazón’, rezamos en este domingo con el salmo. Cuidado se nos endurezca el oído y el corazón. Nos acostumbramos a las palabras de Jesús porque quizá con mucha superficialidad las escuchamos y ya no nos dicen nada o poca repercusión tienen en nuestra vida. Vaciamos de contenido la Palabra del Señor con nuestra rutina. Cansados quizá de palabras por tantas cosas que oímos por todas partes ya no le damos la importancia que tendríamos que darle y todo lo metemos en el mismo saco de la vaciedad y el sin sentido con que escuchamos otras cosas.
Nos acostumbramos tanto que ya no sentimos admiración por la Palabra de Jesús y entonces no llegamos a descubrir sus signos. Es más, ponemos una coraza en nuestro corazón que nos insensibiliza para no llegar a darnos cuenta de esas cosas de las que tenemos que liberarnos, de las que nos quiere liberar Jesús con su presencia en nuestra vida.
Aquel espíritu maligno del que nos habla el signo del evangelio de hoy de alguna manera con sus gritos quería rechazar a Jesús. ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?’ Una expresión de ese rechazo, de esa oposición en donde nosotros podemos caer también con nuestra indiferencia o nuestra tibieza.
Pero sí tenemos que preguntar ‘¿Qué quieres de nosotros, qué quieres de mi, Jesús Nazareno?’ para que El nos ayude a descubrir todo eso que nos oprime, que nos resta en nuestra libertad, que impide ese actuar de la gracia de Dios en nosotros. Andamos espiritualmente adormilados y parece que ni sentimos ni padecemos. Y así no podemos dejarnos transformar por el Señor. Con sinceridad tenemos que ponernos ante su palabra; reconociendo nuestras limitaciones, dándonos cuenta de todas esas cosas que nos hacen sufrir o que hacen sufrir a los que nos rodean acudimos a escuchar a Jesús para dejarnos tocar por su gracia.
Nos tenemos que dejar liberar, pero tenemos que ser signos de liberación, de la liberación que Jesús nos ofrece, ante los que nos rodean. Con esa palabra liberadora, salvadora de Jesús nosotros tenemos que ir también a los demás, a ese mundo que nos rodea para que con la liberación que Jesús nos ofrece podamos hacer en verdad ese mundo nuevo del Reino de Dios. Escuchar la Palabra liberadora de Jesús nos tiene que despertar, nos tiene que comprometer para ser ese hombre nuevo, para hacer ese mundo nuevo.